jueves, 29 de mayo de 2014

Ha nacido el molismo


El molismo es ya el nuevo y fresco movimiento político que se abre paso entre las anticuadas y obsoletas ideologías, cuya extrema debilidad solo les permite ya apartarse avergonzadas ante el ímpetu, la fuerza mediática y la provocadora y juvenil irreverencia de los representantes de la nueva tendencia.

El molismo es la ideología perfecta para un inmenso sector de la ciudadanía. Un segmento de población que en absoluto percibe lo que rodea su vida como el resultado de una compleja e intrincadísima red de servicios, tecnologías, de relaciones económicas y, naturalmente, de tensiones, equilibrios e intereses muy diversos y enmarañados.

Que el wifi funcione sin cortes, que haya pan en la panadería y naranjas en el súper (incluso en julio) les parece no solo lo más normal del mundo sino el suelo mismo a partir del que uno empieza a hablar de lo que sea.

Los coches eléctricos no contaminan –alegan sinceros- como si llegasen a los concesionarios por arte de magia, desapareciesen del mismo modo de los desguaces y la electricidad que consumiesen se creara en los enchufes de los garajes.

Cuando suben a una máquina de varias toneladas que les lleva a 900 km/h por un entorno a 40 o 50 grados bajo cero, con una presión exterior letal para cualquier ser vivo, solo apreciarán la mayor o menor calidad del catering y será eso lo que les moverá a la queja o al aplauso.

Consumidores antes que ciudadanos, los molistas gozan de una envidiable simplicidad en sus preocupaciones pero, desde luego, no carecen de ellas. Aunque, como ignoran y desdeñan cualquier complejidad, absolutamente todo lo explican en términos de unos malos malísimos que hay y que abusan siempre de todos los demás, ellos incluidos. Encantador.

De hecho el molismo es el paraíso de la simplicidad también en sus reacciones ante todas las cosas que, o “molan” o “no molan”.  Si se les apura pueden incrementar la escala con dos conceptos superlativos “mola mazo” en el extremo positivo o “raya” en el negativo. (me disculpará el lector pero al tratarse esta última de una palabra exclusivamente oral no puedo garantizar su ortografía correcta)

Ni se le ocurra a usted pretender obtener explicación alguna sobre las razones por las que algo mola o no mola y menos aún les hable de consecuencias o efectos negativos que podrían no molar al molista. Lo que mola, mola y si hay alguna mala consecuencia pues esa no molará y fin del razonamiento. Asombrosamente, su mayor o menor preparación académica les servirá para enmarañar más o menos esa simple respuesta pero para nada más.

Es una triste paradoja que la ilustrada admiración humana por la ciencia y el progreso haya ido desapareciendo justo cuando la tecnología explotaba en un big bang de novedades, posibilidades y éxitos. El asombrado ciudadano don Hilarión, que cantaba aquello de “hoy las ciencias adelantan…que es una barbaridad”, se ha visto finalmente sobrepasado por tantos avances y sustituido por una casta (esa sí) de partidarios de explicaciones fáciles y de soluciones tan instantáneas como el cacao que conocen desde niños.

Arthur C. Clarke, autor de la novela que Kubrick convertiría en la inolvidable “2001: Una odisea del Espacio” dijo que "toda tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia” y, sospecho que no hizo otra cosa que predecir la aparición de una sociedad nueva que responde perfectamente a esa descripción y que precisaba también de una ideología nueva. Ya la tiene.



martes, 27 de mayo de 2014

El nido revuelto del PSOE

Nido de aguililla calzada

Leyendo y escuchando esta polémica dentro del PSOE sobre si deben celebrarse primero las primarias abiertas que elijan el candidato o candidata a la Moncloa o, por el contrario, si debe ser primero el congreso que elija la nueva dirección me he acordado de un fenómeno natural común entre las aves.

Se llama cainismo y consiste en que, en momentos de escasez, el primer pollo en salir del huevo, en cuanto adquiere cierto tamaño mata a su hermano para así quedarse para sí con toda la atención y el alimento que aportan los padres.

