domingo, 5 de julio de 2015

Mi primer Aurrulaque





Mi amistad con Antonio Sáenz de Miera se forjó hace ya años a base de paseos por los montes guipuzcoanos. Antonio es un hombre inabarcable, de actividad imparable, ingenioso, culto y excelente conversador.

Por fin he podido asistir al primero de sus Aurrulaques, a los que insistía siempre en invitarme. Se trata de una excursión a la sierra de Guadarrama que Antonio organiza desde hace varias décadas (ni siquiera recuerda bien cuantas) pero en la que no falta nunca ni el humor ni el espíritu cívico de defensa de la sierra como patrimonio natural de todos.

Como se dijo ayer, la sierra de Guadarrama es no solo un espacio físico extraordinario, sino también un universo de literatura, historia, poesía y ciencia. Los árboles, los pedregales, los ríos, la fauna pero también las memorias, los versos y los relatos son parte de Guadarrama.

Precisamente la edición de ayer (mi primer aurrulaque pero seguro que no el último) conmemoraba el centenario de la muerte de Francisco Giner de los Ríos, guadarramista, creador de la Institución Libre de Enseñanza y uno de los hombres clave de la historia de la cultura española.

Allí arriba, en el mirador Luis Rosales se leyó el poema que Antonio Machado le dedicó a los pocos días de su fallecimiento.






A don Francisco Giner de los Ríos 


Como se fue el maestro, 

la luz de esta mañana 

me dijo: Van tres días 

que mi hermano Francisco no trabaja. 

¿Murió? . . . Sólo sabemos 

que se nos fue por una senda clara, 

diciéndonos: Hacedme 

un duelo de labores y esperanzas. 

Sed buenos y no más, sed lo que he sido 

entre vosotros: alma. 

Vivid, la vida sigue, 

los muertos mueren y las sombras pasan; 

lleva quien deja y vive el que ha vivido. 

¡Yunques, sonad; enmudeced, campanas! 



Y hacia otra luz más pura 

partió el hermano de la luz del alba, 

del sol de los talleres, 

el viejo alegre de la vida santa. 

. . . Oh, sí, llevad, amigos, 

su cuerpo a la montaña, 

a los azules montes 

del ancho Guadarrama. 

Allí hay barrancos hondos 

de pinos verdes donde el viento canta. 

Su corazón repose 

bajo una encina casta, 

en tierra de tomillos, donde juegan 

mariposas doradas . . . 

Allí el maestro un día 

soñaba un nuevo florecer de España.

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