martes, 28 de octubre de 2014

La democracia según San Lucas


¡Ay de aquel que escandalice! Más le valdría que le ataran al cuello una piedra de moler y lo precipitaran al mar. (Lucas 17,1-6).

Da la impresión de que nuestra rica tradición católica está mucho más a flor de piel de lo que podríamos pensar. Al menos así lo parece en Bilbao, donde estamos asistiendo en las últimas semanas a la condena social de unos empresarios que se han creído que podían acogerse a la Ley para abrir una discoteca en un edificio industrial en el que tal actividad está permitida. La reacción de los vecinos del entorno entra dentro de lo esperable. A nadie le gusta tener un lugar que genere movimientos y ruido nocturno cerca de su casa.

Lo que ya resulta mucho menos admisible es la vehemencia y pasión con que nuestro Ayuntamiento se ha mostrado no ya comprensivo con los vecinos, sino dispuesto a evitar a toda costa que ese proyecto -insisto- legal, pueda llegar a buen fin. Las manifestaciones públicas de nuestros ediles han sido tan inequívocas que sin duda habrán contribuido a tranquilizar al vecindario. Aunque se reconoce oficialmente que no hay nada que reprochar a los promotores los responsables de nuestro gobierno municipal se han mostrado dispuestos a mirar “con lupa hasta el último centímetro” del proyecto, con un evidente y manifiesto deseo de encontrar como sea algún resquicio que les permita impedir que la discoteca abra. Eso sí, procurando evitar que un desliz jurídico obligue a nuestra corporación, ya escaldada por otros casos, a indemnizar a un particular al que se le estaría negando su derecho a una actividad legal.

Bilbao parece que aspira a convertirse en la capital europea de los movimientos Nimby así que la escalada de declaraciones no ha tenido desperdicio: si los propios ediles han reprochado que “la juventud no está acostumbrada a salir en silencio de esos locales” (sic), algunos vecinos y vecinas han declarado cosas como que “casi todo el mundo saldrá borracho”, “les dará por tirar todo lo que encuentren por delante”, “no quedará nada en pie”; profecías que demuestran que si nuestros concejales son devotos de San Lucas, la vecindad lo es directamente del Apocalipsis.

Que el local en cuestión se encuentre a 500 metros de una afamada facultad de Derecho no le ha servido para encontrar aliado alguno. No están los tiempos para enfrentarse a la oclocracia que asola el país, ni para los profesionales de la Justicia ni menos aún para quienes ya atisban las próximas elecciones municipales.

De hecho, la oposición, unánime en este caso, si algo ha reprochado ha sido la actitud titubeante del gobierno local, que miraba timorato el resquicio de la Ley en lugar de tirar ‘palante’, caiga quien caiga (la Ley incluida) que para eso somos de Bilbao.

Así que el asunto parece que va a arreglarse a lo grande y por la vía legal; se va a cambiar nada menos que el Plan General (PGOU), esa especie de Constitución urbanística de nuestros ayuntamientos, que vino de la mano de la democracia, que permitió planificar racionalmente nuestras urbes y que ahora va a modificarse a uña de caballo para evitar que se abra un local de ocio concreto en un lugar concreto. La Ley se reformará para evitar esa discoteca, y supongo que todas las demás. Solo espero que ningún movimiento vecinal venga un día a reclamarlas, no sea que haya que volver a cambiar la Ley para darle satisfacción.

Llama la atención que los mismos responsables municipales que se precian de parar este proyecto hayan dicho esta misma semana que quieren que Bilbao sea una ciudad universitaria. Digo yo que pensarán en universitarios de esos de corbatita, jersey de pico y a las 10 en la cama, que mañana hay que ir a clase y estudiar mucho. No sé si será posible conseguir una ciudad más universitaria pero ya anticipo que estudiantes de esos no los vamos a pillar jamás, ni siquiera en esa universidad católica que contempla en silencio la victoria de la pancarta sobre la Ley, que se desarrolla a solo 500 metros de sus nobles aulas.

