jueves, 18 de agosto de 2011

La semana fantástica de la Iglesia

Xabier Novell
Con motivo de la visita del Papa a Madrid el obispo de Solsona, Xabier Novell, fue entrevistado largamente en la cadena SER y tuve ocasión de escucharle una oferta que tal vez haya pasado desapercibida para las pecadoras: Aclaró el prelado que el pecado de aborto es tan gravísimo que no puede ser perdonado en simple confesión ya que conlleva la automática excomunión de la pecadora a la que solo el obispo correspondiente, una vez convencido de que hay arrepentimiento sincero, puede levantar la exclusión de la comunidad católica para que, una vez reintegrada a ella, la mujer pueda ya ir a confesarse.

Sin embargo, con motivo de la JMJ que tiene lugar en Madrid con presencia del Papa, hay una oferta especial -el obispo Novell dixit- por la que (temporalmente por supuesto) el propio cura confesor está legitimado para limpiar el alma de la abortista sin los engorrosos trámites de la excomunión y posterior reingreso en la iglesia previos a la tranquilizadora confesión. Una oferta que el obispo explicó con detalle y que me recuerda mucho a las que ofrecen, también por temporadas, los grandes almacenes.

Pese a su indudable tirón una cosa mala que tienen las verdades reveladas y por eso mismo indiscutibles y “permanentes” es que aguantan mal los cambios, claro. Y cuando estos se producen o ya es demasiado tarde o suenan un pelín ridículo.

Mi compañera Merche me habló de una mujer de su familia que, superada por los cambios que había contemplado a lo largo de su vida, se lamentaba a menudo de “la cantidad de gente que hay en el infierno por cosas que ya no son pecado”. Nunca he oído una frase que defina mejor esa dificultad que se presenta cuando es preciso modificar lo que se decía eterno.

jueves, 11 de agosto de 2011

Víctimas de colores

Fernando Mugica Herzog
Como era de esperar, la izquierda abertzale tiene dificultades serias para conseguir que la sociedad vasca olvide de la noche a la mañana los centenares de asesinatos y las décadas de amenazas de ETA por no plegarse a la concepción delirante de la aldea vasca que, según ellos, debíamos ser.

El excelente resultado electoral se les ha convertido en una trampa, particularmente en Gipuzkoa (territorio que antes se llamaba también Guipúzcoa pero ya no). No sé si pensaron que se encontrarían tan de pronto al frente de las instituciones o más bien esperaban alcanzar una posición fuerte desde la que armar ruido y hacer difícil la vida a los demás pero sin los compromisos del poder, sin el vértigo de tener que firmar. Ahora que las decisiones las deben tomar ellos y no otros se les ve incómodos.

Incómodos, además, porque su éxito depende en mucho de no molestar -por ejemplo- a quienes han destrozado el monolito en memoria del socialista Fernando Múgica ya que sin duda los tarados que lo han hecho son auténticamente su gente. Así que Juan Karlos Izagirre, el alcalde de Donostia, (que sigue llamándose también San Sebastián) ha dicho que reparará el monolito «con absoluta normalidad y naturalidad» (sic) como si destrozar lo que recuerda a una persona asesinada fuese una actividad cotidiana y natural, tal como regar las calles, rastrillar la playa de La Concha o recaudar la OTA de aparcamiento: Costumbres urbanas cotidianas y normales en Donostia: (¿Cuánto le pongo de OTA al coche, 15 minutos o más? Es que no quiero que nos multen mientras destruimos el monumento...).

