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El próximo 10 de junio comenzará oficialmente la campaña electoral para las elecciones del 26, pese a que realmente estemos en campaña casi desde el mismo 21 de diciembre, según se conoció el resultado de las anteriores.
Aunque ahora muchos, incluso el Rey, proponen hacer poco gasto publicitario, lo cierto es que se tratará de la campaña electoral más cara de todas las conocidas, y con enorme diferencia. No estoy hablando de los 100 o 130 millones de euros que costará la organización de los comicios, ni de las subvenciones que llevan aparejadas, sino de los miles de millones que nos está costando la paralización de muchas decisiones políticas no tomadas y cuyos primeros efectos ya tendrían que estar viéndose. También cuento con las decisiones de inversión que están a la espera de saber cuál va a ser el nuevo entorno legislativo y de gobierno que se encontrarán a partir del verano. Lo dicho: una ruina.
Pero como dice mi amigo Luis con toda razón: “es lo que tiene la democracia” así que tendremos que asumir que un cambio tan importante como el que se ha producido en la voluntad de los electores era lógico que conllevase dificultades.
No tengo ni idea de cuál será el resultado electoral. Puede ser que el nuevo reparto de cartas lo ponga todo muy fácil pero probablemente no sea así. La granizada de encuestas no está ayudando mucho porque nos trae muchas piedras y muy poca agua de boca.
Lo que es seguro es que la de junio será la última mano; que con lo que salga habrá que apañárselas. Así que mejor sería que en lo que queda de campaña electoral (o sea desde hoy al 24 de junio) se dejasen atrás los calentones y esto no fuese una nueva sucesión de alardes, líneas rojas y de promesas de desalojar a unos o a otros.
Porque esa idea tan nuestra de la ilegitimidad del adversario supone una enorme barrera para acordar y por eso, mejor dejarla ahora fuera de campaña no sea que, sabido el nuevo resultado, se nos interponga a la hora de negociar. Pero sobre todo, y conviene recordarlo, porque, además de inútil para trabajar, es en sí misma una idea contraria a la democracia y, por tanto, muy peligrosa.
Puesto que no va a haber unas terceras elecciones, el resultado de junio gustará más o menos a cada cual pero será con esas cartas con las que habrá que hablar y que formar Gobierno.
Es más, creo que este tiempo que hemos perdido obliga a que el acuerdo sea definitivo. La posibilidad que se ha apuntado a veces de una legislatura corta, solo para poner un poco de orden, se ha ido por el mismo desagüe que estos meses perdidos. Apostar por un adelantamiento electoral en uno o dos años se vería como unas intolerables terceras Generales de 2015.
Hemos perdido demasiado tiempo con los sueños, los titulares, las fotos estupendas y las declaraciones de santa indignación. Ahora no va a haber otro remedio que hablar. Y hacerlo con todos. O sea: correr riesgos, porque más mus no va a haber.
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