martes, 28 de octubre de 2014

La democracia según San Lucas


¡Ay de aquel que escandalice! Más le valdría que le ataran al cuello una piedra de moler y lo precipitaran al mar. (Lucas 17,1-6).

Da la impresión de que nuestra rica tradición católica está mucho más a flor de piel de lo que podríamos pensar. Al menos así lo parece en Bilbao, donde estamos asistiendo en las últimas semanas a la condena social de unos empresarios que se han creído que podían acogerse a la Ley para abrir una discoteca en un edificio industrial en el que tal actividad está permitida. La reacción de los vecinos del entorno entra dentro de lo esperable. A nadie le gusta tener un lugar que genere movimientos y ruido nocturno cerca de su casa.

Lo que ya resulta mucho menos admisible es la vehemencia y pasión con que nuestro Ayuntamiento se ha mostrado no ya comprensivo con los vecinos, sino dispuesto a evitar a toda costa que ese proyecto -insisto- legal, pueda llegar a buen fin. Las manifestaciones públicas de nuestros ediles han sido tan inequívocas que sin duda habrán contribuido a tranquilizar al vecindario. Aunque se reconoce oficialmente que no hay nada que reprochar a los promotores los responsables de nuestro gobierno municipal se han mostrado dispuestos a mirar “con lupa hasta el último centímetro” del proyecto, con un evidente y manifiesto deseo de encontrar como sea algún resquicio que les permita impedir que la discoteca abra. Eso sí, procurando evitar que un desliz jurídico obligue a nuestra corporación, ya escaldada por otros casos, a indemnizar a un particular al que se le estaría negando su derecho a una actividad legal.

Bilbao parece que aspira a convertirse en la capital europea de los movimientos Nimby así que la escalada de declaraciones no ha tenido desperdicio: si los propios ediles han reprochado que “la juventud no está acostumbrada a salir en silencio de esos locales” (sic), algunos vecinos y vecinas han declarado cosas como que “casi todo el mundo saldrá borracho”, “les dará por tirar todo lo que encuentren por delante”, “no quedará nada en pie”; profecías que demuestran que si nuestros concejales son devotos de San Lucas, la vecindad lo es directamente del Apocalipsis.

Que el local en cuestión se encuentre a 500 metros de una afamada facultad de Derecho no le ha servido para encontrar aliado alguno. No están los tiempos para enfrentarse a la oclocracia que asola el país, ni para los profesionales de la Justicia ni menos aún para quienes ya atisban las próximas elecciones municipales.

De hecho, la oposición, unánime en este caso, si algo ha reprochado ha sido la actitud titubeante del gobierno local, que miraba timorato el resquicio de la Ley en lugar de tirar ‘palante’, caiga quien caiga (la Ley incluida) que para eso somos de Bilbao.

Así que el asunto parece que va a arreglarse a lo grande y por la vía legal; se va a cambiar nada menos que el Plan General (PGOU), esa especie de Constitución urbanística de nuestros ayuntamientos, que vino de la mano de la democracia, que permitió planificar racionalmente nuestras urbes y que ahora va a modificarse a uña de caballo para evitar que se abra un local de ocio concreto en un lugar concreto. La Ley se reformará para evitar esa discoteca, y supongo que todas las demás. Solo espero que ningún movimiento vecinal venga un día a reclamarlas, no sea que haya que volver a cambiar la Ley para darle satisfacción.

Llama la atención que los mismos responsables municipales que se precian de parar este proyecto hayan dicho esta misma semana que quieren que Bilbao sea una ciudad universitaria. Digo yo que pensarán en universitarios de esos de corbatita, jersey de pico y a las 10 en la cama, que mañana hay que ir a clase y estudiar mucho. No sé si será posible conseguir una ciudad más universitaria pero ya anticipo que estudiantes de esos no los vamos a pillar jamás, ni siquiera en esa universidad católica que contempla en silencio la victoria de la pancarta sobre la Ley, que se desarrolla a solo 500 metros de sus nobles aulas.

Con todo, para mí lo más escalofriante ha sido una expresión de una de las vecinas contrarias a la discoteca que ha declarado con sincero desparpajo: “Es una lástima que la gente no pueda ser dueña de sí misma y rechazar lo que a casi nadie nos gusta”. Me extraña que a la oposición minoritaria, que tanto ha jaleado las protestas, no le cause inquietud una reivindicación tan nítidamente partidaria de la piedra de moler.

Publicado en eldiarionorte.es el 27 de octubre de 2014

lunes, 20 de octubre de 2014

Ciudades idiotas


Tal vez haya oído usted hablar de las Smart Cities o “ciudades inteligentes”. Es un término con el que se quieren distinguir aquellas urbes con vocación de sumarse a la modernidad de las nuevas tecnologías y, mediante ellas, ofrecer a propios y visitantes muchos datos útiles y de interés, desde la calidad del aire hasta la congestión de tráfico, pasando por las plazas libres que hay en cada parking o lo que va a tardar el próximo bus.

No hemos hecho más que empezar. En pocos años la cantidad de información que podremos obtener así se va a multiplicar y lo harán también los aparatos mediante los que la obtendremos. La llamada “realidad aumentada”, que es la que combina lo que vemos en la realidad con los muchos otros datos informativos que nos ofrecerá ese entorno “smart” está dando ya pasos en el sector turístico, por ejemplo, y entrará en otros campos, sin duda alguna. Así que prepárense para acostumbrarse no ya a que todo el mundo vayamos mirando el móvil por la calle sino también a las gafas tecnológicas esas que nos permitirán “ver” la realidad y también otras muchas informaciones, todo a la vez. Miedo me da confundir un día una farola real con la de “realidad aumentada”.

Pero mientras el lector o lectora emula a Don Hilarión y contempla cómo adelantan los tiempos y cómo la tecnología se abre paso con rapidez y gran contento de nuestras instituciones, siempre tan encantadas de fotografiarse en entornos innovadores, le deseo fervientemente que no tenga usted necesidad de acudir a esas mismas instituciones a tramitar cosas normales, de las de toda la vida, porque descubrirá que el reservorio místico del sagrado papel y la pasión en utilizarlo para todo siguen ahí, impertérritos.

Cada vez que me veo en la tesitura de hacer trámites administrativos hay algo que me resulta completamente asombroso y es ver cómo los múltiples certificados y documentos que le pedirán en una u otra ventanilla los expide siempre un ordenador. Pero lo hace en papel, para que tenga que ser usted, en coche, moto, bici, bus o andando, quien lleve ese papel a otra institución (o a otra sede de la misma) donde se lo recogerán y lo adjuntarán a un expediente (acaso para digitalizarlo después, en cuyo caso ya sería la locura). No es raro que una institución Foral le pida a usted un documento (en papel) que acredite que es usted titular de la cuenta en la que Hacienda Foral le cobra el IRPF. No se extrañe si esa institución o el mismo ayuntamiento le exigen un papel; un papel ¿eh?, que certifique ante ese mismo ayuntamiento que usted vive donde usted dice que vive, que es justo donde le mandan la correspondencia municipal. También pueden pedirle –se lo digo yo- que demuestre (con un papel) que es dueño del vehículo por el que el mismo ayuntamiento que le exige el papel le cobra el impuesto de circulación. No sigo… Excuso decir que todas esas gestiones han de hacerse, faltaría más, personalmente y en horario laboral.

Resulta que la información más inconcreta y cambiante, como la meteorología o las plazas libres de aparcamiento la conocemos al momento pero es una odisea localizar los datos ciertos y fehacientes sobre usted mismo que, como dicen en su propia jerga, “obran en esta oficina”.

Las “smart cities” son ciudades capaces de obtener mucha información, manejarla y ofrecerla a sus ciudadanos en forma comprensible, útil y en tiempo real. No sé qué nombre deberían tener las ciudades que disponen de toda la información en formato digital y que, sin embargo, son incapaces de consultarla por sí mismas y necesitan que usted vaya a hacer una cola (con un sistema digital de turnos ¡tela!) para que le den un papel donde consta lo que ellas mismas ya sabían.

Bueno, tal vez sí se me ocurre un nombre.

Publicado en eldiarionorte.es el 20 de octubre de 2014

lunes, 13 de octubre de 2014

¿De qué va a vivir Bilbao?


A mi hijo mayor y a mi ciudad les está pasando algo parecido. Ambos están en pleno momento de transición, con lo anterior ya acabando pero todavía sin una idea ni aproximada de lo que pueda venir en adelante, de cómo irá tomando forma su futuro. Por supuesto que al chico se le nota más la inquietud pero a la ciudad también se la ve dubitativa y con desasosiego.

Estos días hemos sabido que en nuestro ayuntamiento va a haber un cambio profundo y que las próximas elecciones van a certificar el fin de la era Azkuna, uno de esos alcaldes emblemáticos que las tres capitales vascas han tenido en algún momento y, para nosotros, símbolo de una época. Se prevé el inicio de una nueva etapa, con caras nuevas en los partidos de siempre y quién sabe si con caras nuevas de partidos también nuevos.

A quienes elijamos los bilbaínos les tocará estrenar nueva agenda de prioridades. Aún queda alguna gran obra pendiente de la época anterior, como la que un día habrá que hacer en el entorno de la Estación ferroviaria de Abando, pero la auténtica estrategia de futuro de la ciudad está por diseñar.

