sábado, 31 de octubre de 2015

7ª entrega. Conducir en Madrid. Guía para paletos


13.- Las radiales: antes muerto

Así como la M30 y la M40 cumplen la función social de que los madrileños entren a trabajar todos a la misma hora y traten de hacerlo todos con su coche, las radiales, unas vías de peaje que se construyeron hace ya algunos años, tienen una utilidad ignota.

Unos lo achacan al precio, otros al diseño de los accesos y las expropiaciones mal llevadas también llevan parte de culpa del fracaso. Será, pero a mí me parece que hay, además, una cierta rebelión soterrada entre los conductores madrileños. Incluso en operaciones retorno ver a tantos vehículos que se mantienen impertérritos en medio del atasco mientras se cuentan con los dedos de una oreja los que toman la entrada a la radial, hace pensar en que se trate más de un asunto de honor que de dinero. “Antes morir, de pie, en el atasco que circular pagando de rodillas el infame peaje” parecen pensar los conductores madrileños.

Lo cierto es que el uso de estas vías es tan escaso que las pocas veces que las he usado me ha dado la sensación de estar abandonado en medio de sus amplios y desérticos carriles. Daba hasta miedo. Por el contrario, en otras ocasiones, tratando de aprovecharlas en plena operación salida, me he visto atascado durante muchísimo rato en los peajes de pago, perdiendo así el tiempo que supuestamente me iban a hacer ganar.

Algo tiene esto de las radiales que a los foráneos nos cuesta captar en su justa medida. Por eso sospecho de una cuestión de honor, que siempre es una cosa muy de la Corte.

Este mismo mes hemos sabido que ha quebrado la autopista de peaje que conectaba con el aeropuerto de Barajas y que sus concesionarias están ya en liquidación. Soy ya ocho en proceso concursal. El fracaso es tan innegable y tan abrumador que está extendidísimo el convencimiento de que se habrían construido de forma deliberada, sabiendo que serían un fracaso económico pero para que los constructores amigos hiciesen mucho dinero. La obligación del erario público de hacerse cargo de las pérdidas en caso de que las hubiera, como así ha sido, parece dar la razón a los malpensados.

Me llamarán ingenuo pero yo creo que no fue así, que fue mucho peor: que creyeron de verdad que serían negocio y que así se demostraría la idoneidad virtuosa de lo privado en contra de la cutrez e ineficiencia de lo público. Por tanto no creo que fuese la maldad torticera sino la más completa ineptitud lo que había detrás. Insisto: mucho peor, porque la maldad requiere inteligencia, mientras que la ineptitud, no.

El supuesto argumento de la garantía de que las pérdidas serían cubiertas con dinero público no es tal, puesto que es norma básica del alto capitalismo español, de aplicación en ésta y en todas sus aventuras. Como es bien sabido, en este país no hay nadie con dinero que crea de verdad en la libertad de empresa.

El resultado en que Madrid cuenta con dobles accesos al atasco central: los libres, que pagamos entre todos, y los de pago, que pagaremos también entre todos.

14.- Llueve en Madrid

Ya me avisaron de lo que pasaba en las calles de Madrid cuando llovía pero lo he podido comprobar asombrado y lo tengo que contar.

Lo más importante es entender, sobre todo para quienes venimos del norte, que en Madrid no hace falta que caiga agua para que “esté lloviendo”. Aunque les cueste creerlo, es así. En Madrid la interpretación sociológica de “hoy está lloviendo” empieza cuando el hombre del tiempo anuncia que mañana puede llover o que lloverá. A partir de ese momento, aunque al fin no caiga una gota o caiga agua durante 20 minutos en todo el día, la ciudadanía toda entiende que “está lloviendo” y actúa en consecuencia,

Actuar en consecuencia sobre todo es sacar el coche. Cuando llueve todo el mundo saca el coche, sobre todo si es primeros de mes y aún se puede pagar la gasolina del depósito. Así que si “está lloviendo” (insisto, aunque no caiga una gota) ya sabe usted, paleto como yo, que el tráfico se pondrá imposible. Téngalo en cuenta y ármese de paciencia.

La parte buena es que cuando llueve de verdad, o sea cuando cae agua del cielo en cantidad suficiente para mojarte (que es lo que los norteños llamamos llover) la velocidad media baja extraordinariamente, para comodidad y también sorpresa de quienes venimos de zonas más lluviosas.

Próximas entregas:
Gatos a la caza de aparcamiento
Incorporarse a carriles atestados. El dilema moral

jueves, 15 de octubre de 2015

6ª entrega. Conducir en Madrid. Guía para paletos

Bus de la EMT (Empresa Municipal de Transportes)
11.-       Los túneles sorpresa

Hay muchas avenidas en Madrid que alivian sus cruces con túneles bajo la calzada. Se nota que no son nuevos porque, aunque prácticos, suelen ser estrechos y un poco tétricos. Si es la primera vez, utilizarlos resulta toda una experiencia de conducción.

Usted va por una avenida y, de pronto, se le anuncia un túnel a unos cientos de metros, a veces menos de cien. Tiene unos pocos segundos para decidir si cambia o no de carril para tomarlo o para evitarlo (tic, tac, tic, tac) ¡Qué momento de tensión! ¡qué desazón! Justo cuando creía, ingenuo, que iba fenomenal.

Naturalmente el túnel suele tener un cartel indicador, a veces con una auténtica ensalada de siglas, abreviaturas y nombres de calles, imposible de leer en el corto tramo que le queda para decidir. Así que allí va, ciego de información y a menudo ciego también a secas, sobre todo si entra en la penumbra desde uno de esos luminosos días de verano de la villa.

Una vez dentro todo parece acelerarse, como nos pasaba de niños en la parte oscura del tren chuchú. Si tiene usted suerte el túnel solo tendrá una salida. En tal caso ni tan mal. Pero a menudo sucede que empieza a dividirse y a darle opciones varias, todas en escasísimos metros. En tal caso lo tiene claro: siga adelante sin cambios bruscos y tenga paciencia, cuando salga de la cueva ya se enterará de dónde demonios ha salido. ¡Sorpresa!


12.-       El autobusero ciego

Si a los que vamos en coche por la ciudad nos hacen pirulas y se nos cuelan por aquí y por allá, imagine lo que no les harán a los autobuses urbanos. No sé siquiera cómo es posible conducir un monstruo por las calles atestadas de coches y motos, mientras todo el mundo pelea por un palmo de espacio.

Sin embargo los autobuseros lo hacen todos los días y a todas horas, parando a cada momento y volviendo a incorporarse al tráfico una y otra vez. Asombroso.

Así que no les ha quedado más remedio que adaptarse con algunos trucos, sin los cuales no harían el recorrido de su línea ni una vez en todo el día. Traiciono la confianza de mi amigo Ángel, que es uno de tales conductores, contándoles una de esas pequeñas mañas.

La cosa consiste en hacer como que no han visto el coche que se les acerca raudo, dispuesto a meterse por algún hueco, prevaliéndose de la supuesta falta de agilidad del bus. Naturalmente que el profesional de la EMT le ha visto pero el conductor del coche no podrá nunca saberlo con seguridad porque antes de que pueda comprobar si le está mirando, el autobusero ya habrá desviado deliberadamente la vista de su propio retrovisor.

Lo hacen porque saben bien que si un conductor de esos que se van colando se apercibe de que ha sido visto, se colará sin dudar, confiado en que mi amigo Ángel y sus compañeros de volante no serán capaces de impedirle la maniobra ya iniciada a riesgo de un golpe, como así ocurre.

Por el contrario, el chofer del bus sabe que el conductor del turismo se cuidará muy mucho de hacerle cualquier trampa si no está bien seguro de haber sido visto, de ahí su estratégica ceguera, que le sirve para defender su espacio en un auténtico duelo silencioso de “no te atreverás” parecido al del póker, en donde la mirada es ventana de debilidad.

Así que, ya lo sabe, no espere que el autobusero le muestre sus cartas. Si quiere, puede usted meterse -valiente- apostándose la carrocería a que le ha visto pero no olvide una cosa: que los normales miden 12 metros y los articulados hasta 18. Usted mismo.

Próximas entregas:
Las radiales. Antes muerto.
Llueve en Madrid

jueves, 8 de octubre de 2015

No echemos la culpa a los demás, Sr. Guibelalde

El diario norte.es

El presidente de la patronal guipuzcoana ha corregido el evidente patinazo de haber dicho que nuestros jóvenes no tienen hambre, para manifestar su preocupación por la falta de estímulo y de iniciativa que demuestra, a su juicio, esa generación.