Con esa «absoluta normalidad y naturalidad» es como pretenden que la sociedad vasca se tome los asesinatos, las amenazas y las venganzas. Y para eso necesitan conseguir algo que nunca tendrán: que se considere tan víctima al asesino como al asesinado, que aceptemos que aquí ha habido una guerra entre partes iguales, cuando lo que ha habido es una victoria de la resistencia democrática y pacífica contra la tiranía del terrorismo nacionalista que ellos aplaudieron y de la que ahora quieren escapar como si nada hubiese pasado. Por eso trataron siempre de esconder la realidad detrás del tramposo konflikto y sueñan ahora con un acto en el que los familiares de los asesinados y amenazados por ETA “reconozcan” el sufrimiento de sus verdugos para que todo se olvide en una especie de colorida y animada verbena o kalejira de la paz. A eso se refiere el alcalde Juan Karlos Izagirre cuando dice que le gustaría un homenaje que honre a las víctimas «de todos los colores». Así en medio de la fiesta el asesino podría decirle a la madre del asesinado aquello de: “no fue nada personal, solo negocios” y quedarse tan ancho. Aunque para los que han destrozado el monumento a Fernando Múgica sí parece que se trate de algo personal.

viernes, 5 de agosto de 2011

Las Organizaciones No Gubernamentales reclaman algún Gobierno

Foto AFP


En Somalia están muriendo miles de personas de hambre en los últimos meses. La ONU ha hecho sonar las alarmas, declarando la hambruna “oficial” y ha iniciado un programa mundial de alimentos para paliarla. De momento se habla 400.000 refugiados, creciendo a razón de 1.500 diarios y de niños, ya irrecuperables, que mueren al llegar a los campos pese a las atenciones.

Una crisis que dura 20 años no es una crisis: Es un problema. Lo que hay en Somalia no es sequía (que la hay) sino una guerra que dura ya dos décadas y que ha destruido cualquier atisbo de Estado. De ahí que cundan las bandas, los señores de la guerra, las guerrillas islamistas, la corrupción, la piratería, etc. En fin, lo normal en una guerra sin Estado. Nuestros armadores y pescadores ya padecieron una parte de las consecuencias de ese conflicto.

Si no fuese porque la sequía ha arrojado de golpe a la muerte a miles y miles de personas que hasta ahora subsistían a duras penas en la miseria, seguiríamos sin tener información de una guerra tan larga y difícil de explicar. Ayer mismo un reportero de la televisión Vasca ETB (minuto 22) solo podía informar de la rabia con que una mujer somalí, refugiada en Kenia con sus hijos, le expulsaba a él y a otros reporteros internacionales, hastiada de que su hambre sirva de espectáculo en nuestros noticiarios.

Las ONGs garantizan que la ayuda llega a los lugares donde pueden trabajar, que son aquellos en que hay un Gobierno que les protege (como el de Kenia) pero denuncian que no pueden acceder a los lugares en guerra porque allí o bien la ayuda internacional se desvía a las necesidades de la guerra misma o bien sus cooperantes son asesinados o secuestrados para pedir dinero a cambio. Lo normal también en una guerra sin Estado.

Reclaman algún gobierno para lograr interlocución, seguridad, derechos, abastecimiento, paz, infraestructuras, comercio, economía… pero reclamar un gobierno es también reclamar autoridad, impuestos, gobernantes, política, orden, policía y ejercito que lo impongan, jueces, control…todo eso que las organizaciones no gubernamentales no pueden ofrecer y que nos rodea a cada instante a nosotros, tanto que ni lo percibimos. El Estado, del que tanto nos quejamos nosotros, es lo que no tienen en Somalia, es lo que sustituye a la barbarie y es lo que, de hecho, reclaman las ONGs.

Mientras no exista una autoridad reglada y controlada (que no otra cosa es un Gobierno) los esfuerzos servirán para salvar tantas vidas hoy como las que se pierdan mañana. Pero seguramente nosotros seguiremos perdiendo el tiempo culpándonos moralmente a nosotros mismos como “opulentos occidentales”. Una actitud de engañosa autocrítica en el fondo muy grata porque creernos los culpables personales incluso de lo que pasa en Somalia nos refuerza como centro del universo. Así de engreídos y autosatisfechos somos.