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miércoles, 30 de diciembre de 2020
La pandemia que no acabó con el Gobierno pero que puede acabar con Casado
miércoles, 23 de diciembre de 2020
Maldito derecho a decidir
Y ahí fue el llanto y crujir de dientes federal y confederal. Llegó la segunda ola y las autonomías, aterradas ante la posibilidad de tener que tomar decisiones impopulares volvieron a protestar.
martes, 22 de diciembre de 2020
Felices fiestas a serranicas y serranicos
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Portada del Cancionero de Uppsala |
miércoles, 16 de diciembre de 2020
Efecto mariposa, pero también efecto Dunning-Kruger
Hemos oído hablar tanto del efecto mariposa (eso de que el aleteo de una mariposa puede provocar un huracán al otro lado del mundo) que nos hemos construido el espejismo de que todas las desgracias son productos casi del azar, inevitables, y que sus orígenes son inaprensibles para nosotros.
Pero no siempre es así. A veces las desgracias y las tormentas se desatan después de un trabajo ímprobo, constante y activo por nuestra parte para que sucedan.
Esforzarse en hacerlo todo mal, a conciencia, y con considerable dedicación por parte de un número suficiente de personas, a veces resulta todo un éxito y finalmente sobreviene el desastre que se buscaba con tanto ahínco.
miércoles, 9 de diciembre de 2020
Pero tú, quién te crees que eres?
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El garrotillo. Francisco de Goya |
Se puede entender un poco mejor, aunque solo un poco, a ese alto porcentaje de personas que mantienen cierta prevención porque, tanto escuchar que la creación de una vacuna tarda una media de 10 años se sorprenden ahora de la rapidez con que han sido creadas las de la covid-19. Por eso es tan importante que se explique que la rapidez no ha supuesto ningún atajo que ponga en riesgo los resultados ni las garantías, sino que el mundo de la ciencia ha reaccionado como nunca lo había hecho antes.
domingo, 6 de diciembre de 2020
El Ejército tiene un problema

Seguro que la ministra tiene razón y esa es la actitud de la gran mayoría de los mandos militares de nuestro ejército. De hecho no puede ni debe ser otra, pero que unas cuantas balandronadas y groserías publicadas en una red social en donde se leen tantas tonterías por minuto hayan causado este revuelo y hayan obligado a declaraciones de personas de tanta altura no es porque nadie se las pueda creer sino justamente porque demasiados españoles se pueden creer perfectamente que los individuos que las firman piensan de verdad lo que han escrito. Que estos señores están fuera del mando en estos momentos es un consuelo tramposo porque no cabe imaginar que hayan descubierto esas tendencias fascistas tan íntimas después de su retiro sino que ya las tenían cuando mandaban firmes.
Es por eso que tanta insistencia en su calidad profesional de sus mandos y tanto reconocimiento por su labor en defensa del orden constitucional, seguramente merecidas, no han conseguido nunca disipar la niebla de sospecha que aún muchos españoles tienen hacia sus fuerzas armadas. Episodios como este lo que hacen es que mucha gente piense en cuántos compañeros ideológicos de estos tipos quedan aún en activo.
El ejército no tendría un problema si todo el mundo se hubiese tomado a risa lo de ese grupo y lo de tratar de enredar al Rey. Lo tiene precisamente porque no ha sido así. Porque no ha sido divertido.
jueves, 3 de diciembre de 2020
El otro grupo vasco y el régimen tumbado
El autodenominado Grupo Parlamentario Vasco en el Congreso, que es el del PNV, tiene menos diputados vascos que los vascos que forman parte de los demás grupos parlamentarios. Sin embargo, aun siendo menos vascos (en número) que los otros diputados vascos, el nombre del grupo hizo fortuna y se aceptó tácitamente que el 'Grupo Vasco' era el de los nacionalistas.
miércoles, 25 de noviembre de 2020
Laminar a Alfonso Alonso para después esto?
miércoles, 18 de noviembre de 2020
Qué mal entendemos la estadística, y qué bien lo del pecado
miércoles, 11 de noviembre de 2020
Dime que me quieres, Joe Biden
Dime que me quieres, Joe Biden
viernes, 9 de octubre de 2020
Los jueces no hacen justicia
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El juicio de Salomón. Luca Giordano 1694 - 1696 Colección del Museo del Prado |
Los jueces no hacen justicia. Los jueces ponen en marcha los procedimientos previamente establecidos para que se cumpla la ley o para que, en caso de no ser así, se apliquen las sanciones que correspondan, también previamente dictadas y escritas. Suena soso, ¿verdad? Lo es.
Resulta soso pero es muy importante entender que es así porque la democracia, en cuanto al poder judicial, solo existe si se respeta la aplicación de la Ley y se interpretan las circunstancias de cada caso con profesionalidad pero con lealtad absoluta a lo que en la ley se dice, independientemente de lo que piense, crea o vote el juez como ciudadano.