Leo que el jueves pasado se iniciaron en Lund (Suecia) las obras de construcción de la fuente de neutrones por espalación, la ESS. Dicen que asistieron cientos de científicos de todo el mundo y también dicen que pocos o ningún político. La noticia me recordaba inevitablemente el esfuerzo, muy político, que se hizo para traer esa misteriosa infraestructura a Bilbao.

El turismo, cosa antaño desconocida para los que peinamos menos pelo y alguna cana, nos ha traído un movimiento nada despreciable. Hemos tanteado también, con bastante éxito, la imagen de ciudad que se reinventa a sí misma con imaginación, ambición y -en fin- contando también con bastante dinero (propio y de otros). Menudean las iniciativas institucionales de apoyo a mini-micro-nano-empresas, todas muy meritorias e innovadoras pero que no encuentran entre nosotros el mismo clima social que en California, para qué engañarnos.

La ciudad segura de sí misma, que siempre se supo urbe industrial, capital del Norte dicho así en general, anda desorientada respecto a su propio destino; sin posicionamiento, como decimos los de marketing. No hemos encontrado “esa gran industria que nos hace falta” y que un día reclamaba mi peluquero, pero lo peor es que casi todos empezamos a tener la sospecha de que no la va a haber, de que no vamos a vivir de una gran cosa, como antes, sino de muchas medianas y aun pequeñas. Acostumbrados como estuvimos al monocultivo, esa perspectiva nos llena de turbación.

La crisis nos ha puesto esta difícil tarea encima de la mesa con urgencia y de forma absolutamente descarnada así que quienes vayan a ser nuestros próximos responsables municipales ya saben que les corresponderá transitar por esa senda de incertidumbre tan incómoda. De sobra sé que no son los alcaldes los que levantan las ciudades, si acaso como mucho el ánimo, igual que nos pasa a los padres con los hijos. Pero espero que la apuesta de nuestros futuros ediles sea atrevida y capaz de mirar lejos, que no caigan en la fácil tentación de conformarse con ser los más grandes del barrio. Una pista: ESS son las siglas de la fuente de neutrones esa, pero en inglés, no en sueco, digo…

La parte buena es que mientras repensamos lo que queremos ser de mayores parece que estamos buscando cierta distracción llenando los teatros y dándoles una alegría a artistas y productores. No es mala cosa.

Publicado en "el diario norte.es" el 13 de octubre de 2014

jueves, 9 de octubre de 2014

La arquitectura ya no es 'tendencia'



A las buenas gentes de Bilbao lo que más nos gusta del museo Guggenheim, sin comparación, es el dinero que ha traído, que ha sido mucho. Luego ya viene lo del edificio, el perro de Jeff Koons, que Bilbao sea mundialmente conocida y todo lo demás. Pero lo primero es lo primero, y el éxito económico que supuso el museo fue tanto que sirvió para enterrar, como si nunca hubiesen existido, las críticas y los desprecios que el edificio y el proyecto museístico recibieron cuando aún eran obras inconclusas. El Guggenheim nos tiene a todos de padres y nadie recuerda ya que hubiese ninguna desafección original.

Es más, el extraño brillo del titanio pareció iluminarnos con alguna suerte de hechizo por la arquitectura de vanguardia y ya fue un no parar. No eras nadie si no opinabas sobre Gehry Isozaki, Pelli, Moneo, Hadid, Siza, Krier o Calatrava (de éste opinábamos más que de los otros). Los premios Pritzker de arquitectura -oiga- parecía que los daban en Azcarreta.

Por si fuera poco, los entendidos que nos visitaban se maravillaban de los edificios históricos del Ensanche y nos descubrían a nosotros un valor que habíamos ignorado hasta entonces, de tan vistos como los teníamos, con sus chorretones negros del humo barrido por la lluvia.

Pero debajo de esa novísima pasión seguía corriendo, telúrico y subterráneo como nuestro río Helguera, el auténtico ser tradicional bochero. La corriente que exigía que nada cambiase o que todo cambiase lo menos posible.

Por eso, antes de que la torre de Abandoibarra lograra romper el tabú de la altura, hubo nuevos edificios que pagaron su peaje cívico y tuvieron que ser mazacotes bajos y gruesos para contentar a una vecindad que no los quería ver altos y esbeltos.

No somos en Bilbao de términos medios. El titanio, el acero y el cristal iban por un lado mientras por otro se levantaba la defensa numantina de casi cualquier edificio " de toda la vida", cuyo derribo o sustitución se presentaba como una catástrofe urbanística, como poco. Así pasa que tenemos unos restos de fachada del Depósito Franco ahí puestos como si fuesen el decorado olvidado de una película. La última polémica tiene como objeto el antiguo edificio de Iberdrola, que rápidamente ha hecho surgir nuevos aficionados al racionalismo arquitectónico pero al que le ha salido un firme enemigo en el amianto maldito.

No crean que la cosa es de hoy. Ya en 1902, cuando Valentín Gorbeña y Severino de Achúcarro diseñaron la estación de la Concordia para la Compañía del Ferrocarril de Santander a Bilbao (la que está frente al Arriaga) voces autorizadas de la villa atronaron indignadas porque la llevaran allí, a las afueras, al otro lado de la Ría, a la recientemente anexionada anteiglesia de Abando. Absurda pretensión aquella que, para acercarse al tren, obligaba a cruzar el puente que te sacaba de Bilbao. Los atascos de carros, calesas, landós e incluso automóviles en el Arenal iban a ser de aúpa.

Como quien tuvo, retuvo, estos días hemos tenido a Lord Foster en Bilbao. Ha venido a recibir un premio en el Foro de Regeneración Urbana BIA y a visitar y firmar el metro de sus fosteritos después de casi veinte años de éxito. Lo merece, sin duda. Pero me da a mí que la crisis y sus recortes también han dejado a la vista la fragilidad de nuestra pasión por la vanguardia. Algún arquitecto amigo me dice que en su sector, como en todos, ya solo importa el precio y así parece que nuestra hasta ayer brillante cultura urbanística se ha marchitado a la primera sequía de dinero público.

Tal vez sea simplemente que, como todas las modas, la arquitectura avanzada y de postal ha tenido en Bilbao mucho de 'tendencia' pero ha transformado poco nuestra capacidad colectiva de aprender a apreciar el valor de las cosas nuevas y creativas y, claro, así nos sale enseguida el corazón tradicional; ese que, a falta de más información, cree que todo lo que conoce de antes es valioso y que no vale la pena explorar cosas nuevas que solo vienen a romper la armonía del Bilbao de siempre. ¿Habríamos aceptado hoy el Guggenheim de Frank Gerhy?

El artículo se publicó en "el diario norte.es" el 5 de octubre de 2014

¿Cuánta gasolina gastará esta bici?



Cuando era más joven de piernas, de pulmones… y de espíritu, solía utilizar a menudo la bicicleta en Bilbao. No creo que fuese el único pero, desde luego, era de los pocos. Tanto era así que, de cuando en cuando, aún encuentro excompañeros que me recuerdan por la costumbre de presentarme con ella en la Facultad (aunque las aulas de entonces estaban llenas de fumadores, temo secretamente que en realidad lo que recuerden sea el olor de aquellas sudadas). En todo caso cualquier cosa era mejor que el atestado autobús de la Uni.

Carente de afición deportiva alguna, sí pienso que la bicicleta es un modo fantástico de moverse en la ciudad, de modo que en cuanto se puso en marcha en Bilbao la iniciativa de las bicis municipales, me apunté enseguida y las uso con asiduidad. Tras bastantes mudanzas, ahora vivo en un barrio alto y a la comodidad de bajar en un pispás al centro se añade la íntima excitación de ir descubriendo, según encaro las primeras pendientes, qué tal tendrá los frenos ésta de hoy. Diré en favor de los servicios municipales, que sigo vivo.

La bici es un artilugio extraño que te convierte en una mezcla indefinible de peatón y vehículo. Una mezcla que inquieta mucho a los abundantísimos amigos del orden establecido, de las fronteras nítidas y de las rayas rojas. Tal vez sea por eso mismo por lo que me gusta tanto a mí. Lenta e incordiante en las calzadas pero fugaz y amenazadora en las aceras, la bici se resiste a encajar en casilleros cerrados, incluido el de los bidegorris, a los que no faltan quienes la quisieran condenar.

Ver tanto ciclista por Bilbao es uno de los muchos y buenos cambios que ha experimentado la ciudad. Y es también una alegría para los que nos la jugábamos en otro tiempo. Cuando la bicicleta se consolida como un elemento más de la movilidad, la velocidad de los coches tiende a ser menor, los accidentes disminuyen y en la calle se respira mejor que en las aulas de mi antigua facultad. Y eso es muy bueno.

Hay que reconocer, sin embargo, que las cuestas no ayudan, ni la lluvia tampoco pero también cuento entre los enemigos de una ciudad llena de ciclistas a quienes pedalean, veloces y hábiles, serpenteando entre los sobresaltados peatones (sospecho de aquellos que puedan ser los mismos que, cuando conducen, adelantan al ciclista rozando el manillar)

La bici ganará la batalla de la calle si sus usuarios somos conscientes de que es muchísimo mejor que los usos y fronteras de la bici urbana no sean objeto de la ley ni de los reglamentos municipales, sino que lo haga nuestro propio sentido común, la prudencia y también la cortesía. Justamente esas cosas que, con toda razón, exigimos en la calzada y que estamos igualmente obligados a aplicar cuando compartimos bidegorri y, ocasionalmente, la acera con los peatones.

