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De hecho nunca lo ha sido de verdad. Hemos preferido no creernos los datos científicos, despreciar las advertencias, como hacemos siempre que nos resultan incómodas. Incluso criticar a los expertos por exagerados y aguafiestas. Las cumbres de la COP, que desde hace 29 años realiza la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, se han ido sucediendo y llegando a acuerdos internacionales de reducción de emisiones tan difíciles de alcanzar como imposibles de cumplir después.
Según la Organización Meteorológica Mundial en el año 2023 las concentraciones de gases de efecto invernadero marcaron un nuevo récord en la historia de la humanidad. Seguimos recalentando la atmósfera y los mares (el Mediterráneo muy especialmente) e incluso últimamente hemos abierto la puerta a los moderados retardistas, esos sectores biempensantes, tranquilizadores y...peligrosos, que nos parecen hasta razonables al lado de los feroces negacionistas.
Del mismo modo que, tras un accidente de automóvil la prioridad nunca será ponerse a revisar neumáticos o frenos, sino sacar a las víctimas y atenderlas, la prioridad ahora ya no es parar el cambio climático sino poner dinero público (mucho dinero público) para la prevención y mitigación de las catástrofes que nos anunciaron hace mucho tiempo que vendrían, que están produciéndose de verdad y que van a seguir haciéndolo, probablemente ya no al ritmo de una por cada generación, sino de una por cada legislatura.
Convendría entender que ya no estamos ante hechos excepcionales, por terribles que sean, sino ante una nueva y aterradora regularidad. Por eso bienvenidos sean los donativos que estamos haciendo, pero mucho mejor serán los impuestos para mantener unos enormes servicios de emergencia profesionales que van a ser imprescindibles en la nueva normalidad de un planeta recalentado. Esa es ahora la prioridad y habrá que pagarlos como pagamos para sostener todo lo cotidiano: la educación, la sanidad, las carreteras, las embajadas, los controles sanitarios o los sueldos de los funcionarios. A ver si así nos vamos preparando mejor para la catástrofe de 2026 o la de 2027.
El problema de fondo es que el sistema económico que nos hemos dado no puede o no sabe existir sin crecimiento, sin quemar, sin explotar, sin contaminar, sin destruir.
La recomendación bíblica de "henchid la Tierra" tuvo sentido cuando éramos incapaces de destruir el planeta, pero no sirve ahora que sí podemos hacerlo. Pero a ver quién es el guapo que cambia el sistema que nos da de comer (a unos más que a otros).
Así que después de subir este texto tan conveniente a un servidor informático depredador de energía, me voy a aliviar la indignación tomando un café de una cápsula de aluminio desechable, removiendo el azúcar del sobre individual con un palito de madera de usar y tirar, antes de coger mi coche de gasolina. Me temo que somos todos. Yo también.