La anorexia es una enfermedad de la opulencia. En los países pobres la desnutrición no va de la mano de la moda sino del hambre.
En las personas que sufren anorexia nerviosa lo más evidente es su extrema delgadez y algunos comportamientos autodestructivos, pero lo que constituye el núcleo de su dolencia y lo que más nos inquieta a los demás es la pérdida total de su capacidad de ver lo que es obvio.
Seducidas por una idea errónea de belleza o de autorrealización, pierden la capacidad para darse cuenta del deterioro grave de su propio organismo que es, sin embargo, perfectamente visible para cualquiera. Por eso no vacilan en someterse a castigos crueles, incomprensibles para los demás, pero que para esas personas constituyen actos heroicos de libertad.
A la sociedad vasca me temo que le pasa algo parecido pero no con las barrigas, que en general están bien dotadas, sino con la forma de entender la política. Los vascos (y las vascas) pese a vivir en una sociedad abundante en libertad, padecemos una suerte de anorexia democrática que nos impide ver la delgadez extrema de nuestro cuerpo político y su preocupante falta de músculo cívico.
También nos hemos acostumbrado a algunas conductas destructivas, difíciles de entender para quien no está infectado:
- Vemos sin la menor inquietud que miles de nuestros vecinos vivan amenazados.
- Cuando en fiestas un visitante se muestra extrañado de ver fotos de terroristas en lugar preeminente de algún ayuntamiento nos defendemos diciendo que “es que no lo entendéis”, igual que haría una adolescente que quisiera escapar de una opinión incómoda sobre sus extrañas costumbres alimentarias.
- Hemos sido testigos de cómo las personas que estaban a frente de instituciones democráticas con un poder de autogobierno que causa envidia en cualquier otro lugar del mundo despreciaban, paradójicamente, aquello que los ciudadanos habíamos puesto en sus manos.
- Damos por bueno que miles y miles de personas decentes deban mantener su opinión silenciada en la calle mientras otras, partidarias confesas de la violencia, pueden proclamar la suya sin que nadie les arguya. De hecho durante años hemos ignorado y hasta reprochado su condición a las víctimas del terrorismo mientras nuestras policías municipales cortaban las calles sin titubear en cuanto la izquierda abertzale convocaba un acto público.
- Incluso hemos admitido que vecinos afectados se manifestasen airados para defenderse contra la cercanía de una comisaría o de la sede de un partido democrático que, además, recibían de éstos la reprobación airada por poner en riesgo la tranquilidad conseguida tras largos años de asentimiento silencioso y anónimo al imaginario de los asesinos.
No sé cómo se llama esta enfermedad que no nos ha dejado ver a los vascos lo que cualquier persona podía ver, por eso la he denominado anorexia democrática.
Pero de lo que estoy seguro es de que se trata de una enfermedad. Y también estoy seguro de al igual que las personas enfermas de anorexia nerviosa solo se curan tras pasar por un largo y duro proceso de rehabilitación, a la sociedad vasca también le va a costar un considerable esfuerzo librarse de esta dolencia social. Un esfuerzo que tímidamente ha empezado ya pero que sólo podrá iniciarse en serio cuando ETA desaparezca y el miedo empiece a remitir. No importa si es en un solo día, tras un comunicado de “despedida y cierre” o como resultado de un proceso de extinción paulatina.
El mero final de la violencia no traerá la paz sino que ésta empezará a venir poco a poco a partir de ese momento. Veremos cuánto tarda. Hay muchas heridas por cerrar.
Foto EFE
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