Aunque, como él mismo ha reconocido, la expresión era muy desafortunada el Sr. Guibelalde tiene razón cuando dice “No echemos la culpa a los demás, el problema lo tenemos en casa”.

Así es. Tenemos una sociedad con empresas que no son capaces de ofertar empleos aceptables para los jóvenes que esa misma sociedad ha procreado. ¡Vaya si tenemos el problema en casa!

Hemos apostado claramente por competir en precio, empeorando las condiciones laborales por debajo de lo que les dijimos a los jóvenes que encontrarían si se esforzaban. La mujer de mi amigo Damián lo resume muy bien: “les hemos engañado” dice. Y ahora que vamos viendo sólo las primeras consecuencias de la pérdida de esperanza, resulta que nuestros empresarios se asustan. No sé qué otra cosa creían que podía pasar.

No solamente es que no haya vocaciones empresariales, como señala con preocupación, sino algo más que el presidente de los empresarios debería haber visto: tampoco hay vocación de montar familias y de tener hijos. Si no que mire los datos demográficos de su provincia. Los jóvenes dejan pasar el tiempo, y el arroz, mientras piensan: ¿Para qué? ¿para meterme en problemas cuando no sé si tendré o no algún ingreso mañana?

Si eres mujer, ni hablamos. Una vez desmontados los derechos laborales (con gran contento de nuestras empresas que aún querrían apretar más) ampliadas las jornadas laborales (las más no declaradas) y dinamitados los tímidos balbuceos de conciliación, cada vez serán menos las que estarán dispuestas a tirar por el desagüe sus años de carrera y de esfuerzos en formación. Porque, chicas listas, saben bien que tener hijos no les permitirá competir en una carrera profesional ya inmisericorde, de la que una jornada reducida o una baja larga les suponen de hecho su exclusión definitiva.

Con lo que no estoy de acuerdo con el presidente de los empresarios es con que la educación y la universidad no se hayan adaptado a las necesidades de las empresas. Lo han hecho bastante bien, atendiendo a lo que el mercado demandaba y olvidando otros lujos “absurdos” en los que antes se perdía tanto tiempo y esfuerzo. La prueba más evidente de ello son los textos llenos de impresionantes faltas de ortografía y con sintaxis imposibles que escriben nuestros licenciados, ingenieros y también muchos de nuestros directivos de empresa. Desde luego que la educación se ha adaptado.

Así que, puesto que hemos escogido crecer y competir en base a la generalización de trabajadores pobres, ahora a las empresas les toca apechugar y no quejarse tanto. Esa decisión viene muy bien para crear empleo mal pagado y sin esperanza, justo lo que ellas hacen y lo que nuestros jóvenes que, “viven tan bien y que tienen el futuro asegurado” no aceptan.

Pero tranquilidad. Es cuestión de esperar un poco y no ponerse nerviosos porque el periodo de transición pasará rápido. De entre nuestros jóvenes preparados, unos aceptarán la frustración, se limitarán a prolongar su adolescencia indefinidamente y a consumir al momento los bienes que puedan pagarse ¿para qué ahorrar? Mientras otros se irán fuera, a una hora de vuelo o a quince, y volverán de turistas de vez en cuando.

Lo peor es que, de seguir así, la próxima generación ya habrá perdido todo estímulo para estudiar y prepararse. Al fin y al cabo el mercado laboral no apunta intención alguna de recompensarles por ese esfuerzo y, consecuentemente, no lo harán. Del mismo modo que los salarios se han adaptado a las exigencias de un mercado que no está dispuesto ya a pagar lo que antes pagaba, los trabajadores adaptarán su formación a lo que al fin y al cabo van a recibir. El resultado en productividad de este círculo vicioso es evidente: If you pay peanuts, you get monkeys.

La buena noticia es que aquellos y aquellas que, teniendo todo en contra, se empeñen en una formación de alto nivel será por vocación, sin esperanza de vivir de ello, así que tal vez estudien Latín y humanidades. No le servirán de mucho a las empresas guipuzcoanas que queden en pie pero, veamos la parte buena, no harán faltas de ortografía.

miércoles, 7 de octubre de 2015

Un poco de respeto a los catalanes

Foto Reuters/Albert Gea

Tras las elecciones autonómicas en Cataluña y a la vista del resultado no hago más que escuchar interpretaciones y propuestas para que se empiece cuanto antes un diálogo, una negociación a la búsqueda de algún acuerdo con Cataluña.

Asombrosamente queda en una nebulosa oscura, como si no tuviera importancia, el asunto de quiénes deberían dialogar: si los dirigentes de Cataluña con los del Gobierno de España o acaso los dirigentes independentistas catalanes con los dirigentes catalanes no independentistas o todos a una en asambleas como las de la CUP o qué demonios. Obviamente si no se señala a los dialogadores, menos aún se van a explicar las cosas sobre las que habría que dialogar, que se dan por evidentes, ahorrándose así la incómoda tarea de concretarlas.

Una vez más nuestro concepto de diálogo se disuelve en el inefable “que alguien haga algo”, aforismo que a mí me ha parecido siempre el súmmum de la inteligencia vacía, que disimula la inexistencia de criterio alguno tras una máscara de exigencia.

Pero no me resulta tan irritante eso como la evidencia de que tantas mentes biempensantes, preocupadas por la difícil situación, dan por hecho que el resultado de los independentistas (me abstendré de calificarlo como victoria o derrota) es un aldabonazo, un aviso, una amenaza...todo menos una opinión nítida de ciudadanos adultos que han metido una papeleta en la urna manifestando con toda claridad y sin ningún tipo de duda que quieren que su país, Cataluña, sea uno nuevo y diferente de España y que quieren expresamente que se produzca la separación ente ambos cuanto antes.

Aunque no lleguen al insulto expreso y directo que ha proferido Albiol, el candidato del PP, y que se comenta solo ¿Quiénes se creen que son esos opinadores para faltar al respeto a los votantes independentistas catalanes, haciendo ver que lo suyo sería una especie de rabieta infantil, una protesta o un órdago? Pocas veces creo que habrá habido una manifestación tan clara y tan indiscutible de la voluntad política de un segmento tan grande de votantes: quieren irse. Punto. Y se les entiende fenomenal. ¡No, es No! decía el slogan antiviolencia de género en las fiestas de este verano en Euskadi. ¡Pues eso mismo!

Por tanto, sobran las interpretaciones paternalistas. Se podrá estar de acuerdo o no con los independentistas, de hecho hay otra mitad de catalanes, adultos también, que parecen no estarlo así que el problema sobre todo lo tienen allí y enseguida tendrán que empezar a roerlo, pero los votantes catalanes merecen ser tratados como personas cabales y adultas, tanto si gusta su opinión como si no.

Si la situación política de España es mala, que lo es, si la sociedad española y su clase política en especial no hemos sido capaces de que las estructuras políticas y los modos democráticos de la transición hayan crecido y mejorado en casi 40 años y hemos optado, en cambio, por dejarlos caducar y pudrir, como es el caso, es evidente que tenemos un problema. Tenemos un problema en Barcelona, en Madrid, en Cuenca, en Almería, en Guipúzcoa y en Vigo.

Tendremos que repensar las cosas, regenerar las formas de la política, suprimir instituciones y estructuras que ya no sirven y ajustar el funcionamiento de las que sigan siendo útiles. Tal vez haya que crear otras, tal vez no. Puede que haya que cambiar lo que dice la Constitución o puede que baste con que actuemos con más sentido común y menos sectarismo. Seguramente ambas cosas. Fíjense si hay campo para ese “diálogo” que tanto se reclama.

En todo caso estos problemas habrá que abordarlos porque son reales, no porque incomoden a los catalanes independentistas. Ellos ya saben lo que quieren, cosa distinta es que lo consigan, pero ese es sobre todo problema de ellos. El nuestro es la regeneración política de España, que es urgente y que hay que hacerla en todo caso, tanto si les parece bien a quienes ya
han dicho que quieren irse como si no.

Tenemos problemas que arreglar, como sin duda los van a empezar a tener, y gooordos, los independentistas catalanes, pero que ellos se ocupen de los que se les vienen encima mientras el resto de españoles (incluidos los catalanes que quieran serlo) nos deberíamos ocupar de los que tenemos: del funcionamiento envenenado de los partidos políticos, de la idoneidad o no de nuestra estructura y competencias territoriales, de la ineficiencia de las administraciones públicas, de nuestra aparente incapacidad para entender el Estado como algo a compartir y no a conquistar, de nuestro íntimo y cainita deseo de que el adversario desaparezca “de una vez por todas”. Entre la “Gran Refundación” y la “chapa y pintura” seguro que encontramos el punto medio. Nos hace mucha falta pero no para contentar a los independentistas sino para empezar a estar más contentos quienes no lo somos.


domingo, 4 de octubre de 2015

5ª entrega. Conducir en Madrid. Guía para paletos


Así, con elegancia, como desmayado, pero ¡ojo!
Sigo con mi serie de entregas sobre cómo ve el tráfico madrileño un novato.

