viernes, 2 de noviembre de 2012

La culpa es del IVA


“La subida del IVA desploma el consumo”. “El IVA da la puntilla al comercio”. ”La subida del IVA hunde al minorista”. Son titulares recientes. Parece que ya ha aparecido el culpable de las penas de nuestros comerciantes, ya sabemos sobre lo que disparar. Hemos hallado enseguida la simple y confortable explicación de al menos esa parte de nuestras penas: ¡Ha sido el IVA!

Las soluciones rápidas y sencillas tienen enorme éxito entre nosotros. No debe extrañar; siempre será más fácil adelgazar tomándose una pastilla que tener que pasar por el largo y agotador proceso de comer menos y sudar más. Con los problemas pasa lo mismo: encontrar un culpable y señalarlo es tan tranquilizador que nadie se resiste a hacerlo: “Muerto el perro se acabó la rabia”, decía el viejo refrán.

Sin duda la espectacular subida del impuesto que mejor conocemos todos no habrá ayudado al negocio de los tenderos (caída del 10,9% de ventas respecto a setiembre 2011) pero la realidad es que, mes tras mes, ya llevan soportando 4 años de caídas en las ventas. Algo tendrá que ver nuestro odiado IVA pero sin duda hay mucho más. Por supuesto que lo hay, solo que es aún más incómodo y doloroso que el footing o el gimnasio.

Más inflación, rebaja de los salarios ya bajos, aumento de los precios de transporte, copago sanitario, reducción de becas, menos actividad económica y más incertidumbre, una de cada cuatro personas que quiere trabajar no puede hacerlo, no hay crédito pero sí desahucios, las familias empiezan a reducir su consumo incluso en alimentación básica (donde el IVA se mantiene, por cierto).

No es el IVA. Es mucho peor. Es la desconfianza y la pobreza. La de quienes ya la sufren y la de quienes temen caer en ella. Los servicios públicos que hoy se destruyen no solo atendían a los más desafortunados sino que eran la red que permitía a la clase media seguir siéndolo y por consiguiente seguir siendo también consumidores. Ahora los suprimen porque dicen que son caros pero hoy pagamos más impuestos y no menos. Sin embargo vamos perdiendo aquel colchón público que, en caso de necesidad, nos protegía. Es una sociedad que hiberna, que se cierra, en donde el grito y la protesta conviven con el miedo.

Hace meses escribí en esta misma columna que quienes aplaudían entonces fervorosos las reformas tal vez necesitasen las manos para cavar las tumbas de sus negocios. Pero como todo esto es muy incómodo y a nadie gusta ser agorero, huyamos de la realidad y vayamos todos juntos, y yo el primero, con las teas encendidas a por el malvado IVA: ¡Ha sido el IVA!...¡Ha sido el IVA!...¡A él!...¡Que no escape!

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