Con todo, para mí lo más escalofriante ha sido una expresión de una de las vecinas contrarias a la discoteca que ha declarado con sincero desparpajo: “Es una lástima que la gente no pueda ser dueña de sí misma y rechazar lo que a casi nadie nos gusta”. Me extraña que a la oposición minoritaria, que tanto ha jaleado las protestas, no le cause inquietud una reivindicación tan nítidamente partidaria de la piedra de moler.

Publicado en eldiarionorte.es el 27 de octubre de 2014

lunes, 20 de octubre de 2014

Ciudades idiotas


Tal vez haya oído usted hablar de las Smart Cities o “ciudades inteligentes”. Es un término con el que se quieren distinguir aquellas urbes con vocación de sumarse a la modernidad de las nuevas tecnologías y, mediante ellas, ofrecer a propios y visitantes muchos datos útiles y de interés, desde la calidad del aire hasta la congestión de tráfico, pasando por las plazas libres que hay en cada parking o lo que va a tardar el próximo bus.

No hemos hecho más que empezar. En pocos años la cantidad de información que podremos obtener así se va a multiplicar y lo harán también los aparatos mediante los que la obtendremos. La llamada “realidad aumentada”, que es la que combina lo que vemos en la realidad con los muchos otros datos informativos que nos ofrecerá ese entorno “smart” está dando ya pasos en el sector turístico, por ejemplo, y entrará en otros campos, sin duda alguna. Así que prepárense para acostumbrarse no ya a que todo el mundo vayamos mirando el móvil por la calle sino también a las gafas tecnológicas esas que nos permitirán “ver” la realidad y también otras muchas informaciones, todo a la vez. Miedo me da confundir un día una farola real con la de “realidad aumentada”.

Pero mientras el lector o lectora emula a Don Hilarión y contempla cómo adelantan los tiempos y cómo la tecnología se abre paso con rapidez y gran contento de nuestras instituciones, siempre tan encantadas de fotografiarse en entornos innovadores, le deseo fervientemente que no tenga usted necesidad de acudir a esas mismas instituciones a tramitar cosas normales, de las de toda la vida, porque descubrirá que el reservorio místico del sagrado papel y la pasión en utilizarlo para todo siguen ahí, impertérritos.

Cada vez que me veo en la tesitura de hacer trámites administrativos hay algo que me resulta completamente asombroso y es ver cómo los múltiples certificados y documentos que le pedirán en una u otra ventanilla los expide siempre un ordenador. Pero lo hace en papel, para que tenga que ser usted, en coche, moto, bici, bus o andando, quien lleve ese papel a otra institución (o a otra sede de la misma) donde se lo recogerán y lo adjuntarán a un expediente (acaso para digitalizarlo después, en cuyo caso ya sería la locura). No es raro que una institución Foral le pida a usted un documento (en papel) que acredite que es usted titular de la cuenta en la que Hacienda Foral le cobra el IRPF. No se extrañe si esa institución o el mismo ayuntamiento le exigen un papel; un papel ¿eh?, que certifique ante ese mismo ayuntamiento que usted vive donde usted dice que vive, que es justo donde le mandan la correspondencia municipal. También pueden pedirle –se lo digo yo- que demuestre (con un papel) que es dueño del vehículo por el que el mismo ayuntamiento que le exige el papel le cobra el impuesto de circulación. No sigo… Excuso decir que todas esas gestiones han de hacerse, faltaría más, personalmente y en horario laboral.

Resulta que la información más inconcreta y cambiante, como la meteorología o las plazas libres de aparcamiento la conocemos al momento pero es una odisea localizar los datos ciertos y fehacientes sobre usted mismo que, como dicen en su propia jerga, “obran en esta oficina”.

Las “smart cities” son ciudades capaces de obtener mucha información, manejarla y ofrecerla a sus ciudadanos en forma comprensible, útil y en tiempo real. No sé qué nombre deberían tener las ciudades que disponen de toda la información en formato digital y que, sin embargo, son incapaces de consultarla por sí mismas y necesitan que usted vaya a hacer una cola (con un sistema digital de turnos ¡tela!) para que le den un papel donde consta lo que ellas mismas ya sabían.

Bueno, tal vez sí se me ocurre un nombre.