9.- ¿Qué serán esas luces rojas?

En Madrid hay muchos túneles, particularmente largos son los de la soterrada M30, una obra económicamente faraónica que, sin embargo, ha significado la recuperación para la ciudad de una zona antes muy degradada en torno al Manzanares. Madrid Río es hoy un entorno extraordinario, conectado con el también recuperado matadero, ahora centro cultural y de ocio. Siendo yo del mismo Bilbao, como soy, no preguntaré a cuánto ha salido el metro cuadrado de paseos y zona de ocio ¿para qué andarse con menudencias?

Me he desviado pero mi intención era hablar del comportamiento de los conductores madrileños en túneles como esos de la M30 y en otras vías rápidas. En tales lugares se puede ver un fenómeno curioso y muy característico. Sucede cuando aún el tráfico discurre con agilidad y de pronto empiezan a verse unas luces rojas que se iluminan allí delante, a lo lejos.

De ninguna manera piense usted que los vehículos que le rodean van a frenar, ni siquiera a levantar el pie del acelerador ¿Qué se ha creído? Si quiere disminuir la velocidad por si acaso allá usted… mejor, porque dejará sitio delante que aprovecharán para ocuparlo rápidamente los demás, porque ha de saber que los conductores madrileños no se rinden y nunca pierden la esperanza de que esas luces sean de algún circo, de un puticlub en mitad del túnel o algo así. Los menos imaginativos puede que piensen en un inminente atasco pero también continuarán, impertérritos, convencidos de que el tapón que podrían anunciar esas luces rojas no llegue a producirse finalmente y el lugar quede despejado en pocos segundos, antes de que ellos lleguen. Por si acaso ellos el freno, ni tocar. Usted verá.


10.-  El brazo colgando fuera

Esto me encanta. Es toda una maravilla de la comunicación no verbal que ha evolucionado de tiempos de nuestros ancestros, de cuando las señales con el brazo no solo eran válidas sino que estaban regladas y se enseñaban en las autoescuelas, no sé si se sigue haciendo. Lo que sí se es que es maniobra muy común en taxistas, pero no exclusiva de ellos.

El brazo colgando fuera del coche, así como desmayado, significa en Madrid que su dueño se reserva el derecho a algo. A lo que sea. El brazo inmóvil al sol le da derecho al conductor a iniciar en cualquier momento, sea inmediatamente o no, siempre a su gusto, cualquier maniobra de giro, parada, cambio de carril o lo que sea sin que nadie pueda argüirle, ya que podrá responder con un inapelable “¿es que no has visto el brazo?, gilipollas!

Así que ya sabe. Cuando vea un brazo colgando, atento que va pasar "algo" ¡qué expectación!

Próximas entregas:
Los túneles sorpresa
El autobusero ciego

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lunes, 28 de septiembre de 2015

4ª entrega. Conducir en Madrid. Guía para paletos

Esta palanca, siempre impecable, sin estrenar

7.- Los intermitentes y la maniobra guas

Información de utilidad para panchitos que ignoran el concepto básico NIFOM, ya descrito. El intermitente sirve, tal y como nos enseñaron, para avisar al resto de vehículos de nuestra intención de cambiar de dirección o de carril. Precisamente por eso es tan peligroso en Madrid, y por ello tan poco utilizado. Conductores hay que alardean del impecable estado de sus intermitentes asegurando, orgullosos, que nunca ha pasado por sus bombillas amarillas un solo amperio desde el mismo día en que adquirieron el vehículo.

Activar el intermitente para cambiar de carril comunica a quien viene tras nosotros nada menos que nuestra intención de ponernos delante de él, esto es, que tenemos intención de atentar contra el principio básico. Por supuesto que ante tamaña amenaza su reacción, lógica en aplicación del principio NIFOM, será acelerar a toda prisa para tapar ese hueco que sin duda en un momento de descuido imperdonable había dejado delante y que usted, taimadamente, pretendía ocupar ¡Hasta ahí podíamos llegar!

Como cambiar de carril es inevitable para conducir por la ciudad, se han inventado una forma típicamente madrileña que sustituye al engorroso trámite de los intermitentes. Se trata de la denominada “maniobra guas”. Consiste en que cuando ve usted un hueco entre dos coches, sin previo aviso y en un rápido movimiento de volante, hace ¡guas! y se mete. Es lo que hay.

¡Ojo! La maniobra guas, para merecer tal nombre, requiere que se realice con rotundidad e inmediatez, nada de torpes acercamientos previos ni avisos o tentativas timoratas que le restan su particular elegancia y brillantez, virtudes que a veces (no siempre) le valen incluso el reconocimiento del coche adelantado a la voz de: ¡Mira qué listo!


8.- La distancia de seguridad

Es la contraparte de la maniobra guas. Como ya debería usted haber deducido por lo que llevamos explicado, en Madrid mantener la distancia de seguridad consiste justamente en asegurarse de que entre usted y el de delante no cabe nadie. Es decir que ningún vehículo va a poder hacerle la maniobra guas, atentando contra su derecho al NIFOM y relegándole hacia atrás en la cola.

Para eso hay que ir bien atento y bien cerquita del coche precedente, claro. Ni que decir tiene que el equilibrio entre la seguridad madrileña de que no se le cuele ningún listo y la otra seguridad, la de que no acabe usted estampado contra el de delante si éste frena es asunto de gran enjundia, mucho equilibrio y considerable dificultad pero nadie dijo que fuera fácil.

Próximas entregas:
¿Qué serán esas luces rojas?
El brazo colgando fuera
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viernes, 25 de septiembre de 2015

La boda


Me alegró mucho saber que el presidente Rajoy y la cúpula del PP se lo habían pasado tan bien como dicen en la boda de Javier Maroto y su pareja. No me molesta y sí que me alegra mucho. Sinceramente. Me alegra sobre todo porque es una excelente noticia que el matrimonio entre personas del mismo sexo sea visto con normalidad por políticos de toda ideología.

No obstante, también comprendo la indignación de quienes han denunciado la doble moral de quienes se opusieron ferozmente a la ley del matrimonio homosexual y ahora festejan uno de esos matrimonios que “desnaturalizan la institución básica”, según escribieron cuando intentaron parar ese avance en las libertades cívicas. También ese.

Digo “también ese” porque a la derecha española le cabe el honor de ser el grupo político que siempre ha tratado de impedir, una tras otra, todas y cada una de las libertades que a lo largo de décadas se han ido al fin consiguiendo en la calle y en la Ley.

Nunca podrán presumir de ser quienes trajeron la democracia. Bien al contrario, ésta tuvo en las filas de la derecha algunos de sus más acérrimos enemigos. Abominaron de la Constitución, muy especialmente de las autonomías que luego gobernarían. Muchos se negaron públicamente a votarla, por más que ahora la empuñen como si fuese un escudo, sin comprender que fue siempre un acuerdo.

Jamás podrán decir que crearon el sistema Nacional de Salud, lo hicieron otros. Ni tampoco la enseñanza obligatoria y gratuita, ni mucho menos el divorcio (la que liaron con algo que era normal en todo el mundo desarrollado). No metieron a España en la Unión Europea. Ni siquiera pudieron apuntarse el tanto de haber acabado con el terrorismo de ETA, que les hubiera gustado tanto.

Todos los grandes actos que trajeron derechos y modernidad a España los impulsaron sus adversarios socialistas, casi siempre con apoyo de terceros. Pero siempre sin los populares y a menudo contra su opinión, su voto y su acción ruidosa en la calle. Excepto la entrada de nuestro país en el Euro a nuestra derecha no le cabe reivindicar ninguno de los grandes hitos del desarrollo de la España democrática.

Que todos esos intentos permanentes de regresar al pasado les hayan salido mal y que la realidad imparable les haya arrastrado finalmente a ellos mismos, no quita para reconocer su “heroica” insistencia contra las libertades, su militancia activa contra la modernidad y su incansable tendencia a desconfiar de la madurez de la sociedad española. Así ha sido.

