sábado, 15 de marzo de 2008

Vigesimosegunda entrega. Los tíos no hablamos entre nosotros de sentimientos

(útil para las mujeres)

Si hiciese caso a Baltasar Gracián en sus recomendaciones de brevedad, esta entrega debería acabar con sólo el mismo enunciado del título. Porque de hecho no hay mucho más que decir. Me extenderé algo más solo porque creo que estamos ante uno de los escollos típicos de la incomprensión entre hombres y mujeres.

No es cierto de los hombres solo hablemos de sexo, de deportes y de trabajo. Hablamos mucho de sexo, de deportes y de trabajo, por supuesto, pero la variedad de temas de nuestras conversaciones aumenta con la confianza y con el nivel cultural de los participantes. Bien es cierto que, como si se tratase de un “suelo” básico, este crecimiento, que puede llegar incluso a la filosofía, parte sin embargo de los tres elementos “sexo, deportes y trabajo”.

Por mucho que nuestros temas de conversación se amplíen hay, sin embargo un aspecto que siempre queda fuera. Son los sentimientos. No hablamos de ello. Es así de simple. Puede pareceros extraño que incluso con los buenos amigos, con quienes pasamos muchos ratos, prácticamente nunca hablemos de tristezas o de depresiones ni mucho menos de enamoramientos, pero es así.

Nos gusta la compañía de los amigos, nos sentimos a gusto con ellos, compartimos tiempo y a veces aficiones. Incluso somos muy capaces de mantener viva la relación con los amigos de siempre por encima de las separaciones temporales o geográficas que las circunstancias de la vida a veces imponen, pero no nos hace falta hablar de sentimientos. O tal vez sí, pero somos incapaces. Da igual. El resultado es el mismo. Ni se nos pasa por la cabeza hablar de ello y ya está.

Y entonces ¿De qué habláis? Pues de todo aquello que nos ayude a mantenernos acompañados y que no nos enfrente. Por eso vosotras mismas, el fútbol y el trabajo nos resultan temas tan gratos. Pero podemos hablar también de viajes, de política, del coche, de libros, de música, de los problemas con los hijos (nunca de los sentimientos con ellos). Podemos recordar viejas anécdotas de nuestra amistad, contar chistes... Y podemos también hacer algo que resulta extraordinariamente cómodo y relajante: estar juntos sin hablar de nada.

Por eso importa que entendáis que es perfectamente posible que no sepamos cuántos hermanos tiene uno de nuestros buenos amigos, cuánto tiempo lleva en su actual trabajo, dónde estudió o qué curso estudian sus hijos. Que no os sorprenda.

viernes, 7 de marzo de 2008

Hasta el útimo minuto

Esta semana está surgiendo una cierta polémica a cuenta de la prohibición de publicar sondeos y encuestas electorales en los cinco días anteriores a las elecciones. Parece que se ha destapado de pronto un deseo muy “sentido” que hacer públicas las previsiones de voto ciudadano hasta el mismo momento de las elecciones. Con objeto de reforzar tal reivindicación se dice incluso que disponer de encuestas es un derecho de los ciudadanos.

Son sobre todo los responsables de empresas dedicadas a la realización de tales encuestas y algunos medios de comunicación quienes mantienen una postura más rotunda a favor de la eliminación de la actual prohibición. Una Asociación Nacional de Empresas del ramo (ANEIMO) se ha planteado ya iniciar trámites para que se revoque esa disposición electoral que data de 1985. Hasta ahora no se ha visto, sin embargo, ninguna manifestación de ciudadanos reivindicando tal derecho, aunque todo podría ser.

No les falta razón a quienes dicen que intentar imponer barreras es una batalla perdida en el mundo de Internet y el último ejemplo evidente han sido los sondeos que periódicos de Andorra o el Reino Unido han publicado sobre las elecciones en España. Seguramente esta es una prohibición a la que el tiempo y las circunstancias han hecho perder casi toda su fuerza. Sin embargo antes de derogar normas conviene repasar qué problemas han podido evitarse con ellas. No vaya a ser que aparezcan después.

Dicen algunos sociólogos que los sondeos no condicionan el voto. Puede ser, pero fue la opinión contraria la que estuvo sin duda en el origen de la norma que ahora se quiere derogar. Que los sondeos, sobre todo los muy cercanos al acto mismo de votar, podían condicionar efectivamente el voto. Imaginemos que no hubiese existido tal prohibición.

Imaginemos que en cada elección hubiésemos estado siendo bombardeados con los resultados de innumerables encuestas y sondeos hasta última hora. ¿Seguro que no influirían en el comportamiento de los electores? Hacer una buena encuesta es complejo, caro y requiere de tiempo y de una buena dosis de conocimiento y profesionalidad. Pero publicar los resultados de una encuesta falsa es muy fácil, tanto que podrían hacerse cientos de ellas en los últimos días de campaña. Cientos. La tentación sería muy grande y el único límite sería entonces la honestidad profesional de las empresas demoscópicas. Una honestidad que no tengo ningún motivo para creer mayor que la de los políticos o los medios de comunicación que encargan los sondeos.

¿Quién distinguiría entonces las pocas honestas de las muchas compradas? ¿Quién evitaría que políticos con más dinero que complejos utilizasen a empresas con más necesidad que prestigio para convencerme a última hora de que ni opción política es marginal? ¿Quién evitaría el deterioro de la credibilidad del conjunto del sector, señores de AENIMO?

Es posible que nada de esto hubiese ocurrido, pero también es posible que sí. Y a uno las cautelas de ciudadano escéptico le previenen contra quienes quieren hacerle pasar por evidencias indiscutibles lo que no son sino opiniones razonables.

lunes, 3 de marzo de 2008

Vigesimoprimera entrega. El umbral de mierda

(útil para las mujeres)

Con ese nombre me refiero al nivel de suciedad y desorden con el que una persona es capaz de convivir sin que sus alarmas salten y le obliguen a ponerse inmediatamente a limpiar, recoger y ordenar. Cada persona tiene su umbral, las hay más pulcras y las hay menos. Hay un amplio margen dentro de lo que podríamos considerar “la normalidad”. No faltan quienes dicen que el orden que tenemos en nuestras cosas define cuál es el que hay en nuestra cabeza y seguramente alguna razón tienen. Por eso creo que no solamente quienes son un desastre sino también las personas exageradamente ordenadas y pulcras también deben tener algún problema.

A lo que iba. Creo que puedo decir que aunque hay excepciones, en general, el umbral de mierda de los hombres tiende a ser más alto que el de las mujeres. Esto significa, claro está, que nosotros somos capaces de vivir con total tranquilidad en un entorno que un gran número de mujeres considerarían inhabitable.