jueves, 31 de octubre de 2013

No me rayes


“El delantero se colaba y no ha tenido más opción” (que hacerle una falta terrible). Esta expresión, nada sorprendente en el mundo del fútbol, perfectamente podría haberla pronunciado el responsable de la NSA (la Agencia Nacional de Seguridad americana) respecto a las escuchas ilegales realizada a miles de ciudadanos europeos, incluidos algunos presidentes y primeros ministros.

Es fácil comprobar que vivimos un mundo en el que las reglas, sean las del deporte, las de circulación o las de la misma democracia, se consideran válidas siempre y cuando no impidan el objetivo fundamental que es que yo gane. Lo asombroso no es la violación misma de los reglamentos y leyes, que siempre ha estado dentro de lo previsto, sino que tal desafuero se presente como parte de otras reglas “no escritas” que supuestamente todo el mundo conocería y debería aceptar de buen grado: Si un delantero hábil se cuela, vale usar la violencia y, si no hay más remedio, se aceptará la tarjeta como mal menor. Si no hay otra plaza libre es normal aparcar en la de minusválidos y si dispongo de los medios para hacerlo pincharé el teléfono de Angela Merkel, a ver lo que habla. Y que nadie me reproche porque apelaré a argumentos tan sólidos como “las cosas son así”, “todo el mundo lo hace” o “no me rayes”.

Los norteamericanos se saltan sus propias reglas para pincharle durante 10 años el móvil a la Merkel y conocer así sus secretos, pero persiguen con sagrada indignación a Edward Snowden, refugiado ahora en Rusia, por saltarse sus reglas y contar los secretos obtenidos saltándose las reglas.

Pero no hace falta irse lejos. En el deporte escolar vasco se va a instaurar ahora la tarjeta negra para los padres, y también madres, que actúan como rabiosos hooligans en los partidos de sus hijos. Un 27% de agresiones verbales y un 14% de ataques físicos les ha parecido suficiente a los responsables de esta actividad, que se suponía educativa. Y también van a ocuparse de evitar la práctica de obtener ventajas para el equipo falsificando fichas de chavales mayores. Si, si, lo que ha leído.

No sé si estamos ante lo que se ha llamado relativismo moral o ante la simple, tradicional y castiza cara dura. Pero si empezamos a enseñarla los fines de semana en las canchas de polideportivos y colegios, un día serán nuestros hijos quienes nos pinchen el teléfono o nos crackeen la clave de la tarjeta. Y no les rayes.

jueves, 24 de octubre de 2013

Keep calm

Cesare Beccaria

En 1764 Cesare Beccaria publicó un libro titulado “De los delitos y de las penas”, que inició la transformación de la Justicia y de su aplicación. Hasta entonces la cárcel era el lugar en el que simplemente se esperaba la muerte, fuera en la propia celda o en la plaza pública. El delito o las leyes daban un poco lo mismo, lo que importaba era lo que opinase el poder, y a veces el pueblo enardecido.

Varios siglos después vino otro enorme cambio: el que establecía que las penas tienen como objetivo último la reinserción del preso y no el simple castigo. Así lo recoge nuestra Constitución y por eso hay educadores en las cárceles, beneficios, terceros grados, etc. En definitiva, el Estado se impone deberes a sí mismo incluso respecto a quienes quebrantan la Ley.

La excarcelación de Inés del Río y de otros asesinos orgullosos de serlo ha puesto a prueba estos días la templanza de nuestra sociedad. Resulta íntimamente duro aceptar que las leyes democráticas ofrezcan derechos a quienes seguramente son imposibles de reinsertar o reeducar porque no reconocerán nunca su miseria moral, sean terroristas, asesinos en serie o violadores. Sin embargo es así. Y debe ser así. El Estado democrático es moralmente superior a los delincuentes porque se obliga a sí mismo a actuar con respeto a la ley y tratando, además, de reinsertarlos. Incluso cuando sabe de sobra que el resultado no será el deseado. No es su dignidad la que les hace merecedores de derechos. Es la nuestra.

Es por esa misma dignidad por lo que no negamos el derecho a la educación a ningún niño, por obvio que sea que sus limitaciones o su actitud le impedirán aprender. Ni suprimimos la atención sanitaria a quien no se cuida adecuadamente o a aquellos que se sabe sin duda que no podrán ya mejorar.

