Han pasado bastantes días desde que estuve abusando de la hospitalidad de mis amigos asturianos. Gente entusiasta, orgullosa de su ciudad y atenta con el visitante. La cosa estaba prevista con más peña pero no salió y de esa forma nos queda afortunadamente pendiente una nueva visita a la que tendré que llevar obligatoriamente la bufanda del Sporting que me regalaron.
El hombretón de Ivan, Irene la geógrafa, Bea y Fran, que ya me demostraron su amistad meses antes…todos estuvieron a mucha altura. A los jóvenes Silvia y Pablo solo les podía contemplar disfrutando de la noche y sabiendo que ya no les puedo seguir. Qué le vamos a hacer!
Con Oscar, anfitrión y alma de esta visita, di un magnífico y lento paseo matinal por una ciudad algo gris, algo húmeda y con olor a sal, como son todas las del Cantábrico. Y por supuesto no me olvido del disgusto que tenía porque –vaya por Dios- no hubo oricios. Pero disgusto de verdad de la buena. No sé yo. Los he probado con crema en Cataluña pero me da que Oscar me los va a hacer comer al estilo asturiano. Le temo.
Y en medio de Gijón, en el paseo me encontré esta pintada. Para que no faltase nada. En el mismo Gijón.
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