martes, 17 de febrero de 2015

¡Qué iguales somos!


Aunque no soy aficionado al fútbol (como nos pasa a muchos malos bilbainos y bilbainas) me gusta el ambiente que rodea San Mamés los días de partido. Hay pasión, buen rollo y no es difícil contagiarse de la alegría que caldea esas tardes el ambiente de la calle Licenciado Poza “Pozas”. Últimamente pasa sobre todo antes de los partidos.

Mucho menos divertido ha sido saber que en el último encuentro con el Espanyol se han producido incidentes serios por parte de unos pocos de los cientos de hinchas catalanes pero ¡ay! también de mano de nuestros propios energúmenos autóctonos. Nos gusta que en Bilbao haya de todo y en esto no íbamos a ser menos, lamentablemente.

El autobús del equipo rival apedreado, una pareja agredida al salir de su hotel, la ertzaintza protegiendo a los visitantes de hordas rojiblancas, puede que pequeñas pero hordas al fin, cuyos miembros en poco se diferencian de un hincha periquito que dicen que llevaba un sospechoso “pelafrutas” de larga y afilada hoja.

No ha sido el único partido reciente del Athletic con incidentes callejeros en los que algunos forofos han terminado identificados por las fuerzas del orden. Así que existe el peligro de que pudiéramos acostumbrarnos a ver estos abusos como parte del paisaje. Esa actitud condescendiente ha estado en el origen de incidentes gravísimos que obligaron a tomar medidas serias y que esperemos que duren más que los titulares que las impulsaron.

Supongo que la absurda idea de que aquí disfrutaríamos buen ambiente futbolero en contraste con la supuesta tensión violenta que adornaría sin remedio a otros equipos tiene mucho que ver con que ignoramos el ambiente sano y alegre que seguro que también rodeará los campos de otros equipos los días de partido, igual que pasa en torno a San Mamés. Y también que, si nos resultan más visibles los individuos o grupos violentos que desacreditan a otros equipos, posiblemente sea porque sus aficiones son también son más extensas. Cosas de la fría probabilidad.

Lo peor es que estos incidentes, además de ser decepcionantes por sí mismos, se suman a otras incómodas informaciones que hemos conocido y que amenazan con minar nuestra confortable y algo engreída convicción de que aquí somos superdiferentes de la muerte. Parece que no es para tanto que, a despecho de nuestra reconocida habilidad culinaria, cocemos las mismas o parecidas habas.

Recientemente hemos visto que el huracán de encuestas que arrasa la atmósfera política en España señala que a los vascos y las vascas nos preocupan y nos indignan las mismas cosas que arden en toda la península y que las novedades políticas que han surgido de ese enfado amenazan con entrar en nuestra urnas con parecido ímpetu a como lo harán en otros territorios

También nos han informado de que nuestra virtuosísima BBK se ha visto estos días envuelta en algunos tumultos que recuerdan el triste y decepcionado “tu quoque… fili mi”, de Julio César.

Desde hace unos años no nos vienen faltando escándalos políticos y empresariales que desmienten la absurda idea de que fuéramos una isla de calvinismo en medio de un mar de tormentosas pasiones mediterráneas.

Solo nos faltaría enterarnos de que en el resto de España las cosas de la coyunda tampoco fuesen lo frecuentes y alegres que solemos imaginar. Disgusto que acabaría con uno de nuestros hechos diferenciales más significados y reconocidos. Por si acaso prefiero no preguntar, no sea que me respondan y me enfrente a un desolador: ¿vosotros tampoco?


lunes, 9 de febrero de 2015

¡Alerta! Hace frío


El Perich
Las alertas meteorológicas son herramientas para gestionar mejor los recursos de emergencia y, en principio, estaban destinadas a las personas que se dedican expresamente a la protección y reparación de daños. Así, estos avisos sirven para que tales profesionales predispongan los medios adecuados, por si acaso. Con toda lógica los umbrales se establecen atendiendo a la meteorología prevista pero también a la rareza local de los fenómenos: no es lo mismo que nieve en Getxo a que lo haga en Vitoria, ni las olas rompen en Santurtzi igual que en Bermeo.

Pero la lógica suele casar mal con la espectacularidad que los medios de comunicación necesitamos cada día para nuestras portadas así que estos días, como cada invierno, asistimos a la conversión de cualquier alerta en alarma.

La costumbre de incitarnos a vivir atemorizados por cualquier cosa no va a desaprovechar una oportunidad tan estupenda y así vemos a reporteros, micrófono en mano, informando bajo la nieve de lo mal que está todo, mientras se ven de fondo coches y camiones circulando con lluvia, nieve y plena normalidad.

Caseríos aislados, cuyos habitantes tampoco pensaban bajar al valle y coches sepultados por la nieve en pueblos de montaña acompañan a imágenes de puertos de segundo orden, de esos que usted y yo hemos subido una o tal vez ninguna vez, que suelen servir para paliar la incomparecencia del desastre esperado y si ha tenido usted la desgracia de resbalar con el granizo en Bilbao y le ha cazado un reportero corre el riesgo de verse en portadas e informativos, gastando tontamente los pocos minutos de fama que a todos nos asignaba Andy Warhol.

