viernes, 25 de noviembre de 2011

Capitalismo estúpido

En defensa de una educación plenamente vocacional mi mujer y mi cuñada afirman que “es mejor estudiar en la universidad lo que te gusta y te motiva aunque termines fregando en un supermercado, que estudiar con enorme sacrificio lo que todo el mundo recomienda para acabar fregando en un supermercado”.
Foto El Mundo Today

Ya ven que no muy lejos de las expectativas laborales que la mayoría de los jóvenes tiene en este momento. Cierto es que estamos en una crisis muy profunda pero también lo es que el empobrecimiento de los trabajadores, incluso de los que cuentan con formación superior, lleva lustros creciendo, especialmente en los tiempos de plena bonanza (que nadie llamaba bonanza entonces).

Y ya no son sólo los jóvenes quienes sufren esa miserización sino que se ha convertido en el paisaje contractual y salarial normal para un inmenso número de personas, incrementando la bolsa de los denominados “trabajadores pobres”.

Disponer de trabajadores baratos y sin derechos es estupendo para la cuenta de resultados a muy corto plazo de las empresas (que es la única visión con la que se gestionan ahora casi todas) ya que facilita que sus productos o servicios se presenten en el mercado en condiciones de precio (solo de precio) muy ventajosas. Sin embargo para que exista un “mercado” es imprescindible que a él acudan no solo los que venden sino también los que compran y ahí está el problema.

La fábrica de Volkswagen de Navarra no vende coches porque la gente no tiene dinero para pagarlos y tira con el viejo. Casi la mitad de los beneficiarios vascos de viviendas de protección oficial, renuncia a lo que antes se consideró “un chollo” porque su banco o caja no les concede ahora el crédito para poder pagar la parte del precio que tienen que afrontar. Los expertos hablan ahora preocupados de una “compra defensiva” en alimentación plagada de marcas blancas y hasta los expertos sanitarios nos previenen de un previsible deterioro de las condiciones de salud derivadas de una dieta de crisis, menos saludable, porque “una hamburguesa cuesta menos que dos manzanas”.

Veo que el Presidente de la Bilbao Bizkaia Kutxa, Mario Fernández, se ha dado cuenta ahora y ha comprado el discurso que Alfredo Pérez Rubalcaba explicaba en la reciente campaña electoral: Que una austeridad a ultranza no nos permitirá salir de la crisis.

Lo cierto es que el capitalismo sin control contiene en sí mismo las semillas venenosas de su propia destrucción:
  • Ningún competidor fue nunca partidario de la libre competencia, solo que no podía evitarla. Ahora las grandes corporaciones industriales y financieras se saben capaces de acabar con la libertad de mercado. Y lo han hecho.
  • Toda empresa prefiere el mínimo costo salarial posible pero, sin embargo, necesita que el resto de empresas no hagan lo mismo para que los empleados de las demás puedan comprar lo que ella produce.
  • La búsqueda del beneficio inmediato a toda costa de unos pocos irresponsables obliga a sus competidores cabales a subirse a esa rueda, que saben de locura, simplemente para poder sobrevivir.
  • La concentración de la riqueza en muy pocas manos aumenta la pobreza del conjunto de la sociedad.
Decía el verdadero liberal Tomas Jefferson en 1802 que "las instituciones bancarias son más peligrosas que un ejército preparado para el combate". Así es; sin control público, sin Estado, sin la acción de la política en definitiva, el neoliberalismo (nada liberal por cierto) nos lleva al abismo.

Y aquí todavía hay quien dice que el problema es el Estado. Ya que no escuchan a Rubalcaba, dígales usted algo Sr. Fernandez a ver si a usted le hacen algun caso. Ya que obviamente no son partidarios de aplicar criterios de justicia, que al menos sea por la pasta

domingo, 13 de noviembre de 2011

¿Fin de la garantía?