Las urbes europeas en las que la bicicleta es dueña de la calle son también las que más solemos envidiar por su tráfico humano y tranquilo, lo que sin duda evidencia que pedalear en ciudad es un buen entrenamiento también para la civilidad. Si queremos que Bilbao se les parezca mejor será que no demos razones a tantos amigos de las línea rojas como hay, porque vendrán y nos las pondrán.

No puedo terminar sin confesar que siempre me queda la duda de cuánta gasolina consumen las bicicletas municipales que uso porque ni yo lo he hecho nunca ni jamás he visto a nadie pegarse una de mis sudadas juveniles para subir las cuestas del barrio a colocar una bici en aquellos anclajes. Siempre lo hace la furgoneta municipal. ¡Ay!

El artículo se publicó en "el diario norte.es" el 28 de setiembre de 2014

Bilbao y sus mareas


La última que nos ha llegado ha sido de finlandeses. Aunque iban bien pintados de azul y blanco enseguida se notaba que no eran de la Real, nada más había que verles, tan altos, tan rubios y sin una sola palestina al cuello.

Para acogerlos hubo que barrer apresuradamente los feos residuos de la también muy multitudinaria Aste Nagusia y -como bien se dijo- cambiar los vasos de plástico por otros de cristal.

Estos días hemos tenido a unos tipos tirándose del puente de la Salve en honor a una compañía de bebidas de esas que dicen que suben la adrenalina. Seguro que sí. Todo lo contrario de lo que pasaba con los pausados reflexivos, y quizás hasta un poquito desesperantes, grandes maestros de ajedrez que también han estado esta semana por la villa con sus cuidados movimientos y sus relojes dobles. Por si fuera poco, el sábado supimos que también vendrá a Bilbao la Eurocopa 2020.

Como las auténticas mareas de la ría ya no traen barcos o gabarras hasta el Arenal, nuestras instituciones andan esforzándose en crear otras crecidas que, como las de antaño, nos reporten riqueza, movimiento, compras y pernoctaciones. Nada que objetar a esta meritoria pasión institucional por convertir la ciudad en un punto de atracción para lo que sea, aunque a veces llegue a parecer que el honor mismo de esta noble villa residiese en el porcentaje de ocupación de sus hoteles.

Lo malo es que contra ese loable esfuerzo trabajan otras mareas, menos visibles, pero que estropean el resultado que con tanto ahínco se persigue. Bilbao es una ciudad más limpia, más habitable, más bonita, incluso más tranquila. Pero no es una ciudad joven, como sí fuimos cuando respirábamos humo y hollín. No somos una urbe pujante que rompe sus costuras sin orden ni cuidado, como pasaba en los barrios hoy rehabilitados. Las novedades llegan ahora de la mano del erario público, y bien está que lleguen, pero no encuentran una sociedad que responda con ímpetu y pasión, sino que lo hacemos con la actitud complaciente del buen vecino que, entrado en años, no es partidario del caos ni del ruido sino de ese confortable orden tan propio de las ciudades medianas.

Cuando se encadenan varios festivos el saldo entre las dos mareas, la de visitantes que llegan y la de locales que abandonan la ciudad resulta negativo. Y lo notan sobre todo los hosteleros y comerciantes que se animan heroicamente a abrir, incitados por el Ayuntamiento, reprochados por los sindicatos pero, sobre todo, abandonados por una clientela ausente. La marea de la crisis afecta a todos pero muy especialmente a los que por edad y libertad eran más de gastar con alegría y algún desorden.

Para levantar cabeza vamos a necesitar más prosperidad interna, un poco más de población y seguramente más desbarajuste. Habrá que ponerse a ello porque está visto que no vamos a poder confiarlo todo a las mareas.

El artículo se publicó en "el diario norte.es" el 21 de setiembre de 2014

Nueva etiqueta


Hace unas semanas inicié una colaboración semanal con el periódico digital “el diario.es”, en su edición vasca “el diario norte.es”.

La idea de los responsables de periódico es disponer de tres columnas referidas a cada una de las capitales vascas. Euskadi ha podido ser y puede que sea siempre un concepto polémico pero la existencia y el carácter de sus tres principales ciudades y de sus propios y muy diferentes microcosmos es de una certeza indiscutible y aplastante.

Los responsables del periódico me han hecho el honor de contar conmigo para escribir sobre mi ciudad, Bilbao. Incluso me pidieron que le pusiera nombre a la columna/blog y le he llamado “la baldosa suelta”. El nombre lo tomé de una característica deficiencia urbana, habitual en mi ciudad, que por ser reiterada y por producirse en una villa de clima lluvioso, deviene en incómodos sobresaltos y en menoscabo de la higiene de pantalones y medias. Por eso me pareció que reflejaba bien mi interés en referirme a las cosas que nos pasan a quienes andamos por Bilbao, en todos los sentidos del andar.

En esta pequeña aventura se han embarcado también Izaskun Arana, que desde San Sebastián escribe el blog “Bahía Entusiasmo” y en Vitoria Elena Zudaire, que ha llamado a su columna “Almendra ácida”. No conozco a ninguna de estas dos mujeres pero de alguna forma hemos quedado hermanados por esa petición que el director del periódico, Igor Marín, nos ha hecho a los tres.

A partir de hoy iré subiendo estos textos del periódico, una vez publicados, a mi propio blog. De este modo mi bitácora vuelve a adquirir vida, esta vez, vinculada a la actualidad local de Bilbao. Tal vez te guste.

viernes, 8 de agosto de 2014

El PSOE cambia de problemas


Algún amigo me ha reclamado opinión sobre el Congreso del PSOE y, aunque sea al ritmo perezoso que impone estar bajo un limonero en la Extremadura profunda, voy a intentar complacerle. Ya saben, uno se debe a su público…y a su vanidad.

No estuve en el Congreso del PSOE como delegado pero estuve. Era evidente que el ambiente era de cierta alegría y bastante relajo. Varios amigos del “aparato” de organización me recordaban que éste era un congreso extraordinario, que sus rutinas no eran las normales y que, de hecho, podía haber durado solo unas horas, ya que únicamente se trataba de refrendar la decisión ya tomada por los militantes y nombrar a Pedro Sánchez como Secretario General. Desde luego se notaba que no había mucho que decidir y, en consecuencia, el congreso era un poco mezcla de escaparate y pasarela.

Alguna razón había para la alegría puesto que, como ha escrito Luis Solana y yo comparto, el PSOE es, seguramente, el único partido de España capaz de hacer una operación de renovación democrática tan importante e inmediata como la que ha encumbrado al hasta hace nada desconocido Pedro Sánchez. Esa es, desde luego, una buena noticia salvo que se convierta en la última buena noticia, salvo que el PSOE crea que pasadas las primarias y sus fastos ya todo puede volver a los cauces conocidos y probados de siempre.

Sin embargo, en las salas y pasillos del mastodóntico hotel también se respiraba un fondo de cautela e inquietud que dejaba a la vista que, además de la alegría, al menos había otros dos sentimientos que intranquilizaban a los asistentes.

Por un lado estaban aquellos a quienes les preocupaba su posible pérdida de poder e influencia en medio de este cambio con tantos aires de vendaval. Es de suponer que tal inquietud se manifestaría más descarnada en las salas del poder, que quedaban al margen de la algarabía de los pasillos. La inmensidad de la nueva ejecutiva nos da una pista de cómo se manejó este asunto.

Pero el sentimiento de inquietud más interesante, a mi juicio, estaba, en los pasillos y en los corros. Era la sensación compartida por muchos militantes de que las primarias son la puerta que se ha abierto a un cambio que va a modificar profundamente el PSOE que conocían. Que la elección de Sánchez tal vez sea sólo la exitosa llegada al “campo base” a partir del cual el PSOE ha de comenzar otras etapas de una ascensión que será lenta y difícil, llena de nuevas dificultades y de pronóstico incierto y en la que, junto a los deseados éxitos, aparecerán sin duda dificultades nuevas ahora no previstas, por ejemplo: el cesarismo en los nuevos dirigentes elegidos directamente por el “pueblo militante”, la consolidación de elites vinculadas exclusivamente a esos líderes y totalmente ajenas a la vida orgánica, los enfrentamientos públicos nada edificantes entre candidatos internos, la consolidación por los perdedores de facciones propias permanentemente enfrentadas al ganador, las temidas bicefalias de dos líderes ambos electos, uno para el partido y otro para el cargo público…en fin. Un buen montón de nuevos problemas.

Una de las causas principales de la desafección ciudadana ha sido el error de la inmediatez, de creer que basta con hacer de la política un espectáculo, una tómbola de promesas y de soluciones instantáneas. Funciona a corto plazo y puede hacer ganar algunas elecciones pero acumula poco a poco un poso de falsedad que al fin acaba estallando como lo ha hecho. Por eso mismo el PSOE no debería engañarse creyendo que ya ha salido del pozo, ni sus militantes pensando que la nueva ejecutiva ya se ocupará de todo mientras ellos regresan a sus rutinas de siempre. La cosa no ha hecho más que empezar. Llegar al campo base ha sido un éxito pero confundirlo con la cumbre y quedarse en él sería fracasar de lleno.