Los medios han descubierto hace años el tirón de audiencia que traen los fenómenos meteorológicos y, gustosos de exagerarlos, cuando hay poca chicha para llenar el espacio previsto imágenes de otros países les vienen al pelo para redondear la sosería del material local. Peor son las redes sociales que, libres de cualquier limitación deontológica, no es difícil que nos intenten colar por todo el morro imágenes espectaculares de otros lugares, de otros años, o de ambas cosas.

Todo esto no pasaría de ser anecdótico y hasta algo ridículo si no fuese porque demuestra una infantilización galopante de nuestra sociedad que, lamentablemente se demuestra en cosas más importantes y peligrosas que la meteorología. El mundo no es un valle de lágrimas pero tampoco es todo él el salón de nuestra casa, las carreteras no son el pasillo pero tampoco una gimkana de obstáculos.

Se aprovechan de que no nos gusta nada reconocer que somos frágiles, que la vida entera lo es y que la nuestra no resulta excepcional. Por el contrario, aprender a gestionar las contrariedades, a comportarnos con prudencia cuando el sentido común lo aconseja y, sobre todo, no pretender que alguien debería responsabilizarse en todo momento de que no tengamos nunca ningún problema no solo es un acto de madurez muy conveniente, sino el primer paso para hacernos cargo de nuestra propia condición de ciudadanos. Mantenernos en permanente intranquilidad puede ser una buena forma de desactivarnos, de manera que a cambio de la comodidad de no sentirnos culpables de nada, entreguemos nuestra voluntad a quienes dicen que ellos sí que van a salvarnos de éste y de todos los desastres. Por si acaso, recuerde: en invierno hace frío, en verano, calor y nadie da duros a cuatro pesetas.

domingo, 1 de febrero de 2015

Quién manda aquí?

Municipios de Euskadi

A lo largo de la hoy tan odiada Transición la puesta en marcha de estructuras territoriales y políticas nuevas trajo un buen montón de dificultades y roces. Como consecuencia, uno de los muchos conceptos que tuvimos que aprender fue el de “conflicto de competencias”, que es cuando una institución reprocha a otra que se esté entrometiendo en lo que considera que son sus asuntos.

Pese a que la Transición está terminada (algunos dicen incluso que acabada) tales conflictos siguen a la orden del día. No hay más que irse a Etxebarri para comprobarlo. Resulta que el autobús que debía acercar a los viajeros a la estación de Metro no llegaba hasta el mismo tren sino que los apeaba a un buen tirón de los andenes.

Este absurdo viene de que el Ayuntamiento de Etxebarri, en uso de sus competencias, esgrimió un informe de seguridad que desaconseja que la línea atraviese el centro del pueblo y ordenó a su fuerza municipal que no permitiera el paso de los vehículos.

La Diputación, que es la otra parte de este lío, defiende, vehemente, sus propias competencias, que son poderosas y tras un requerimiento con plazo de caducidad y todo para que el Ayuntamiento se aviniese al paso de la lanzadera, finalmente ante la negativa del municipio ha interpuesto recurso contencioso-administrativo para que sea la Justicia quien estudie el caso y decida quién manda.

Lo malo es que el proceso judicial es lento y la cosa podía prolongarse años, mientras los viajeros se mojaban entre la estación de Metro, la parada del Bus y viceversa. Así que “cautelarmente” y mientras se revisan los papeles a ver quién tiene razón, el juez ha determinado que se haga lo que la Diputación dice y luego “ya veremos”.

Si tuviese alguna gracia, el asunto sería como de sainete porque hace unos años ocurrió algo parecido con otra lanzadera de Metro, aquella vez en Basauri. Pero entonces ¡qué cosas! fue la Diputación quien impidió que funcionase y lo hizo con la Ertzaintza conminando a los viajeros a abandonar los vehículos en plena ruta. El episodio fue sonado.

Finalmente sí que se puso en marcha aquella lanzadera pero ¡qué casualidad! también aquella dejaba a los viajeros a medio kilómetro del Metro, ya que el Ayuntamiento de Basauri alegó entonces dificultades parecidas a las que hoy señala el de Etxebarri.

El resultado de esta encarnizada competición de competencias es que los ciudadanos de Galdakao estuvieron 4 años calle arriba, calle abajo en Basauri y sobre ellos pende la amenaza de que una sentencia pudiera dar la razón al Ayuntamiento insumiso, se vuelva a alejar la parada de su destino y vuelvan a verse deambulando por las calles de Etxebarri.

Parece que aquí todo el mundo se apunta a defender no sé si sus fueros o sus huevos pero en esa pelea lo evidente es que los paganos están siendo los ciudadanos, que deberían ser los beneficiarios y no los perjudicados por la actuación de unas instituciones que pronto olvidan que existen porque los ciudadanos las pagan, hasta el último céntimo de euro.

Ahora que el prestigio de las instituciones anda decaído puede ser buen momento para reflexionar acerca de si estas anécdotas tan chuscas no serán efectos secundarios indeseables de la pasión que tenemos por tanta fragmentación política, que siempre viene con grandes expresiones de entusiasmo cuando se proponen desanexiones y particiones apelando a “la libertad de los pueblos”. En este caso los pueblos de Basauri, Etxebarri y Galdakao no parecen entender su libertad del mismo modo.


Actualización:
El culebrón continúa. Leo hoy, 3 de febrero, que la Justicia ha anulado la medida cautelar adoptada a petición de la Diputación Foral y ordena que la parada vuelva nuevamente a su punto original. Otra vez los usuarios paseándose arriba y abajo igual que pasaba en Basauri. Seguiremos informando.