domingo, 25 de enero de 2015

Borrascas hosteleras


A los frentes fríos propios de la estación les está acompañando en Bilbao otro tipo de borrascas que hacen tiritar, en este caso, a la hostelería de la villa.

Como si de una película catastrófica se tratase, parece que se hubiesen conjurado en la ciudad varios fenómenos simultáneos que, en conjunto, estuviesen desencadenando una especie de tormenta perfecta. El fenómeno ya ha arrasado algunos símbolos de la hostelería local y amenaza con dejarnos la noche bilbaína convertida en un silencioso, cómodo y tranquilo desierto, lleno de inútiles farolas que a nadie ayudarían, ni con su luz ni como asideros.

La desaparición de las rentas antiguas ha barrido la taberna taurina de Ledesma y el Kirol de la calle Ercilla. Pueden no ser los últimos en caer. Allí solo queda retirar los cuadros que aportaron tanto carácter a estos dos locales simbólicos por sí mismos, aunque los murales de Eduardo de la Sota, Fernando Mares e Ignacio Aranduy, recién redescubiertos en el de Indautxu posiblemente tengan que morir con el propio negocio.

Otro viento bien frío y recio es la crisis, que además de vaciar los bolsillos de los más dinámicos jóvenes y sus esperanzas de llenarlos algún día, ha contraído fuertemente las carteras de la antigua clase media, más preocupada hoy por seguir siéndolo que por saber dónde irá a cenar esta noche.

Tras décadas de fantásticas fiestas locas nos enteramos de que muere también Distrito 9, un símbolo de la noche más vanguardista, ahogado por la falta de clientes y por el mermado poder adquisitivo de los que quedan.

Los representantes de nuestro Ayuntamiento también hacen su inestimable aportación manifestando a partes iguales su contrariedad por este fenómeno de enfriamiento nocturno junto a su firme determinación a prohibir, a cualquier precio, la apertura de nuevas discotecas.

Por si fuera poco y por muy cierto que sea que la edad es cuestión de actitud, sospecho que el creciente envejecimiento de la población tampoco ayuda nada a que se mantenga una intensa vida nocturna.

Y para rematar esta ciclogénesis del aburrimiento nos encontramos con que la fiesta, que siempre tiene su punto transgresor, no ha sabido encontrar su imprescindible límite y se ha desbordado en los “afters” del Casco Viejo, donde se ha creado un conflicto muy serio con los vecinos.

Cada uno de los fenómenos que cito es sin duda por sí mismo muy razonable y bien explicable: sea la crisis, los precios, el natural rechazo al barullo que tienen los vecinos afectados y el no menos lógico miedo de los ediles a perder sufragios pero la suma de todos estos vientos al mismo tiempo amenaza con un huracán desastroso que nos prive de una característica que tienen todas las ciudades con vocación de ser algo más que aldeas muy grandes: la de dar acogida a la vida noctámbula y salida a quienes tienen edad y ganas de incumplir con fervor las prudentes recomendaciones de abstinencia y cuidado de la salud.

Si, como el cura del chiste, no es usted partidario del pecado, piense que la única forma de que la virtud brille -cegadora- es contrastarla con el vicio y que éste también tiene su industria, sus empleos, su innovación, su I+D+i y todas esas cosas que se nos presentan tan convenientes.

Publicado el eidiarionorte.es el 25 de enero de 2015



lunes, 19 de enero de 2015

La proximidad ya está aquí

Foto El Correo

Esta semana se ha puesto en marcha en Bilbao la llamada “policía de proximidad” que va a traernos mejoras a vecinos y visitantes de esta Villa. Es tema de gran enjundia porque se trata, según parece, de un cambio importante en la organización de la fuerza pública municipal y, por eso mismo, llevamos mucho tiempo leyendo sobre el particular mientras nos íbamos aproximando a esa proximidad.

Bien es cierto que lo que hemos podido leer quienes aún mantenemos la heroica afición de repasar prensa de papel o digital todas las mañanas ha sido mucho de broncas y líos y casi nada o más exactamente nada en absoluto de las ventajas que esta nueva organización de la policía nos va a suponer. No digo yo que no las tenga pero nadie las ha explicado.

La puesta en marcha de esa policía que dicen también “vecinal” ha sido causa de declaraciones casi incendiarias de los sindicatos del cuerpo, que hablan del práctico desmantelamiento del servicio, de improvisaciones intolerables, de servicios que ya no se podrán atender y de que estamos poco menos que ante el golpe definitivo a nuestra histórica guardia urbana.

No sé si será para tanto, ni tampoco si las ventajas compensarán tanto ruido pero lo cierto es que casi todas las declaraciones de los responsables municipales han sido para desmentir los desastres anunciados y hablar de normalidad. Sin desmerecer ni el valor de esa normalidad ni la importancia de las preocupaciones sindicales, que parecen intensas, se ha echado de menos un poco más de atención a los ciudadanos, que somos supuestamente quienes nos vamos a beneficiar, o lo que sea, de ese cambio.

