viernes, 22 de enero de 2016

Y lo que me he reído…


No me sumaré al coro de plañideras (y plañideros) hipócritas que andan por las redes encendidos, disparando contra la infumable “primicia” de los informativos de Antena 3 respecto a Podemos, la CUP, ETA y Venezuela.

No lo voy a hacer porque en esta edad de oro del periodismo militante que estamos viviendo, la indignación suena escandalosamente impostada. Hay tantas ocasiones cotidianas en todas las teles en que “es para darles, pero bien”, que no es cosa de ponerse ahora estupendos cuando la manipulación informativa me parece que adopta ya las formas del sirimiri vasco.

Lo que sí me parece completamente relevante es que la filtración de las imágenes de Álvaro Zancajo y Sandra Golpe avergonzados de lo que habían soltado, haya provenido de la propia Antena 3 a través de la aplicación periscope de su cuenta de twitter. Estar en las redes sociales mola, incluso mola mazo, así que lo que importa ahora es estar, siempre, de cualquier forma y a cualquier precio. Lo chusco es que eso es así incluso aunque se pegue uno un tiro en el pie.

Tampoco soy capaz de verle la gracia a la broma de las últimas horas, elevada a la categoría de acontecimiento mediático nacional, de engañar al presidente del Gobierno de España con una falsa llamada del nuevo presidente catalán.

En otros tiempos los medios de comunicación se consideraban responsables y garantes de lo que salía en sus páginas o en sus pantallas. A veces para bien y otras para mal, lo cuidaban, pero está visto que ahora lo que importa es la omnipresencia y el espectáculo, y a él se supedita todo. Se asume que quien quiera estar en las redes sociales parece que tuviese que renunciar a toda reflexión porque ahora la velocidad, el ingenio y el escándalo es lo que manda.

¿Cuál es el interés informativo de una falsa llamada a Rajoy?, ¿Denunciar la falta de control de las llamadas en la Moncloa? No lo creo. ¿Reírse del presidente? Muy probable. ¿Conseguir audiencia? ¿Petar las redes con el nombre de la emisora? De eso estoy seguro.

Es muy lamentable este triunfo de la frivolidad pero sobre todo lo es la pretensión de darle un barniz de prestigio y autenticidad que no merece. La estúpida adoración por el aplauso de la muchedumbre la bordaba Gila en aquel negrísimo monólogo de “me habéis matao al hijo, pero… lo que me he reído”.

Publicado en el diario norte.es el 22 de enero de 2016


miércoles, 20 de enero de 2016

Las marcas no negocian


Anuncios de prensa y TV, carteles, vallas, folletos en el buzón, luminosos en los edificios, webs, cuñas de radio, series patrocinadas, banners en los medios digitales como este, siluetas de cartón en la farmacia y en la tienda, llamadas telefónicas que preguntan por el Sr. Gorostiza, muchas gracias Sr. Gorostiza…sí Sr. Gorostiza, disculpe Sr. Gorostiza. ¡Parece una guerra! Y probablemente lo es.

En una sociedad tan abrumadoramente activa en comunicación lo normal es que haya buenos profesionales del marketing. Y los hay. Y también es normal que a ellos recurra todo aquel que quiera ser visto en medio de esa barahúnda de ruido.

Hace mucho que los paños no se venden en el arca, por buenos que sean. Por el contrario hay que airearlos, darles “visibilidad” determinar un “posicionamiento” correcto del producto y de la marca para así colocarlos en la “Short List” del “Target” con un buen “Storytelling”.

Vivimos sumergidos en una constante tormenta de mensajes que tratan de captar nuestra atención para después llevar nuestra voluntad a comprar, cambiar, contratar, adquirir, invertir, gastar, ahorrar…y, por supuesto, también a votar.

Los partidos políticos compiten como unas marcas más en el saturado campo de batalla de la atención y los sentimientos de los consumidores. Y para hacerlo necesitan generales expertos. Son éstos quienes se hacen con la dirección de las campañas y aplican allí toda su experiencia y conocimiento. Y la mayoría de las veces lo hacen muy bien.

Mientras dura la batalla todo va como la seda, incluso es entretenido. El problema viene cuando al final se hace presente y abrumadora la diferencia entre la batalla comercial y la política. Que es una diferencia enorme, inmensa, profunda, sideral.

En la guerra comercial el final es simple. Escandalosamente simple: todo el estruendo era para que usted tomase la decisión de comprar esto y no aquello. Cuando el lector láser del código de barras de la caja emite el pitido todo ha terminado, al menos hasta el siguiente acto de compra.

En la política pasa todo lo contrario, que cuando usted emite su voto es cuando empieza “la cosa”. La cosa esa de gobernar. Es entonces cuando toda la estrategia de convertir a los partidos en eficientes, ágiles, dinámicas pero simples marcas se convierte en una trampa. Una doble trampa, primero para sus propios dirigentes, que no han ofrecido un sentimiento o una idea de cómo afrontar las dificultades sino un producto concreto y cerrado, que algunos llaman “programa” y que iba a aportar “la solución”.

Por su parte los ciudadanos, muy acostumbrados a ejercer como consumidores, exigen que lo que se les ofreció se haga y se haga ya, que para eso han votado. ¿Dificultades?¿qué dificultades? Nadie me habló de dificultades. Exigen la garantía y se sienten engañados. Y con razón. Confunden el programa con el de un crucero por el Mediterráneo y se quejan de la comida, de la orquesta, de las sábanas y por supuesto de la tormenta que agita el barco y de la que nadie les previno. Y es lógico que lo hagan, que defiendan lo que compraron y que no se muestren dispuestos a aceptar “componendas” (infame término).

Por si fuera poco, después de haber convertido durante la campaña al adversario en enemigo irreconciliable y secular, merecedor de la desaparición inmediata, crisol de todos los males, a ver quién es el guapo que se anima a encabezar la traición a tan elevadísimos ideales y a las exigencias que eran innegociables hace unas semanas.

El marketing nació para el mercado y aunque la política tiene algo de mercado (persa incluso) hay que tener cuidado y entender la gran diferencia entre marcas y partidos políticos y es que mientras las primeras jamás se ven obligadas a negociar (son sancionadas si les pillan) el acuerdo, la renuncia y la concesión son justamente lo que constituye la esencia misma de la política. Las marcas no negocian pero los partidos están obligados a hacerlo. Hoy y siempre.

Me temo que en primavera tendremos oportunidad de ver si hemos aprendido algo esta vez o si vuelve la burra a los mismos trigos.

Publicado el 20 de enero de 2016 en el diario norte.es