Aunque es comprensible que el nuevo secretario General ponga mucha atención en las próximas elecciones municipales, no comparto la idea de hacer de ellas la prueba del éxito de la recuperación del PSOE. A lo sumo serán la primera etapa, y puede que no sean una etapa demasiado brillante, porque el desprestigio es mayor del que algunos quieren reconocer y el recorrido que el Partido Socialista tiene por delante es mucho más largo que el que pueda completar en unos meses, incluso está por ver que tenga tiempo de hacerlo de aquí a las próximas generales así que cuidado al poner el listón, que el fracaso en la vida no depende tanto de los resultados como de las expectativas y el error de la inmediatez sigue ahí.

viernes, 25 de julio de 2014

Cerebro humano vs. Stack Ranking

No se ponen de acuerdo los antropólogos en explicarse la razón por la que unos primates, razonablemente bien adaptados a su ecosistema, se empeñaron en desarrollar un carísimo órgano, el cerebro, que consume él solo en torno al 20% de toda la energía de los individuos que lo poseen. Conocedores de que la evolución solo se produce allí donde las condiciones cambian y obligan a adaptarse a los seres que las sufren, no aciertan los científicos a encontrar qué cambió, qué fue aquello tan importante como para que nuestros antepasados tirasen la casa por la ventana, apostando por cargar con un cerebro tan complejo y derrochador.

Sin poder afirmarlo con absoluta seguridad (como casi todo en ciencia) apuntan a que semejante dispendio solo se podría entender si aquellos seres se tuvieran que haber enfrentado a algo nuevo, omnipresente y asombroso. A una realidad agotadoramente compleja, ante la que no quedó otra opción que esa especie de órdago biológico que llevamos dentro del cráneo.

No fue el clima, ni la dieta, ni la caza. Esa realidad por la que muchos explican una apuesta tan rotunda fuimos nosotros mismos. Fueron las relaciones entre los propios humanos, fue la sociedad liosa y difícil que hemos ido creando, no de hoy, sino desde hace cientos de miles de años, donde cada individuo interrelaciona con los demás a cada instante y en todas las facetas de su vida. Ese parece ser que fue el reto al que tuvimos que enfrentarnos y por el que no nos quedó otra que cargar con este hipercerebro. Albert Camus apuntó en esa misma dirección afirmando: “El infierno existe. Son los demás”.

Sin embargo, como es habitual, todas estas cuitas les resultaron irrelevantes a algunos gurús de la organización empresarial y de los “Recursos Humanos”. Debieron pensar que ¿para qué necesitamos un cerebro si tenemos cuadros, gráficas y tablas de calificación?

Leo ahora acerca de los desastres que en algunas empresas ha causado la aplicación de sistemas supuestamente objetivos (Stack Ranking) para la valoración de las personas que en ellas trabajaban: la cosa consiste en que los empleados se autocalifiquen unos a otros, de forma que quienes obtienen mejores puntuaciones que los demás medran, los normalitos se quedan donde están y los peor calificados se van a la calle. Todo muy objetivo y muy parametrizable, oiga.

Todo, menos una cosa que olvidaron. Y es que los recursos humanos se empeñan en cargar cada uno de ellos con uno de esos complejos y carísimos cerebros a los que me refería. Y acostumbrados como están a lidiar con maridos, esposas, suegras, cuñados, hijos adolescentes y vecinos de la comunidad, lo de adaptarse al nuevo sistema de evaluación resultó pan comido. Solo que a lo que dedicaron las neuronas aquellos espabilados Recursos Humanos a los que se pretendía juzgar, fue a salvarse del sistema y no a mejorar los resultados de la empresa. La colaboración desaparecía y la competencia no se dirigía al mercado sino al compañero de mesa. El resultado es que, tras el destrozo, grandes empresas como Microsoft, Enron, Motorola y otras han tenido que desmontar a toda prisa el bonito sistema de clasificación de las personas en listas y tontas porque se les iba por el desagüe la rentabilidad que les prometió alguien que creía que el único cerebro era el suyo y que, obviamente, no era el más listo.

Millones de años de evolución han hecho la inteligencia humana muy compleja, muy retorcida, muy creativa y muy poco previsible. Solo así son posibles cosas como el arte, la generosidad, la tortura, el amor, la envidia, la curiosidad, el teatro... entre otras. Tratar de medir todo lo que somos es una tentación absurda y signo de poca inteligencia. No hay cesta que contenga nuestra creatividad, tan absurda como irresistible. Ya lo decía Javier Krahe, aunque en referencia a un órgano distinto al cerebro: “Es mísero, sórdido y aun diría tétrico, someterlo todo al sistema métrico”. Si no lo conocen escúchenlo, Es divertido, lleno de matices, dobles sentidos y expresiones equívocas. Inteligente en definitiva.



sábado, 19 de julio de 2014

La imposible unidad de la izquierda


El PSOE ha celebrado elecciones y sus militantes han escogido, en urnas secretas, a su máximo dirigente. Casi al instante los opinadores que se arrogan para sí mismos la condición de legítimos (y únicos) representantes de “la izquierda” han deplorado el resultado de la elección y alguno, en pleno calentón, el proceso mismo.

Parece que los votos directos, secretos y personales, la máxima expresión democrática posible, solo les vale si el resultado final es el que ellos desean. Y lo más asombroso es que tras hincharse a exigir democracia a los socialistas, con ínfulas de predicadores, no les asalta la menor intranquilidad al ver que la gente vota distinto a lo que a ellos les gustaría. No se les mueve un pelo, ni se les tambalea una idea. Oiga!

Cuando el verdadero ejercicio de la democracia determina otra cosa distinta a sus democráticos deseos, le hurtan instantáneamente tal condición de democrático, que es virtud que parece que solo podría ser "otorgada" por ellos. Recuerdan enseguida al Napoleón de Orwell y su "Animal Farm".

Yo, que soy tan demócrata -parecen pensar- exijo que democráticamente se decida lo que yo quiero, ya que de otro modo la decisión no podrá ser democrática, al no corresponderse con lo que piensa alguien tan demócrata como yo.

No se ría. Hay mucha gente en la izquierda que considera que ser demócrata es ser de los suyos. Y, además, que ser de los suyos es la única forma de ser “de izquierda de verdad”.

Porque hay que reconocer que en una cosa sí que tiene esta izquierda tan rocosa éxito indiscutible: en su habilidad para hacerse con el grial de la autenticidad. La ventanilla de reparto de carnets de izquierdista auténtico y el púlpito desde el que arrojar admoniciones a los felones socialdemócratas les han funcionado siempre a pleno rendimiento. Ahora incluso lo hacen por internet.

Quizás en compensación por la gran ventaja de esta izquierda auténtica en el debate ideológico, la socialdemocracia, esa otra izquierda así como dubitativa, es la que suele contar con un apoyo popular incomparablemente mayor, que le permite, con el tiempo, hacer cambios políticos profundos desde el poder y el Boletín Oficial.

No deja de asombrar el contraste entre la tibia consideración que la socialdemocracia suele tener acerca de sí misma y el orgullo y seguridad con que la izquierda revolucionaria se muestra. Más aún cuando la primera tiene en su haber la gran revolución que en Europa acabó con la miseria de los humildes y creó esas clases medias tan odiadas por los esencialistas, mientras que las certezas de la izquierda auténtica e irreductible tienen el dudoso honor de estar en el origen de algunos de los regímenes más espantosos y de las tiranías más atroces contra sus camaradas trabajadores.

Decía Bertrand Russell que “El gran problema del mundo es que los fanáticos están siempre seguros de sí mismos, mientras que las personas sabias están llenas de dudas”. Seguramente tenia razón también en esto.

Lo que hace imposible el mito de la unidad de la izquierda es la pretensión ruidosa de los menos de que seamos siempre los más quienes nos movamos hasta donde ellos nos dicen.

Por eso creo que es mejor que aceptemos de una vez que tal unidad de la izquierda nunca se producirá, que lo más que cabe esperar es que haya trasvases de votos entre la socialdemocracia grande, institucional y útil y la izquierda auténtica, esencialista y periférica. Algunas veces la marea llenará los caladeros de la primera y otras, como ahora, llevará el apoyo hacia los de la izquierda más radical. Es ley de vida pero el mito de la unidad de la izquierda nunca se cumplirá. Cuanto antes lo entendamos, mejor.

Lo que sí resulta muy conveniente es que la socialdemocracia se quite un poco los complejos. La cosa está muy mal pero, por ahora, en España el único partido que ha puesto en marcha una renovación democrática profunda, dando la palabra uno a uno a sus afiliados, ha sido el PSOE. Veremos hasta dónde llega, pero de momento ya ha arrancado, y los defensores de la “auténtica democracia” ya la han condenado, como cabía imaginar.

sábado, 28 de junio de 2014

Elogio de las puertas giratorias


Todo el mundo parece convencido de que uno de los grandes problemas de la política española es la gran escasez de buenos profesionales que se dediquen a ella y la sobreabundancia de quienes, a falta de otro currículo, se convierten en políticos profesionales. Hacen falta profesionales en la política y no profesionales de la política, se ha dicho muchas veces. Y no sin razón.

Algunos, claro, blanden este argumento no para mejorar la acción política sino para expulsar de ella a quienes no tienen “una formación técnica suficiente” pretendiendo que los técnicos (normalmente ellos mismos) son quienes deben hacerse cargo de todas las decisiones. Esa falacia da para otro post.

El caso es que, ciertamente, la política española se ha nutrido mucho de personas que han ido construyendo su vida laboral en paralelo a sus responsabilidades políticas. Eso ha tenido consecuencias que hoy se denuncian como una de las principales causas del deterioro de la credibilidad y la calidad de la política. Para referirse a ese gran grupo de quienes han sostenido los partidos y se han sostenido en ellos durante 30 años hace ahora furor el calificativo de “casta”.