El malecón se ve bajo el agua. Foto MARM

Un viejo amigo arquitecto me dijo una vez que los romanos eran los peores ingenieros del mundo. Probaba su afirmación apelando a la extremada longevidad de sus construcciones y a su capacidad de soportar usos que jamás pudieron siquiera imaginar sus constructores, como por ejemplo el paso de camiones de motor y gran tonelaje. Le parecía a mi amigo que hacer algo capaz de soportar lo imaginable y también lo inimaginable no era una demostración de eficiencia. Y posiblemente tenía razón.

Pero Esteban hacía esta afirmación con ánimo provocador y no ignoraba que los latinos trabajaban pensando que su mundo duraría para siempre. Cayo Julio Lacer, maestro constructor del puente ahora llamado de Alcántara, en plena Vía de la Plata extremeña, dejó escrito en su obra: PONTEM PERPETUI MANSVRVM IN SECULA MVNDI (El puente que permanecerá en pie por los siglos del mundo).

Hoy leo que en la maravillosa villa de Lekeitio tienen problemas con el malecón de Lazunarri, construido para proteger la zona portuaria de la acumulación de los sedimentos que arrastra el río Lea en su desembocadura. El malecón es un muro submarino que une la costa con la isla de Garraitz. En marea baja muchos lo hemos recorrido andando para llegar a la isla y muchísimos han descubierto sorprendidos que cuando el agua sube no hay más remedio que nadar para volver.

Todo sería normal si no fuese porque también he leído que ese malecón cuya rotura está creando ahora problemas a la flota pesquera fue construido nada menos que en el siglo XVIII.

Me llama la atención que hoy, quienes vivimos tantos años depreciemos el valor de lo que hacemos y lo consideremos tan provisional mientras que hombres y mujeres cuya esperanza de vida era de pocas décadas viviesen como si su mundo fuera a ser eterno. Y así construían las cosas, no solo los romanos. Tal vez Obelix se equivocaba y los locos seamos nosotros

Recomiendo el excelente documental “Obsolescencia programada. Comprar, tirar, comprar”. ¿Tendrá la crisis algo que ver también con esto?

lunes, 7 de noviembre de 2011

Contra el debate


Faltan varias horas para el debate televisivo entre Rajoy y Rubalcaba y voy a aprovecharlas para escribir estas líneas ahora, antes de su celebración, para que nadie pueda pensar que lo escrito esté motivado por un supuesto mal papel que haya podido hacer mi candidato (que es el socialista, por supuesto) y al que dan por “ganador” las apuestas.

Como ya he escrito en este blog, no me gustan los debates políticos televisivos. Debo ser “rara avis” pero es así. Creo firmemente que el deterioro de la calidad de la política tiene mucho que ver con su conversión en un espectáculo y con el consiguiente abandono de la reflexión serena y responsable. Un deterioro que me parece ya alarmante y que ese debate que emitirán las televisiones esta noche sólo va a contribuir a incrementar.

La televisión es un medio perfectamente inadecuado para que se manifieste en ella la reflexión responsable, atrevida y (cuando haga falta) impopular. Todo lo contrario, allí lo que vende y lo que gusta es la bronca, el ingenio hueco, la pose superficial y las técnicas de telegenia. Nada que a mí me importe a la hora de escoger a quien vaya a conducir mi país.

Por si fuera poco, emisoras de radio y otros medios de comunicación, ya están dando la matraca con el tema. Ni una reflexión he leído o escuchado que no tenga que ver con frases redondas de otros debates, con algunas afortunadas tonterías que se dijeron o con desgraciados argumentos que se emplearon. Cuando no con corbatas, peinados o gestos. La banalidad idolatrada.

De hecho si algo se ha criticado es la supuesta “rigidez” de las normas de respeto a los tiempos y a los turnos que se imponen en estos debates, ya que lo que gusta a la grada es la interrupción constante, la pelotera, la descalificación personal y todas esas tácticas de los debates con los que nos fustigan en los programas de la tarde, esos sí plenamente ajustados al medio televisivo, y que tanto gustan a la audiencia.

Pero lo peor de todo, lo más irritante es la tontería que se hartan de proclamar los opinadores de que el debate sería algo así como una prueba de calidad democrática, una herramienta imprescindible para la creación de opinión y una vía de refresco y regeneración que nuestra democracia necesitaría. Por el contrario, esta noche, como en todos los casos anteriores será la destreza en la dialéctica vacía, la agresividad medida hacia el contrincante, o la buena imagen física de los actores de esta pura comedia lo que contará. En mi modesta opinión, justamente lo que menos necesita nuestra democracia para recuperar el prestigio y el valor que ha perdido ante la ciudadanía.

No obstante, esta noche haré un esfuerzo, como en otras ocasiones, y lo seguiré hasta que no pueda soportar más ver cómo me toman por idiota, cosa que suele ocurrir a los pocos minutos del comienzo. Completaré este post a la noche informando de cuántos aguanté.
(lo puse en los comentarios)

viernes, 4 de noviembre de 2011

Política y felicidad

Escuchadas algunas de las quejas y reivindicaciones que menudearon con el movimiento de los indignados pensé que el evidente malestar social que expresaban tenía mucho que ver con la forma de comunicar la política.

Se ha convertido en algo general obviar, cuando no ocultar, las dificultades y problemas inherentes a cualquier acción o decisión política y sustituir esa incómoda complejidad por la simulación, contraria a toda realidad, de que se trata de decisiones sencillas, evidentes, indiscutibles y, sobre todo, sin otras consecuencias que las benéficas que se pretenden al proponerlas o adoptarlas. Nunca hay, ni puede haber, efectos secundarios. Todo es fácil y en consecuencia, sólo hay que acertar votando a quien propone que eso tan factible sea también lo que a uno le conviene que se haga.

Debo admitir que esta trampa resulta tentadoramente rentable desde el punto de vista electoral y muy del gusto, además, de la mayoría de los medios de comunicación, a los que la banalidad atrae como la miel a las moscas. Pero no por eso deja de ser una intolerable infantilización de la ciudadanía y una irresponsabilidad en quienes nos dedicamos a esto de la política. Una irresponsabilidad con consecuencias, por cierto.

Otro aspecto aún más venenoso de las tácticas de marketing político en uso es pretender inflar la importancia de la acción política, presentándola no como lo que es: reguladora de la convivencia, de los servicios y de los conflictos económicos y sociales, sino como nada menos que la causante y responsable de todo lo bueno y de todo lo malo que le pueda suceder a cada uno de los ciudadanos.

Esta pretensión, que seguramente sería exagerada incluso en un régimen totalitario de aquellos en los que el Estado anulaba por completo al individuo y sus opciones, deviene en quimera insostenible en una sociedad de libertades y de derecho. Sin embargo quimera delirante o irresponsable exageración, tal absurdo encuentra una asombrosa aceptación social.

Agobiados por la urgencia electoral, hemos hecho creer a la gente no que éramos responsables de las leyes y del Gobierno de la cosa pública sino que éramos responsables directos de su propia felicidad. Ahí es nada. Puede, como digo,  que tal cosa resultase atractiva para captar un votante impulsivo en plena campaña pero resulta evidente que colocaba el listón del éxito político a una altura metafísicamente inalcanzable. Nadie puede garantizarme mi felicidad, ni yo mismo, ni mucho menos mis representantes políticos.

La combinación de ambas tácticas: banalizar las decisiones políticas y sus consecuencias mientras simultáneamente se las elevaba a una categoría de cuasi-milagrosas en cuanto a sus resultados, ha tenido como consecuencia que los ciudadanos viene ahora a reclamar los mágicos resultados prometidos y a protestar por las consecuencias negativas de las que nadie les habló. Y, claro, el resultado no podía ser otro que el fracaso y la desafección. Y así ha sido.

Cuando escuché a Mariano Rajoy prometer que va a devolver la felicidad a España, me acordé de esta reflexión y pensé que ese es precisamente el camino equivocado, tanto para el PP como para el PSOE como para cualquier otro político.

He vivido profesionalmente del marketing antes de esto a lo que me dedico ahora y creo que es una técnica que ayuda muy adecuadamente a casar demanda y oferta. No tengo, por tanto, nada en contra de que se utilicen técnicas de marketing en política pero sin olvidar nunca que la política es algo muy profundo y los ciudadanos son mucho más que consumidores de eslóganes.