Teresa Romero, curada |
Recientemente hemos tenido una huelga en los servicios de transporte Bizkaibus cuyos motivos y circunstancias, les confieso, no he conseguido entender en ningún momento.
Durante los paros, la responsable foral de transportes repetía con rotundidad y aplomo que no estaba previsto despido alguno, ni rebajas salariales, que se trataba una huelga sin motivos y que en el fondo del conflicto discurría un enfrentamiento entre sindicatos. Éstos, por el contrario (y con idéntica determinación a la de la diputada) protestaban unánimes por el incumplimiento de unos acuerdos previos y por discrepancias sobre un calendario de implantación de nuevas líneas que amenazaba los empleos. Yo creía que los despidos y los empleos eran cosas fáciles de contar pero parece que no, que hay interpretaciones.
Era una bronca para iniciados, sobre la que sospecho que sobrevolaba el cuervo negro de la desconfianza y, de hecho, no ha resultado fácil explicarla para los medios de comunicación que se han ocupado de ella. Soy consciente de que un profano como yo puede no estar al tanto de los entresijos de cada sector, incluso los que nos afectan más directamente como el transporte, pero también me parece que profano sí pero ciudadano también, a una huelga, y más en servicios públicos, le viene de perlas que se puedan explicar los motivos que la impulsan de forma razonablemente clara. Sobre todo porque no cabe pensar que las 90.000 personas que se han visto afectadas deban ser expertas en la negociación colectiva del transporte y se cosquen a la primera del busilis de la cosa.
No ha podido ser. Y a los vizcaínos nos ha pasado un poco como a la sanitaria felizmente curada Teresa Romero que “ni sabe qué falló ni siquiera si algo falló”. Aliviados por la desconvocatoria de la huelga tampoco sabemos lo que pasó en el servicio de Bizkaibus ni si pasó o no pasó algo. Y no acaban ahí los paralelismos: Si los médicos del Carlos III han dicho no saber qué es lo que ha curado a Teresa, nosotros tampoco sabemos qué es lo que ha resultado tan satisfactorio que ha supuesto la rápida resolución de un conflicto que parecía enconado y amenazaba con prolongarse y generar muchos inconvenientes.
Bien está lo que bien acaba pero les confieso que el capítulo final de esta huelga ha sido, al menos para mí, el más abracadabrante de todos. Parece que el diputado general se puso en contacto directo, por 'wasap' y por sorpresa, con un sindicalista concreto, tanto que fue a verle personalmente a su sede sindical, por cuya puerta entró legítimamente y a la vista de todo el mundo. Después habló con otro sindicalista y a partir de entonces el enfrentamiento dio la vuelta, para bien, en cuestión de horas.
Todos dicen que el acuerdo es satisfactorio, incluso los sindicatos que no fueron “agraciados” con esos contactos, lo que es muy buena noticia pero lo más asombroso es que ha habido una bronca notable, con muchos más 'wasaps' y 'mails' para que se firmase un documento unitario de todas las centrales en el que se pretendía decir incluso cosas como que la visita del diputado general no había existido.
A estas alturas solo cabe alegrarme mucho de que la señora Romero ya no tenga rastro de ébola y de que nuestros autobuses verdes sigan discurriendo con normalidad pero, si les digo la verdad, en ambos casos me pasa como cuando veo una película en V.O. sin subtítulos, que cuando llego al final resulta que no me he enterado de nada.
Era una bronca para iniciados, sobre la que sospecho que sobrevolaba el cuervo negro de la desconfianza y, de hecho, no ha resultado fácil explicarla para los medios de comunicación que se han ocupado de ella. Soy consciente de que un profano como yo puede no estar al tanto de los entresijos de cada sector, incluso los que nos afectan más directamente como el transporte, pero también me parece que profano sí pero ciudadano también, a una huelga, y más en servicios públicos, le viene de perlas que se puedan explicar los motivos que la impulsan de forma razonablemente clara. Sobre todo porque no cabe pensar que las 90.000 personas que se han visto afectadas deban ser expertas en la negociación colectiva del transporte y se cosquen a la primera del busilis de la cosa.
No ha podido ser. Y a los vizcaínos nos ha pasado un poco como a la sanitaria felizmente curada Teresa Romero que “ni sabe qué falló ni siquiera si algo falló”. Aliviados por la desconvocatoria de la huelga tampoco sabemos lo que pasó en el servicio de Bizkaibus ni si pasó o no pasó algo. Y no acaban ahí los paralelismos: Si los médicos del Carlos III han dicho no saber qué es lo que ha curado a Teresa, nosotros tampoco sabemos qué es lo que ha resultado tan satisfactorio que ha supuesto la rápida resolución de un conflicto que parecía enconado y amenazaba con prolongarse y generar muchos inconvenientes.
Bien está lo que bien acaba pero les confieso que el capítulo final de esta huelga ha sido, al menos para mí, el más abracadabrante de todos. Parece que el diputado general se puso en contacto directo, por 'wasap' y por sorpresa, con un sindicalista concreto, tanto que fue a verle personalmente a su sede sindical, por cuya puerta entró legítimamente y a la vista de todo el mundo. Después habló con otro sindicalista y a partir de entonces el enfrentamiento dio la vuelta, para bien, en cuestión de horas.
Todos dicen que el acuerdo es satisfactorio, incluso los sindicatos que no fueron “agraciados” con esos contactos, lo que es muy buena noticia pero lo más asombroso es que ha habido una bronca notable, con muchos más 'wasaps' y 'mails' para que se firmase un documento unitario de todas las centrales en el que se pretendía decir incluso cosas como que la visita del diputado general no había existido.
A estas alturas solo cabe alegrarme mucho de que la señora Romero ya no tenga rastro de ébola y de que nuestros autobuses verdes sigan discurriendo con normalidad pero, si les digo la verdad, en ambos casos me pasa como cuando veo una película en V.O. sin subtítulos, que cuando llego al final resulta que no me he enterado de nada.
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