jueves, 25 de septiembre de 2008

Un viejo manifiesto revolucionario

Este texto que adjunto no es mío, pero seguro que Cariátides me permite que lo reproduzca desde su blog. 13 años 13, ha dormido el sueño de los justos este papel entre sus cosas.
Vosotros juzgaréis


Por cada mujer que está cansada de actuar con debilidad, aunque se sabe fuerte, hay un hombre que esta cansadode parecer fuerte cuando se siente vulnerable.

lunes, 22 de septiembre de 2008

Pedalós y piraguas en la Ría

Mientras participaba ayer en un multitudinario paseo ciclista por Bilbao pude ver en la ría varias piraguas y algo más, unos pedalós de esos que suelen utilizarse en las playas. La imagen me produjo una enorme sorpresa. Pedalear por la ría... ¡en Bilbao!.

Para quienes no conozcáis Bilbao os diré que era una ciudad portuaria e industrial, contaminada, gris y sucia y que cuando yo era joven la ría era una auténtica cloaca tóxica en la que nadaban los desechos de todos los habitantes de sus riberas y también los de las industrias. Como para pedadelar.

Ahora todo esto ha cambiado, para bien. La ciudad, y también la ría, están más limpias, el cielo se ve más azul y a las grandes industrias se las llevó por delante la crisis de los años 80 (por cierto con gran estruendo económico y social). Incluso tenemos un museo de titanio junto al agua que atrae turistas calzados con sandalias y calcetines de rombos.

Pero cambiar la mentalidad de los bilbaínos era harina de otro costal. Por eso me gustó lo de las piraguas y los pedalós. No sólo porque muestra que la ría está más limpia sino porque veo que –oh cielos- parece que también estamos empezando a perder esa tontuna provinciana que nos impedía disfrutar de cosas nuevas y diferentes. Esas cosas que no se hacían en Bilbao... porque no.

Para que os hagáis una idea yo he tenido que oír recriminaciones de transeúntes por usar la bici en ciudad que me han espetado eso de “ya eres mayorcito”. Así de abierta y vanguardista ha sido la mentalidad de mis vecinos.

Por eso lo de las piraguas me sorprendió tanto. Y lo de los pedalós aún más porque si las primeras podrían pasar por un deporte, los segundos son puros juguetes lúdicos, propios de playas y veraneos y en absoluto admisibles en una ciudad “de fuste” como es Bilbao donde...“ya somos mayorcitos”.

Pero lo que más me complace es ver cómo van cayendo los tabúes inmutables de la ciudad de provincias que siempre hemos sido. Algo que, como todas las que efectivamente lo son, hemos negado con rabiosa vehemencia. No ha habido, ni hay, insulto mayor para un bilbaíno de pro que negarle a su ciudad (metrópoli nos gusta más) la condición de modelo de modernidad y árbitro de la vanguardia internacional.

Desapareció la contaminación de cielo de Bilbao y mientras empieza a disiparse la de los cerebros ahí están los pedalós, las piraguas, las bicicletas y los turistas. Espero que, como la anterior crisis, éstos se lleven por delante nuestro tradicional paletismo con ínfulas.

Yo no voy a la concentración conta ETA

Me ha dicho mi amiga Marta que si quería acompañarla a la concentración de repulsa por los últimos atentados de ETA, que han costado la vida a un hombre en Santoña.

Le he dicho que no, que no me da la gana de ir. No porque me parezcan bien los atentados, claro, sino porque hace tiempo que he perdido toda esperanza de que estos fanáticos hagan caso de nada. Es más, siento que manifestarme prolonga la idea falsa pero bien grata a algunos, de que ETA es una organización que, aunque lo hace de forma equivocada, se ocupa de “defender” los que considera intereses o “derechos” de los vascos.

Nadie se manifiesta jamás para decirle al virus del Sida que deje de complicarnos la vida ¿verdad? Tampoco nos concentramos en los ayuntamientos para que los mosquitos anofeles se den por enterados de nuestra repulsa por su actitud de contagio de la malaria, ¿A que no?

Por qué, entonces, nos manifestamos contra ETA? Supongo que por dos razones, de las que no comparto ninguna:

Porque aún hay incautos que pueden pensar que ETA escucha en algún momento algo de lo que le dicen los vascos. Como si esos asesinos tuviesen un criterio moral algo superior al del virus o al de los mosquitos. No me encuentro entre quienes así piensan.

Como fórmula de catarsis colectiva que permita expresar el duelo de las personas de bien y la cercanía con las víctimas. Esta actitud me merece todo el respeto pero no logra superar en mi interior el rechazo y la sensación de ser unos panolis que se me queda cuando me he visto en alguna ocasión rodeado en silencio de los ingenuos que aún creen en la primera de las dos opciones. No lo soporto y por eso no voy.

Hace ya mucho tiempo que no queda otro camino útil para que ETA desaparezca que la policía. Y no parece que lo estén haciendo mal.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Qué bien escribe Pedro Ugarte

Pedro Ugarte, brillante como siempre, me hace mirar con pena unas notas que tenía apuntadas sobre lo que podríamos llamar "culpabilidad social". Después de leer su artículo titulado "la muerte exige culpables" no sé si las reharé o simplemente las tiraré a la basura.

lunes, 15 de septiembre de 2008

El superacelerador de hadrones, los tertulianos y mi amigo Juan Carlos

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El pasado miércoles se inició el que los científicos han denominado como el experimento más grande de la historia de la humanidad. La Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN) puso en marcha el Gran Colisionador de Hadrones (LHC) que está ubicado bajo tierra entre Suiza y Francia. Nada menos que 27 kilómetros de túnel, 130 toneladas de helio líquido para enfriar 1.600 enormes imanes hasta los -271º C. 6.000 millones de euros invertidos en una obra en la que han colaborado 10.000 científicos de 80 países, según leo en la prensa. Una pasta y un lío del demonio.

Todo esto es bastante desmesurado, lo reconozco, y también tengo que reconocer que el tema me sobrepasa. Ya me costó un considerable esfuerzo aprobar, hace muchos años, la asignatura de física newtoniana en una época en la que solo te hablaban al final del último curso de que un tal Einstein había empezado a poner en cuestión todo el temario que acababas de estudiar. Ahí me quedé. Tal vez por eso, décadas después tuve dificultades graves para seguir el hilo de la “Historia del tiempo” de Stephen Hawking.

Apenas sé nada y comprendo aún menos sobre mecánica cuántica, teoría de cuerdas, el bosón de Higgs o la inflación cósmica. Pero procuro aliviar la vergüenza de mi ignorancia echando mano del respeto por aquellos que saben más que yo, que son tantos. Pero hay una cosa que sí se, de la que estoy seguro y que me complace defender: la pasión humana por el conocimiento. Esa sí que existe. Y no solo existe sino que es una fuerza imparable, arrolladora, equiparable solo al instinto de supervivencia y al sexo.

El afán de conocimiento es, además, algo de lo que nos podemos sentir orgullosos, porque es una pasión bien humana y bien positiva. Todo lo contrario que el orgullo de la propia ignorancia, que tan a menudo se asoma a los medios de comunicación y que es una de las actitudes humanas que más me irritan.

No voy a reprochar a los tertulianos y comentaristas de radio y televisión que sepan tan poco como yo mismo de lo que se juega en el CERN pero sí que se atrevan a juzgar aquello de lo que nada conocen. Están tan acostumbrados a emitir sentencias y juicios inapelables basados en el único criterio de “sonar bien” al respetable e ignorante público, que no han dudado en lanzarse a despreciar el experimento del acelerador basándose en la pregunta-admonición de ¿Y eso para qué sirve? Los menos imprudentes de ellos (una minoría) manifestaban su asombro con cierta cautela para no meter la pata e incluso ponderaban las muchas cosas que se han inventado o desarrollado tras ese tipo de experiencias científicas. Algo es algo. Pero la mayoría de los que he oído y visto juzgaba y condenaba el experimento (y la inversión) con la alegría y el desparpajo de quien -como decía Machado- “desprecia cuanto ignora”.

La pregunta ¿Y eso para qué sirve? Se pronunciaba no desde el respeto o la curiosidad sino desde el desprecio y la soberbia. Asombra que los experimentos científicos sin los que jamás hubiesen existido la radio y la televisión merezcan tanto desdén de los idiotas a los que estos mismos medios han dado la posibilidad de difundir sus bobadas de forma tan multitudinaria como eficaz.

A mi amigo Juan Carlos, que es un viejo aficionado y un entrañable fan del equipo Ferrari nadie le pregunta “¿Para qué sirve la Fórmula 1? Es evidente: La Fórmula 1, las carreras de caballos, las traineras de mi mar Cantábrico, el Tour de Francia o la final de los 100 metros lisos sirven para saber quién llega primero. Solo para eso. Nada más y nada menos que para eso. Para saber quién es el campeón. Si luego, además, los bólidos que tanto apasionan a Juan Carlos sirven como banco de pruebas para mejorar la seguridad o el funcionamiento de mi coche y del tuyo, mejor que mejor. Pero la Fórmula 1 (en la que también se gasta un dineral) no existe “para” mejorar los coches. Esa es una consecuencia, no un objetivo.

Me pregunto lo siguiente ¿Por qué la pasión por llegar el primero merece una consideración social tan alta que cualquier esfuerzo, incluso económico y aun de vidas humanas, es automáticamente excusado y justificado, mientras que la pasión por el saber (la Ciencia) tiene que justificar su esfuerzo y su inversión para que no se la considere un despilfarro inútil?

Prefiero terminar con un pensamiento positivo. Si tantos países, tantas universidades, tantos científicos y tanto dinero se han podido dedicar a un gran experimento como el del acelerador de hadrones, será porque, aunque la mayoría de los medios de comunicación lo ignoren, en este planeta aún está presente y sano el mismo afán de conocimiento humano que movió a Newton, a Ptolomeo, a Copérnico a Galileo, a Einstein y a tantos otros que incluso pagaron con su vida por ejercer la más noble de las pasiones humanas.

Puede que sea solo que la estulticia es más visible que el conocimiento. Eso espero.