La buena noticia es que esa resistencia siempre se ha producido contra la corriente que a ellos mismos les estaba llevando porque, naturalmente, nuestra derecha también es un grupo heterogéneo y complejo, como lo son todos los que abarcan a un gran número de personas.

Teniendo mayoría absoluta han dejado la ley del aborto prácticamente sin tocar, pese a los soponcios morales que les parecía causar cuando estaban en la oposición. Eso sí, han conseguido mantener paralizados los derechos de las personas dependientes pero todo se andará y esa batalla la perderán también. Tienen abuelos y no todos son ricos.

Está visto que la marea de la modernidad les alcanza siempre y algunas veces, como en este caso del matrimonio homosexual, la ola les ha pillado de lleno, mojándoles hasta las canillas el traje de boda. Si se mira bien la cosa no deja de tener cierto tinte cómico.

Con todo, insisto, a mí me sigue pareciendo una buena noticia, tanto la boda como la presencia en ella de altos dirigentes populares, contentos de participar en la fiesta de uno de sus amigos homosexuales. Me parece estupendo ver otra batalla ganada para todos, también para Maroto y su marido.

Creo que batalla real que está dando ahora nuestra derecha es la que mantienen contra los derechos laborales, y esa no tengo yo tan claro que la vayan a perder. Para impedir que la ganen habrá que hacer algo más que regodearse en la divertida contradicción de la boda. Digo…

Publicado en eldiarionorte.es el 25 de setiembre de 2015

martes, 22 de septiembre de 2015

3ª entrega. Conducir en Madrid. Guía para paletos


5.- Los semáforos

Ya lo decía Schwarzenegger en Terminator: Rojo: parar. Verde: acelerar. Amarillo: acelerar más. Es tan cierto eso en Madrid que algunas veces respetar un semáforo ámbar puede llegar a ser causa de accidente.

Si ve usted que tiene algún vehículo detrás y se acerca a un semáforo, ponga mucha atención porque puede que quien le siga sea uno de esos muchos conductores que no solamente se saltarían el semáforo si les tocase a ellos, que eso por supuesto, sino que como el fraile, que cree que todos son de su aire, cuentan con que el primero, el segundo y a veces incluso el tercero de los coches que les preceden se va a saltar el disco ámbar/rojo para que ellos también puedan pasar.

Antes y después. La tradición continúa
Cuando no es así, el rapidillo de atrás se encuentra ante la desagradable sorpresa de que tiene que abortar su ya iniciado acelerón, con el riesgo y el cabreo consiguiente que eso significa.

Una forma de reducir el peligro es tocar el freno desde muy atrás, según se ve el disco ámbar haciendo obvio que va a detenerse y disuadiendo así al zaguero de iniciar su maniobra de lanzamiento. Sin duda exclamará algo así como “¿no irá a pararse ese anormal?” y no faltará quien le pite indignado reclamando su derecho, que usted ha violado, de saltarse el semáforo.

Aunque la reacción del Fitipaldi urbano pueda resultar desabrida piense, en cambio, que estará usted salvando su parachoques y sus cervicales.


6.- Los cruces

Hay en la ciudad zonas del suelo pintadas con una retícula amarilla que, como todos los conductores madrileños saben, están ahí en recuerdo de la parrilla en la que martirizaron a San Lorenzo, de gran devoción en la villa. ¿Es eso no?

El trámite en los cruces es el siguiente: puesto que el semáforo verde le ha dado derecho a pasar, usted pasa, aunque solo pueda avanzar unos metros para pegarse bien pegado al tapón que se ha formado a la entrada de la calle de enfrente. Solo faltaría que se quedase ahí parado como un gilipollas y perdiese el siguiente semáforo. Luego ya se verá. Usted, por de pronto, ha pasado y los demás que arreen. (¡Cómo me gusta a mi esa expresión tan nuestra! tan representativa de la insolidaridad nacional, insolente, bravucona y orgullosa de sí misma,)

Pero volviendo al cruce, como se le ocurra a usted la tontería de quedarse ahí para evitar bloquear el cruce, no solo le montarán un buen pollo de pitidos desde atrás sino que verá -infeliz- cómo la fila de coches a la que ha cedido el espacio con tanta amabilidad y civismo ocupará rápidamente el espacio sobre la parrilla y ahí se quedarán cerrándole a usted el paso cuando el semáforo se le abra, tontolaba.

El resultado es que incluso las personas más afables y cívicas solo respetan el cruce una vez, hasta que comprueban el resultado y se dan cuenta de que o avanzan en medio de la retícula amarilla, como hace todo el mundo, o se quedan ahí a vivir, si es que no los asesinan los conductores que van detrás.


Próxima entrega:
Los intermitentes y la maniobra Guass
La distancia de seguridad
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miércoles, 16 de septiembre de 2015

2ª entrega. Conducir en Madrid. Guía para paletos

Duelo a garrotazos. Francisco de Goya
Continúo con mi guía para ayudar a que los conductores foráneos se adapten a los modos del tráfico en la capital de España.
De nada

3.- Un trece-catorce
Se llama así a cualquier maniobra ilegal, sea o no peligrosa pero siempre inverosímil, que se hace para ahorrar un incómodo trayecto a la que uno estaría obligado de haber respetado las direcciones y giros establecidos. El ahorro de tiempo y distancia son variables y pueden ir desde evitar una simple vuelta a la manzana hasta hacerlo a la comunidad autónoma entera, dependiendo de si se trata de un giro en una calle céntrica o si bordea usted el peligro de caer en el cinturón de asteroides de las M30, 40, 45, 50 o de las radiales de pago (de las que hablaremos otro día).

Las obras en la vía y los frecuentes cortes alimentan esta costumbre de nombre tan evocador. Evocador de no se sabe qué pero en todo caso muy acendrado en la movilidad urbana de la corte.


4.- El claxon
Ya no es lo que era pero aún se usa con profusión. El claxon en Madrid significa “¡oye tú!”, que como todo el mundo sabe quiere decir…lo que sea que quiera decir el pitador.

Cuando lo que ha hecho usted ¡Alma de Dios! ha sido cometer la osadía de atentar contra el principio básico NIFOM y pretendía, por tanto, ocupar el carril por el que viene alguien (siempre viene alguien) es muy fácil deducir el motivo del enfado, ¿qué otra cosa si no? Da igual que el indignado se acerque a 100 ó 200 metros por detrás. Pitará. Fijo.

Sin embargo el claxon tiene en Madrid dos usos particularmente llamativos que son el concierto y el duelo. El primero se da cuando en medio de un tapón de tráfico, por definición lleno de cerebros incómodos con sus amígdalas sobrestimuladas, alguien empieza a pitar por cualquier motivo. Como si se abriese entonces algún tipo de válvula aliviadora pronto los conductores contiguos “se animan” a dirimir sus propias cuitas con quienes les rodean y tiran de claxon ellos también, con lo que queda inaugurado el concierto.

El duelo, en cambio, es más íntimo y aparece cuando dos conductores en un conflicto de tráfico se pelean por ser “quien tenga la última palabra”, siendo así que ninguno renuncia a pujar detrás del contrincante en un intento de hacerse con una supuesta razón que le daría ser el último en pitar. Inmovilizados uno junto al otro, soltando ira por sus gargantas mecánicas (y a menudo por las otras) recuerdan el “Duelo a garrotazos” de Goya. Las tradiciones más profundas, ya se sabe, siempre acechan bajo la fina piel de la civilidad.

Usted conduzca razonablemente, por supuesto, pero nunca dude de que habrá mil y un motivos ignotos por los que se puede sufrir un bocinazo airado en las calles o autovías de Madrid. No vale la pena intentarlo pero si quiere molestarse en adivinarlo no descarte que el motivo sea simplemente el hecho de que usted exista: “¡Oye tú!”.

Y a Goya, mejor véalo en El Prado. Por supuesto.

Próxima entrega:
Los semáforos

sábado, 12 de septiembre de 2015

Conducir en Madrid. Guía para paletos. 1ª entrega


Aunque llevo muchos años moviéndome por Madrid, es reciente mi incorporación a la vida cotidiana de la villa. Cotidianeidad que incluye, naturalmente, la de moverse por sus calles en un vehículo en horas punta, que son casi todas, y en horas valle, que son casi ninguna.

No creo que el tráfico de esta ciudad sea peor de lo que inevitablemente corresponde a una gran urbe, pero lo que sí he visto son algunas actitudes muy propias y características de la cultura del tráfico local que siempre han llamado mi atención como foráneo. Son esas las que, tomadas con un poco de humor, constituyen el material que he seleccionado para esta pequeña serie de posts que inicio hoy.

