domingo, 28 de diciembre de 2014

Protestantes


En Bilbao protestan los protestantes pero también lo hacen los musulmanes e incluso los fieles de otra religiones distintas a la Católica. El motivo es una normativa municipal sobre “centros de culto”, dicen que la más restrictiva de las capitales españolas, que establece la prohibición de que estos se ubiquen en los bajos de edificios de viviendas. En la ciudad hay bastantes iglesias católicas y no católicas en tal situación y hasta ahora no había habido problemas. De hecho nadie ha sido capaz de explicar sin balbuceos las supuestas razones objetivas por las que no deban admitirse más templos como, por ejemplo, los del Corpus Christi, en Indautxu, Nuestra Señora de los Reyes, junto a la Gran Vía, o la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (mormones) de la calle Henao, todos ellos situados de toda la vida en bajos de viviendas.

La falta de justificaciones urbanísticas creíbles y la sospechosa coincidencia de esta nueva prohibición con la solicitud para la apertura de alguna mezquita hacen pensar que se trata de una normativa a medida para impedir de hecho que las religiones no católicas se hagan visibles. El pastor evangélico Unai Arretxe (de los Arretxe de Nueva Inglaterra, supongo) expresaba la postura municipal con cruel transparencia hace unas semanas: “Os tolero pero que no se os vea”. Tal parece ser, efectivamente, la actitud de nuestros munícipes.

Lo peor es que el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco ha echado atrás esa normativa local por un defecto de procedimiento. Dicen los jueces que para este cambio es obligado escuchar a los interesados y que no se ha hecho así. Con todo el respeto debido yo creo que el tribunal se equivoca. Desde luego que se ha escuchado a los vecinos, pero -eso si- solo a los vecinos católicos (creyentes o sociológicos, eso da igual) que son muchos más que los “interesados” no católicos y que suponen, claro, más votos. A esos vecinos sí se les ha escuchado. Tanto como a los vecinos de Deusto que se oponen a una discoteca legal que nuestro Ayuntamiento va a prohibir diligentemente.

No hay, por tanto, ignorancia del deseo mayoritario sino desprecio por el derecho de la minoría. En este caso de la minoría religiosa. En 1859 decía John Stuart Mill, hablando de religión que “allí donde el sentimiento de la mayoría es todavía genuino e intenso, allí podremos ver a la tal mayoría esperando aún ser obedecida”. Pues eso.

Detrás de apelaciones a una supuesta garantía de convivencia y otros disimulos conceptuales no hay más que eso: el deseo íntimo de la mayoría de que la suya sea la única visión socialmente aceptable. El problema es que los responsables municipales debieran saber que los derechos y libertades fundamentales no son negociables, ni requieren del permiso de la mayoría para ser ejercidos. Y no solo eso, debieran saber que su obligación como responsables de un poder democrático es defender activamente esos derechos en lugar de buscar subterfugios para ver cómo los suprimen sin que se note mucho. Comprendo que, con las elecciones municipales encima, defender el derecho de quien tiene una sola papeleta de voto frente a quienes tienen cientos es casi una heroicidad, pero es lo que hay, o al menos lo que debería haber en políticos decentes, de esos que despotrican día sí y día también contra el nuevo populismo.

Con objeto de solventar a toda prisa ese “defecto de forma” jurídico (que no la carencia democrática) el Ayuntamiento convocó hace unas semanas a las religiones no católicas a una reunión que le permitiera alegar que “los interesados” ya habían sido escuchados y seguir adelante con el procedimiento, pero tanto evangélicos como musulmanes han protestado, demostrado que pocos sí pero tontos no, y no han querido acudir a lo que consideran simple paripé.

Lo más curioso de esta normativa que busca expulsar a los nuevos templos a la periferia es que, al pretextar la excusa de la “convivencia” no es de aplicación a los edificios “exentos”, es decir a los templos que constituyan en sí un edificio completo y separado. El resultado es que, en lugar de una discreta mezquita en los bajos de un edificio, nos podemos encontrar un día con una completa, tal vez con su cúpula, su minarete y su muecín. De momento los Mormones ya han solicitado salir de su anónimo bajo y construir un templo bien visible en un céntrico solar de Deusto, donde seguramente no tendrán ningún problema ¿verdad que no?¿Qué se apuestan?

