miércoles, 21 de diciembre de 2022

Un villancico de hace cinco siglos

La ciudad sueca de Upsala está curiosamente vinculada a la música renacentista española. La razón es que a principios del siglo XX apareció en la biblioteca de su universidad el único ejemplar conocido de un libro editado en Valencia en 1566 que es una recopilación de villancicos españoles. Aquel conjunto de "Villancicos de diversos autores, a dos, y a tres, y a quatro, y a cinco bozes, agora nuevamente corregidos”, como dice el título del libro, pasó a conocerse como “El cancionero de Upsala”.

Como cada Navidad, traigo una pieza de música antigua y esta vez vuelvo a tirar del cancionero de Upsala con este Riu Riu, una canción que cantaban gentes de hace más de 500 años, con vidas y sueños difíciles de imaginar para nosotros pero que seguramente en el fondo no eran tan diferentes. Hacían música.


Felices Navidades



viernes, 2 de diciembre de 2022

La crispación vende

 Tiempo de lectura 2:10 min

Claro que sí. Y se trata precisamente de vender o, mejor dicho, de venderse, de tener éxito en uno de los mercados más difíciles y exigentes: el durísimo mercado de la atención.

Que tenemos más información que nunca es tan cierto como que nunca hay tanta agua disponible como cuando una inundación se lleva el pueblo. De hecho, se ha fabricado el término “infoxicación” justamente para significar la toxicidad que produce la abundancia extrema de información. 
En medio del barullo que nos rodea tratar de lograr un poco del preciado y escaso tiempo de atención de cualquier público requiere posiciones rápidas y sobre todo notorias. El motivo por el que sean notorias da igual, lo importante es que lo sean. 

Cuando los periodistas de opinión reprochan el espectáculo que ha dado tal o cual persona en el hemiciclo del Congreso, la critican y se lamentan durante un buen rato del deterioro de la calidad que suponen los exabruptos de ese diputado o diputada para la vida parlamentaria y hasta para la democracia, seguramente tienen razón pero no hacen otra cosa que haberle comprado el producto informativamente irresistible que les ofreció y colocarle durante unos minutos de oro en el centro de la atención del lector o espectador. Todo un éxito para el criticado, que puede incluso librarse así del crudelísimo anonimato, que es el auténtico infierno para un cargo político.

Si, además, las brutalidades sirven para cohesionar a los propios y molestar a los ajenos, mejor que mejor, porque esa polarización alimentará nuevas crispaciones en un juego en el que el protagonista se habrá convertido en actor relevante. A partir de ahí solo queda echarle imaginación para que la próxima burrada sea más gorda aún, las críticas en los medios de comunicación más acervas, más generalizadas y, sobre todo, más largas. Que duren muchos minutos porque cada segundo de atención cuenta, y cuesta.

“Hay que conseguir que hablen de uno, aunque sea bien”, era un antiguo y cínico aforismo que retrata con sorna la nula importancia que tiene en realidad el motivo por el que un personaje público se hace famoso en relación con el inmenso valor de su pura presencia en el candelero público. Por eso la crispación sirve y se usa, porque vende.