martes, 4 de agosto de 2015

La "mano invisible" tiene sede en Alcalá 47

Adam Smith

Si lo prefiere, también puede usted dirigirse a Carrer de Bolivia, 56, en Barcelona. Muchas facilidades me parecen para acceder a lo invisible, ¿no cree?

En pleno siglo XVIII, Adam Smith publicó su obra “An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations”, más conocida como “La riqueza de las naciones”. Una obra fundamental en teoría económica en la que aparece la metáfora de la “mano invisible” con la que el autor trata de hacer ver que el capitalismo gozaría de una ventaja derivada de tratarse de un supuesto “sistema de libertad natural”. Según Smith, esta mano bienhechora fomentaría de forma automática el bien común como consecuencia de la suma de las actuaciones de los agentes que operan en un mercado libre, aun cuando cada uno de ellos trabaje de forma egoísta y a la búsqueda de su exclusivo beneficio.

Tal automatismo benefactor del mercado desaconsejaría, claro está, que el Estado se inmiscuyese, puesto que la regulación “natural” haría el ajuste mejor que cualquier funcionario.

Esta pequeña parte de todo lo escrito por Smith es el cimiento sobre el que los neoliberales construyen a cada momento su ideario económico, reclamando así la abstención del Estado, de manera que ellos puedan ejercer su poder sin limitaciones, ya que la suma de sus reconocidos egoísmos llevaría automáticamente a la virtud de la creación de bienes, empleos y riqueza colectiva.

Y una mierda.

El propio Adam Smith, que sí era liberal, no como los neoliberales de hoy, no ignoraba que tan natural como la competencia en un mercado libre es que quienes ya han accedido a él se ocupen activamente de acabar con esa libre competencia en el mercado en el que ya están. Yo añadiría que cuanto más grandes y poderosos, más esfuerzo dedicaran a evitar la competencia y menos a competir ellos mismos.

Sea impidiendo el acceso de nuevos agentes o evitando el enfrentamiento entre ellos, la actitud que el neofeudalismo económico defiende en realidad, aunque la enmascare tras la metáfora del noble Sr. Smith, es la consigna de “el libre mercado somos nosotros y aquí no entra ni Dios”.

Por si eso no fuese suficiente para que fuesen expulsados del paraíso liberal, está también su otro pecado: la indisimulada reclamación de que el Estado gane agilidad no para defender mejor a la población de sus abusos sino para ser más rápido a la hora de darles a ellos dinero contante y sonante. Extraña forma -oiga- de ejercer la libre competencia, que sin duda habría asombrado al bueno de Smith.

La Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC) ha tenido que contrariar al sabio escocés y hacerse cargo de la labor de su “mano invisible” pero a plena luz del día y ejerciendo precisamente el “monopolio de la coacción” que Max Weber le asignaba al Estado, ha impuesto una multa histórica de 171 millones de euros a los fabricantes y distribuidores de vehículos por el intercambio sistemático de información confidencial que hacían para evitarse la incómoda competencia a la que tanto apelan con la boca grande. Se han puesto como hidras pero todas las compañías de automóviles estaban implicadas y si alguna se ha librado de la multa no ha sido por haber actuado con “liberal honestidad” sino por haber colaborado en desenmascarar la trama anticompetitiva de la que también formaba parte.

Que estas mismas empresas sean las que han obtenido dinerito fresco de los gobiernos para vender sus vehículos a través de planes RENOVE y PIVE hace que el abuso aún sea más inmoral y sangrante. Los 171 millones de euros que tendrán que apoquinar ahora ni se acercan a los 445 millones de dinero público que los ciudadanos les hemos pasado directamente en los últimos años para que vendan sus coches a precios más bajos. Estos liberales trileros mientras cobraban con una mano hacían las trampas con la otra.

Está visto que de 1776 a esta parte, la ingenua “mano invisible” de Smith ha perdido el pulso contra la auténtica “mano escondida” de los “señores feudales del capital”, de esa “aristocracia del mercado”, tan liberal ella cuando habla de ideología como partidaria de acogerse al plan quinquenal sin el menor disimulo en cuanto las previsiones de beneficio se tuercen.

El español, que ya ha aportado al lenguaje económico internacional el término “corralito” debería pensar en proponer también el de “capitalismo de estraperlo” que, como se ve, es algo tan nuestro como la siesta, la fiesta, la paella o el torero.

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