miércoles, 24 de agosto de 2022

Las mujeres tendrán los hijos que decidan. Punto

  Tiempo de lectura 3 min

Foto Unicef
Los que decidan, no los que dicen querer cuando se les pregunta, porque todos solemos responder con mucha alegría a las encuestas y con más cabeza cuando de verdad tenemos que tomar las decisiones. El Instituto Nacional de Estadística (INE) publicó hace poco los datos y se vio que España tiene la cifra de nacimientos más baja desde hace 82 años (desde que hay registros fiables). Que la pandemia nos tuviese encerrados en casa, incluidas a las parejas, solo sirvió para constatar nueve meses después, que la cosa no es por casualidad sino por decisión consciente.

Así que mejor será que nos vayamos adaptando porque son las mujeres quienes van a tomar esa enorme decisión; ni los gobiernos, ni las empresas, ni las iglesias. Y no es un asunto nacional sino de todo el planeta. En Estados Unidos y en China las tasas de crecimiento de población son las más bajas en décadas (por debajo de nivel de 2,1 hijos por mujer que se supone que garantiza la reposición de los que fallecen). Incluso países como India y México, tradicionalmente con tasas muy altas, están por debajo de esa cifra del 2,1. Hasta en África empiezan a verse síntomas de descenso, obviamente de momento en los países menos castigados por la pobreza, pero todo les llegará, como ha llegado a Europa, América y Asia.

Estamos ante una marea imparable, que tiene múltiples facetas pero muy especialmente una: la libertad de las mujeres para tomar decisiones sobre su vida y su fertilidad, algo que históricamente no fue así. A lo largo de miles de años y con civilizaciones de todo tipo, las mujeres nunca pudieron elegir y ahora que pueden vamos a comprobar que la continuidad de nuestras sociedades depende de ellas por completo. Así de simple ¿Así de inesperado tal vez?

Se hartan las noticas de señalar el problema del envejecimiento pero, tranquilos, que se solucionará por sí solo puesto que es imposible que si hoy nacen pocos niños en el mundo haya muchos ancianos dentro de 75 años. A no ser que se refieran -claro está- a unos ancianos concretos: a nosotros, pero ese es nuestro problema, ni el de ellas ni el del mundo.

Por supuesto que cuando, además, les ponemos a las mujeres dificultades laborales, económicas, de conciliación, precariedad y otras, aún se lo hacemos más difícil, pero -no nos engañemos- es una decisión suya, que no se arregla con un cheque, que es compleja pero que es solo suya. A algunos les parecerá lógico, a otros, egoísta y a algunos incluso antipatriótico. No se cansen. Da lo mismo lo que hablemos los hombres, ellas serán quienes decidan. Mejor dicho, son ellas las que ya están decidiendo cada día, en todos los continentes, con cualquier religión, raza, cultura o clima.

Esa es la verdadera revolución, el gran cambio mundial que ya está aquí. Mejor que nos vayamos acostumbrando sin tanto aspaviento y adaptándonos porque es lo que han decidido ellas, que son las que, ahora sí, pueden hacerlo. 

Más datos de interés en Crónica de Naciones Unidas





martes, 2 de agosto de 2022

Una opción ganadora

 Tiempo de lectura 2:20 min

De entre las muchas expresiones de moda esta de “opción ganadora” es una de las que más me desazona siempre escuchar, sobre todo porque se usa para designar iniciativas, estrategias o soluciones antes de que estas se enfrenten a la realidad y no después.

Llamar ganador a quien ha ganado no tendría nada de particular pero designar así a lo que aún no ha pasado la prueba es lo novedoso. Al escucharlo me resulta inevitable pensar que, por muy modernos que nos creamos, volvemos a recuperar el concepto del destino de la tragedia griega o como cantaba más recientemente Rubén Blades “si naciste pa’ martillo, del cielo te caen los clavos”. Recuperamos la suposición de que hay personas o grupos que por naturaleza son distintos a los demás, que no es que ganen como podrían perder, sino que son en origen ganadores, sin necesidad de pasar por el incómodo trámite de enfrentar la realidad. Se restablece así el orden primordial, ajeno y por completo superior a la mísera voluntad de los humanos.

Con o sin corbatas, pero ninguna diferencia con los tiempos medievales en que las personas se dividían por estamentos de los que no podían salir porque ese era el orden instaurado por Dios. Ahora que hemos sustituido a Dios por el mercado como hemos hecho con todo lo demás, el orden de las cosas lo ponen el triunfo y el dinero, pero lo mismo que cuando era la divinidad quien se ocupaba, se trata de anular el poder de la voluntad a la hora de ganar o de perder y, por el contrario, designar ganadores previos que ganarán siempre que las cosas se hagan como es debido y “losers” que siempre perderán si todo va como debe ser. Volvemos a las castas, pero avaladas ahora por las escuelas de negocios.

No crean que esta neolengua es cosa menor porque aporta considerables ventajas. Como en la antigüedad, quien señala al indiscutible ganador es el poder, que blinda así su infalibilidad puesto que cuando una opción ganadora resulta que pierde el resultado negativo no podrá achacarse a quien brillantemente la pensó, ya que su idea era ganadora previamente, sino que la culpa será de la torpeza de quien la aplicó, quedando intacto el valor del estratega.

Tal vez detrás de todo esto lo que esté sea el puro miedo, el de siempre, el miedo del ser humano a la incertidumbre, el mismo que tuvieron los griegos, otros muchos antes que ellos y que tenemos nosotros mismos intacto. Va a ser eso.