Publicado en eldiarionorte.es el 29 de diciembre de 2014

Otro post que escribí sobre este mismo tema aquí


lunes, 22 de diciembre de 2014

domingo, 21 de diciembre de 2014

Bilbao la Vieja con ojos de Tres Cantos


Marina y Alberto han vuelto de Bilbao encantados. ¡Hemos estado en un hotel que encontramos por Internet y ha sido estupendo! -dijeron- nos ha gustado mucho el barrio, con mucha vida, con detalles creativos y ambiente cultural. Se ve que allí hay movimiento tanto de día como de noche, y tan céntrico -añadieron- En un paso estabas en el Casco Viejo. ¡Nos hemos pateado la ciudad entera!

Estuve con ellos en Madrid y me encantó escucharles. Hablaban de Bilbao la Vieja, que es donde estuvieron. Son personas jóvenes, activas, que miran las cosas con curiosidad y sin prejuicios. No son ciegos y, obviamente, no les pasaron desapercibidos los detalles de marginalidad que el barrio muestra, pero han visto más mundo, más ciudades, más barrios y supieron no convertir la anécdota en regla. Al contrario, seguramente fueron capaces de ver las cosas mejor que lo que a menudo somos capaces de hacerlo quienes cargamos con viejas mochilas de desconfianza.

Desde luego que Bilbao la Vieja no es el Ensanche y sus vecinos no son, en general, los más ricos del lugar pero ni mucho menos es una zona a evitar, como aún tanta gente siente. Es cierto que pasó por tiempos malos y que hay quien no se acerca allí sino en la procesión del Nazareno y tampoco niego que hay mucho trabajo pendiente todavía. Pero Marina miró sus calles con ojos de Tres Cantos (Madrid) y vio en ellos mucha vida, creatividad y ganas. “Nos recuerda a Lavapiés” –me dijeron- que tampoco es el barrio de Salamanca, ¡oiga! Y lo hicieron en tono elogioso, seguramente con toda razón.

Se han hecho muchos esfuerzos en Bilbao la Vieja, tanto por parte de sus vecinos y sus asociaciones como de quienes se han instalado en el barrio para tirar de él hacia los campos de la creatividad, sea ésta artística, multicultural o culinaria. También se ha trabajado desde el Ayuntamiento y empresas públicas, como Surbisa o Bilbao Ría 2000. Ha habido reflexión y se han ejecutado mejor o peor, como todo, planes como el de Rehabilitación de Bilbao La Vieja, San Francisco y Zabala 2005-2009 o el actual Plan Comunitario 2012-2016. Pero nos han acostumbrado tanto a exigir soluciones mágicas, que cuando éstas no llegan, que es lo que pasa siempre, nos cuesta mucho percibir esos cambios reales, que nunca son suficientemente instantáneos y espectaculares.

Quizás lo mejor de todo sea que Bilbao la Vieja, aun mejorada, resulta inquietante porque, como le pasa a Lavapiés, no es barrio que se avenga a convertirse en escaparate dócil de la ciudad “oficial”. Su vocación es otra: aceptar y disfrutar de lo extraño, de lo diferente, a veces de lo incómodo, de lo que no solamente no encaja en el imaginario de las mentes biempensantes sino que tampoco tiene la menor intención de hacerlo.

Tengo que agradecer a Marina y Alberto que me hayan permitido que esta columna, usualmente crítica y algo ácida, tenga hoy este tono más amable. Las baldosas de Bilbao la Vieja que ellos patearon, seguramente tan firmes o tan sueltas como las del resto de la ciudad, no les impidieron ver el atractivo de un barrio que siempre, desde hace siglos, ha estado tan lleno de vida como lo está hoy y que atesora una buena parte de la historia y del carácter de esta villa. Lo sabía, pero han tenido que venir de fuera a recordármelo.

lunes, 15 de diciembre de 2014

La era Azkuna terminó. ¿Ahora qué?