Publicado en eldiarionorte.es el 20 de octubre de 2014

lunes, 13 de octubre de 2014

¿De qué va a vivir Bilbao?


A mi hijo mayor y a mi ciudad les está pasando algo parecido. Ambos están en pleno momento de transición, con lo anterior ya acabando pero todavía sin una idea ni aproximada de lo que pueda venir en adelante, de cómo irá tomando forma su futuro. Por supuesto que al chico se le nota más la inquietud pero a la ciudad también se la ve dubitativa y con desasosiego.

Estos días hemos sabido que en nuestro ayuntamiento va a haber un cambio profundo y que las próximas elecciones van a certificar el fin de la era Azkuna, uno de esos alcaldes emblemáticos que las tres capitales vascas han tenido en algún momento y, para nosotros, símbolo de una época. Se prevé el inicio de una nueva etapa, con caras nuevas en los partidos de siempre y quién sabe si con caras nuevas de partidos también nuevos.

A quienes elijamos los bilbaínos les tocará estrenar nueva agenda de prioridades. Aún queda alguna gran obra pendiente de la época anterior, como la que un día habrá que hacer en el entorno de la Estación ferroviaria de Abando, pero la auténtica estrategia de futuro de la ciudad está por diseñar.

Leo que el jueves pasado se iniciaron en Lund (Suecia) las obras de construcción de la fuente de neutrones por espalación, la ESS. Dicen que asistieron cientos de científicos de todo el mundo y también dicen que pocos o ningún político. La noticia me recordaba inevitablemente el esfuerzo, muy político, que se hizo para traer esa misteriosa infraestructura a Bilbao.

El turismo, cosa antaño desconocida para los que peinamos menos pelo y alguna cana, nos ha traído un movimiento nada despreciable. Hemos tanteado también, con bastante éxito, la imagen de ciudad que se reinventa a sí misma con imaginación, ambición y -en fin- contando también con bastante dinero (propio y de otros). Menudean las iniciativas institucionales de apoyo a mini-micro-nano-empresas, todas muy meritorias e innovadoras pero que no encuentran entre nosotros el mismo clima social que en California, para qué engañarnos.

La ciudad segura de sí misma, que siempre se supo urbe industrial, capital del Norte dicho así en general, anda desorientada respecto a su propio destino; sin posicionamiento, como decimos los de marketing. No hemos encontrado “esa gran industria que nos hace falta” y que un día reclamaba mi peluquero, pero lo peor es que casi todos empezamos a tener la sospecha de que no la va a haber, de que no vamos a vivir de una gran cosa, como antes, sino de muchas medianas y aun pequeñas. Acostumbrados como estuvimos al monocultivo, esa perspectiva nos llena de turbación.

La crisis nos ha puesto esta difícil tarea encima de la mesa con urgencia y de forma absolutamente descarnada así que quienes vayan a ser nuestros próximos responsables municipales ya saben que les corresponderá transitar por esa senda de incertidumbre tan incómoda. De sobra sé que no son los alcaldes los que levantan las ciudades, si acaso como mucho el ánimo, igual que nos pasa a los padres con los hijos. Pero espero que la apuesta de nuestros futuros ediles sea atrevida y capaz de mirar lejos, que no caigan en la fácil tentación de conformarse con ser los más grandes del barrio. Una pista: ESS son las siglas de la fuente de neutrones esa, pero en inglés, no en sueco, digo…

La parte buena es que mientras repensamos lo que queremos ser de mayores parece que estamos buscando cierta distracción llenando los teatros y dándoles una alegría a artistas y productores. No es mala cosa.

Publicado en "el diario norte.es" el 13 de octubre de 2014

jueves, 9 de octubre de 2014

La arquitectura ya no es 'tendencia'



A las buenas gentes de Bilbao lo que más nos gusta del museo Guggenheim, sin comparación, es el dinero que ha traído, que ha sido mucho. Luego ya viene lo del edificio, el perro de Jeff Koons, que Bilbao sea mundialmente conocida y todo lo demás. Pero lo primero es lo primero, y el éxito económico que supuso el museo fue tanto que sirvió para enterrar, como si nunca hubiesen existido, las críticas y los desprecios que el edificio y el proyecto museístico recibieron cuando aún eran obras inconclusas. El Guggenheim nos tiene a todos de padres y nadie recuerda ya que hubiese ninguna desafección original.

