jueves, 17 de noviembre de 2016

Ya no basta con preguntar


Los historiadores no pueden entrevistar a los muertos así que tienen que apañárselas mediante fórmulas diferentes para investigar y descubrir cómo eran las sociedades objeto de su estudio, sus costumbres, modos de vida y hasta sus sentimientos.

Uno de ellos, el neoyorkino Allan Lichtman, es profesor de la American University y ha desarrollado un método para predecir los resultados electorales de su país mediante un cuestionario de 13 sencillas preguntas que hace no a la gente sino a la realidad, como buen historiador.

Lichtman ha analizado detalladamente todas las elecciones americanas desde 1860 y parece que su método, el que se valoran los resultados de elecciones intermedias, si el candidato repite o no y otras cuestiones, funciona bastante bien para predecir el resultado.

Por supuesto acertó en la elección de Trump pero, sobre todo, también lo hizo en todas las elecciones anteriores de los últimos 32 años. Algo tendrá este agua…

En medio del creciente descrédito de los sondeos políticos, el sistema de Litchman mueve a reflexión. No se trataría, claro, de desechar la fórmula de preguntar a las personas vivas pero sí de reflexionar sobre la posibilidad de que el sistema actual de sondeos políticos deba adaptarse a una sociedad desensibilizada por el uso y abuso de encuestas.

Del mismo modo que las autoridades sanitarias se muestran preocupadas por la amenaza de una creciente ineficacia de los antibióticos, tras décadas de uso masivo y útil, tal vez los sociólogos deban empezar a pensar en que para saber lo que piensa la gente ya no basta con ir y preguntar. Porque puede que no les digan toda la verdad, oculten parte de ella, se hagan los distraídos o directamente mientan, que todo puede ser.

No sería extraño que el abuso sea una de las causas de que se nos estén mellando la herramientas demoscópicas. Todos los medios, del más prestigioso al más militante, nos atizan con sondeos a cada poco. Las redes sociales, que todo lo amplifican y aplanan, ayudan a que los rebotemos y les demos difusión cuando nos gustan o nos sirven sus predicciones. Así, de la mano de nuestros amigos y seguidores y ayudados por la tecnología que selecciona en base a nuestros gustos, reforzamos las mismas cosas, las mismas ideas e idénticas concepciones o creencias, llegándonos a creer que nuestro mundillo es “el mundo”. Los twiteros piensan que todo gira en torno al pajarito azul, donde hay millones de personas compartiendo lo que les gusta pero también hay otros muchos millones de personas que… no están.

La prensa seria, que se lee sobre todo a sí misma, también cae en el espejismo de pensar que ocupa el espacio central de la plaza pública, cuando cada vez está más en la periferia; la buena, la fetén, la prestigiosa, pero la periferia al fin.

Un sondeo que no atina no es relevante pero cuando ningún sondeo acierta es la demoscopia la que amenaza con dejar de servir. Quizás se trate de volver a revisar los sistemas de exploración, de entender que vivimos una sociedad compleja, cambiante, muy espectacularizada, en la que las mismas encuestas son a menudo parte del mismo estruendo que no deja escuchar.

El ejemplo de Lichtman puede ser una más de las muchas ventanas nuevas que la sociología tendrá que ir abriendo para mirar una realidad más polifacética que nunca y, de esa forma seguir sirviendo como herramienta para entendernos a nosotros mismos, porque está visto que ya no basta con preguntar.

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