Iñaki Azkuna. Alcalde de Bilbao entre 1999 y 2014

Parece que el encadenamiento de días libres de la pasada semana les ha quitado la razón a quienes aducían la inexistencia de “público objetivo” dispuesto a salir de compras en festivo. Los pocos establecimientos que abrieron estuvieron a rebosar de esos compradores inexistentes.

También los municipios cántabros manifestaron con toda claridad que abrirían durante el puente con la intención declarada de captar al público vizcaíno. Pasado el puente y como gente bien nacida que son, han agradecido la invasión de los bilbaínos que llenaron los centros comerciales de Castro Urdiales, Laredo y Santander. De nada.

Esto de los horarios comerciales está dando mucho juego y es importante pero sólo es una parte de la compleja encrucijada en que Bilbao está ya metido y seguirá estándolo en los próximos años.

En marzo habrá elecciones municipales y el ruido de la campaña, más aún ahora que la política es una actividad tan estruendosa, lo tapará todo. Asistiremos a debates de vuelo corto, alguna polémica y a manifestaciones de adhesión hacia cualquier cosa que se entienda que da votos. Así que habrá que esperar a que el trámite electoral termine para que, cesado el bullicio, tal vez alguien se ocupe de las cosas del comer.

No son los horarios comerciales lo más importante. Es algo más. La cuestión a la que nos enfrentamos de la mano de quienes elijamos en marzo, es qué tipo de ciudad queremos y cómo imaginamos el Bilbao por el que deberemos esforzarnos. Escoger entre la ciudad dinámica o la ciudad tranquila es lo que Bilbao, sus autoridades y su sociedad, tendremos que enfrentar. El modelo del titanio bonito, que sustituyó al gris industrial ha sido un éxito pero ya ha cumplido su plazo, y todo va mucho más rápido ahora.

Es legítimo querer un Bilbao tranquilo y apacible, perfectamente adaptado a la que se prevé que va a ser su envejecida población. No es mala solución y yo mismo seré “público objetivo” de esa alternativa. Sin embargo ese tipo de ciudades, tan cómodas, sosegadas, limpias y -dicen que- aburridas necesitan obtener los muchos ingresos que requieren para poder mantenerse, de otras urbes más “ocupacionales”. Y de esas no tenemos.

Por supuesto que otros abogan por aprovechar el tirón turístico y el tamaño accesible de Bilbao para convertirla en un centro comercial y de negocios. Cosas que ya se sabe que atraen dinero y oportunidades pero que convierte las calles en espacios ruidosos, con aglomeraciones, idiomas y religiones distintas, largos horarios, papeleras a rebosar, pobres que se hacen visibles y turistas con sandalias y calcetines. Uff.

Pero no es solo el comercio. Hay más dudas sobre cómo queremos que sea Bilbao. Está el problema de la cohesión social. Saber si queremos una ciudad más rica aunque sea más desigual o lo contrario ¿Cómo vamos a facilitar la movilidad social? si es que queremos hacerlo. ¿Vamos a concentrar lo marginal en uno o varios lugares de forma que el resto de la ciudad “comercial y de negocios” quede al margen de esos feos problemas? Hay muchas ciudades que lo hacen.

También nos queda la duda de si seremos capaces de atraer el talento, que ya no necesita está físicamente en una macro-urbe, que puede elegir un lugar más cómodo, por ejemplo Bilbao, pero que necesita también un “ambiente propicio” desde luego más parecido a California que a Vetusta. Y hablando de ese ambiente, el último y exitoso evento tecnológico que hemos acogido: Fun & Serious también nos pone delante de otra duda, no pequeña: ¿Cuánto Inglés se va a escuchar en nuestras calles? y ¿cuánto se esperará que hablemos nosotros mismos? Otra bonita pregunta que tendremos que responder.

Cómo también deberemos responder a cómo va a ser la relación de Bilbao con los muchos e importantes municipios que la rodean, que forman parte inseparable del mismo entorno metropolitano en el que muchos nos reconocemos, pero que ya no están dispuestos, con razón, a ser las ciudades secundarias que fueron en los años sesenta y setenta.