Cambio que incluye llamar a los policías “inspectores vecinales”, que es un nombre que -si les digo la verdad- no me gusta nada. Pero son cosas mías, que tampoco me gustó que los maestros dejasen de serlo para convertirse en profesores de Primaria o EGB o que los jefazos pasasen a llamarse CEO (Chief Executive Officer). Oiga, como que no.

Un policía en la calle, y mejor dos, no dudo que den una sensación subjetiva de tranquilidad y hasta de que pudieran disuadir con el solo brillo de sus chalecos fosforito a un hipotético delincuente. No lo niego, pero es obvio que no pueden estar paseando y simultáneamente preparando en comisaría el seguimiento o la detención de un delincuente, ese sí, conocido y real. La cosa de detener gente es tarea desagradable, laboriosa y de mucho papeleo así que cuantos más agentes haya en la calle menos habrá tramitando esos asuntos en comisaría, que enciman tienen plazos y vencimientos que, de no cumplirse, hacen que los malhechores salgan libres. Es cuestión de valorar el saldo final entre lo que se ganará por un lado y de lo que sin duda se va perder por el otro.

A quienes no sabemos nada de cómo se organiza un cuerpo de seguridad nos parecerá más vistoso y tranquilizador ver muchos municipales por las calles, pero a poco que nos pongamos a pensar cinco o seis minutos, enseguida sospecharemos que tal vez nuestra primera impresión pudiera no ser la más correcta.

Por si fuera poco los responsables municipales abogan porque este nuevo sistema estimule que “nos acerquemos a ellos para hacerles ver nuestros problemas y necesidades” así dicho suena fabuloso pero a mi se me ocurren mil problemas y necesidades que un policía jamás podrá solucionarme, por más que pierda una hora escuchándome amablemente. Es más, no me cuesta nada imaginar a agentes sobrepasados atendiendo demandas vecinales de cualquier clase, porque la importancia de las cosas es algo muy subjetivo, no crean.

Esperemos que en poco tiempo nuestros responsables municipales se vayan explicando y presenten el balance con datos ciertos, ojo, no con impresiones de paseante, sino con estadísticas que demuestren la mejora objetiva que este sistema nos va, supuestamente, a traer. Reconozcamos que la cosa no empieza bien con los propios policías-patrulleros-inspectores vecinales de uñas pero habrá que dar un cierto margen a quienes sí deben saber de esto.

Porque si pasa el tiempo y no se nos explica lo bien que ha ido la cosa, con datos -insisto-, se podría pensar que se ha sacrificado la seguridad real de la ciudad para conseguir una percepción superficial, amable, cívica y pintoresca, tan conveniente en vísperas electorales como inútil a la larga.

Me queda la esperanza de que tanto patear las aceras día tras día estos nuevos “inspectores vecinales” así como sin querer hagan la encomiable labor de revisión de todas las baldosas que esconden charcos traidores bajo ellas. Ya he dicho que cada cual escoge sus desvelos y el nombre de esta columna semanal es testigo de cuáles son los míos.


miércoles, 14 de enero de 2015

Monarquías que resisten


Puede que haya hogares vascos que hayan sustituido a los Reyes Magos por el Olentzero, no digo que no, con niños que duerman tranquilamente la noche del día 5 de enero y se levanten por la mañana del 6 dispuestos a hacer vida normal, sin esperanza de regalos y dispuestos a pasar un festivo más, si acaso a seguir jugando con lo que les trajo el carbonero al inicio de las fiestas, si aún les dura. Puede que los haya, aunque yo no conozca ninguno.

Lo que sí compruebo es que niños y niñas son más listos, y también mucho mejores manipuladores, que los adultos, de forma que a los que conozco ni se les pasa por la cabeza renunciar a ventaja alguna, menos aún cuando ésta llega rodeada de una lluvia de caramelos.

Así que el Olentzero, que empezó por ser una propuesta que trataba de poner acento euskaldun también a la Navidad, se ha convertido en una tradición de esas recientes (las que más nos gustan) que ha sido adoptada con entusiasmo por todos casi inmediatamente, pero sin que haya significado merma alguna de la devoción por los Magos de Oriente, a juzgar por la multitud que se congregó en el centro de Bilbao el pasado día 5.

Seguramente nadie pensó ni pretendió nunca que el humilde y popular personaje vasco sustituyese a los coloridos y exóticos Reyes ¿verdad?. Si alguien lo hizo, que lo dudo, habrá comprobado que no hay caso. Que las tradiciones quedan fuera del alcance de la autoridad y que cuando son alegres, incluso delirantes, arraigan bien firmes en la gente y no resulta nada fácil debilitarlas.

Supongo que, además de los pequeños de la casa, otros beneficiados de esta hiperinflación de magia navideña han sido los comerciantes, que saben que nadie es capaz de repartir la misma ilusión en dos episodios sin que alguno de ambos desmerezca. Así que los perdedores han acabado siendo, al alimón, las cuentas corrientes (y molientes) de las familias y quienes, cada vez más al margen de la corriente, protestan por la ola de consumismo y la pérdida de los valores religiosos de la Navidad. No parece que nadie les haga el menor caso pero de todo ha de haber en la viña del Señor.