El PSOE ha decidido que va a tener dos líderes, uno elegido en primarias abiertas para ser su cartel electoral y otro elegido en congreso para dirigir el partido desde Ferraz. Es una situación novedosa, que a mi me gusta, pero no se me escapa que esta fórmula no tiene tradición entre los socialistas.

Sin embargo la mucha acritud con que veo que se está discutiendo sobre esta prioridad me hace sospechar que aquí hay algo más que un simple criterio de oportunidad y que tal vez no todos los socialistas hayan entendido del todo bien lo que significa tener simultáneamente dos líderes distintos, con legitimidades distintas y con funciones también diferentes. Esa sospecha y mi afición por la ornitología quizás me estén jugando una mala pasada a la hora de valorar tanta vehemencia sobre quién debe “nacer” primero.

domingo, 18 de mayo de 2014

Euskadi se atraganta con 30 millones de dosis de europeísmo

Las instituciones europeas nos han puesto a los vascos y vascas una multa de 30 millones de euros por una razón muy fundamental: porque pueden.

Por si esa razón no fuera suficiente, el motivo de la sanción resulta bastante humillante, ya que la multa se ha justificado no ya en el error de las “vacaciones fiscales” sino en la contumacia de nuestros responsables políticos que, con toda clase de subterfugios, demoras e ignorancias retrasaron más de una década la reparación que se nos exigía.

No es plato de gusto de nuestras cercanísimas instituciones pasar por aro alguno. Acostumbradas, como están, a que su voluntad sea Ley, no les ha hecho ninguna gracia que Europa se muestre en esto tan implacable como acostumbran a serlo ellas mismas cuando un ciudadano “se hace el orejas” con sus propias normas. Algo que también suele terminar con la devolución de lo distraído y una multa adicional; por “listo”.

Para quien no esté al corriente de las peculiaridades institucionales vascas, recordaré una figura jurídica antigua y muy pintoresca llamada “pase foral”, que consistía en “acatar” pero no cumplir las leyes de la Corona Española. A ejercer esa figura tan atractiva y ventajosa la gente del común también le llamamos “pasar” pero vinculando la acción con algunas partes de nuestra anatomía que no queda bien citar. No puedo evitar pensar que habrá habido quien creyese íntimamente que ese supuesto derecho a “pasar” iba a colar también con los aburridos y ocupadísimos funcionarios de Bruselas pero no ha sido así, naturalmente. El término “jacobino” que aquí se usa tan a menudo como insulto, en los despachos europeos es, simplemente, lo normal.

Ahora que estamos a punto de votar en unas elecciones europeas puede ser un buen momento para darnos cuenta de que la construcción europea, tan aplaudida, tan legendaria y tan poco comprendida no es otra cosa que el camino hacia la creación de un gran poder único en el Continente. Y el poder se tiene para ejercerlo, no para otra cosa. Por eso lo más sorprendente de todo es la propia sorpresa con que ha sido acogida la noticia de la muy previsible multa.

Hay muchas paradojas en este episodio. La primera es que los nacionalistas vascos, a los que nada molesta tanto como tener a nadie mandando por encima de ellos, hayan apostado siempre por las instituciones europeas. Tal vez su error fue creer que cualquier debilitamiento del Estado que sienten como opresor era bienvenido, sin darse cuenta de que el poder que pierden los Estados tradicionales se traslada a un gran Estado europeo, más grande, más moderno, más alejado, más poderoso y seguramente más frío. Quizás también más jacobino. Donde, desde luego, ni entienden nuestra “particular idiosincrasia”, ni les preocupa lo más mínimo ignorarla.

Pero en esta indigestión de realidad europea los nacionalistas no han estado solos, ni mucho menos. Aquí no caben airadas críticas ni vocerío de indignación de ninguno de los grandes partidos vascos que, conscientes de que los votantes están más cerca que los despachos europeos, siempre han sido entusiastas de toda clase de ayudas de Estado y lo que es peor, de disimular cuando, al verlas, nos reprendían desde Europa.

La multa nos llega justo en el peor momento para la imagen de la Unión, que ha pasado de ser vista como una ventana de esperanza a percibirse como una institución enemiga y “sin alma”, como ha dicho el Lehendakari. Y encima, para mayor recochineo, en plena campaña electoral ¡lo que son las cosas!