Sin embargo, mientras se exige con pasión la renovación de la “clase política” (por lo común trayendo gente más joven, no más experta) se quiere regular cada vez con más detalle y minucia todo lo relativo a la relación entre la política y la vida profesional, laboral y empresarial. Para evitar las “puertas giratorias” -se dice- para que los políticos (y sus familiares) no puedan aprovecharse de su cargo cuando lo abandonan.

Sospecho que tal vez sea este el momento de darle un restyling al aforismo atribuido a Bertolt Brecht y modificar su sentido, quizás de esta forma:

“Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y ya son un poco peligrosos. Pero los hay que luchan toda la vida: esos son los que no queremos ver ni en pintura.”

Dice mi amigo Fermín, y yo lo comparto, que el problema de las puertas giratorias es, precisamente, que giran demasiado poco, que lo hacen demasiado despacio y que, como consecuencia, se impide una relación sana entre la política y la vida civil, académica, científica y profesional que tanto se reclama, que debería existir y que contribuiría a aumentar la calidad de las decisiones y la credibilidad de los políticos.

Es cuando no existe esa posibilidad ágil de entrada y salida de la vida pública cuando los pocos casos que se dan despiertan tantas sospechas. Sin embargo lo caro no es que algún profesional indecente se pueda, en algún caso, aprovechar de su paso por la política, lo caro está siendo que todos los políticos tengan que quedarse indefinidamente donde están (si quieren un empleo), taponen cualquier renovación y alimenten así la desconfianza.

Tanta desconfianza hay que, para contentar a la opinión pública, se toman decisiones, muy populares, que tendrán consecuencias exactamente contrarias a las que se dicen pretender.

Es el caso del Parlamento Vasco, que esta semana ha aprobado una ley que endurece el acceso y, sobre todo, la salida de la política para cualquier profesional que tenga la osadía de asomarse a ella. Todos los grupos, unánimemente han decidido que los cargos públicos durante los dos años siguientes al abandono de su cargo, no podrán prestar ningún tipo de servicio ni mantener relación laboral o mercantil con las empresas, sociedades o cualquier otra entidad de naturaleza privada con las que hubiera tenido relación directa desde su puesto. Tampoco podrán tener, ni los cargos, ni sus parejas, ni sus hijos, participaciones directas o indirectas superiores a un 10 % en empresas que tengan conciertos o contratos con el sector público.

Menos mal que Rubalcaba era de la Complutense (que es pública), porque con esta Ley no hubiese podido regresar a ninguna Universidad privada. Ahora ya sabemos que nunca podremos contar en educación con ningún profesor de Deusto o de Mondragón (salvo que piensen abandonar sus carreras) y, solo como ejemplo, el Consejero de Sanidad Jon Darpón, no podrá regresar ya a su puesto de experto en gestión sanitaria en el IMQ.

Los arquitectos o urbanistas no podrán acceder a cargos públicos relacionados con su especialidad, a no ser que se jubilen o monten una pescadería al abandonar el cargo. Los expertos en seguridad deberán pasarse a comercio textil (siempre que no vendan uniformes) y los gestores educativos tienen abierta la opción de abrir alguna casa rural (siempre que no organicen allí colonias infantiles).

El mensaje a los profesionales que tanto se dice necesitar es bien nítido: "si tiene usted la tentación de dedicarse a la política, sepa que debe abandonar toda esperanza de regresar con tranquilidad a ese empleo o actividad que le hicieron interesante para la política (salvo que sea usted funcionario o rico)". La reacción de esas personas cabe imaginarla con idéntica nitidez.

El resultado de esta pírrica victoria es que los profesionales de la política han contentado a la opinión pública pero alejando un poco más de la política a los profesionales que les podrían hacer sombra. No me extraña que alguno aplaudiera ¡Menudo éxito!

viernes, 20 de junio de 2014

Faltan analistas. Sobran enteraos


Se ha repetido tantísimas veces que en España no dimite nadie que, en realidad parece que lo que se espera es que, en efecto, así sea; que los lideres se agarren a sus cargos como gato a las cortinas, de forma que la crítica pueda seguir su curso “natural” sin sobresaltos.

Así que cuando se produjeron las dimisiones de Alfredo Pérez Rubalcaba y de otros líderes socialistas surgió un curioso fenómeno entre quienes ya tenían preparadas las invectivas más rotundas y las columnas más incendiarias. Lo escrito con tanto ardor como previsión se vino abajo y si no llega a ser por aquel invento improvisado de que la dimisión no era tal dimisión y que era "una dimisión en diferido" y otras patochadas de semejante cariz, esas plumas y micrófonos justicieros que tanto abundan en España se habrían visto ante un problema: habrían tenido que pensar, y que pensar rápido.

El invento de la dimisión diferida fue eso, un subterfugio para ganar tiempo y poder recolocarse apresuradamente después del susto de ver que ya no servían las críticas de siempre. Resulta que Rubalcaba y sus compañeros incumplían el pacto no escrito de no dimitir para que así se les pueda poner a parir por no dimitir.

Pasado el mal rato y una vez recompuesta la figura, se pasó a asegurar con total certeza que el congreso socialista lo iba a manejar un “aparato” aterrado ante la posibilidad de dar la voz a los militantes. Eso lo sabían todos “de fijo” hasta que Eduardo Madina dijo que solo se presentaría si votaban los militantes. La dimisionaria dirección socialista, tan torticera ella, tardó pocas horas en aceptarlo y volvió a incumplir así con su obligación de negarse a toda apertura para que le puedan poner a parir por negarse a toda apertura.

¡Es que así no puede ser! Otra vez las lenguas más avisadas a recomponer el gesto. Menos mal que en su ayuda acudió la certeza indiscutible de que Susana Díaz, la Presidenta de Andalucía, sería con impepinable seguridad la nueva Secretaria General y que, por tanto, siendo una “barona”, el discurso de que el PSOE es y será siempre incapaz de repensarse y renovarse seguía sirviendo. El “aparato” del PSOE pareció que cumplía por fin con su obligación de cerrar el paso a cualquier renovación y que así pudiera atacársele por cerrar el paso a cualquier renovación.

Pero hete aquí que la segurísima candidata Díaz se descuelga un día diciendo que su sitio está en Andalucía y que no va a optar a la secretaría general del PSOE, que muchas gracias. ¡Y vuelta la burra a los trigos! Por si fuera poco, aquellos nombres que a última hora, ya a la desesperada, sonaban como seguros sustitutos de Díaz, no hicieron acto de presencia y de nuevo se volvió a incumplir el acuerdo tácito de que el PSOE debe mostrarse incapaz de recuperar su pulso para que se le pueda censurar por mostrarse incapaz de recuperar su pulso.

Y ahora resulta que los únicos candidatos que hay son los que hasta hace nada no eran del “aparato”, aunque ya les buscarán amigos, no le quepa a usted duda. Ahora resulta que los militantes van a votar. Resulta que, semana tras semana, se han ido derrumbando las malísimas noticias que se aseguraban como ciertísimas semana tras semana.

Pero lo más asombroso es que los que han afirmado con tan ignorante vehemencia tales cosas, los mismos que dijeron que Rubalcaba no dimitiría, y dimitió; que no habría elección directa, y es el próximo día 13; que Patxi López iba seguro, y no fue; que Susana Díaz acudiría al rescate de Ferraz, y no lo hizo; que era inminente el desembarco de Juan Fernando López Aguilar o de Soraya Rodríguez y no los hubo. Esos mismos que se dicen sesudos analistas y a los que la realidad del PSOE les ha metido más goles que a la selección en Brasil, ahí siguen –impasible el ademán- como si no hubiera pasado nada, como infalibles oráculos, como si alguna vez hubieran dado en algún clavo.

Qué pocos analistas tenemos ¡Y cuánto “enterao”!.

Más sobre esta fauna

domingo, 8 de junio de 2014

¿Desde cuándo es el PSOE republicano?

Mi abuelo, que no era socialista, tenía estas fotos en el salón

Aunque el titular parezca una pregunta retórica, no lo es. Es más, conviene hacerse de verdad esa pregunta ahora que todo el mundo proclama que el PSOE es un partido republicano “desde siempre”.

El PSOE se hace republicano en 1930. Es decir 51 años después de su fundación. Esa es la respuesta a la pregunta.

¿Quiere eso decir que el PSOE era antes de eso un partido monárquico? Obviamente no. Lo que quiere decir es que las preocupaciones de los socialistas desde su misma fundación no fueron dirigidas a la forma de Estado sino a las condiciones de vida de los trabajadores. La auténtica continuidad que puede verse en la historia del socialismo español no es el republicanismo sino el empoderamiento de los humildes, la modernización y la democratización efectiva del país.

Es cierto que el PSOE fue un elemento clave en la Segunda República Española, como lo había sido antes en otros periodos, pero de ningún modo estuvo entre sus promotores. El PSOE estuvo ausente del llamado Pacto de San Sebastián, que fue el pistoletazo de salida de la Segunda República y que se acordó en la sede donostiarra de Unión Republicana.

Allí estuvieron Lerroux, Azaña, Marcelino Domingo, Álvaro de Albornoz, Niceto Alcalá-Zamora y Casares Quiroga, entre otros; todos en representación de los partidos republicanos de toda condición pero el PSOE faltó. Solo Indalecio Prieto, bestia negra de los segmentos más izquierdistas del partido, asistió a aquella cita a título exclusivamente personal. Alguno querría expulsarle por ello.