La aplastante victoria del bullicio demuestra que a las fiestas nos apuntamos como locos. Sobre todo si son de noche. Y que la cautela y la prudencia a las que nos obliga cada día el ciertísimo empobrecimiento general, decaen cuando llegan los festejos.

Ya falta menos para los carnavales, con sus pequeños o grandes dispendios y tiemblo de pensar en los presupuestos municipales para cabalgatas a medida que se vayan extendiendo otras tradiciones que seguro que adoptaremos con el mismo entusiasmo que las actuales. No hay más que comprobar la locura de Halloween en que se ha transformado el antes apacible día de todos los Santos.

Hay muchas para elegir pero a mi, les digo la verdad, se me hace irresistible el año nuevo chino, con sus desfiles de dragones coloridos y sus petardos. Lo espero con paciencia pero sin duda alguna de que llegará. Esa cabalgata no me la pierdo.

Vladimir Putin ya nos ha mostrado el camino para transitar en tiempos de desafección y cabreo: bajando el precio del vodka. Puede que tenga razón y que la fórmula para hacernos perder un poco la cabeza y bastante la cartera sea la fiesta. Da la impresión de que en pocos milenios no hemos cambiado tanto: a falta de pan, bueno es el circo.

domingo, 4 de enero de 2015

Un puente al otro barrio

Ribera de Zorrozaurre
Tranquilos, que no es mi intención animar a nadie al suicidio ni a la conducción temeraria. Me refiero al puente que conectará la nueva isla de Zorrotzaurre con el resto del casco urbano y cuyas obras están recién iniciadas.

Dicen que los bilbaínos no somos demasiado supersticiosos pero a mi me parece que encargar ese puente a Frank Gehry, como se ha hecho, suelta un fuerte tufo a conjuro mágico que, apelando al arquitecto del museo, tratase de trasladar su exitoso símbolo del Bilbao renovado a esta nueva operación, que va a dotarnos de una suerte de Manhattan bochero: una isla habitada en medio de la Ría.

Los primeros habitantes ya viven en ella, no crean. De hecho llevan toda la vida. Es el espacio lo que va a convertirse en isla mediante el expeditivo método de abrir un canal que permita que el agua discurra alrededor de todo el barrio. El puente les servirá para conjurar el síndrome de Robinson Crusoe, supongo.

Apuesto a que el barrio cuando sea isla va a tener más movimiento que el actual. Será otro barrio, no solo porque se construirán allí nuevos edificios sino porque, a poco que se hagan bien las cosas, resultará atractivo pasear por nuestra propia “Île de la Cité”, que en eso de sentirnos metrópoli europea no nos gana nadie a los de Bilbao (tanto da que tengamos razón como que no).

De momento los vecinos, futuros isleños, ya se han esforzado en rehabilitar edificios y mejorar sus viviendas, por lo común bastante deterioradas. No cabe reproche alguno: hasta hace poco el barrio estaba fuera de ordenación urbanística por lo que era comprensible que a las dificultades económicas en una zona de gente modesta, se sumase la incertidumbre de si valía o no la pena gastar con gran esfuerzo en lo que posiblemente no tuviese futuro. Ahora ya lo tiene, afortunadamente, así que ya se están reparando edificios con dinero de los vecinos y, todo hay que decirlo, también con ayudas pública.

Lo que más me gusta de esta operación, además del morbazo de tener un isla en la ría, es que una vez estallada la burbuja inmobiliaria la cosa va a ir –está yendo- poco a poco, a un ritmo más cercano a las cosas humanas y se ha conjurado la maldición de que todo se precipitase en un estallido de transformación y modernidad especulativa y acelerada como el que parecía que se nos venía encima hace unos años.

Zorrotzaurre o Zorrozaurre (como gusten) ha sido un barrio sobre todo industrial, volcado en la lámina de agua, que es como le llaman los que saben, y algo a desmano de la vida de la ciudad, como le pasa también a su hermana Olabeaga. El carácter de los barrios, de todos los que lo son de verdad, es una especie de ambiente que se va respirando, sintiendo y que no hay forma de meterlo en las ordenanzas urbanísticas. Tiene que ver con la vida de la gente y no con sus cuentas corrientes. Sus enemigas principales suelen ser la prisa y la codicia, peligros que la crisis mantiene, de momento, alejados.

Es una buena noticia que los vecinos de Zorrozaurre se vayan animando a ser los primeros que rehabiliten poco a poco su barrio. Eso les dará legitimidad para levantar la voz cuando a alguien se le ocurra perpetrar algún desmán, que se le ocurrirá, seguro.

Y por si fuera poco, los antiguos gánguiles volverán a navegar por la ría para transportar las tierras que serán retiradas del canal y llevadas corriente abajo para rellenar la ampliación del puerto. Qué mas quiere nuestra nostalgia urbana que viejas estampas de Bilbao para construir un pedazo del Bilbao nuevo.

Publicado en eldiarionorte.es el 5 de enero de 2015