martes, 1 de marzo de 2011

Príncipes, tiranos o imanes


Opulentos príncipes, incómodos tiranos o inquietantes imanes. Para la mentalidad de occidente los países árabes, del Magreb o de Oriente medio, tenían reducidas sus formas de gobierno a estos tres formatos. No parecía haber más opciones.

Los príncipes obscenamente ricos eran, y siguen siendo, los más confortables para nuestra mentalidad (y para nuestros intereses). Son exóticos, elegantes (aunque algo kistch) y, aunque mantienen a sus países anclados en sistemas políticos y sociales del Medievo, es tanta la riqueza  que acumulan que se pueden permitir un nivel de bienestar razonable incluso para los más pobres y marginados de sus propios súbditos. La enorme abundancia en la mesa de esos ricos hace que las migajas que caen de ella resulten suficientes para mantener tranquilos a los pobres.

Tales condiciones de bienestar material disimulan bien las obvias carencias de libertad de sus poblaciones. Mientras mantenemos la boca abierta, asombrados al mirar sus hoteles, sus palacios, sus islas artificiales, sus circuitos de carreras, sus puertos deportivos, etc. las prohibiciones indignas que, por ejemplo, sufren sus mujeres las vemos algo así como una curiosa peculiaridad cultural.

Cosa muy distinta sucede con los tiranos laicos como Mubarak, Ben Ali o Gadafi, que estos días están protagonizando la actualidad. Por supuesto que estos ni de lejos nos resultan tan glamurosos. Se trata de personajes a caballo entre la tradición tribal/local y el comunismo revolucionario. Resultan algo rudos y generalmente son muy opacos en sus actividades lucrativas pero también son de enorme utilidad para occidente, que con ellos se asegura  que, mientras se les deje hacer su voluntad, en esos países no habrá problemas. Mejor dicho no habrá problemas que nos puedan afectar a los occidentales, lo que pase con sus ciudadanos es harina de costal ajeno.

Estos personajes resultan tan convenientes para nuestros intereses económicos e industriales que hasta se les acepta que alimenten internamente su imagen de revolucionarios arabistas y pongan a bajar de un burro las corruptas democracias de occidente, cosa que hacen muy de boquilla y con escasas consecuencias ya que saben que su riqueza (la suya de ellos no la de sus países) depende de esos repugnantes clientes que somos nosotros. Admitimos en silencio ese tipo de regímenes para evitar las siempre temidas teocracias islamistas, que se nos presentan como la reencarnación del principal “peligro infiel” que durante siglos aterrorizó a Europa.

Cómoda para nosotros e injusta para las sociedades de esos países, esa simplificación tiene flancos tan débiles que en pocos días se está derrumbando ante nuestros ojos. En Túnez, Egipto, Argelia, Libia, Bahréin… lo mismo que en Europa y América, la sociedad cambia, evoluciona y lo hace seguramente con enorme rapidez. Impulsada a la vez por el huracán Internet, que es un motor de cambio mundial, y por la presión y el empuje de una generación de jóvenes que es allí tan enorme que no podemos ni recordar en Europa.

Es una buena noticia que las sociedades árabes depongan ahora a esos tiranos, protesten y pidan libertad, trabajo, bienestar, futuro, esperanza… más o menos lo mismo que nosotros deseamos y que tenemos en mucha mayor medida que ellos. Pero antes de sumarme al coro de los justicieros solidarios que claman ahora (ni un día antes) contra el intolerable cinismo y la hipocresía de nuestros gobiernos voy a hacer un sano ejercicio: mirarme en el espejo de las ventajas que todos hemos ido obteniendo de esa política internacional que con tanto brío se critica ahora. Me lo iré pensando con calma mientras conduzco a 110 km por hora para ahorrar gasolina.

No hay comentarios: