Foto: guardian .co.uk |
La semana pasada mi mujer compró un electrodoméstico que financió en el mismo establecimiento. Mientras realizaba los trámites pude leer, junto al pupitre de la empleada, los requisitos para contratar esa financiación. Había dos modelos bien diferentes: uno para nacionales y otro para inmigrantes. El texto estaba escrito con una claridad inmisericorde. No se lo reproduciré pero era prácticamente imposible que un inmigrante con trabajo y con todos sus papeles en regla pudiese acceder a la financiación de una lavadora. Si no cumplía esas dos condiciones ya ni hablamos.
Hoy leo que la canciller alemana Angela Merkel ha dicho en Postdam que”la perspectiva de una sociedad multicultural, de vivir juntos y disfrutar del otro ha fracasado totalmente”. Parece que ha dicho también que "Quienquiera que no aprenda inmediatamente alemán, no es bienvenido" pero lo que más me ha impresionado ha sido la claridad teutónica con que ha señalado el auténtico origen del problema: “a principios de los 60 nuestro país convocaba a los trabajadores extranjeros para venir a trabajar a Alemania y ahora viven en nuestro país (...) Nos hemos engañado a nosotros mismos. Dijimos: 'No se van a quedar, en algún momento se irán”
Parece que a los europeos no nos gusta ahora que haya tantos convecinos que no se sientan integrados en nuestra comunidad, que no aprendan inmediatamente el idioma (en el tiempo libre que les permiten sus jornadas de 12 y más horas) y que mantengan sus propias religiones, sus costumbres y sus grupos nacionales o étnicos.
Y ¿qué les hemos ofrecido para que se integren? ¿qué facilidades les hemos dado para acceder a viviendas dignas?¿y a créditos?¿y a derechos laborales?¿les hemos ayudado a sentirse ciudadanos?¿les hemos apoyado para que aprendan el idioma?¿Para que sean como nosotros?
¿No es más cierto que los hemos utilizado como mano de obra barata y sin derechos? Que les hemos hecho sentir con toda claridad que están aquí de paso y que “esperábamos que un día se fuesen” -como dice Merkel?. Después de considerarlos ajenos a los derechos que los nacionales sí teníamos, ¿nos escandalizamos ahora de que no se “sientan” miembros de nuestra comunidad?
Todo ser humano procura legítimamente mantener sus sentimientos de pertenencia, sean éstos étnicos, religiosos, ideológicos o futbolísticos. Es lógico, por tanto, que los inmigrantes no renuncien a su cultura original pero es que las sociedades europeas les han dejado gélidamente claro a cada minuto que no eran miembros de ellas. Lo que cabía esperar es que se resguardasen de ese frío social apiñándose entre ellos para darse calor. Es una actitud propia de todos los seres vivos. Lo verdaderamente asombroso es que aún así tanta buena gente haya adquirido una integración como la que sí tienen millones de inmigrantes en Europa, por muy escasa que les parezca a la Sra. Merkel y a sus Juventudes.
Si no fuese porque sé que es imposible pensaría que el cartel de la tienda lo había escrito la canciller alemana. ¡Igual de clarito, oiga!
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