OJO: Visto cómo está el patio y que estos textos podrían ser rebotados y reenviados por esas redes sociales de Dios, donde uno no sabe ni quién los leerá ni cómo los interpretará, igual conviene que incluya una nota legal, del mismo tipo de las que se leen en las bolsas de plástico advirtiendo de que si te las pones por la cabeza y las cierras bien por el cuello, te podrías ahogar. Que nunca se sabe.

Allá va: Esta guía está compuesta de textos fundamentalmente HUMORISTICOS (que quiere decir que tratan de provocar alguna sonrisa) y no sirven como guía de conducción, ni su aplicación sirve como eximente a las opiniones, siempre tan bien fundadas en derecho, de los agentes de la autoridad competente, ni mucho menos deberían utilizarse como textos en autoescuelas. Digo, por si acaso.

Hecha esta increíble pero tal vez necesaria aclaración, procedo con las dos primeras entregas de esta guía:


1. El principio básico NIFOM (Que nadie se me ponga delante)
Todo el comportamiento de los conductores de Madrid se rige por esta ley primigenia, omnipresente y fuente absoluta de la verdad al volante en Madrid: “Que nadie se me ponga delante” cuyas siglas en inglés NIFOM (Nobody In Front Of Me) me acabo de inventar.

Esto es lo más importante que debe usted conocer y entender porque su aplicación es universal y de su ejercicio militante se desprenden la mayor parte de los conceptos que se explicarán en los post de más adelante.

Pensará usted que preferir que el espacio delante de nosotros esté despejado es algo lógico y normal para cualquier conductor en cualquier lugar. Es así, en efecto, solo que en Madrid este deseo adquiere rango de exigencia, es algo obsesivo y se cuida casi como si se tratase de una cuestión de honor. El conductor que se distrae, como la oveja que bala, parece que pierde el jugoso bocado de su lugar en el atasco.

Es así que la pulsión defensiva de los conductores madrileños hacia el espacio que hay delante de ellos no admite rendición. Por atestada que esté la calle o la autovía y por evidente que sea que tal cosa no va a cambiar en un buen rato, la tensión en la preservación del espacio que les separa del coche precedente jamás se alivia. Aparentemente el terror de verse relegados poco a poco hacia atrás en la cola es tal que no hay lugar al desistimiento, a la cobarde e indigna renuncia.

Puede que se trate de un residuo del histórico y muy madrileño “No pasarán” ¿Quién sabe?, lo cierto es que si es usted capaz de entender el principio NIFOM, tiene andada la mitad del camino para comprender cómo debe moverse por las calles de Madrid y qué cabe esperar de sus compañeros de atasco. Que nadie se le ponga delante, pringao!



2. El vals de la M-30
Uno de los frutos característicos del principio áulico NIFOM es esta vistosa maniobra, que no se baila solo en esa autovía llamada tramposamente “calle”, sino que es típico de todas las vías rápidas de Madrid. Es un espectáculo muy bonito, que disfrutan los que más los matemáticos expertos en teoría de colas.

Para apreciarlo en todo su esplendor nada como una leve pendiente cuesta abajo que le permitirá ver cómo docenas de coches delante de usted se cambian de carril a cada instante de uno a otro lado, ahora a la derecha, ora a la izquierda, otra vez a la derecha para volver al carril izquierdo al momento, unos delante y otros detrás, cruzando sus trayectorias, como persiguiéndose, como si estuvieran dibujando alguna trenza imaginaria de rodadas sobre el asfalto. Precioso, oiga, es de verlo.

Naturalmente la maniobra tiene como consecuencia final que el coche danzarín que al inicio le acompañaba, cinco kilómetros después de su circense actuación se encontrará dos o a lo sumo tres puestos por delante de usted en el mismo atasco. Pero: ¿Lo que ha disfrutado y lo satisfecho que se le ve de todo lo que ha adelantado? ¿Eh?

Próximas entregas:
Hacer un trece-catorce
El claxon

lunes, 7 de septiembre de 2015

Occidente es malo pero muy importante


Hay quien cree que las pirámides de Egipto y de Mesoamérica son obra de extraterrestres, simplemente porque no imaginan que un pueblo no europeo-blanco fuese capaz de tales obras. Es el mismo eurocentrismo de quienes creen ingenuamente que impedir una guerra es pan comido para las “potencias occidentales”, que basta con que llegue un comandante de la ONU y mande a parar.

El asombroso complejo de creernos estrellas rutilantes en un mundo de actores secundarios y extras nos obliga al agotador trabajo de convertirnos en protagonistas indiscutibles de todo lo que pase en el mundo, del que seríamos siempre el centro, tanto de lo poco bueno como, sobre todo, de lo mucho malo.

Así que cada vez que alguien en cualquier país inicia una guerra o comete una atrocidad, como la ablación femenina, la ejecución de prisioneros, la destrucción de Palmira, la exterminación de una etnia rival o la lapidación de adúlteras, la primera preocupación de la opinión pública occidental es buscar una explicación para que seamos nosotros quienes tengamos la culpa de todo ello. Solo entonces descansamos.

Necesitamos la confirmación de que, como siempre, es nuestra influencia satánica –pero nuestra y de nadie más- la que ha llevado al horror a esos “buenos salvajes rousseaunianos”, que nos rodearían y cuya infantil y benéfica humanidad sólo puede torcerse forzada por nosotros.

Lo indudable es que para hacer una guerra, como la que asola Siria y como cualquiera de las que el ser humano viene haciendo desde que lo es, hacen falta tres cosas: un motivo de odio (que es algo que sobra por todo el mundo), gente dispuesta a matar por ese motivo (que tampoco suele faltar) y muchísimo dinero (que es lo más difícil de conseguir). Por eso las guerras suelen hacerlas los Estados, que son los que disponen de medios económicos para meterse en tan crueles pero rentables aventuras.

En la actualidad esto ha cambiado un poco porque si uno tiene la suerte (y sus vecinos la desgracia) de tener acceso a algún producto con gran demanda en el mercado internacional, puede conseguir el dinero que necesita para mantener un ejército con el que machacar a sus enemigos y hacerse con el poder.

Resulta horrible saber que es nuestra demanda de petróleo, oro, gas, pesca, coltán, cocaína, etc. lo que financia las guerras y otros conflictos que tanto nos escandalizan, pero de ahí a pensar que es el motivo que las provoca hay un tramo que solo se puede recorrer por la senda del engreimiento, de la creencia de que los occidentales tenemos que ser el ombligo de todo y que el resto de la humanidad se mantendría en un estadio de inmadurez subordinado a nuestra voluntad, maligna por supuesto, pero la única adulta. Así lo describía Jon Stuart Mill hace siglo y medio:

“Los que están todavía en una situación que exige sean cuidados por otros deben ser protegidos contra sus propios actos, tanto como contra los daños exteriores. Por la misma razón podemos prescindir de considerar aquellos estados atrasados de la sociedad en los que la misma raza puede ser considerada como en su minoría de edad”
¡Tela! Eso lo escribía uno de los grandes pensadores de la libertad humana. Eso sí, en su tiempo. Lo malo es que sigamos pensando así en 2015. Y aún peor, que lo hagamos arropados en una supuesta modernidad tan estupenda y liberadora.

Es muy difícil que haya una guerra si alguien no la paga, cierto, pero es imposible que exista si los contendientes carecieran del odio, el fanatismo y la inhumanidad que hacen falta para sacarle las tripas al vecino o rebanarle el cuello a un prisionero, aunque el cuchillo se haya fabricado en Eibar o la cámara con que se grabe el vídeo venga de Taiwán.

El dinero de las zonas oscuras de occidente ayuda a financiar guerras, sin duda, pero sin las ideologías agresivas y la codicia de los contendientes tampoco las habría. Los asesinos, fanáticos y genocidas pueden ser todo eso pero no son tontos. Creerlo no deja de ser una prolongación de la mentalidad colonial de los europeos hacia el resto del mundo, por muy disfrazada de buena voluntad y de progresismo que se nos presente.

Tal vez ese complejo de superioridad sea nuestro modo de manejar la desazón que nos causa un mundo tan lleno de maldad inabarcable. Por eso preferiríamos pensar que todo el mal está en nosotros. Al menos así mantenemos la esperanza de que tal vez un día pudiéramos remediarlo. La realidad es mucho peor y ya la describía bien el gran José Sazatornil: “¡Esto es un Sindiós!”.

Publicado en eldiarionorte.es el 7 de setiembre de 2015

jueves, 3 de septiembre de 2015

Apátridas en su propio país. (En República Dominicana, claro)

El terremoto de 2010 levantó una ola de solidaridad en todo el mundo

No falla. No hay ninguna forma de nacionalismo al que no le sobre una parte de sus ciudadanos. Pasa siempre porque ninguno renuncia jamás a establecer un paquete cerrado de requisitos para ser “un buen…lo que sea” (el kit suele incluir una o varias de estas variables: idioma, religión, ideología, origen, raza, color de piel, tradiciones, etc.). La diversidad es lo que más incomoda a los patriotas.

Recuerdo bien la coplilla:
Quien al oír: ¡Arriba España!...con un ¡Arriba! no responde…si es hombre no es español,…si es español, no es hombre.
…que a la dura exigencia ideológica del nacionalismo fascista español añadía un provocador tufo homófobo.

El pastoso y cálido concepto de “pueblo” siempre es más exigente que el frío e individualista “ciudadano” y cuando se pone en marcha la cosa patriótica la única duda que cabe es cuándo y con qué intensidad se aplicará la limpieza a los “ajenos”, si en un futuro lejano, próximamente o de forma inmediata.

El futuro lejano ya ha llegado a la isla caribeña de La Española donde el Presidente Dominicano, Danilo Medina, se dispone a poner en marcha la deportación de cientos de miles de sus propios ciudadanos que incumplen los requisitos para ser “un buen dominicano”. Se trata de las personas que carecen del requisito de origen por ser haitianos, hijos de haitianos o nietos de haitianos.

Da igual que hayan nacido en República Dominicana, que ese sea su país y el de sus hijos, que hablen su idioma, que no conozcan otro. Serán ciudadanos pero, al faltarles el requerimiento étnico, ya no son parte del “pueblo dominicano”. Así se ha decidido y así lo ratificó el propio Tribunal Supremo al determinar que las familias de padres haitianos estaban “temporalmente” en el país, aunque la realidad sea que llevan ahí tres generaciones. Como consecuencia, el objetivo declarado es deportarlos a todos.

Entre los afectados que han descubierto súbitamente que no eran compatriotas de sus vecinos hay muchos miles de personas, que nacieron en el que creían su país y que no tienen ninguna otra patria, cualquier cosa que eso signifique.

Haití, a donde quieren enviar a cientos de miles de personas, no solo es uno de los países más pobres de la tierra sino que aún no se ha recuperado del terremoto que, en enero de 2010, prácticamente destruyó el país, mató a más de 300.000 personas y dejó a más de millón y medio sin hogar. Una de las catástrofes mayores de la historia reciente, puede que aún lo recuerden, el humorista Forges hizo todo lo posible para que no nos olvidásemos.

Lo curioso es que el 95% de la población de aquel país tiene su origen étnico en los miles de esclavos llevados allí desde África para trabajar en las plantaciones de caña, supongo que “temporalmente” según la doctrina del Tribunal Supremo de la patria vecina.

Qué cosas pasan en el Caribe ¿verdad?


NOTA:
Este artículo recibió una réplica por parte de la Embajada de la República Dominicana en España que puede usted consultar aquí.

viernes, 21 de agosto de 2015

Legislar, antes de que se enfríe …



Resulta difícil reflexionar sin apasionamiento en medio de tanta indignación como están causando estos días los asesinatos de Leyre Rodríguez, en La Peña o los de Marina Okarynska y Laura del Pozo, en Cuenca, lo mismo que las agresiones contra mujeres que se han producido en fiestas populares.

Así que no sorprende nada que incluso personas de mucho conocimiento sobre el drama de la violencia contra las mujeres, se expresen ahora más movidas por la cólera que por la reflexión. Solo así se puede entender que se lleguen a decir cosas como que la sociedad sigue “tan campante” en medio de este horror o que se desprecie y banalice el esfuerzo que se ha realizado durante años, política y también socialmente, contra esta lacra. Cada asesinato es, ciertamente, un fracaso del sistema -terrible sin duda- pero es un fracaso, no supone un argumento para desmontar a toda prisa lo realizado sino una razón más para mejorarlo.

Una de las propuestas que se han escuchado estos días es la de retirar a las mujeres maltratadas el derecho que hoy tienen a no declarar contra sus familiares agresores. Ciertamente tal derecho procede una concepción muy trasnochada y también peligrosa de “la familia”, pero antes de dar esta solución por buena tal vez haya que mirarla con calma.

Comprendo que subleva a cualquiera ver cómo un maltratador cierto escapa de su castigo porque su víctima -aterrorizada- se acoge a su derecho a no declarar contra él. Si la mujer declarase su palabra adquiriría un gran peso que, sumado al resto de pruebas, facilitaría la condena. Resulta indudable.

Como indudable resulta también que si obligamos a declarar a esa mujer que hoy evita subir al estrado -insisto- aterrorizada por su maltratador, no serán uno ni dos los casos en que el miedo la haga mentir y negar de raíz cualquier maltrato.

En tal caso, por obvio, y por humanamente comprensible, que pueda ser para todo el mundo en la sala que la testigo miente (cosa que hoy puede evitar no declarando), su testimonio, efectuado solemnemente en sede judicial y ante el tribunal adquirirá la misma fuerza para exculpar que la que se pretende que tenga para condenar. Por tanto nos encontraríamos con casos (sospecho que no pocos) en los que la declaración de una mujer destruida emocional, personal y humanamente por su pareja será lo que salve a su maltratador, tal vez a su futuro asesino.

¿Por qué hemos de creer que, de pronto, tantas mujeres machacadas, esas que vuelven con su verdugo, que le reciben de nuevo, que retiran las denuncias, que rompen las cautelas de seguridad que la Justicia les facilitaba, y que, por supuesto, se acogen por miedo al derecho de no declarar, van a transformarse súbitamente en firmes, equilibradas, razonables, valientes y poderosas y van a mirar a la cara de su maltratador delante del juez acusándole públicamente? ¿De verdad nadie ha pensado en eso?¿Nadie ha pensado que puede suceder justo lo contrario de lo que se pretende?

De modo que si las pruebas no resultan concluyentes podríamos encontrarnos con que el testimonio, prestado a la fuerza, de una mujer destruida y aterrorizada suponga la libertad para su verdugo. Por el contrario, y aún peor, si la mujer victimizada negase los hechos en un caso con pruebas irrefutables podría verse acusada del delito de perjurio. Solo eso le faltaba cuando lo que precisa es protección, apoyo y seguimiento.

Un ejemplo cercanísimo de lo malas que son las ocurrencias en caliente es que la mal llamada “Prisión Permanente Revisable”, que en realidad debiera llamarse “Cadena Perpetua para Crímenes que Generen Grandes Titulares” al parecer no va a poder aplicarse al presunto pero casi seguro asesino de las dos mujeres de Cuenca. Nos encontramos así con que una ley creada ex-profeso para apaciguar la ira popular, falla justo cuando más falta hacía.

Por difícil que sea mantener la calma ante injusticias tan flagrantes, el esfuerzo merece la pena si queremos buscar soluciones reales y no solo titulares. La ira es tan comprensible como inútil.

martes, 4 de agosto de 2015

La "mano invisible" tiene sede en Alcalá 47

Adam Smith

Si lo prefiere, también puede usted dirigirse a Carrer de Bolivia, 56, en Barcelona. Muchas facilidades me parecen para acceder a lo invisible, ¿no cree?

En pleno siglo XVIII, Adam Smith publicó su obra “An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations”, más conocida como “La riqueza de las naciones”. Una obra fundamental en teoría económica en la que aparece la metáfora de la “mano invisible” con la que el autor trata de hacer ver que el capitalismo gozaría de una ventaja derivada de tratarse de un supuesto “sistema de libertad natural”. Según Smith, esta mano bienhechora fomentaría de forma automática el bien común como consecuencia de la suma de las actuaciones de los agentes que operan en un mercado libre, aun cuando cada uno de ellos trabaje de forma egoísta y a la búsqueda de su exclusivo beneficio.

Tal automatismo benefactor del mercado desaconsejaría, claro está, que el Estado se inmiscuyese, puesto que la regulación “natural” haría el ajuste mejor que cualquier funcionario.

Esta pequeña parte de todo lo escrito por Smith es el cimiento sobre el que los neoliberales construyen a cada momento su ideario económico, reclamando así la abstención del Estado, de manera que ellos puedan ejercer su poder sin limitaciones, ya que la suma de sus reconocidos egoísmos llevaría automáticamente a la virtud de la creación de bienes, empleos y riqueza colectiva.

Y una mierda.

