El Perich |
Pero la lógica suele casar mal con la espectacularidad que los medios de comunicación necesitamos cada día para nuestras portadas así que estos días, como cada invierno, asistimos a la conversión de cualquier alerta en alarma.
La costumbre de incitarnos a vivir atemorizados por cualquier cosa no va a desaprovechar una oportunidad tan estupenda y así vemos a reporteros, micrófono en mano, informando bajo la nieve de lo mal que está todo, mientras se ven de fondo coches y camiones circulando con lluvia, nieve y plena normalidad.
Caseríos aislados, cuyos habitantes tampoco pensaban bajar al valle y coches sepultados por la nieve en pueblos de montaña acompañan a imágenes de puertos de segundo orden, de esos que usted y yo hemos subido una o tal vez ninguna vez, que suelen servir para paliar la incomparecencia del desastre esperado y si ha tenido usted la desgracia de resbalar con el granizo en Bilbao y le ha cazado un reportero corre el riesgo de verse en portadas e informativos, gastando tontamente los pocos minutos de fama que a todos nos asignaba Andy Warhol.
Los medios han descubierto hace años el tirón de audiencia que traen los fenómenos meteorológicos y, gustosos de exagerarlos, cuando hay poca chicha para llenar el espacio previsto imágenes de otros países les vienen al pelo para redondear la sosería del material local. Peor son las redes sociales que, libres de cualquier limitación deontológica, no es difícil que nos intenten colar por todo el morro imágenes espectaculares de otros lugares, de otros años, o de ambas cosas.
Todo esto no pasaría de ser anecdótico y hasta algo ridículo si no fuese porque demuestra una infantilización galopante de nuestra sociedad que, lamentablemente se demuestra en cosas más importantes y peligrosas que la meteorología. El mundo no es un valle de lágrimas pero tampoco es todo él el salón de nuestra casa, las carreteras no son el pasillo pero tampoco una gimkana de obstáculos.
Se aprovechan de que no nos gusta nada reconocer que somos frágiles, que la vida entera lo es y que la nuestra no resulta excepcional. Por el contrario, aprender a gestionar las contrariedades, a comportarnos con prudencia cuando el sentido común lo aconseja y, sobre todo, no pretender que alguien debería responsabilizarse en todo momento de que no tengamos nunca ningún problema no solo es un acto de madurez muy conveniente, sino el primer paso para hacernos cargo de nuestra propia condición de ciudadanos. Mantenernos en permanente intranquilidad puede ser una buena forma de desactivarnos, de manera que a cambio de la comodidad de no sentirnos culpables de nada, entreguemos nuestra voluntad a quienes dicen que ellos sí que van a salvarnos de éste y de todos los desastres. Por si acaso, recuerde: en invierno hace frío, en verano, calor y nadie da duros a cuatro pesetas.
1 comentario:
Más razón que un santo... Y lo dice alguien que lleva 17 años en TVE contando temporales... No te imaginas cuántas propuestas de conexiones abortamos por cada una que se realiza...
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