De todos modos el próximo lunes me temo que nadie más que nosotros va a acordarse de la multa a las instituciones vascas porque las portadas de los medios se llenarán seguramente con la explosión del populismo antieuropeo, que amenaza con ganar las elecciones en Francia y en otros países con un discurso claro, inequívoco, nítidamente partidario de la destrucción del euro y de lo construido en Europa.

Aunque veamos a Europa como fuente de muchos de nuestros males, parece que en España todavía mantenemos cierto grado de respeto por un proyecto fuera del cual sabemos que no hay ninguna opción. Sin embargo no es imposible que esa marea nos acabe llegando y, como ha pasado siempre con las cosas que nos vienen de fuera, que nos hagamos tan euroescépticos como ellos o más aunque, eso sí, con el retraso habitual. ¿Quién asegura que vayamos a ser europeístas siempre? Desde luego ver que desde Bruselas o Estrasburgo no solo deciden sobre nuestra economía, nuestra moneda o nuestro sector naval sino que, además, se permiten la osadía de sacarnos el talonario de multas, no va a ayudar.

Mientas los movimientos antieuropeistas crecen y mientras decae el prestigio de la Unión Europea es cuando, paradójicamente, ésta gana más poder. Así que hasta no ver cómo evoluciona la cosa: si gana el populismo y pierde Europa o si, por el contrario, vuelve la cordura y la Unión recupera su impulso y su poder, yo pagaría discretamente la multa y procuraría no llamar mucho más la atención de los funcionarios europeos, por si acaso. Y, desde luego ahora que se oye hablar tanto de unión financiera y fiscal no iría enseñando y alardeando por ahí del Concierto Económico. No vayamos a tener otro disgusto.

martes, 13 de mayo de 2014

Condenar el asesinato

Uno de los síntomas de esta sociedad tan enferma como la que formamos los españoles es el deterioro de algunas importantes perspectivas morales básicas.
Noticias Cuatro

Buen ejemplo de ello es que el asesinato de la Presidenta de la Diputación de León ha desatado un alud de “condenas” y de “repulsas”. Parece que hay cola para apuntarse en la lista de aquellos a quienes “les parece muy mal” que se asesine a una persona y nadie quiere quedarse fuera del círculo de los que lo manifiestan con vehemencia y rotundidad.

Después de tantos años de terrorismo, de tanta sangre y de tanta manipulación por parte de quienes la derramaban, hemos debido olvidar que el asesinato no es, ni ha sido nunca, una opción ante la que uno decide si está a favor o en contra.

Ocurre igual que con el maltrato hacia las mujeres, o con el secuestro de niñas o con el fraude fiscal. Por supuesto que podremos manifestar el impacto emocional que nos produce, pero no nuestra condena, puesto que el hecho es inaceptable en sí mismo y nadie, al menos nadie en sus cabales, va a salir a aplaudirlo. Y si alguien entre nosotros lo hiciera, se le aplicaría la Ley o se le administraría el tratamiento médico que, sin duda, ha debido de abandonar.

Sin embargo esta sociedad convalece aún de tiempos cercanos en los que el crimen se aplaudía por parte de amplios sectores de población o se “deploraba” por grupos aún más numerosos. Es decir, que matar era una opción ante la que, incluso, cabían matices y estados intermedios.

De esas posiciones tan asombrosas como inmorales surgió la costumbre -la mala costumbre- de condenar expresamente los asesinatos. Digo mala costumbre porque, tantas manifestaciones contrarias a los asesinatos lograron que se perdiera la perspectiva de que esa es la única opción aceptable, llegando a convertirla en una elección más de entre las posibles, lo que inevitablemente abría hueco para la existencia de las otras, de las que loaban a los asesinos o de las que manifestaban su “incomodidad”.

Se ve que en esas seguimos. Que nos queda mucha rehabilitación social y moral por delante y que los viejos tics de la enfermedad que nos inoculó el nacionalismo vasco radical, siguen ahí, instalados en el imaginario colectivo de la política española, impidiendo que nos movamos con soltura moral o con la simple decencia de las sociedades sanas.

De esto mismo puedes leer aquí y aquí.