sábado, 28 de junio de 2014
Elogio de las puertas giratorias
Todo el mundo parece convencido de que uno de los grandes problemas de la política española es la gran escasez de buenos profesionales que se dediquen a ella y la sobreabundancia de quienes, a falta de otro currículo, se convierten en políticos profesionales. Hacen falta profesionales en la política y no profesionales de la política, se ha dicho muchas veces. Y no sin razón.
Algunos, claro, blanden este argumento no para mejorar la acción política sino para expulsar de ella a quienes no tienen “una formación técnica suficiente” pretendiendo que los técnicos (normalmente ellos mismos) son quienes deben hacerse cargo de todas las decisiones. Esa falacia da para otro post.
El caso es que, ciertamente, la política española se ha nutrido mucho de personas que han ido construyendo su vida laboral en paralelo a sus responsabilidades políticas. Eso ha tenido consecuencias que hoy se denuncian como una de las principales causas del deterioro de la credibilidad y la calidad de la política. Para referirse a ese gran grupo de quienes han sostenido los partidos y se han sostenido en ellos durante 30 años hace ahora furor el calificativo de “casta”.
Sin embargo, mientras se exige con pasión la renovación de la “clase política” (por lo común trayendo gente más joven, no más experta) se quiere regular cada vez con más detalle y minucia todo lo relativo a la relación entre la política y la vida profesional, laboral y empresarial. Para evitar las “puertas giratorias” -se dice- para que los políticos (y sus familiares) no puedan aprovecharse de su cargo cuando lo abandonan.
Sospecho que tal vez sea este el momento de darle un restyling al aforismo atribuido a Bertolt Brecht y modificar su sentido, quizás de esta forma:
“Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y ya son un poco peligrosos. Pero los hay que luchan toda la vida: esos son los que no queremos ver ni en pintura.”
Dice mi amigo Fermín, y yo lo comparto, que el problema de las puertas giratorias es, precisamente, que giran demasiado poco, que lo hacen demasiado despacio y que, como consecuencia, se impide una relación sana entre la política y la vida civil, académica, científica y profesional que tanto se reclama, que debería existir y que contribuiría a aumentar la calidad de las decisiones y la credibilidad de los políticos.
Es cuando no existe esa posibilidad ágil de entrada y salida de la vida pública cuando los pocos casos que se dan despiertan tantas sospechas. Sin embargo lo caro no es que algún profesional indecente se pueda, en algún caso, aprovechar de su paso por la política, lo caro está siendo que todos los políticos tengan que quedarse indefinidamente donde están (si quieren un empleo), taponen cualquier renovación y alimenten así la desconfianza.
Tanta desconfianza hay que, para contentar a la opinión pública, se toman decisiones, muy populares, que tendrán consecuencias exactamente contrarias a las que se dicen pretender.
Es el caso del Parlamento Vasco, que esta semana ha aprobado una ley que endurece el acceso y, sobre todo, la salida de la política para cualquier profesional que tenga la osadía de asomarse a ella. Todos los grupos, unánimemente han decidido que los cargos públicos durante los dos años siguientes al abandono de su cargo, no podrán prestar ningún tipo de servicio ni mantener relación laboral o mercantil con las empresas, sociedades o cualquier otra entidad de naturaleza privada con las que hubiera tenido relación directa desde su puesto. Tampoco podrán tener, ni los cargos, ni sus parejas, ni sus hijos, participaciones directas o indirectas superiores a un 10 % en empresas que tengan conciertos o contratos con el sector público.
Menos mal que Rubalcaba era de la Complutense (que es pública), porque con esta Ley no hubiese podido regresar a ninguna Universidad privada. Ahora ya sabemos que nunca podremos contar en educación con ningún profesor de Deusto o de Mondragón (salvo que piensen abandonar sus carreras) y, solo como ejemplo, el Consejero de Sanidad Jon Darpón, no podrá regresar ya a su puesto de experto en gestión sanitaria en el IMQ.
Los arquitectos o urbanistas no podrán acceder a cargos públicos relacionados con su especialidad, a no ser que se jubilen o monten una pescadería al abandonar el cargo. Los expertos en seguridad deberán pasarse a comercio textil (siempre que no vendan uniformes) y los gestores educativos tienen abierta la opción de abrir alguna casa rural (siempre que no organicen allí colonias infantiles).
El mensaje a los profesionales que tanto se dice necesitar es bien nítido: "si tiene usted la tentación de dedicarse a la política, sepa que debe abandonar toda esperanza de regresar con tranquilidad a ese empleo o actividad que le hicieron interesante para la política (salvo que sea usted funcionario o rico)". La reacción de esas personas cabe imaginarla con idéntica nitidez.
El resultado de esta pírrica victoria es que los profesionales de la política han contentado a la opinión pública pero alejando un poco más de la política a los profesionales que les podrían hacer sombra. No me extraña que alguno aplaudiera ¡Menudo éxito!
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2 comentarios:
Bravo, Carlos. ¡Más razón que un filósofo excelso! Estoy de la hipocresía que hay alrededor del ejercicio de la política hasta los mismísimos pelos.
Salud
Das en el clavo Gorostiza y nos haces ver una de las muchas contradicciones en la que incurrimos con aire de suficiencia. Los políticos se eternizan, decimos, pero no se pueden marchar, según algunos, sino es a la p. calle.
Algo así esta ocurriendo ahora con Rubalcaba personaje que como sabes y sin estar yo en su órbita política, sí es santo de mi devoción. ¿Pero como va a volver "ese" a la universidad si lleva veinte años sin pisarla? Pero bueno ¿y donde quieren que vaya? Enhorabuena Carlos; das en el calvo (una vez más)
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