Es esta una expresión “muy de aquí” que define bien el sentimiento de entrampamiento, de encierro que en España conlleva la adquisición de una vivienda.
La gente no es idiota y todos sabemos que la alegría cierta de disponer de casa propia queda nublada por el vértigo angustioso de saber que los plazos de su hipoteca nos acompañarán hasta el fin de nuestros días con una tenacidad y una garantía que para sí quisieran nuestras propias uniones conyugales, esas mismas que nos animaron a firmar el crédito y sus copias.
Puede que nos hubiese gustado que las cosas fueran de otra manera pero hasta el estallido de nuestra burbuja inmobiliaria la realidad era que quien no tenía piso despotricaba de los precios ya abusivos pero quien, entrampado de por vida, lo conseguía esperaba que los precios siguiesen subiendo indefinidamente… y a buen ritmo. Nos consolaba esa engañosa certeza de que vivir e invertir eran términos inseparables, casi sinónimos cuando se hablaba de vivienda. Tal y como lo proclamaban, por cierto, desde los mostradores de nuestros bancos y cajas, aunque luego haya resultado que no era tal y esos mismos bancos, antes tan alegres, promuevan ahora tristes desahucios.
Tan fortísima asociación psicológica vivienda-inversión retrajo el mercado del alquiler en España dejándolo en una posición muy marginal. Los arrendatarios pensaban que alquilar era tirar el dinero, renunciando a su capitalización, mientras los arrendadores pensaban que era dejar que tu piso se destrozase. En consecuencia el alquiler se concebía como una situación excepcional y como tal la se la trataba. Y como en la marginalidad funcionan muy mal los controles de un mercado normalizado el resultado era que ni los precios, ni las condiciones, ni la calidad, ni los derechos de las partes encontraban acomodo. Lo que marginaba aún más el alquiler. Incluso en los esfuerzos de las propias administraciones públicas.
Este Gobierno Vasco que los nacionalistas vascos espetan “sin ideas” y los nacionalistas españoles “muerto” ha empezado por tomarse en serio el derecho a la vivienda poniendo herramientas políticas para revertir la actual situación y promover oportunidades a quienes buscan vivienda para vivir.
Separar el derecho a la vivienda del “derecho a invertir” es una apuesta valiente del Consejero Arriola que le reportará no pocas críticas pero que es imprescindible si queremos no solo que en Euskadi haya menos injusticias en materia de vivienda sino también más movilidad laboral, más competitividad, más oportunidades y hasta diría que más natalidad, aunque sobre esto último… habría que estudiar también otras variables (hasta aquí puedo leer).
Favorecer que el alquiler salga de la marginalidad, que recupere la normalidad que tiene en otros países, que se respeten los derechos de las partes y hacerlo sin ignorar la realidad, con imaginación, con ideas y sin pretender imponer es una demostración de que este Gobierno está muy vivo, que tiene iniciativas, que es capaz de ponerlas en marcha y que nunca se olvida de los derechos de las personas a las que a partir de ahora se les reconocerá el derecho a la vivienda como un derecho subjetivo, que obligue, en consecuencia, a las administraciones públicas a satisfacerlo. Sin confundirlo, por supuesto, con el legítimo derecho a la propiedad privada.
En el gráfico que adjunto se adivina una correlación entre la confianza que el país ofrece a sus ciudadanos y la popularidad del alquiler. Seguramente se trata de eso: de generar confianza en el país.
1 comentario:
Una loable idea Carlos; esperemos verla alguna vez realizada.
Porque medidas como aquellos 200 euros han sido totalmente inútiles para lo que se pretendía (emancipación) y fueron directamente al bolsillo del arrendador.
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