domingo, 6 de junio de 2021

Jóvenes con la desesperanza de serie


Tiempo de lectura 3:25 min

Los viejos, sus padres y sus jefes de personal, no nos creemos de verdad lo que les pasa a los jóvenes en España. Leo en El País la primera entrega del especial Una generación en busca de futuro y no encuentro nada que no sea lo que ya llevamos mucho tiempo escuchando, leyendo y sabiendo: que la inmensa mayoría de los jóvenes vivirán peor que sus padres, independientemente de su formación, que el ascensor social se ha averiado (ver interesante artículo de Pablo Simón) y que solo los jóvenes de familias mejor posicionadas quedarán a salvo.

Constato una vez más que el porcentaje de no emancipación es espectacular (64%) pero ya lleva años empeorando y todo apunta a que continuará por el mismo camino. Los datos respecto al retraso de la maternidad son también demoledores, con una media de edad para el primer y casi seguro único hijo de más de 32 años. Este último dato alarma a muchos aunque lo cierto es que no será mucho problema cuando, más pronto que tarde, los que hoy pasan nadando por El Tarajal vengan en los barcos de Transmediterránea con el billete pagado por nosotros porque necesitaremos la mano de obra que somos incapaces de crear por nosotros mismos para alimentar, cuidar y pagar las pensiones de los millones de ancianos sin nietos que nos resistiremos a morir. 

Los jóvenes conocen muy bien la situación y, con más o menos rabia, la tienen interiorizada. Somos nosotros los que no queremos entenderla. Seguimos mirando los datos, cabeceamos preocupados ante un problema que somos capaces de reconocer en el papel, pero no de sentir. En el fondo seguimos engañándonos aferrados al “no será para tanto”. Por eso los jefes de personal se quejan cuando los jóvenes de ahora preguntan demasiado por los días libres y los horarios de trabajo al recibir una oferta, algo que nunca hacíamos los de nuestra generación. 

Pero esos contratadores, viejos como nosotros, se equivocan cuando creen que detrás de esa defensa de su tiempo de ocio hay frivolidad o desapego; es peor, mucho peor. Lo que hay es una completa renuncia a la esperanza, hay la seguridad de que ese empleo que se les ofrece es como todos los demás que han conocido: un trabajo que será temporal, que no les permitirá consolidarse, que nunca les servirá para convertirse en adultos funcionales.

Los jóvenes ya han descontado, como dicen en bolsa, las expectativas. No se las crean porque saben bien que no se cumplirán. Por eso preguntan por el horario y por el tiempo libre, porque es lo único que les quedará después de trabajar: tiempo y algo de dinero para unas cañas, un concierto, una afición, algún viaje…nada que dure, como tampoco durará ese mismo trabajo que se les oferta.

A los viejos se nos hace muy duro entender que los jóvenes ya vienen con la desesperanza de serie porque sospechamos que alguna responsabilidad tendremos en tan desolador fracaso, por eso preferimos seguir contándonos la leyenda de que con esfuerzo y formación saldrán adelante. Aquel fue nuestro manual de instrucciones pero ya no sirve. La maquinaria económica y laboral funciona de otro modo, al menos en España. No premia el sacrificio, sino que se aprovecha de él. Los chavales sí que lo saben muy bien. Puede que encuentren una salida, pero será una propia y no la que imaginamos nosotros mientras miramos, tercos, nuestro propio retrovisor.