El fin del odiado bipartidismo parece que es, por ahora, la
única buena noticia de este tiempo político. La irrupción de nuevos partidos
con considerable representación parlamentaria hizo caer, por fin, una de las
peores características de la política española, a decir de la mayoría de
analistas.
Los grandes males del bipartidismo eran tan obvios que ni siquiera
hacía falta proclamarlos. De hecho solo preguntar por ellos era ya hacerse sospechoso
así que todo quedaba solucionado con una apelación genérica a los innegables
males de la política, de la transición, a la corrupción y demás indignidades, todas
ellas causadas -faltaría más- por el bipartidismo.
Cada cual podía, por tanto, hacer su propio menú personal de
los males del bipartidismo. Me avergüenza un poco que siento “tantos” y “tan
evidentes” se me hayan ocurrido tan pocos pero humildemente les ofrezco los
míos: la tendencia a un reparto invasivo de las instituciones, la pérdida de la
pasión política y el distanciamiento del votante, la creación de aparatos
poderosos que cierran la puerta a la renovación…el aburrimiento y la falta de
tensión informativa (ese dolía sobre todo a los medios) en fin, según los
escribo me entran dudas de que se vayan a solucionar así que no sigo.
Destruida bicha semejante, llegaría sin duda el advenimiento
de las soluciones imaginativas, de la frescura, la limpieza y la pasión
política que despuntaba en columnas, editoriales y barras de bar.
Pero, sobre todo, el nuevo escenario iba a promover la
necesidad de acuerdos multilaterales para gobernar, alejadísimos de rodillos
parlamentarios o de convalidaciones de mero trámite en las Cortes de los
Decretos Ley gubernamentales. La democracia, ahora sí, en acción.
Nadie nos explicó que en un ecosistema muy repartido, cada
grupo político ocuparía un espacio menor, más concreto, más definido y más
cómodo (para sus militantes) del que no tendría ningún incentivo para moverse.
Todo lo contrario, ya que siempre habría votantes en disputa con los grupos ideológicamente
contiguos.
Así, la lealtad a los principios se ha convertido en
marchamo de honor para los leales y paradójicamente la necesidad de acuerdos
globales choca ahora de lleno con la satisfacción de unos militantes encantados
en su nueva, y estrecha, zona de confort. En tales condiciones no es difícil
que el arreglo se confunda fácilmente con la traición y, en todo caso, lo que
queda claro es que del multipartidismo no han surgido acuerdos automáticamente
sino más bien líneas rojas.
Tampoco hay que olvidar que la misma opinión pública que
exige a los políticos que cedan y se pongan de acuerdo, machaca sin piedad a
aquel que cede (no hay más que ver lo que dicen ahora de Ciudadanos) supongo
que todo el mundo debe pensar que acordar es conseguir que “el otro” haga lo
que yo digo o que me deje hacer a mí lo que me parezca (tal y como atinadamente
plantea Rajoy).
Pocos creían que habría terceras elecciones. Ahora es
prácticamente seguro que las habrá. Lo que está en duda es qué sucederá antes:
que nuestros partidos aprenderán, por fin, a moverse en un panorama de 4 y
añadidos o que volverá el bipartidismo. Este
año perdido podría ser el doloroso principio de un tiempo realmente nuevo o una
experiencia fallida no menos dolorosa. Lo iremos viendo en diciembre.
2 comentarios:
Bravo, has dado en el clavo.
JL
Fantastico
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