Porque tal ausencia no fue ningún descuido. La corriente mayoritaria del Partido Socialista seguía considerando aquella propuesta antimonárquica como un asunto exclusivo de la burguesía, en el que no se debía entrar bajo ningún concepto. Tanto fue así que el Presidente del PSOE, Julián Besteiro, ferozmente opuesto a cualquier compromiso con los republicanos, al verse sobrepasado por las tesis favorables al acuerdo de Prieto y de Largo Caballero, dimitió de su cargo junto con buena parte de la dirección y se montó un buen lío.

Ciertamente una vez proclamada la Segunda República, el PSOE se adhirió de forma completa al nuevo régimen hasta el punto de que el propio Besteiro sería el primer Presidente de las Cortes republicanas.

Tampoco puede ocultarse que el levantamiento del General Franco, la guerra y la dictadura rompieron cruelmente la legitimidad de la República y que la traumática desaparición del régimen que había sido esperanza cierta de modernidad y democracia, contribuyó a generar una visión bastante mitológica de aquella época que es la que, me temo, está sustentando tanto agitar de banderas de estos días.

O sea que, para que nos entendamos: fueron los heterodoxos socialistas los que vieron entonces que la República iba a ser el inicio de un nuevo tiempo en el que había que estar. Así lo había dicho Prieto en el Ateneo de Madrid aquel mismo año de 1930: “es una hora de definiciones... hay que estar con el Rey o contra el Rey" y fueron justamente los socialistas ortodoxos, los defensores de las doctrinas más esenciales, los que se opusieron a aquel compromiso con la República que creían que no iba con el socialismo.

Algo no muy distinto ocurrió muchos años después, en mayo de 1979, en el 28º congreso del PSOE, en el que de nuevo se enfrentaron la ortodoxia socialista y un líder que veía, también esta vez, que los socialistas debían cambiar para convertirse en un partido socialdemócrata europeo al uso y comprometerse en primera línea en aquel nuevo régimen de democracia parlamentaria que se estaba estrenando con el reinado de Juan Carlos I. Lo que Felipe González dijo entonces aún resuena “hay que ser socialistas antes que marxistas

Ahora que el republicanismo del PSOE se da por supuestísimo, es buena paradoja recordar que fueron los “socialistas impuros” quienes “pastelearon” para que llegase la República y lo hicieron contra la opinión enardecida y los reproches de los puristas y que -¡qué cosas!- hoy son estos últimos los que enarbolan aquellas banderas tricolores como emblemas de autenticidad socialista contra los pragmáticos.

Ahora que, nuevamente, España se encuentra en un momento crítico (y el PSOE aún más) y que se van a tomar decisiones que marcarán el futuro del país, va a hacer mucha falta que el Partido Socialista vuelva a mirar por encima del humo y cambie de arriba abajo pero para renovar su capacidad para seguir en la senda del que ha sido su auténtico itinerario histórico, que es el de ser útil a la sociedad que necesita de un partido progresista con poder, que esté presente allí donde se deciden las cosas. Tal y como ha hecho durante el reinado de Juan Carlos I.

Es evidente que la tentación de agarrarse a la confortable seguridad emocional de la ortodoxia, sea ésta obrerista, marxista o republicana ha estado siempre ahí y, por supuesto, sigue estándolo hoy. Pero es que el cambio y la renovación siempre han pasado por superar esa permanente tentación esencialista para hacer algo mucho más incómodo pero más importante: ser útil en lugar de puro.



martes, 3 de junio de 2014

Otro referéndum para ejercer "el derecho a no decidir"

Foto Juan Luis Sanchez. El diario.es

La abdicación del Rey, en medio de la efervescencia desatada por la crisis económica y política del país ha puesto en el candelero la reivindicación de que se pregunte a la ciudadanía por la forma de Estado; iba a escribir la “discusión o el debate” pero he corregido enseguida porque no hay discusión ni debate alguno sobre Monarquía o República sino simple reivindicación. Una discusión requiere propuestas, contrapropuestas, matices, correcciones, previsiones, argumentos…para diseñar una solución que tendrá una forma u otra, pero que será algo concreto, producto de esa discusión y de ese debate ahora inexistentes.

Lo peor no es que no haya una sola propuesta de cómo sería la República que se quiere. Lo peor es que no parece que a nadie se le haya ocurrido que tal concreción pueda ser necesaria. Pasa lo mismo que con el referéndum sobre la independencia de Cataluña: que nadie dice cómo será esa Cataluña que se desea.

Se sabe bien lo que significa que Cataluña sea una de las Comunidades Autónomas de España porque está legislado y porque está probado durante décadas, pero nadie dice cómo será la Cataluña independiente. Todo se supone y nada se aclara. No sabemos, porque nadie lo ha dicho, ni qué forma de Estado adoptará el país, ni cuáles serán sus idiomas oficiales, ni si todos los habitantes de Cataluña serán catalanes y si podrán votar o no todos ellos, cómo se pagarán los déficit actuales o los que se generen… Al menos a los vascos, en la única ocasión en que un nacionalista (moderado) explicó cómo sería su Euskadi independiente ya se nos aclaró, de entrada, que no todos los vascos tendríamos iguales derechos políticos. Estas precisiones se agradecen mucho siempre, pero resultan por completo ineludibles cuando se trata de hacer propuestas de cambio tan profundas y duraderas como la independencia de un territorio o el cambio en la forma de Estado.

Se supone que habrá un Presidente o Presidenta de la República -digo yo- pero ni se habla de cuáles serán sus funciones y poderes. Es más ¿el nuevo jefe del Estado ¿tendrá algún poder o se limitará, como hace el Rey, a firmar lo que le digan el Gobierno y las Cortes? Ya veremos. ¿Seguiremos siendo un régimen parlamentario o pasaremos a un sistema presidencialista, con un Primer Ministro supeditado al Presidente? Ya veremos ¿Tendrá el Presidente derecho de veto como tenía en la Segunda República? Ya veremos ¿Se mantendrá el sistema político autonómico o se hará como en la Segunda República? Ya veremos. ¿O tal vez como en la primera; o sea, ninguna autonomía? Ya veremos. Esa República ¿intentará serlo de todos los ciudadanos de la España actual o se conformará con sus incondicionales?

Si le dedicase más de dos minutos se me ocurrirían mil preguntas fundamentales más pero veo, asombrado, que nadie parece haberle dedicado a esto ni 120 segundos.

Cuando una persona cambia su estado civil de casado a separado o divorciado, incluso cuando la separación es amistosa, se firman muchísimos documentos, algunos bastante incómodos. Y se hace así porque la vida va a seguir al día siguiente de la separación: los hijos van a seguir necesitando ayuda, el banco seguirá exigiendo la hipoteca o el casero el alquiler, llegarán los fines de semana y las vacaciones, habrá que ir a la compra, en fin todo eso que forma la vida cotidiana y sobre lo que hay que decidir. La incertidumbre existe, por supuesto, pero no puede ser completa y total. Por eso en ningún juzgado ofrecen a la firma el formulario “Ya Veremos”.

Sin embargo tenemos ahora en la calle dos movimientos multitudinarios, movidos por la emoción de su legítimo deseo, que parecen creen que lo que resulta obligado cuando se rompe un sencillo matrimonio de dos personas puede ser mágicamente obviado cuando se trata de cambiar de arriba abajo las complejísimas circunstancias de un país de millones de habitantes. O de dos.

No sé por qué insisten tanto en llamarle “derecho a decidir” cuando resulta obvio que lo que se nos propone es justo lo contrario: suprimir lo que hay para después aplicar el “ya veremos”, que es exactamente lo que todos decimos cuando no queremos decidir.

domingo, 1 de junio de 2014

EL PSOE se refunda en servilletas



¿Te imaginas en cuántos bares y Casas del Pueblo habrá gente haciendo esto mismo? -se preguntaba ayer mi amiga Marisa Sánchez- mientras en una servilleta, efectivamente, dibujábamos algunas ideas para el cambio en la organización del PSOE.

Veo a muchos columnistas asombrarse, con razón, de cómo el Partido Socialista se “abre en canal” en cada una de sus crisis. Alguno ha dicho, incluso, que en este momento el PSOE es una olla a presión. A mí me parece todo lo contrario: que es una olla abierta, sin tapa, hirviendo a la vista de todo el mundo, rebosando espuma pero desde luego no parece una olla a presión, ni mucho menos. Seguro que este no es el método más profesional para reformarlo ni, desde luego, el más discreto pero a mí me gusta así.

Quizás el próximo congreso de los socialistas deba aceptar propuestas escritas sobre servilletas. No se rían, cuentan que el diseño del museo Guggenheim de mi ciudad nació en una de ellas.

jueves, 29 de mayo de 2014

Ha nacido el molismo


El molismo es ya el nuevo y fresco movimiento político que se abre paso entre las anticuadas y obsoletas ideologías, cuya extrema debilidad solo les permite ya apartarse avergonzadas ante el ímpetu, la fuerza mediática y la provocadora y juvenil irreverencia de los representantes de la nueva tendencia.

El molismo es la ideología perfecta para un inmenso sector de la ciudadanía. Un segmento de población que en absoluto percibe lo que rodea su vida como el resultado de una compleja e intrincadísima red de servicios, tecnologías, de relaciones económicas y, naturalmente, de tensiones, equilibrios e intereses muy diversos y enmarañados.

Que el wifi funcione sin cortes, que haya pan en la panadería y naranjas en el súper (incluso en julio) les parece no solo lo más normal del mundo sino el suelo mismo a partir del que uno empieza a hablar de lo que sea.

Los coches eléctricos no contaminan –alegan sinceros- como si llegasen a los concesionarios por arte de magia, desapareciesen del mismo modo de los desguaces y la electricidad que consumiesen se creara en los enchufes de los garajes.

Cuando suben a una máquina de varias toneladas que les lleva a 900 km/h por un entorno a 40 o 50 grados bajo cero, con una presión exterior letal para cualquier ser vivo, solo apreciarán la mayor o menor calidad del catering y será eso lo que les moverá a la queja o al aplauso.

Consumidores antes que ciudadanos, los molistas gozan de una envidiable simplicidad en sus preocupaciones pero, desde luego, no carecen de ellas. Aunque, como ignoran y desdeñan cualquier complejidad, absolutamente todo lo explican en términos de unos malos malísimos que hay y que abusan siempre de todos los demás, ellos incluidos. Encantador.

De hecho el molismo es el paraíso de la simplicidad también en sus reacciones ante todas las cosas que, o “molan” o “no molan”.  Si se les apura pueden incrementar la escala con dos conceptos superlativos “mola mazo” en el extremo positivo o “raya” en el negativo. (me disculpará el lector pero al tratarse esta última de una palabra exclusivamente oral no puedo garantizar su ortografía correcta)

Ni se le ocurra a usted pretender obtener explicación alguna sobre las razones por las que algo mola o no mola y menos aún les hable de consecuencias o efectos negativos que podrían no molar al molista. Lo que mola, mola y si hay alguna mala consecuencia pues esa no molará y fin del razonamiento. Asombrosamente, su mayor o menor preparación académica les servirá para enmarañar más o menos esa simple respuesta pero para nada más.

Es una triste paradoja que la ilustrada admiración humana por la ciencia y el progreso haya ido desapareciendo justo cuando la tecnología explotaba en un big bang de novedades, posibilidades y éxitos. El asombrado ciudadano don Hilarión, que cantaba aquello de “hoy las ciencias adelantan…que es una barbaridad”, se ha visto finalmente sobrepasado por tantos avances y sustituido por una casta (esa sí) de partidarios de explicaciones fáciles y de soluciones tan instantáneas como el cacao que conocen desde niños.

Arthur C. Clarke, autor de la novela que Kubrick convertiría en la inolvidable “2001: Una odisea del Espacio” dijo que "toda tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia” y, sospecho que no hizo otra cosa que predecir la aparición de una sociedad nueva que responde perfectamente a esa descripción y que precisaba también de una ideología nueva. Ya la tiene.



martes, 27 de mayo de 2014

El nido revuelto del PSOE

Nido de aguililla calzada

Leyendo y escuchando esta polémica dentro del PSOE sobre si deben celebrarse primero las primarias abiertas que elijan el candidato o candidata a la Moncloa o, por el contrario, si debe ser primero el congreso que elija la nueva dirección me he acordado de un fenómeno natural común entre las aves.

Se llama cainismo y consiste en que, en momentos de escasez, el primer pollo en salir del huevo, en cuanto adquiere cierto tamaño mata a su hermano para así quedarse para sí con toda la atención y el alimento que aportan los padres.

El PSOE ha decidido que va a tener dos líderes, uno elegido en primarias abiertas para ser su cartel electoral y otro elegido en congreso para dirigir el partido desde Ferraz. Es una situación novedosa, que a mi me gusta, pero no se me escapa que esta fórmula no tiene tradición entre los socialistas.

Sin embargo la mucha acritud con que veo que se está discutiendo sobre esta prioridad me hace sospechar que aquí hay algo más que un simple criterio de oportunidad y que tal vez no todos los socialistas hayan entendido del todo bien lo que significa tener simultáneamente dos líderes distintos, con legitimidades distintas y con funciones también diferentes. Esa sospecha y mi afición por la ornitología quizás me estén jugando una mala pasada a la hora de valorar tanta vehemencia sobre quién debe “nacer” primero.

domingo, 18 de mayo de 2014

Euskadi se atraganta con 30 millones de dosis de europeísmo

Las instituciones europeas nos han puesto a los vascos y vascas una multa de 30 millones de euros por una razón muy fundamental: porque pueden.

Por si esa razón no fuera suficiente, el motivo de la sanción resulta bastante humillante, ya que la multa se ha justificado no ya en el error de las “vacaciones fiscales” sino en la contumacia de nuestros responsables políticos que, con toda clase de subterfugios, demoras e ignorancias retrasaron más de una década la reparación que se nos exigía.

No es plato de gusto de nuestras cercanísimas instituciones pasar por aro alguno. Acostumbradas, como están, a que su voluntad sea Ley, no les ha hecho ninguna gracia que Europa se muestre en esto tan implacable como acostumbran a serlo ellas mismas cuando un ciudadano “se hace el orejas” con sus propias normas. Algo que también suele terminar con la devolución de lo distraído y una multa adicional; por “listo”.

Para quien no esté al corriente de las peculiaridades institucionales vascas, recordaré una figura jurídica antigua y muy pintoresca llamada “pase foral”, que consistía en “acatar” pero no cumplir las leyes de la Corona Española. A ejercer esa figura tan atractiva y ventajosa la gente del común también le llamamos “pasar” pero vinculando la acción con algunas partes de nuestra anatomía que no queda bien citar. No puedo evitar pensar que habrá habido quien creyese íntimamente que ese supuesto derecho a “pasar” iba a colar también con los aburridos y ocupadísimos funcionarios de Bruselas pero no ha sido así, naturalmente. El término “jacobino” que aquí se usa tan a menudo como insulto, en los despachos europeos es, simplemente, lo normal.

Ahora que estamos a punto de votar en unas elecciones europeas puede ser un buen momento para darnos cuenta de que la construcción europea, tan aplaudida, tan legendaria y tan poco comprendida no es otra cosa que el camino hacia la creación de un gran poder único en el Continente. Y el poder se tiene para ejercerlo, no para otra cosa. Por eso lo más sorprendente de todo es la propia sorpresa con que ha sido acogida la noticia de la muy previsible multa.

Hay muchas paradojas en este episodio. La primera es que los nacionalistas vascos, a los que nada molesta tanto como tener a nadie mandando por encima de ellos, hayan apostado siempre por las instituciones europeas. Tal vez su error fue creer que cualquier debilitamiento del Estado que sienten como opresor era bienvenido, sin darse cuenta de que el poder que pierden los Estados tradicionales se traslada a un gran Estado europeo, más grande, más moderno, más alejado, más poderoso y seguramente más frío. Quizás también más jacobino. Donde, desde luego, ni entienden nuestra “particular idiosincrasia”, ni les preocupa lo más mínimo ignorarla.

Pero en esta indigestión de realidad europea los nacionalistas no han estado solos, ni mucho menos. Aquí no caben airadas críticas ni vocerío de indignación de ninguno de los grandes partidos vascos que, conscientes de que los votantes están más cerca que los despachos europeos, siempre han sido entusiastas de toda clase de ayudas de Estado y lo que es peor, de disimular cuando, al verlas, nos reprendían desde Europa.

La multa nos llega justo en el peor momento para la imagen de la Unión, que ha pasado de ser vista como una ventana de esperanza a percibirse como una institución enemiga y “sin alma”, como ha dicho el Lehendakari. Y encima, para mayor recochineo, en plena campaña electoral ¡lo que son las cosas!

De todos modos el próximo lunes me temo que nadie más que nosotros va a acordarse de la multa a las instituciones vascas porque las portadas de los medios se llenarán seguramente con la explosión del populismo antieuropeo, que amenaza con ganar las elecciones en Francia y en otros países con un discurso claro, inequívoco, nítidamente partidario de la destrucción del euro y de lo construido en Europa.

Aunque veamos a Europa como fuente de muchos de nuestros males, parece que en España todavía mantenemos cierto grado de respeto por un proyecto fuera del cual sabemos que no hay ninguna opción. Sin embargo no es imposible que esa marea nos acabe llegando y, como ha pasado siempre con las cosas que nos vienen de fuera, que nos hagamos tan euroescépticos como ellos o más aunque, eso sí, con el retraso habitual. ¿Quién asegura que vayamos a ser europeístas siempre? Desde luego ver que desde Bruselas o Estrasburgo no solo deciden sobre nuestra economía, nuestra moneda o nuestro sector naval sino que, además, se permiten la osadía de sacarnos el talonario de multas, no va a ayudar.

Mientas los movimientos antieuropeistas crecen y mientras decae el prestigio de la Unión Europea es cuando, paradójicamente, ésta gana más poder. Así que hasta no ver cómo evoluciona la cosa: si gana el populismo y pierde Europa o si, por el contrario, vuelve la cordura y la Unión recupera su impulso y su poder, yo pagaría discretamente la multa y procuraría no llamar mucho más la atención de los funcionarios europeos, por si acaso. Y, desde luego ahora que se oye hablar tanto de unión financiera y fiscal no iría enseñando y alardeando por ahí del Concierto Económico. No vayamos a tener otro disgusto.

martes, 13 de mayo de 2014

Condenar el asesinato

Uno de los síntomas de esta sociedad tan enferma como la que formamos los españoles es el deterioro de algunas importantes perspectivas morales básicas.
Noticias Cuatro

Buen ejemplo de ello es que el asesinato de la Presidenta de la Diputación de León ha desatado un alud de “condenas” y de “repulsas”. Parece que hay cola para apuntarse en la lista de aquellos a quienes “les parece muy mal” que se asesine a una persona y nadie quiere quedarse fuera del círculo de los que lo manifiestan con vehemencia y rotundidad.