Es más, el extraño brillo del titanio pareció iluminarnos con alguna suerte de hechizo por la arquitectura de vanguardia y ya fue un no parar. No eras nadie si no opinabas sobre Gehry Isozaki, Pelli, Moneo, Hadid, Siza, Krier o Calatrava (de éste opinábamos más que de los otros). Los premios Pritzker de arquitectura -oiga- parecía que los daban en Azcarreta.

Por si fuera poco, los entendidos que nos visitaban se maravillaban de los edificios históricos del Ensanche y nos descubrían a nosotros un valor que habíamos ignorado hasta entonces, de tan vistos como los teníamos, con sus chorretones negros del humo barrido por la lluvia.

Pero debajo de esa novísima pasión seguía corriendo, telúrico y subterráneo como nuestro río Helguera, el auténtico ser tradicional bochero. La corriente que exigía que nada cambiase o que todo cambiase lo menos posible.

Por eso, antes de que la torre de Abandoibarra lograra romper el tabú de la altura, hubo nuevos edificios que pagaron su peaje cívico y tuvieron que ser mazacotes bajos y gruesos para contentar a una vecindad que no los quería ver altos y esbeltos.

No somos en Bilbao de términos medios. El titanio, el acero y el cristal iban por un lado mientras por otro se levantaba la defensa numantina de casi cualquier edificio " de toda la vida", cuyo derribo o sustitución se presentaba como una catástrofe urbanística, como poco. Así pasa que tenemos unos restos de fachada del Depósito Franco ahí puestos como si fuesen el decorado olvidado de una película. La última polémica tiene como objeto el antiguo edificio de Iberdrola, que rápidamente ha hecho surgir nuevos aficionados al racionalismo arquitectónico pero al que le ha salido un firme enemigo en el amianto maldito.

No crean que la cosa es de hoy. Ya en 1902, cuando Valentín Gorbeña y Severino de Achúcarro diseñaron la estación de la Concordia para la Compañía del Ferrocarril de Santander a Bilbao (la que está frente al Arriaga) voces autorizadas de la villa atronaron indignadas porque la llevaran allí, a las afueras, al otro lado de la Ría, a la recientemente anexionada anteiglesia de Abando. Absurda pretensión aquella que, para acercarse al tren, obligaba a cruzar el puente que te sacaba de Bilbao. Los atascos de carros, calesas, landós e incluso automóviles en el Arenal iban a ser de aúpa.

Como quien tuvo, retuvo, estos días hemos tenido a Lord Foster en Bilbao. Ha venido a recibir un premio en el Foro de Regeneración Urbana BIA y a visitar y firmar el metro de sus fosteritos después de casi veinte años de éxito. Lo merece, sin duda. Pero me da a mí que la crisis y sus recortes también han dejado a la vista la fragilidad de nuestra pasión por la vanguardia. Algún arquitecto amigo me dice que en su sector, como en todos, ya solo importa el precio y así parece que nuestra hasta ayer brillante cultura urbanística se ha marchitado a la primera sequía de dinero público.

Tal vez sea simplemente que, como todas las modas, la arquitectura avanzada y de postal ha tenido en Bilbao mucho de 'tendencia' pero ha transformado poco nuestra capacidad colectiva de aprender a apreciar el valor de las cosas nuevas y creativas y, claro, así nos sale enseguida el corazón tradicional; ese que, a falta de más información, cree que todo lo que conoce de antes es valioso y que no vale la pena explorar cosas nuevas que solo vienen a romper la armonía del Bilbao de siempre. ¿Habríamos aceptado hoy el Guggenheim de Frank Gerhy?

El artículo se publicó en "el diario norte.es" el 5 de octubre de 2014

¿Cuánta gasolina gastará esta bici?



