La incorporación de las mujeres a la vida civil es si duda la revolución más importante que estamos viviendo. Creo que es un cambio tan decisivo como lo fue la revolución neolítica que, a través de la domesticación de animales y el cultivo de alimentos, sustrajo al ser humano de su dependencia del azar de la naturaleza y lo convirtió en lo que hoy somos. Parece una broma pero no lo es.
La píldora y la revolución sexual, junto con los cambios culturales del último siglo, han liberado a las mujeres de la servidumbre reproductiva y han abierto un nuevo horizonte de participación en sociedad para esa mitad de los seres humanos, lo que es lo mismo que decir para la humanidad entera, porque nadie puede quedar al margen de un cambio de tal envergadura.
Pero bajando la vista un poco hacia nuestro día a día hoy, 8 de marzo, es una buena ocasión para repensar y repasar lo muchísimo que hemos avanzado y los obstáculos que quedan, que también son muchos. Muchos obstáculos en nuestra autocomplaciente y confortable sociedad occidental y muchos más en las sociedades que aún mantienen más vivas sus propias tradiciones sexistas que, no obstante, también son día a día minadas por esta revolución que es mundial.
No podemos olvidar ni tolerar los abusos terribles que las mujeres sufren en otras partes del mundo pero tampoco pueden servirnos para relativizar o disculpar las injusticias cotidianas que nos rodean aquí mismo: la discriminación salarial o de promoción profesional, la invisibilidad del trabajo de las mujeres, su muchísima mayor precariedad laboral, la pérdida de talento obligada por los roles sociales. Obstáculos insidiosos y cotidianos a los que me he referido alguna otra vez en este blog.
Y, por supuesto, está la violencia sexista. La manifestación cruda y aplastante de la persistencia de un modelo cultural basado en la supremacía del varón en el ejercicio de la violencia. Es muy probable que esa brutalidad sea tan difícil de erradicar porque la fuerza física haya sido en el fondo la única “razón” en la que se ha sustentado una sociedad que margina a las mujeres. Eso y nada más que eso.
Las verdaderas revoluciones avanzan paso a paso, imparables, desesperantemente lentas para quienes las impulsan pero tan imposibles de evitar como la deriva de los continentes. Lo que pasa es que nos resulta insoportable darnos cuenta de que en esto, como en todo, nuestra aportación equivale a un suspiro. Porque -como decía el tango- “es un soplo la vida”. Así que hoy 8 de marzo, a soplar todas y todos.
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