Lo máximo legal que alguien puede estar en la cárcel en España son 30 años (40 en la nueva Leyhaya hecho lo que haya hecho. Comprendo a quienes se duelen porque alguien que ha matado a decenas de personas salga antes de ese tiempo pero sospecho que tampoco ese plazo les parecería suficiente. En tal caso lo que tenemos no es un problema con el Tribunal de Estrasburgo, lo tenemos con nosotros mismos y con nuestra tentación de regresar a antes el siglo XVIII, a los tiempos no del derecho sino de la venganza pública. Yo creo que, incluso acalorados como ahora, debemos mantener la dignidad.


sábado, 19 de octubre de 2013

¡Somos ricos!

Foto La Vanguardia

Si todavía no ha oído usted hablar de la “Balanza Fiscal” prepárese porque es el concepto económico que está arrasando en las pasarelas del debate político de estas semanas y apunta a que va a ser tendencia durante bastante tiempo.

El invento consiste en tomar en cuenta los impuestos que pagamos los habitantes de cada comunidad autónoma, no uno a uno sino todos juntos en unión y restarle lo que el Estado invierte globalmente en ese territorio. Gracias a este novísimo método de cómputo una simple cuenta divide España, instantáneamente, en comunidades ricas (las que aportan más impuestos de lo que reciben) y pobres (las que reciben más de lo que pagan sus ciudadanos todos en mogollón). A partir de ahí se desprenden como cerezas enganchadas las reivindicaciones de “equidad colectiva” y las denuncias de supuestos abusos y hasta de robos.

Pues resulta que en ese reparto de ricos y pobres a nosotros los vascos, y las vascas, nos ha tocado ser de los ricos, junto con catalanes, madrileños y un poco los riojanos. Es fantástico. Maravilla ver lo bien que nos sientan esos aires que nos llegan del Noreste de la península.

Somos de los ricos -oiga- así que no se moleste usted en mirar su cartera, ni tampoco el extracto de su cuenta (es más, le recomiendo que no lo haga). Lo que tengamos usted y yo es lo de menos porque a partir de ahora lo que va a contar es lo que tenemos entre todos los habitantes de cada comunidad, seamos vascos, castellanos o murcianos, sin bajar a engorrosos detalles que tanto complican y afean la cosa.

La duquesa de Alba, por ejemplo, sumada al resto de los andaluces, será de los pobres. Lo serán incluso más que todos los gallegos sumados, incluido Amancio Ortega.

Usted y yo, en cambio, seremos de los ricos. Menudo chollo. Hasta ahora ser vascos nos había servido para convertirnos de saque en trabajadores, honrados, gente de palabra, innovadores, buenos cocineros eta abar, todo ello sin hacer esfuerzo alguno. Ahora es que, además, nos hemos hecho ricos. ¿Para qué queremos más?

No se deje engañar, todo esto ha nacido con el objetivo de justificar un retroceso de las obligaciones fiscales de las personas ricas y, de paso, abandonar un poco más a sus vecinos pobres y para eso nada mejor que disimular las diferencias entre la opulencia de unos y la miseria de otros detrás de un mar de banderas al viento. Es solo eso. Ya puede volver a mirar su cartera, si quiere.


viernes, 11 de octubre de 2013

Benditas mafias


Algunos de los submarinistas que trabajan en la isla de Lampedusa salían del mar llorando, impresionados por haber visto a cientos de cadáveres en torno al barco hundido. “Mires donde mires hay cuerpos” -se quejaban- y en la bodega parece que quedan muchos cadáveres, entre ellos niños abrazados a sus madres.

Cuando escribo esto se han recuperado 287 muertos y aún faltan, porque los 155 supervivientes hablan de unos 500 pasajeros. Toda Europa está conmocionada y en la propia isla han abucheado al Presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durão Barroso, y a los representantes gubernamentales italianos. Buscamos culpables porque la tragedia nos resulta aplastante, insoportable y nuestro enfado es mayor al saber que a los fallecidos se les hará un funeral de Estado, mientras que a los supervivientes se les impondrá una multa antes de ser expulsados. ¡Es para morirse!