Son muchas e importantes preguntas que sobrevolarán entre las paredes del Salón Árabe municipal el día que se constituya la próxima corporación y a las que sus miembros, con la ayuda de toda la ciudadanía de la villa, tendrán que encontrar respuesta. La era Azkuna ya terminó, la Alhóndiga Bilbao tomará su nombre en recuerdo. Bien y ¿ahora qué?. Esa será (o debería ser) la pregunta a partir de marzo.

Publicado en eldiarionorte.es el 15 de diciembre de 2014












lunes, 8 de diciembre de 2014

Las catedrales invisibles

La "Cloaca Maxima" de Roma aún se asoma al Tiber

“Si estuviésemos ante esta obra hace más de mil años, habríamos inaugurado una catedral”. Más o menos esas fueron las palabras que el alcalde Areso pronunció el pasado 28 de noviembre en la puesta en marcha del nuevo tanque de tormentas recién construido en Etxebarri. La cosa no es para menos. El tal depósito ha costado 33 millones de euros y, usando el Sistema Métrico Periodístico (SMP), tiene un volumen equivalente a un campo de fútbol con la altura de un edificio de cinco plantas. Mucha agua. Porque tamaña inversión sirve, precisamente, para recoger la que sobra cuando el Nervión se pone estupendo. No solo la recoge, evitando así inundaciones y “aguaduchus”, sino que también permite retirarla del cauce y drenarla poco a poco hacia las depuradoras.

El arquitecto Areso, ahora alcalde, bien sabe, porque le tocó gestionarla muchos años, que la obra de regeneración del nuevo Bilbao más decisiva y transformadora brilla poco, no tiene paredes de titanio ni diseños artísticos ni otros oropeles. Empezó en 1979 con la puesta en marcha del Plan Integral de Saneamiento del Bilbao y es lo que ha permitido, después de muchos años y muchísimo dinero, que la Ría recupere la vida y que la ciudad pueda asomarse a ella sin arcadas. El tanque de Etxebarri es solo una pieza más de esa infraestructura.

Los urbanitas solemos pecar de algunas carencias y una de ellas es la dificultad que tenemos para percibir que el suelo mínimo a partir del cual empezamos a contar no es cero. Acostumbrados a un cierto orden, nos cuesta ver que debajo de la suela de nuestros zapatos hay un buen montón de infraestructuras sin las cuales la ciudad no podría ni abrir la persiana por las mañanas.

Lo peor es que a menudo trasladamos esa misma inconsciencia de lo mucho que cuesta que no pase nada a otros ámbitos y cuando nos asalta la pasión regeneradora, enseguida nos ponemos estupendos nosotros mismos abogando por recomenzar de nuevo, hastiados de los problemas que sí conocemos pero ignorantes del dinero, del esfuerzo y del trabajo que hace falta para alcanzar eso que llamamos cero.

Celebramos elecciones cada poco tiempo y son noticia sus resultados pero no las propias elecciones, faltaría más, alguien llena de gasoil los depósitos de los autobuses y organiza los turnos del metro, la justicia funciona tan mal o tan bien como el resto de cosas pero se celebran cada día miles de actos jurídicos que no salen en los periódicos, abrimos el grifo y sale agua potable, miles de alcaldes y concejales toman cada día decisiones normales, alguien alimenta y coordina las redes eléctricas que llegan hasta el enchufe al que está conectado este ordenador. La lista de lo que funciona cuando pensamos que nada funciona sería interminable.

Así que cuando nos asalta, como ahora, el sano afán regenerador convendría que nos parásemos a pensar un poco en que tal vez las cosas no sean tan simples, ni las soluciones tan fáciles como creemos y que las transformaciones más importantes, positivas y duraderas suelen venir de cambios laboriosos, cotidianos, poco brillantes y a menudo muy caros. Justamente lo contrario de lo que creemos que pasa cuando nos da por pensar que es posible hacer borrón y cuenta nueva cada 30 años.