Cuando era más joven de piernas, de pulmones… y de espíritu, solía utilizar a menudo la bicicleta en Bilbao. No creo que fuese el único pero, desde luego, era de los pocos. Tanto era así que, de cuando en cuando, aún encuentro excompañeros que me recuerdan por la costumbre de presentarme con ella en la Facultad (aunque las aulas de entonces estaban llenas de fumadores, temo secretamente que en realidad lo que recuerden sea el olor de aquellas sudadas). En todo caso cualquier cosa era mejor que el atestado autobús de la Uni.

Carente de afición deportiva alguna, sí pienso que la bicicleta es un modo fantástico de moverse en la ciudad, de modo que en cuanto se puso en marcha en Bilbao la iniciativa de las bicis municipales, me apunté enseguida y las uso con asiduidad. Tras bastantes mudanzas, ahora vivo en un barrio alto y a la comodidad de bajar en un pispás al centro se añade la íntima excitación de ir descubriendo, según encaro las primeras pendientes, qué tal tendrá los frenos ésta de hoy. Diré en favor de los servicios municipales, que sigo vivo.

La bici es un artilugio extraño que te convierte en una mezcla indefinible de peatón y vehículo. Una mezcla que inquieta mucho a los abundantísimos amigos del orden establecido, de las fronteras nítidas y de las rayas rojas. Tal vez sea por eso mismo por lo que me gusta tanto a mí. Lenta e incordiante en las calzadas pero fugaz y amenazadora en las aceras, la bici se resiste a encajar en casilleros cerrados, incluido el de los bidegorris, a los que no faltan quienes la quisieran condenar.

Ver tanto ciclista por Bilbao es uno de los muchos y buenos cambios que ha experimentado la ciudad. Y es también una alegría para los que nos la jugábamos en otro tiempo. Cuando la bicicleta se consolida como un elemento más de la movilidad, la velocidad de los coches tiende a ser menor, los accidentes disminuyen y en la calle se respira mejor que en las aulas de mi antigua facultad. Y eso es muy bueno.

Hay que reconocer, sin embargo, que las cuestas no ayudan, ni la lluvia tampoco pero también cuento entre los enemigos de una ciudad llena de ciclistas a quienes pedalean, veloces y hábiles, serpenteando entre los sobresaltados peatones (sospecho de aquellos que puedan ser los mismos que, cuando conducen, adelantan al ciclista rozando el manillar)

La bici ganará la batalla de la calle si sus usuarios somos conscientes de que es muchísimo mejor que los usos y fronteras de la bici urbana no sean objeto de la ley ni de los reglamentos municipales, sino que lo haga nuestro propio sentido común, la prudencia y también la cortesía. Justamente esas cosas que, con toda razón, exigimos en la calzada y que estamos igualmente obligados a aplicar cuando compartimos bidegorri y, ocasionalmente, la acera con los peatones.

Las urbes europeas en las que la bicicleta es dueña de la calle son también las que más solemos envidiar por su tráfico humano y tranquilo, lo que sin duda evidencia que pedalear en ciudad es un buen entrenamiento también para la civilidad. Si queremos que Bilbao se les parezca mejor será que no demos razones a tantos amigos de las línea rojas como hay, porque vendrán y nos las pondrán.

No puedo terminar sin confesar que siempre me queda la duda de cuánta gasolina consumen las bicicletas municipales que uso porque ni yo lo he hecho nunca ni jamás he visto a nadie pegarse una de mis sudadas juveniles para subir las cuestas del barrio a colocar una bici en aquellos anclajes. Siempre lo hace la furgoneta municipal. ¡Ay!

El artículo se publicó en "el diario norte.es" el 28 de setiembre de 2014

Bilbao y sus mareas


La última que nos ha llegado ha sido de finlandeses. Aunque iban bien pintados de azul y blanco enseguida se notaba que no eran de la Real, nada más había que verles, tan altos, tan rubios y sin una sola palestina al cuello.

Para acogerlos hubo que barrer apresuradamente los feos residuos de la también muy multitudinaria Aste Nagusia y -como bien se dijo- cambiar los vasos de plástico por otros de cristal.