Este principio de supeditación a la ley no es nuevo, pero tampoco es obvio. Hay otros modos de impartir justicia. La diferencia entre el cadí de las sociedades teocráticas y el juez de un estado democrático es que en aquellas se confía en el buen juicio de una persona honorable y cabal que decide según su criterio personal y ético. Hablamos de un sabio, capaz de discernir lo que es justo de lo que no lo es en cada caso. La justicia democrática no actúa así, en absoluto, sino que se atiene estrictamente a las reglas y procedimientos previamente conocidos. La justicia del cadí es personal, misteriosa e impredecible, porque depende de su sola voluntad, la del juez es sosa, aburrida y predecible, porque depende de la Ley. El cadí decide la solución “hace justicia”, el juez aplica la Ley, que no es exactamente lo mismo. En esto conviene repasar a Max Weber en “Economía y sociedad” y, por supuesto a Cesare Beccaria en su “De los delitos y de las penas” nada menos que de 1764.
Así que pongamos un poco de cuidado en eso de “hacer justicia” porque si elevamos a categoría absoluta lo que no es ni más ni menos que un procedimiento complejo pero reglado, estaremos entrando en la peligrosa senda de usar la justicia, no como herramienta de un estado democrático y garantista sino como concepto moral y el peligro es que ante un absoluto moral, toda regla que lo impida, retenga, matice o retrase, aparece como una agresión contra lo que es bueno y deseable por definición.
Siempre que escucho (muy a menudo, por cierto) eso de “que se haga justicia” me entra la duda de si se reclama un juez o un cadí. Luego, cuando oigo a los más vehementes exigir, además, “un castigo ejemplar”, ya no tengo dudas: quieren alguien cuya sentencia satisfaga a la gente, alguien que decida lo que es justo, no que interprete y aplique la Ley. Quieren un cadí, no un juez.
miércoles, 19 de agosto de 2020
España ya es una república
Es una simplificación estúpida, o maliciosa, hacer recaer el ser o no ser de un régimen republicano exclusivamente en la forma de elección de su jefe de Estado. Para poder quedarse solo con esa espuma es preciso ignorar deliberadamente que hay multitud de jefes de Estado electos pero de comportamiento inequívocamente tiránico a lo largo y ancho del mundo y que sus llamadas repúblicas carecen por completo de valores republicanos, mientras que muchos jefes de Estado hereditarios actúan de forma intachablemente democrática, como el nuestro, como la Reina de Inglaterra y como los demás reyes y reinas de Europa. Son personas que conectan con una tradición de siglos, pero cuyas funciones nada tienen que ver con las que ejercían sus antepasados y sí mucho con los valores republicanos que son los que corresponden a un régimen de libertades, por más que sus símbolos sean coronas de larga tradición histórica, que reivindican la antigüedad de las naciones que representan, nada menos que eso pero tampoco nada más.
España es, de hecho, una república mucho más parlamentaria que la francesa
Los constitucionalistas españoles (que no son los que quieren cambiar media Constitución sino los que preferimos dejarla como está) escogimos que el jefe del Estado, el Rey, no tuviera poder político, pero sí que cumpliese una función simbólica en nombre de la nación, de la res publica española, precisamente basada en la permanencia en el tiempo de ambas instituciones: la Nación y la Corona.
Puesto que la Corona no es nada más que un símbolo, el daño es enorme
Por supuesto que la republicana organización política del Reino de España acepta y admite -faltaría más- que haya partidarios de cambiar la forma de designación del jefe del Estado. Por eso mismo sería bueno que tales partidarios fueran algo más allá del agitar de banderas y concretasen un poco. Por saber, más que nada, qué es lo que se nos ofrece como alternativa.
Todos los que han leído la Constitución de la Segunda República Española (o sea, nadie que yo conozca) sabrán que el Presidente electo, cuya sede era el Palacio de Oriente (Palacio Nacional), tenía derecho de veto y que daba igual lo que aprobase el Congreso, incluso aunque fuese por mayoría absoluta, que si a él no le gustaba, no se proclamaba y en paz. Es decir, que con aquella Constitución y un presidente de derechas, Sánchez no aprobaría ni una sola norma, ni un solo Decreto Ley, y con un presidente de izquierdas, Rajoy no hubiese podido hacer nada incluso cuando tuvo mayoría absoluta. Solo si una Ley le llegaba votada por una mayoría de dos tercios del Congreso (casi nada) estaba obligado el Presidente a proclamarla y permitir que entrase en vigor. Echen cuentas.
Porque el presidente de la República no era solo un símbolo, como lo es el Rey, sino que tenía poder real porque para eso había sido elegido en las urnas. Bueno no, no exactamente. Tampoco le elegían directamente los españoles sino las Cortes y un colegio de compromisarios elegidos por sufragio universal que sumaban sus votos a los de los diputados en igual número. Lo que hoy llamamos la “clase política”, vaya.
Respecto a la responsabilidad sobre sus actos y decisiones, todos ellos debían ser refrendados por un ministro, que asumía la plena responsabilidad política y civil de tales proclamas, participando incluso en las consecuencias penales que pudieran derivarse. No tan distinto a lo que establece la Constitución actual para el Rey que, sin embargo, no decide.
Y por terminar, es casi seguro que a algunos vascos y catalanes que no han leído aquella Constitución tampoco les gustaría nada ni el contenido ni el propio tono de su artículo 4, donde decía:
- El castellano es el idioma oficial de la República.
- Todo español tiene obligación de saberlo y derecho a usarlo, sin perjuicio de los derechos que las leyes del Estado reconozcan a las lenguas de las provincias o regiones. (sic)
- Salvo lo que se disponga en leyes especiales a nadie se le podrá exigir el conocimiento ni el uso de ninguna lengua regional. (sic)
Notas:
El primer ministro francés es Jean Castex
El presidente de Alemania es Frank-Walter Steinmeier
La Constitución de le Segunda República Española está donde debe estar: en la web del Congreso de los Diputados.
martes, 26 de mayo de 2020
Éspañoles
domingo, 17 de mayo de 2020
Hay que salir, aunque sea a comprar lotería
viernes, 8 de mayo de 2020
Acuérdate de Lavoisier

martes, 21 de abril de 2020
Toca escoger entre muertos y economía
Con un virus suelto y activo por ahí resulta tranquilizador escuchar esa bonita mentira de que es falsa la dicotomía entre salud y economía. Nos gusta escucharla porque niega que tengamos que escoger entre dos males, que es cosa siempre muy incómoda. Solo que, de falsa, nada. Es una elección terrible, inhumana, pero cierta.
El confinamiento salva vidas. Tan seguro como que mientras tanto nos arruina, nadie pone ninguna de esas dos cosas en duda: mientras frenamos la expansión del virus, frenamos la economía. Cada día que le ganamos al virus unas decenas de muertos para la siguiente quincena, destruimos la economía para los siguientes meses. Es justamente porque somos íntimamente conscientes de ello por lo que nos apuntamos a la fácil salida de negar lo evidente. Pero el virus está ahí; mata, y esa es la única razón por la que estamos encerrados en casa y tan hartos que el cansancio nos está haciendo evolucionar del #yomequedoencasa al #aversisalimosdeunavez.
Por eso, como cada día tenemos “mejores noticias” hemos empezado a encontrar razones de peso para que salgan los niños, pues claro que sí, y vemos evidente que también se pueda salir en bici o a correr, o que los ancianos, tan castigados por el confinamiento, puedan tomar el sol un poco (todas estas actividades con las adecuadas precauciones, por supuesto).
Queremos normalidad, todos. Y queremos sobre todo que la economía empiece a andar de una vez. La incertidumbre y el miedo a ser más pobres nos abruman entre las cuatro paredes y con toda lógica aumentamos la presión para volver a salir. Tan evidentes y lógicas nos resultan estas deseadísimas medidas de desconfinamiento que su brillo parece que nos ciega ante la evidencia, esa sí que indiscutible, de que no estamos encerrados en casa por capricho, sino porque cada día mueren miles de personas en todo el mundo.
No nos gusta reconocer que el desconfinamiento, por cuidadoso que sea, costará contagios y vidas. Vidas que se salvarían si nos quedásemos más tiempo en casa: que los niños salgan costará vidas, puede que pocas, pero más que si no lo hicieran, que salgamos a correr supondrá más muertos que si nos quedásemos en casa. Nunca sabremos cuánta gente enfermará y cuánta morirá porque retomemos la actividad cotidiana en calles y plazas pero todos sabemos que habrá muertos adicionales. Hay que salir, pero sin engañarnos pensando que regresar a la vida “normal” y a la actividad económica, no tendrá consecuencias.
Del mismo modo que los generales en una guerra estiman el número de bajas, como es su obligación, antes de decidir a quién mandarán a la muerte primero, a los gobernantes civiles de hoy les toca escoger entre muertos y economía. Una decisión pavorosa, sin duda, pero no hay otra. Y los demás, los que afortunadamente no tenemos que decidir cosa semejante, esperamos que ellos sí lo hagan. Para eso los elegimos, para que decidiesen.
domingo, 12 de abril de 2020
Nos molan las fakes.
martes, 7 de abril de 2020
Auguro que vendrán los liberales, cual torna la cigüeña al campanario
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Antonio Machado |