El propio Adam Smith, que sí era liberal, no como los neoliberales de hoy, no ignoraba que tan natural como la competencia en un mercado libre es que quienes ya han accedido a él se ocupen activamente de acabar con esa libre competencia en el mercado en el que ya están. Yo añadiría que cuanto más grandes y poderosos, más esfuerzo dedicaran a evitar la competencia y menos a competir ellos mismos.

Sea impidiendo el acceso de nuevos agentes o evitando el enfrentamiento entre ellos, la actitud que el neofeudalismo económico defiende en realidad, aunque la enmascare tras la metáfora del noble Sr. Smith, es la consigna de “el libre mercado somos nosotros y aquí no entra ni Dios”.

Por si eso no fuese suficiente para que fuesen expulsados del paraíso liberal, está también su otro pecado: la indisimulada reclamación de que el Estado gane agilidad no para defender mejor a la población de sus abusos sino para ser más rápido a la hora de darles a ellos dinero contante y sonante. Extraña forma -oiga- de ejercer la libre competencia, que sin duda habría asombrado al bueno de Smith.

La Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC) ha tenido que contrariar al sabio escocés y hacerse cargo de la labor de su “mano invisible” pero a plena luz del día y ejerciendo precisamente el “monopolio de la coacción” que Max Weber le asignaba al Estado, ha impuesto una multa histórica de 171 millones de euros a los fabricantes y distribuidores de vehículos por el intercambio sistemático de información confidencial que hacían para evitarse la incómoda competencia a la que tanto apelan con la boca grande. Se han puesto como hidras pero todas las compañías de automóviles estaban implicadas y si alguna se ha librado de la multa no ha sido por haber actuado con “liberal honestidad” sino por haber colaborado en desenmascarar la trama anticompetitiva de la que también formaba parte.

Que estas mismas empresas sean las que han obtenido dinerito fresco de los gobiernos para vender sus vehículos a través de planes RENOVE y PIVE hace que el abuso aún sea más inmoral y sangrante. Los 171 millones de euros que tendrán que apoquinar ahora ni se acercan a los 445 millones de dinero público que los ciudadanos les hemos pasado directamente en los últimos años para que vendan sus coches a precios más bajos. Estos liberales trileros mientras cobraban con una mano hacían las trampas con la otra.

Está visto que de 1776 a esta parte, la ingenua “mano invisible” de Smith ha perdido el pulso contra la auténtica “mano escondida” de los “señores feudales del capital”, de esa “aristocracia del mercado”, tan liberal ella cuando habla de ideología como partidaria de acogerse al plan quinquenal sin el menor disimulo en cuanto las previsiones de beneficio se tuercen.

El español, que ya ha aportado al lenguaje económico internacional el término “corralito” debería pensar en proponer también el de “capitalismo de estraperlo” que, como se ve, es algo tan nuestro como la siesta, la fiesta, la paella o el torero.

jueves, 23 de julio de 2015

Era la publicidad, estúpido!

Incluso los caramelos están atentos a la actualidad

Cuentan que cuando el escritor catalán Josep Pla llegó a Nueva York, en 1954, le enseñaron la ciudad iluminada con un esplendor que podemos imaginar que no existía entonces en la noche de ninguna otra urbe del mundo. Dicen que al ver el espectáculo, primero se asombró pero enseguida preguntó: y esto ¿quién lo paga?

Ahora que muchos lectores nos quejamos (yo el primero) de la pérdida de calidad del periodismo y de que tantos medios se arrojen entusiastas por la pendiente de la militancia, abandonando toda pretensión de rigor, la vieja pregunta de Pla vuelve a tomar sentido: Y esto ¿quién lo paga?

Porque me lo pregunto es por lo que me resulta tan extraño que parte de la culpa del deterioro de los medios se achaque a la publicidad. Me aburre esa idea tan manida de que la publicidad tendría por objeto condicionar los contenidos, aparte de molestar a los lectores. Parece que son legión quienes piensan así: que los anunciantes a lo que se dedican es a vigilar y controlar la línea editorial de los medios.

Es un error pero un error secundario, que parte de otro previo y mucho peor: el de pensar que la publicidad no sirve para nada y que no influye en el comportamiento de las personas; menos aún de nosotros, que somos gente tan inteligente, que no nos dejamos influir por mensajitos, photoshops y tonadillas tontas a la hora de decidir lo que contratamos o compramos. Faltaría más.

Solo que es mentira. Obviamente quien sea tan engreído para pensar así solo puede creer dos cosas: o que los anunciantes son idiotas (por gastar tanto dinero en cosas inútiles) o que lo gastan para controlar la línea editorial del medio ¿qué otra cosa si no? Así que rápidamente deducen que “mejor sin publicidad” o, cuando echan cuentas, que ésta debería ser repartida con criterios de subvención y no de una rentabilidad que ya de origen, niegan que sea posible.

La realidad es bastante más compleja. En general a la publicidad no le importa nada lo que ponga en la página de al lado de su anuncio. Lo único que quiere es que “eso que ponga” le interese a mucha gente, cuanta más mejor, para que una parte de ella se fije en el slogan de al lado, conozca la marca o el producto anunciado y finalmente…compre.

Lo cierto es que si hubiera más publicidad los medios serían más libres, menos dependientes del poder, con menos miedo a la ruina y seguramente menos sumisos, aunque la rebeldía tuviese que ir acompañada de anuncios de bragas, de caramelos, de coches, incluso de planes de pensiones, también de esos.

Por el contrario con menos publicidad hay menos medios, menos periodistas, peor pagados y más tentados de ser voceros de quien les garantice las lentejas, ya que su medio lo hará solo a medias, o no lo hará en absoluto.

La catástrofe en los contenidos de las principales cadenas televisivas demuestra que los anunciantes, cuando solo buscan audiencias millonarias, también pueden ser dañinos, además de poderosos, pero despreciar a estos poderosos es suicida porque cuando se van son inmediatamente sustituidos por los poderosos de verdad, que son los que no pagan para comprar lectores sino para comprar periodistas. Usted me dirá lo que prefiere.

¡Ah claro! que lo ideal sería una ciudad bien iluminada pero sin que nadie tuviese que pagar la factura de la luz. Cómodo, pero algo ingenuo. Yo, por el contrario, prefiero hacerme la misma pregunta que se hizo Pla, porque estoy seguro de que todo lo paga alguien, siempre. Y, sinceramente, prefiero que sea la publicidad, que acostumbra a preferir medios con audiencia y prestigio y suele huir despavorida de los panfletos para convencidos.

Aunque duela reconocer nuestra dependencia del “vil mercado capitalista”, sin anunciantes no hay dinero, sin dinero no hay medios libres, sin medios libres no hay periodistas y sin periodistas no hay democracia.

viernes, 17 de julio de 2015

Tsipras y las malditas sirenas

Ulises y las sirenas Herbert James Draper (1909)
Bien se ve que el primer ministro Tsipras conoce los clásicos. Hace unos días me refería yo al mito de Escila y Caribdis, el monstruo y el remolino, como símbolo de la difícil elección entre dos males a la que se enfrentan los nuevos políticos y citaba en particular a la alcaldesa de Madrid.

El dirigente griego ha leído también la historia de Odiseo y, como aquel, decidió hacerse encadenar al mástil de un referéndum tras tapar cuidadosamente con dignidad y patriotismo los oídos de su pueblo.

Convertirse en prisionero de su propia tripulación le serviría, como al héroe, para poder escuchar la melodía de las peligrosas sirenas europeas y de la Troika sin caer en la tentación de ceder a sus horrendas pretensiones. “Os oigo, pero no puedo moverme porque, como veis, mi tripulación -que no os escucha- me tiene atado al mástil”, tal y como hizo el de Ítaca. Solo que las sirenas de Artemisa, al verse vencidas, se arrojaron a las aguas y se ahogaron pero en absoluto ha ocurrido lo mismo con los acreedores de Grecia.

La evidente maniobra para no caer en la tentación de aceptar las exigencias europeas, y de paso afearles la conducta a quienes tanto exigían a su país, quiero pensar que contaba de fijo con que, por mucho que piaran, los líderes europeos nunca aceptarían de verdad el "Grexit", que jamás permitirían la salida del Euro de ninguno de sus miembros, pasase lo que pasase.

Quiero pensar -insisto- que Tsipras creía contar con esa carta en la negociación. Se equivocó, ciertamente, pero prefiero pensar que fue un error de cálculo, comprensible en momentos de tanta dificultad y tensión. Porque a lo que no doy crédito es a que un político tome la decisión de levantar a su pueblo para que se manifieste en referéndum contra una decisión a sabiendas de que al final habrá de adoptarla. Me resultaba increíble que no tuviese plan B y ahora me asombra comprobar que, efectivamente, no lo tenía.