Estos días hemos tenido a unos tipos tirándose del puente de la Salve en honor a una compañía de bebidas de esas que dicen que suben la adrenalina. Seguro que sí. Todo lo contrario de lo que pasaba con los pausados reflexivos, y quizás hasta un poquito desesperantes, grandes maestros de ajedrez que también han estado esta semana por la villa con sus cuidados movimientos y sus relojes dobles. Por si fuera poco, el sábado supimos que también vendrá a Bilbao la Eurocopa 2020.

Como las auténticas mareas de la ría ya no traen barcos o gabarras hasta el Arenal, nuestras instituciones andan esforzándose en crear otras crecidas que, como las de antaño, nos reporten riqueza, movimiento, compras y pernoctaciones. Nada que objetar a esta meritoria pasión institucional por convertir la ciudad en un punto de atracción para lo que sea, aunque a veces llegue a parecer que el honor mismo de esta noble villa residiese en el porcentaje de ocupación de sus hoteles.

Lo malo es que contra ese loable esfuerzo trabajan otras mareas, menos visibles, pero que estropean el resultado que con tanto ahínco se persigue. Bilbao es una ciudad más limpia, más habitable, más bonita, incluso más tranquila. Pero no es una ciudad joven, como sí fuimos cuando respirábamos humo y hollín. No somos una urbe pujante que rompe sus costuras sin orden ni cuidado, como pasaba en los barrios hoy rehabilitados. Las novedades llegan ahora de la mano del erario público, y bien está que lleguen, pero no encuentran una sociedad que responda con ímpetu y pasión, sino que lo hacemos con la actitud complaciente del buen vecino que, entrado en años, no es partidario del caos ni del ruido sino de ese confortable orden tan propio de las ciudades medianas.

Cuando se encadenan varios festivos el saldo entre las dos mareas, la de visitantes que llegan y la de locales que abandonan la ciudad resulta negativo. Y lo notan sobre todo los hosteleros y comerciantes que se animan heroicamente a abrir, incitados por el Ayuntamiento, reprochados por los sindicatos pero, sobre todo, abandonados por una clientela ausente. La marea de la crisis afecta a todos pero muy especialmente a los que por edad y libertad eran más de gastar con alegría y algún desorden.

Para levantar cabeza vamos a necesitar más prosperidad interna, un poco más de población y seguramente más desbarajuste. Habrá que ponerse a ello porque está visto que no vamos a poder confiarlo todo a las mareas.

El artículo se publicó en "el diario norte.es" el 21 de setiembre de 2014

Nueva etiqueta


Hace unas semanas inicié una colaboración semanal con el periódico digital “el diario.es”, en su edición vasca “el diario norte.es”.

La idea de los responsables de periódico es disponer de tres columnas referidas a cada una de las capitales vascas. Euskadi ha podido ser y puede que sea siempre un concepto polémico pero la existencia y el carácter de sus tres principales ciudades y de sus propios y muy diferentes microcosmos es de una certeza indiscutible y aplastante.

Los responsables del periódico me han hecho el honor de contar conmigo para escribir sobre mi ciudad, Bilbao. Incluso me pidieron que le pusiera nombre a la columna/blog y le he llamado “la baldosa suelta”. El nombre lo tomé de una característica deficiencia urbana, habitual en mi ciudad, que por ser reiterada y por producirse en una villa de clima lluvioso, deviene en incómodos sobresaltos y en menoscabo de la higiene de pantalones y medias. Por eso me pareció que reflejaba bien mi interés en referirme a las cosas que nos pasan a quienes andamos por Bilbao, en todos los sentidos del andar.

En esta pequeña aventura se han embarcado también Izaskun Arana, que desde San Sebastián escribe el blog “Bahía Entusiasmo” y en Vitoria Elena Zudaire, que ha llamado a su columna “Almendra ácida”. No conozco a ninguna de estas dos mujeres pero de alguna forma hemos quedado hermanados por esa petición que el director del periódico, Igor Marín, nos ha hecho a los tres.

A partir de hoy iré subiendo estos textos del periódico, una vez publicados, a mi propio blog. De este modo mi bitácora vuelve a adquirir vida, esta vez, vinculada a la actualidad local de Bilbao. Tal vez te guste.