Bus de la EMT (Empresa Municipal de Transportes) |
11.- Los túneles sorpresa
Hay muchas avenidas en Madrid que alivian sus cruces con túneles bajo la calzada. Se nota que no son nuevos porque, aunque prácticos, suelen ser estrechos y un poco tétricos. Si es la primera vez, utilizarlos resulta toda una experiencia de conducción.
Usted va por una avenida y, de pronto, se le anuncia un túnel a unos cientos de metros, a veces menos de cien. Tiene unos pocos segundos para decidir si cambia o no de carril para tomarlo o para evitarlo (tic, tac, tic, tac) ¡Qué momento de tensión! ¡qué desazón! Justo cuando creía, ingenuo, que iba fenomenal.
Naturalmente el túnel suele tener un cartel indicador, a veces con una auténtica ensalada de siglas, abreviaturas y nombres de calles, imposible de leer en el corto tramo que le queda para decidir. Así que allí va, ciego de información y a menudo ciego también a secas, sobre todo si entra en la penumbra desde uno de esos luminosos días de verano de la villa.
Una vez dentro todo parece acelerarse, como nos pasaba de niños en la parte oscura del tren chuchú. Si tiene usted suerte el túnel solo tendrá una salida. En tal caso ni tan mal. Pero a menudo sucede que empieza a dividirse y a darle opciones varias, todas en escasísimos metros. En tal caso lo tiene claro: siga adelante sin cambios bruscos y tenga paciencia, cuando salga de la cueva ya se enterará de dónde demonios ha salido. ¡Sorpresa!
12.- El autobusero ciego
Si a los que vamos en coche por la ciudad nos hacen pirulas y se nos cuelan por aquí y por allá, imagine lo que no les harán a los autobuses urbanos. No sé siquiera cómo es posible conducir un monstruo por las calles atestadas de coches y motos, mientras todo el mundo pelea por un palmo de espacio.
Sin embargo los autobuseros lo hacen todos los días y a todas horas, parando a cada momento y volviendo a incorporarse al tráfico una y otra vez. Asombroso.
Así que no les ha quedado más remedio que adaptarse con algunos trucos, sin los cuales no harían el recorrido de su línea ni una vez en todo el día. Traiciono la confianza de mi amigo Ángel, que es uno de tales conductores, contándoles una de esas pequeñas mañas.
La cosa consiste en hacer como que no han visto el coche que se les acerca raudo, dispuesto a meterse por algún hueco, prevaliéndose de la supuesta falta de agilidad del bus. Naturalmente que el profesional de la EMT le ha visto pero el conductor del coche no podrá nunca saberlo con seguridad porque antes de que pueda comprobar si le está mirando, el autobusero ya habrá desviado deliberadamente la vista de su propio retrovisor.
Lo hacen porque saben bien que si un conductor de esos que se van colando se apercibe de que ha sido visto, se colará sin dudar, confiado en que mi amigo Ángel y sus compañeros de volante no serán capaces de impedirle la maniobra ya iniciada a riesgo de un golpe, como así ocurre.
Por el contrario, el chofer del bus sabe que el conductor del turismo se cuidará muy mucho de hacerle cualquier trampa si no está bien seguro de haber sido visto, de ahí su estratégica ceguera, que le sirve para defender su espacio en un auténtico duelo silencioso de “no te atreverás” parecido al del póker, en donde la mirada es ventana de debilidad.
Así que, ya lo sabe, no espere que el autobusero le muestre sus cartas. Si quiere, puede usted meterse -valiente- apostándose la carrocería a que le ha visto pero no olvide una cosa: que los normales miden 12 metros y los articulados hasta 18. Usted mismo.
Hay muchas avenidas en Madrid que alivian sus cruces con túneles bajo la calzada. Se nota que no son nuevos porque, aunque prácticos, suelen ser estrechos y un poco tétricos. Si es la primera vez, utilizarlos resulta toda una experiencia de conducción.
Usted va por una avenida y, de pronto, se le anuncia un túnel a unos cientos de metros, a veces menos de cien. Tiene unos pocos segundos para decidir si cambia o no de carril para tomarlo o para evitarlo (tic, tac, tic, tac) ¡Qué momento de tensión! ¡qué desazón! Justo cuando creía, ingenuo, que iba fenomenal.
Naturalmente el túnel suele tener un cartel indicador, a veces con una auténtica ensalada de siglas, abreviaturas y nombres de calles, imposible de leer en el corto tramo que le queda para decidir. Así que allí va, ciego de información y a menudo ciego también a secas, sobre todo si entra en la penumbra desde uno de esos luminosos días de verano de la villa.
Una vez dentro todo parece acelerarse, como nos pasaba de niños en la parte oscura del tren chuchú. Si tiene usted suerte el túnel solo tendrá una salida. En tal caso ni tan mal. Pero a menudo sucede que empieza a dividirse y a darle opciones varias, todas en escasísimos metros. En tal caso lo tiene claro: siga adelante sin cambios bruscos y tenga paciencia, cuando salga de la cueva ya se enterará de dónde demonios ha salido. ¡Sorpresa!
12.- El autobusero ciego
Si a los que vamos en coche por la ciudad nos hacen pirulas y se nos cuelan por aquí y por allá, imagine lo que no les harán a los autobuses urbanos. No sé siquiera cómo es posible conducir un monstruo por las calles atestadas de coches y motos, mientras todo el mundo pelea por un palmo de espacio.
Sin embargo los autobuseros lo hacen todos los días y a todas horas, parando a cada momento y volviendo a incorporarse al tráfico una y otra vez. Asombroso.
Así que no les ha quedado más remedio que adaptarse con algunos trucos, sin los cuales no harían el recorrido de su línea ni una vez en todo el día. Traiciono la confianza de mi amigo Ángel, que es uno de tales conductores, contándoles una de esas pequeñas mañas.
La cosa consiste en hacer como que no han visto el coche que se les acerca raudo, dispuesto a meterse por algún hueco, prevaliéndose de la supuesta falta de agilidad del bus. Naturalmente que el profesional de la EMT le ha visto pero el conductor del coche no podrá nunca saberlo con seguridad porque antes de que pueda comprobar si le está mirando, el autobusero ya habrá desviado deliberadamente la vista de su propio retrovisor.
Lo hacen porque saben bien que si un conductor de esos que se van colando se apercibe de que ha sido visto, se colará sin dudar, confiado en que mi amigo Ángel y sus compañeros de volante no serán capaces de impedirle la maniobra ya iniciada a riesgo de un golpe, como así ocurre.
Por el contrario, el chofer del bus sabe que el conductor del turismo se cuidará muy mucho de hacerle cualquier trampa si no está bien seguro de haber sido visto, de ahí su estratégica ceguera, que le sirve para defender su espacio en un auténtico duelo silencioso de “no te atreverás” parecido al del póker, en donde la mirada es ventana de debilidad.
Así que, ya lo sabe, no espere que el autobusero le muestre sus cartas. Si quiere, puede usted meterse -valiente- apostándose la carrocería a que le ha visto pero no olvide una cosa: que los normales miden 12 metros y los articulados hasta 18. Usted mismo.
Próximas entregas:
Las radiales. Antes muerto.
Llueve en Madrid
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