viernes, 5 de agosto de 2011

Las Organizaciones No Gubernamentales reclaman algún Gobierno

Foto AFP


En Somalia están muriendo miles de personas de hambre en los últimos meses. La ONU ha hecho sonar las alarmas, declarando la hambruna “oficial” y ha iniciado un programa mundial de alimentos para paliarla. De momento se habla 400.000 refugiados, creciendo a razón de 1.500 diarios y de niños, ya irrecuperables, que mueren al llegar a los campos pese a las atenciones.

Una crisis que dura 20 años no es una crisis: Es un problema. Lo que hay en Somalia no es sequía (que la hay) sino una guerra que dura ya dos décadas y que ha destruido cualquier atisbo de Estado. De ahí que cundan las bandas, los señores de la guerra, las guerrillas islamistas, la corrupción, la piratería, etc. En fin, lo normal en una guerra sin Estado. Nuestros armadores y pescadores ya padecieron una parte de las consecuencias de ese conflicto.

Si no fuese porque la sequía ha arrojado de golpe a la muerte a miles y miles de personas que hasta ahora subsistían a duras penas en la miseria, seguiríamos sin tener información de una guerra tan larga y difícil de explicar. Ayer mismo un reportero de la televisión Vasca ETB (minuto 22) solo podía informar de la rabia con que una mujer somalí, refugiada en Kenia con sus hijos, le expulsaba a él y a otros reporteros internacionales, hastiada de que su hambre sirva de espectáculo en nuestros noticiarios.

Las ONGs garantizan que la ayuda llega a los lugares donde pueden trabajar, que son aquellos en que hay un Gobierno que les protege (como el de Kenia) pero denuncian que no pueden acceder a los lugares en guerra porque allí o bien la ayuda internacional se desvía a las necesidades de la guerra misma o bien sus cooperantes son asesinados o secuestrados para pedir dinero a cambio. Lo normal también en una guerra sin Estado.

Reclaman algún gobierno para lograr interlocución, seguridad, derechos, abastecimiento, paz, infraestructuras, comercio, economía… pero reclamar un gobierno es también reclamar autoridad, impuestos, gobernantes, política, orden, policía y ejercito que lo impongan, jueces, control…todo eso que las organizaciones no gubernamentales no pueden ofrecer y que nos rodea a cada instante a nosotros, tanto que ni lo percibimos. El Estado, del que tanto nos quejamos nosotros, es lo que no tienen en Somalia, es lo que sustituye a la barbarie y es lo que, de hecho, reclaman las ONGs.

Mientras no exista una autoridad reglada y controlada (que no otra cosa es un Gobierno) los esfuerzos servirán para salvar tantas vidas hoy como las que se pierdan mañana. Pero seguramente nosotros seguiremos perdiendo el tiempo culpándonos moralmente a nosotros mismos como “opulentos occidentales”. Una actitud de engañosa autocrítica en el fondo muy grata porque creernos los culpables personales incluso de lo que pasa en Somalia nos refuerza como centro del universo. Así de engreídos y autosatisfechos somos.

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