Para poder llenar un vaso de agua o una urna de votos hace falta que alguien haya construido y mantenga muchas catedrales invisibles. Téngalo en cuenta antes de hablar de partir de cero.

La carrera de “la Balco”

Foto blog Ares Breas

A riesgo de pasar por engreído, les confieso que mi Bilbao llega hasta el mar. Y, por supuesto, abarca ambas márgenes. No pretendo chocar contra la autonomía municipal ¡me libraré muy mucho! Y menos aún con la identidad patrio/local de mis buenos vecinos. Tranquilidad. No tengo afán expansionista alguno sino un sentimiento de familiaridad personal con todo lo que va mojando la Ría.

Y en ese entorno que siempre he visto como doméstico había un lugar simbólico, poderoso, orgullo de la potente y vigorosa Margen Izquierda: Babcock Wilcox, “la Balco” era el emblema tecnológico de nuestra industria pesada. El concepto de gran industria llevado a su máxima expresión. Pero era más: era también símbolo de cuando el trabajo duro suponía seguridad, derechos, economatos, aprendices, viviendas y una vejez tal vez más corta pero siempre digna.

La centenaria Babcock Wilcox llegó a tener 5.250 trabajadores en su factoría de Sestao. Si a mí, que lo veía desde el mismo Bilbao, me causa desazón ver cómo se destruyen aquellos pabellones, no quiero ni pensar en cómo lo verán las familias para las que “la Balco” significó su propia vida.

Porque hoy lo que queda de la Babcock no es una ruina abandonada ¡ojalá! sino un espacio que está siendo mordido día tras día por quienes desmontan poco a poco el gran gigante para paliar su pequeña y terrible crisis. Dicen que en esos pabellones, que ya se desmoronan solos, duerme gente para estar en el tajo los primeros al amanecer. Tan temprano como lo hacían los obreros con sus tarteras pero ahora sin sirenas, solo con la prisa de que otro no llegue antes y les levante ese cobre que tienen mirado o ese motor herrumbroso que casi terminaron de arrancar ayer con el soplete.

Hay denuncias, vigilantes sobrepasados, ertzainas impotentes ante la marea del saqueo, incendios que nadie sabe cómo surgen y también hay ya alguna persona herida grave.

Se ha desatado una auténtica carrera en la que compiten los recolectores de chatarra, los administradores concursales de la ruina, que no tienen dinero para un derribo tan enorme, y las instituciones locales, que están deseando firmar los permisos para que aquello se convierta en solar y termine cuanto antes esta pesadilla. Todos corren, incluso lo hacen los miembros de la Asociación Vasca de Patrimonio Industrial, solo que estos últimos en la dirección opuesta, tratando de que se preserve algo de lo que tuvo tanto valor. De momento van ganando los zapadores.

Esperemos que, al menos, se pueda salvar la obra de Agustín Ibarrola 'Hombro con hombro' a la que lo único que la ha protegido del saqueo son sus 20 toneladas de hierro forjado. Una obra bien a la medida de la empresa en la que estaba.

Me resulta imposible no pensar que la Balco sigue siendo un símbolo, como lo fue siempre, solo que antes lo fue de prosperidad, trabajo y derechos hoy lo es de abandono, paro y precariedad. Quizás son esas cosas las que nos hacen sentirnos viejos, porque al escribir he pensado que muchos lectores de un diario digital, como este, más jóvenes, tal vez ni siquiera sepan de lo que estoy hablando.

Lo sepan o no les recomiendo el libro de Juan Eslava Galán “Historia de España contada para escépticos”, que termina así uno de sus capítulos:

Ahmed el Dorado, emir marroquí del siglo XVI, preguntó al bufón de la corte su opinión sobre el palacio El Bedi el día de su inauguración. El bufón dirigió una mirada apreciativa a aquel edificio incomparable, la Alhambra de Marraquech, construido con lujo asiático, mármoles de Italia, mosaicos de Turquía, estucos, ónices, bronces y maderas finas, y se limitó a observar proféticamente: “Cuando lo arrasen va a dejar un buen montón de tierra, ¿eh?

Publicado en eldiarionorte.es el 30 de noviembre de 2014