Reconstrucción de la cara de Maximilien de Robespierre |
El bombardeo diario de escándalos relacionados con la política no solo está destruyendo a las personas y la credibilidad de instituciones y partidos afectados sino que está teniendo otras consecuencias menos higiénicas. El humo de tanta bomba lo ensucia todo y está generando un ambiente oscuro e inquietante, en donde todos los gatos parecen pardos, o incluso negros.
Cuentan que el 21 de julio del año 1209, cuando las tropas al servicio del Papa Inocencio III conquistaron la ciudad cátara de Béziers, el inquisidor y Legado Papal, Arnaldo Amalrico, incapaz de distinguir entre los prisioneros a los buenos cristianos de los herejes ordenó: ¡Matadlos a todos, Dios reconocerá a los suyos!. A veces pienso que nos está pasando algo parecido. Ya hay quien ha dicho con suficiencia ¡caerán todos! sin que se sepa bien hasta donde llegará ese concepto “todos” tan grande él. Volviendo a la historia recordaré que Robespierre, el incorruptible, que lideró la limpieza ideológica de la Francia revolucionaria, fue también guillotinado el 28 de julio de 1794. Y es que todos, son todos.
Contagiosa y peligrosa como el ébola, esta marea de indignación desbordada que asola la vida pública española empieza no ya a no distinguir sino, lo que es más peligroso, a importarle una mierda distinguir o no.
Por razones profesionales conocí en tiempos (no sé si debería decirlo) el trabajo de la Fundación Metrópoli, que es una entidad de profesionales extraordinarios dedicados a cosas tan extrañas y asombrosas como la reflexión, el estudio detallado y la generación de propuestas para mejorar la vida y el futuro de las ciudades. Para que se entienda: justamente hacen esas cosas que siempre reclamamos que alguien debiera haber hecho cuando, años después, descubrimos algún fracaso irreversible producto de la falta de reflexión previa.
Bueno pues resulta que esta fundación de extraños alquimistas urbanos, que lleva muchos años trabajando en ciudades de todo el mundo, recibió de nuestro ayuntamiento el encargo de realizar un estudio sobre los barrios de Bilbao, que trataba de pensar en cómo evitar que en una ciudad como la nuestra el centro, tan atractivo y accesible, acabe un día desertizando la periferia. “Corazones de barrio”, se llamó el proyecto.
Pero hete aquí que seis años antes de recibir ese encargo de una institución vasca la Fundación Metrópoli había tenido relación con otro vasco ilustre, el Sr. Urdangarin, que llegó a ser nombrado miembro de su Consejo Asesor Internacional. La cosa duró unos meses, es de suponer que porque enseguida se vio que el yerno Real lo que vendía era un poco de humo, como el de la bombas, y su propia cara, que esa sí era mucha. A la vista de que no iba a ayudar en nada y menos aún a trabajar, parece que abandonó el lugar sin que nada saliese adelante y sin que se moviera un euro.
Pero aquella foto con el responsable del instituto Noos ha logrado contaminar el prestigio de la Fundación Metrópoli ante nuestro Pleno municipal que, como si se tratase del de una discoteca, quiere ahora revisar con lupa cada detalle del expediente a ver si encuentra alguna coma mal o si apareciese en él rastro de connivencia herética con El Maligno.
Si ha tenido usted vida social o profesional, por si acaso va ser mejor que antes de enseñar sus álbumes de fotos a las visitas les eche un vistazo a fondo, que nunca se sabe dónde puede haber una imagen perturbadora y le recuerdo que los delatores de la inquisición se hacían llamar “familiares”.
Tengo un amigo que compraba en el mismo Eroski que Urdangarin cuando estaba en Vitoria y que recuerda haberse cruzado con él empujando el carro. Está acojonao. Aunque lo mío es peor, puestos a confesar: tengo una foto bien jovencito con Felipe González. No sé ni cómo este periódico se atreve a publicarme.
Publicado en El Diario Norte el 16 de noviembre de 2014
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