En los últimos 25 años se estima que se han ahogado en el Mediterráneo unas 25.000 personas pero los gobiernos, incluido el nuestro, han reaccionado ponderando los avances en los sistemas de control de fronteras, que ha evitado que miles de personas mueran en el mar y en su lugar lo hayan podido hacer, discretamente, en los lugares de los que quisieron huir.

Pero es la misma sociedad europea que hoy, piadosa, se remueve de pena la que no quiere inmigrantes en sus calles. Son los medios que cada día publican encendidas cartas contra los supuestos abusos de las personas extranjeras los mismos que esta semana han desplazado corresponsales y cámaras a documentar el horror en Lampedusa.

Menos mal que han detenido al capitán. Benditas mafias a las que afortunadamente podemos echar la culpa. Gracias a ellas podemos engañarnos y decirnos que es por culpa de esos traficantes por lo que tanta gente se embarca en los cascarones de la muerte. Cuánta ceguera voluntaria para no ver que son nuestras leyes, que a tantos europeos les parecen demasiado permisivas, las que les obligan a ponerse en manos de delincuentes. Si no fuese por ellas, embarcarían en barcos legales, pagarían un billete a precios normales, tendrían seguro de viajeros, agua, comida y servicios médicos.

Hemos hecho que la inmigración sea ilegal y toda demanda de algo ilegal genera mafias que la aprovechan, sea en las luminosas playas de los paraísos fiscales del Caribe o en las nocturnas del norte de África. Solo que en este caso lo que las leyes europeas están prohibiendo es la esperanza de una vida digna. Por eso mismo venían con sus niños en brazos. Sí que es para morirse, sí.

Publicado en Danok Bizkaia el 11 de octubre de 2013

viernes, 4 de octubre de 2013

El Papa sí puede


La democracia es un régimen lleno de virtudes, pero no por eso carece de defectos e inconvenientes. A la tiranía, que es el gobierno absoluto, unipersonal y sin contrapesos, le pasa justo lo contrario: que está llena de desigualdades y peligros pero que, paradójicamente, también tiene sus ventajas.

Un buen ejemplo lo tenemos con los cambios que el Papa Francisco está impulsando desde Roma, sobre los que se levantan voces de admiración entre los sectores progresistas de la Iglesia y de fuera de ella. Han gustado mucho sus declaraciones al diario La Repubblica en contra del funcionamiento de la corte vaticana, a la que ha tildado nada menos que de “lepra del papado” y no faltan demócratas de izquierdas que se ha felicitado de que el Vicario de Dios en la Tierra se manifieste contrario al “liberalismo salvaje” que hace que "los fuertes se hagan más fuertes, los débiles más débiles y los excluidos más excluidos". Confieso que a mí también me ha parecido muy bien que dijese que "se necesitan reglas de comportamiento y, si fuera necesario, también la intervención del Estado para corregir las desigualdades más intolerables".

Da gusto saber que quien tiene el poder en una institución mundialmente tan importante es una persona buena, con altos valores, preocupada por la injusticia y -como también ha dicho- con "la humildad y la ambición" de impulsar cambios a mejor.

Porque, si se empeña, podrá llevarlos a cabo precisamente porque la Iglesia no es una democracia, sino una tiranía (recuerde el lector lo que le dice Jeremy Irons a Robert de Niro en “La Misión”). Nadie en el Vaticano tiene derecho a torcer la voluntad de quien tiene el poder absoluto. Precisamente en eso consisten las tiranías.

Y cuando al frente de ellas hay alguien sabio y bondadoso todo son ventajas: Las cosas se resuelven en un titá, los “malos” son apartados sin posibilidad de rechistar, lo que hay que hacer se hace sin pérdida de tiempo y aquí paz y después gloria. Lo malo suele ser que hay muy pocos tiranos santos y que pretender atajar por ahí suele acabar como el Rosario de la Aurora.

Yo ya he deseado en estas mismas páginas al Papa Francisco voluntad, fuerza y acierto, pero de ninguna manera quiero que el sistema de gobierno del que él disfruta se extienda más allá de su Iglesia. Es más, me preocuparía que creyésemos en la democracia sólo cuando los resultados son los que deseamos y aplaudiésemos la tiranía cuando sus resultados nos complaciesen.

Publicado en Danok Bizkaia el 4 de octubre de 2013