Cada caso de corrupción es un fracaso notorio de los partidos políticos, por aislado y excepcional que sea. No sirve apelar a que la mayoría de los políticos son honrados, por lo mismo que no funcionaría que la empresa láctea destacara que la inmensa mayoría de los yogures que suministra vienen sin cucaracha. Basta con una sola para que deban saltar las alarmas.
El rechazo moral es tan grande que nos distrae de otras consecuencias no pequeñas. De eso hablo en mi columna de esta semana en el diario Vozpópuli.
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