La democracia es siempre un sistema político lleno de
debilidades, en el que todo es cuestionable y donde hay pocas certezas. Por si
fuera poco es norma que las opiniones se puedan expresar libre y públicamente en
medio de una algarabía de voces que los partidarios del autoritarismo suelen
señalar con desprecio. Sin embargo ese estruendo es parte indisociable de una
democracia y su reducción es siempre el primer síntoma de su enfermedad.
Los partidos políticos, que tanto contribuyen a la “creación
de la opinión pública” son también más o menos ruidosos en función de su mayor
o menor democracia interna pero en todos ellos funciona una suerte de censura
hacia el discrepante, en unos casos por autoritarismo, porque simplemente nadie
tiene que hablar en contra de quien manda y en otros, más sutiles, porque la
expresión de una discrepancia aun considerada “legítima” podría causar el debilitamiento
del colectivo en caso de ser expresada externamente.
Esta última es la justificación que muchos militantes
socialistas están utilizando para arremeter contra cualquiera de sus compañeros
que ose expresar una opinión discrepante.
Como el PSOE ha sido siempre un partido democrático y
plural, no hay ningún socialista que se atreva a decirle a otro militante que
lo que defiende es abominable y que no debería ni pensarlo (bueno, alguno sí
que hay). Lo que no es óbice para que haya muchos socialistas que piensen
exactamente eso: que lo que opinan algunos de sus compañeros es intolerable,
inaceptable y una traición.
Pero como no es presentable impedirle pensar lo que quiera
al compañero de al lado (y seguir creyéndose uno mismo defensor de la libertad
de expresión), se apela a la inconveniencia absoluta de cualquier idea o
expresión pública que no sea la oficial. La fortaleza hacia fuera sirve así para acallar la discrepancia de dentro.
El PSOE, acostumbrado a abrirse públicamente en canal en
cada congreso y que hace ostentosamente públicas sus elecciones primarias, para
contento de los medios de comunicación y también para orgullo de sus militantes
más libertarios, se está convirtiendo, sorprendentemente, en un entorno cerrado
y sectario en el que, no ya la descalificación rotunda, sino la expresión de la
más leve discrepancia, especialmente en las redes sociales, asegura que una legión
de vigilantes de la ortodoxia se abalanzarán airados, críticos (y a menudo faltones)
sobre el impío.
Que un partido caracterizado por ser aquel de todos los de
España en el que la libertad se ha podido ejercer con más brío se esté
convirtiendo ahora en un entorno tan coactivo es una mala noticia para España y
para el PSOE.
1 comentario:
Bien Gorostiza bien...Estoy de acuerdo: lo que está pasando es malo para el psoe y pa España. Quizás hor mismo se pueda estar gestando la salida de este bucle, quizás...
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