Después de tantos años de terrorismo, de tanta sangre y de tanta manipulación por parte de quienes la derramaban, hemos debido olvidar que el asesinato no es, ni ha sido nunca, una opción ante la que uno decide si está a favor o en contra.

Ocurre igual que con el maltrato hacia las mujeres, o con el secuestro de niñas o con el fraude fiscal. Por supuesto que podremos manifestar el impacto emocional que nos produce, pero no nuestra condena, puesto que el hecho es inaceptable en sí mismo y nadie, al menos nadie en sus cabales, va a salir a aplaudirlo. Y si alguien entre nosotros lo hiciera, se le aplicaría la Ley o se le administraría el tratamiento médico que, sin duda, ha debido de abandonar.

Sin embargo esta sociedad convalece aún de tiempos cercanos en los que el crimen se aplaudía por parte de amplios sectores de población o se “deploraba” por grupos aún más numerosos. Es decir, que matar era una opción ante la que, incluso, cabían matices y estados intermedios.

De esas posiciones tan asombrosas como inmorales surgió la costumbre -la mala costumbre- de condenar expresamente los asesinatos. Digo mala costumbre porque, tantas manifestaciones contrarias a los asesinatos lograron que se perdiera la perspectiva de que esa es la única opción aceptable, llegando a convertirla en una elección más de entre las posibles, lo que inevitablemente abría hueco para la existencia de las otras, de las que loaban a los asesinos o de las que manifestaban su “incomodidad”.

Se ve que en esas seguimos. Que nos queda mucha rehabilitación social y moral por delante y que los viejos tics de la enfermedad que nos inoculó el nacionalismo vasco radical, siguen ahí, instalados en el imaginario colectivo de la política española, impidiendo que nos movamos con soltura moral o con la simple decencia de las sociedades sanas.

De esto mismo puedes leer aquí y aquí.

lunes, 21 de abril de 2014

Un nuevo consenso sobre el euskera

Uriarte y Baztarrika. Foto EFE

La V encuesta sociolingüística que recientemente presentaron públicamente la consejera Cristina Uriarte y el viceconsejero Patxi Baztarrika ha dado lugar a bastantes comentarios, muchos de ellos en la línea habitual de resaltar los indudables avances del euskera y la mucha importancia de la acción de los poderes públicos en su progresión.

Sin embargo en esta ocasión hay alguna novedad destacable. El propio estudio señala dificultades inesperadas que se refieren no al conocimiento del idioma sino a su uso en el ámbito privado, donde parece ser que el euskera no avanza en proporción al gran incremento del número de sus hablantes. Incluso hay un dato que ha llamado poderosamente la atención: el descenso porcentual de su uso en el hogar por parte de las personas que lo tienen como lengua materna (euskaldunzaharrak). Sorprendentemente en el espacio que fue durante siglos su refugio, el euskera no avanza sino que retrocede, y así lo ha destacado el viceconsejero.

El estudio muestra claramente que estamos entrando en una nueva etapa. El propio Baztarrika, que no es ningún indocumentado en este aspecto, ha dado en el clavo al concluir que "el futuro del euskera se encuentra, hoy mas que nunca, en nuestras manos". Efectivamente, esta expresión no solo es una llamada a la acción sino, sobre todo, es la constatación de que las posibilidades de tutela de los poderes públicos hacia el idioma empiezan a alcanzar su límite: el ámbito privado, donde la acción administrativa no puede llegar y donde lo que actúa es la voluntad libre de las personas.

El punto de inflexión al que nos estamos acercando no es en absoluto producto de ninguna crisis agónica de supervivencia del idioma como pretenden los muchos partidarios de mantener al euskera en permanente estado de excepción sino, todo lo contrario, es resultado del éxito en el crecimiento del número de sus hablantes, de su relativa normalización y de la aparición consiguiente de un nuevo escenario muy distinto al que existía cuando la actual política lingüística dio sus primeros pasos a partir de aquellos consensos originarios.

Todo es ahora mucho más complejo que entonces. De entrada el euskera ha abandonado la peligrosa situación en que se encontraba hace 30 años, cuando existían dudas fundadas sobre su continuidad. La urgencia percibida entonces allanó muchos obstáculos y facilitó acuerdos, sin embargo ese escalón está ahora superado con creces. No solo eso sino que la política lingüística ha logrado que hoy haya cientos de miles de nuevos vascohablantes, que el idioma se haya reforzado allí donde ya se hablaba y que haya ganado presencia en otros muchos espacios geográficos, culturales y educativos de los que estaba completamente ausente hace tres décadas. Ni que decir tiene que su presencia en entornos formales (sobre todo aquellos en los que la Administración Pública tiene poder) es incomparable con la de aquellos momentos.

El sistema educativo, clave en este éxito, está volcado en favor de la educación en euskera y son centenares de miles las familias castellanoparlantes que han (hemos) renunciado a que nuestros hijos estudiasen en su lengua materna para que lo hicieran en aquella que en casa desconocíamos. Precisamente una de las personas que han recordado y destacado en ocasiones esta actitud es el propio señor Baztarrika que, como digo, no es nuevo en estas lides.

La situación sí que es nueva, y mejor. Por tanto, la política lingüística debe ser también objeto de revisión para que se adapte a la realidad actual y no siga respondiendo a la que fue pero ya no es.

Del mismo modo que los bomberos cuando deben intervenir en un edificio no actúan de la misma forma en que lo hacen los interioristas, el consenso que ahora necesitamos sobre el euskera debe ser mucho más fino, más de pincel que de brocha. Superada la emergencia lo que necesitamos es un acuerdo que tenga en cuenta los detalles complejos de la realidad actual y que sea capaz, además, de definir un objetivo compartido.

Esto de definir el objetivo hacia el que nos dirigimos es, ciertamente, una asignatura pendiente. Nunca lo hicimos. Había demasiada prisa. Lo importante era empezar a andar en la preservación del euskera y quedó para otro momento definir cual iba a ser exactamente el destino final.

Es a causa de esa indefinición sobre a dónde queríamos llegar por lo que ahora nos resulta tan difícil el acuerdo sobre si la política lingüística ha sido un éxito o un fracaso. Si bien el idioma está ahora fuera de peligro también es cierto que ese era solo un primer objetivo y que quienes diseñaron la política lingüística y los modelos educativos pretendían alcanzar cotas muchísimo más ambiciosas. Eso sí: nunca hemos sabido bien cuáles. De forma que lo que la última encuesta nos muestra no podemos decir si es un gran éxito, un motivo de moderada satisfacción o un fracaso. Tan aficionados como hemos sido los vascos a documentar los objetivos, a los procedimientos, la calidad y las certificaciones varias, choca que hayamos dejado al euskera fuera de estas disciplinas pero así ha sido y al no haber establecido el destino, no podemos saber cómo de cerca o de lejos estamos ahora de él.

Ha dicho la Consejera que "el euskara debe ocupar el lugar que le corresponde en un entorno de bilingüismo equilibrado" (sic). Y eso, ¿qué es exactamente lo que significa? ¿que toda la población debe ser diestra en el manejo de ambas lenguas por igual? Si ese fuera el objetivo, que no lo sé, vamos mal. Sería la primera sociedad que ya cuenta con una lengua franca y que, sin embargo, añade a ella una segunda. Es decir, estaríamos frente a un objetivo muy difícil de lograr, poco realista y único en el mundo. Es muy dudoso que logremos convertir ese deseo en un objetivo común así que mejor sería que buscásemos otro que resulte mas realista, alcanzable y, sobre todo, compartido.

El castellano sigue siendo la lengua de la mayoría de los vascos y es innegable que la lengua materna (que no es la que ahora llaman "lengua propia" sino la que aprendemos en casa en la niñez) tiene tanta fuerza en cada hablante que es imposible de vencer si no es mediante el abuso y la imposición, y aun así..., como lo demuestran las familias vascoparlantes que mantuvieron su lengua durante siglos contra viento y marea, dictaduras, castigos y desprecios.

Descartados, pues, el abuso y la imposición, y viendo como vemos que el asunto se dilucida ya en los entornos y las actitudes privadas, toca revisar con cuidado y lealtad los objetivos ya que es evidente que el euskera no se puede permitir el lujo de que se extinga la reserva de complicidad y apoyo que ha obtenido de los vascos castellanoparlantes, como tampoco puede fiar su futuro a la pura militancia lingüística de los euskaldunes, que a menudo dominan no solo el español sino también el inglés y otros idiomas muy atractivos cultural y socialmente.

Cómo mantener la tensión positiva hacia el euskera en esta nueva situación, cómo recrear un consenso leal que evite tensiones y cómo facilitar su avance "civil" son las cuestiones más importantes que debería solventar una nueva política lingüística que sin duda alguna, y a la vista de los datos que vamos conociendo, debe repensarse.

Ahora que tanto se reprocha a los políticos su incapacidad para detectar a tiempo los problemas y aportar soluciones y respuestas, ésta es una buena ocasión para que alguno levante la voz, rompa el tabú y demuestre que los hay que sí saben ejercer la función para la que se les eligió, aunque no será nada fácil. Nadie dijo que lo fuera.