Se lo vi escribir muchas veces a mi madre de niño, cuando la
acompañaba a alguna gestión: profesión…“sus labores”. Ese era el término que
comúnmente se utilizaba en los formularios oficiales para las mujeres que no
desempeñaban un trabajo remunerado.
Precisamente bajo aquel “sus labores” se escondía la
definición de las tareas sin valor social y ajenas a cualquier evaluación
económica objetiva. Al fin y al cabo no
eran más que “sus” labores, un trasunto cortés de “sus obligaciones”.
Por eso durante años el 8 de marzo fue el “Día de la mujer
trabajadora”, porque fue realmente el trabajo remunerado el que abrió a las
mujeres la puerta de su independencia. Fueron sus salarios en metálico los que
las empoderaron. Fue el trabajo reconocido y pagado y no el doméstico, ni el
del campo, ni el de cuidado de las personas, ni todos los otros que hacían
-durísimos- y que se escondían en aquel indefinido y cruel “sus labores”.
Afortunadamente, el 8 de marzo es ya el “Día Internacional de la Mujer” porque
la condición de sujeto de derechos se ha extendido a todas.
Pero la realidad es terca y dura. Hace unos días supimos que
la Encuesta
de Estructura Salarial del Instituto Nacional de Estadística (INE) refleja que
la brecha salarial entre sexos no solo no disminuye sino que crece. Por
supuesto, no se trata de que las mujeres cobren salarios menores que los
varones en sus mismos puestos, es que la estructura de nuestro mercado de
trabajo ha favorecido claramente la desigualdad y que, estadísticamente, las
mujeres y los hombres no desarrollamos exactamente los mismos trabajos. Que los
empleos a tiempo parcial, peor pagados, son muchísimo más habituales ente
mujeres que entre hombres. Hasta seis veces más habituales.
En Euskadi las mujeres cobran un 25,16% menos que los
varones, y esa diferencia es del 24% en el conjunto de España.
Sorprendentemente el mismo estudio nos informa de que cuando se trata de
contratos fijos las diferencias salariales entre hombres y mujeres no solo no
disminuyen sino que aumentan hasta el 27,15%. Y lo peor es que estas
diferencias lejos de irse eliminando, van creciendo año tras año. ¡Aquí pasa
algo!
Claro que pasa. Pasa que un mercado laboral desalmado, que
ha optado por la ampliación de horarios y la disminución de derechos de sus
trabajadores, está expulsando a quienes quieran compaginar su empleo con, por
ejemplo, el cuidado de los hijos, sean hombres o mujeres. Y pasa que ellas
suelen ser las principales paganas, con gran diferencia.
Desde luego que darle la vuelta a la misma tortilla y que
fuéramos los hombres quienes renunciásemos a nuestras carreras laborales para
que ellas saliesen temprano y no regresaran hasta que los niños estuviesen ya
acostados y apenas verles en toda la semana, podría resultar una buena revancha
pero no creo que mejorase mucho las cosas.
Y pasa también que las mujeres que se han formado cuidadosamente,
a menudo con un aprovechamiento mayor que el de los varones, lógicamente no
están dispuestas a renunciar a sus carreras por las que tanto se esforzaron y,
para poder competir sin impedimentos en ese mercado ciego a todo lo que no sea
el beneficio inmediato, optan por no tener hijos o retrasarlos hasta tener
alguna seguridad de que un embarazo no significará su expulsión inmediata de su
carrera profesional, como saben bien que ocurrirá si empiezan jóvenes.
Lo terrible es que entre esas mujeres están muchas de las mejor
preparadas, las que han sido vanguardia del pensamiento feminista, las que han
impulsado la que sin duda es la revolución más poderosa que ha experimentado la
humanidad en miles de años. Y muchísimas de esas mujeres no van a poder ser
ejemplo para sus hijas, simplemente porque no las tendrán.
Si las condiciones laborales no cambian, y rápido, como ha
cambiado la sociedad, puede pasar que retrocedamos, como tantas veces ha pasado
en la historia, y que nuestras compañeras e hijas sean las últimas generaciones
de mujeres libres. Que en unas pocas décadas volvamos al terrible “sus
labores”. Esa sería una de las consecuencias más demoledoras de la crisis. De
momento parece que vamos mal.
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