Aunque bien pensado tal vez sí lo tuviese: Que hubiera ganado el “Si” de tal modo que, él, viéndose desautorizado, hubiera podido dimitir, marcharse a su casa como un héroe sin cargar para siempre con el baldón de ser quien obligó a su país a pasar por esas Horcas Caudinas que se le imponían. Comprendo que suena raro pero es que todo lo que está pasando en torno a Grecia suena raro y lo que hace Tsipras, lo que más.

Finalmente se ha derretido la cera con la que había tapado los oídos de los suyos y ahora todo el mundo ha podido escuchar la desoladora melodía de las sirenas económicas de Europa. Y, lo peor de todo, comprobar que no hay ningún otro son al que bailar.

Si no ha sido justo ocultar la auténtica verdad a su pueblo, tampoco lo sería disimular que la situación de desastre a la que ha llegado la economía griega tiene mucho que ver con quienes le precedieron y, sobre todo, con ese capitalismo de burbuja, miope, bravucón, codicioso e irresponsable que aquí hemos sufrido con el ladrillo y en Grecia con… todo.

Los grandes y admirables pensadores del liberalismo clásico no me parece que tengan nada que ver con este neofeudalismo del capital que nos asola y que puede acabar, si no le ponemos remedio, con el otro gran sueño de otros grandes hombres: el de Europa. Me pregunto qué leen los grandes responsables de la economía hoy ¿Juego de tronos?

Como Tsipras, conviene que no olvidemos la literatura clásica porque se ha demostrado que las sirenas de hoy, mitad humanas mitad fondos de inversión, siguen siendo seres muy peligrosos.

martes, 14 de julio de 2015

Alcaldes low cost

Mauricio José Schwarz

Mi amigo Mauricio, un personaje muy activo en las redes sociales, inteligente y extraordinario de conocer en persona, asturiano de adopción nada menos, ha colgado esta oferta de empleo.

Es muy interesante, no por deseable sino porque deja claro cómo los ciudadanos estamos pretendiendo ofrecer como exigentes empleadores de nuestros alcaldes condiciones que, con toda razón, tildaríamos de absolutamente intolerables si se nos ofreciesen como empleados. Es esta:

Se precisa persona preparada, responsable, dedicada, consciente y decidida para que se haga la máxima responsable de nuestra organización, que tiene un movimiento financiero de varios cientos de millones de euros anuales. Deberá ser responsable último del desempeño de un par de decenas de miles de empleados y gestionar de modo responsable y fiable créditos por decenas de millones de euros, además de mantener un sistema oportuno y eficaz de pagos a proveedores, supervisar concursos de adjudicación de contratos, tomar decisiones (con un mínimo de asesores, de preferencia ninguno) sobre aspectos urbanísticos, de tráfico, distribución de agua, red de drenaje, policía, bomberos, protección civil, cuidado del medio ambiente, protección a personas con dificultades o excluidas, organización y autorización de establecimientos comerciales, relaciones con otras empresas, gobiernos y personas individuales.

Entre otras muchas responsabilidades que le corresponderán y por las cuales deberá responder legal, civil, penal y socialmente.

Sueldo 1900 euros.


A Mauricio se le ha olvidado añadir otro requisito: Que tenga puesto de trabajo al que regresar una vez que sea despedido y que éste sea completamente ajeno a la responsabilidad por la que se le contrata ahora, ya que de otro modo será acusado y perseguido por supuesto aprovechamiento de los contactos y conocimientos obtenidos durante su periodo de ejercicio.

No hay día en que los periódicos no se hagan eco de cuánto se sube, no se sube o se baja el sueldo cada alcalde de los recientemente electos, incluso he leído un titular que criticaba a un regidor (no recuerdo de dónde, ni me importa) por “mantenerse el sueldo mientras hacía despidos”. Es decir que solo el hecho de tener un sueldo le incapacita, al parecer, para tomar decisiones (!!).

Parece que ahora lo más importante es que los alcaldes cobren poco y, cuando es así, cuando cobran muy poco, el titular buscará el porcentaje que siempre es alto por pequeña que sea la subida real.

Evidentemente el motivo es la desafección general que ha sufrido la política pero, una vez expresada la mala leche, solo encuentro tres vías de explicación a que se mantenga este delirio. A cual peor:
  1. No nos importa si los ayuntamientos y entornos públicos funcionan mal o bien. Peor aún, damos por hecho que funcionan y seguirán funcionando irremediablemente mal, por lo que una vez desahuciados y sin esperanza, optamos porque al menos nos cuesten lo mínimo posible. En tal caso no entiendo por qué no gratis, es decir, por qué simplemente no disolvemos los ayuntamientos al grito de ¡Dios proveerá!. Servicios públicos cero a precio cero (el paraíso de los ricos)
  2. Hay un segmento de personas que piensan que rebajando la remuneración de los políticos ellas sí podrán acceder a tales puestos dado que el nivel de exigencia de sus conciudadanos disminuirá proporcionalmente y podrán ocupar cargos sin que se les pidan resultados, bastará con que sean honrados. Probablemente no alcancen las exigencias que describe Mauricio y hasta la líen como alcaldes pero en el camino se harán populares. Que igual es eso.
  3. Estamos abriendo la puerta a que, de nuevo, los ricos de familia o empresarios se ofrezcan a hacerse cargo “gratuitamente” de las responsabilidades políticas. “Por los colores” tal como pasa con los presidentes de muchos clubes de fútbol ¿verdad? o como ocurría cuando la política era realmente cosa de una verdadera casta de ricos. Habría que recordar a los olvidadizos que, en tiempos, para acceder a un cargo no bastaba con obtener votos sino que la ley obligaba a demostrar que se tenían bienes considerables.
A mí me gustan las compañías low cost y no me quejo cuando el espacio del asiento es reducido, ni cuando tengo que imprimirme yo en casa la tarjeta de embarque, ni cuando solo me permiten un bulto y no aceptan ni siquiera una bolsa de revistas adicional. Muchos se quejan pero yo no. Es así, lo sé desde el principio y lo acepto sin malas caras. Probablemente porque es un servicio que no utilizo a menudo. Pero no compro zapatos baratos de plástico, ni ahorro en el dentista, ni pongo pastillas de freno usadas al coche, ni aceptaría que me operasen en un quirófano que se limpiase una vez por semana (afortunadamente creo que no los hay).

Pues eso, que espero que esta fiebre de alcaldes low cost no se prolongue mucho más porque entre estrellar nuestras instituciones cobrando una pasta, como en algunos casos ha pasado hasta ahora, y estrellarlas igualmente pero cobrando muy poco, yo prefiero que no se estrellen, incluso pagando razonablemente a gente razonable o incluso excelentemente a personas excelentes. Solo que temo que ni unas ni otras de éstas aceptarán la oferta de empleo de Mauricio.

lunes, 6 de julio de 2015

Como si fuéramos “La Roja”, Txarlie


Txarlie García tiene un blog que sigo y algunos de cuyos post he rebotado en ocasiones. Sé que él también sigue el mío y ha manifestado su opinión respecto a uno de mis post.

A menudo coincidimos en muchas cosas y respecto a mi post “El lechero, el adanismo y la bandera de Pedro Sánchez” también lo hacemos en parte. Concretamente Txarlie dice coincidir conmigo en el buen trabajo de marketing del acto en que Sánchez se presentó con una gran bandera de España de fondo. Debo aclarar que Txarlie y yo tenemos en buen concepto el marketing y no consideramos tal término como algo insultante sino como una herramienta imprescindible en la sociedad actual ¿digo bien?.

Me atrevo a esta aclaración a riesgo de introducir más confusión pero sin pizca de miedo a la discrepancia, menos aún si ésta es civilizada, respetuosa y cabal, como lo es con Txarlie. Puede ser que mi licencia redaccional de referirme al aburrimiento como una de las virtudes de la democracia haya llevado a confusión. Mea culpa si así hubiese sido.

Txarlie me dice en su blog que, sin embargo, discrepa conmigo respecto al resto de mi argumentación, es decir, en lo principal, que básicamente es que aplaudo que el candidato socialista utilice la bandera del país que quiere gobernar.

El PSOE es un partido que ha peleado por que España tuviera un sistema democrático que no tenía. Por que hubiese unas reglas de juego equiparables a las democracias europeas que España nunca había sido. Esa labor de “construcción” debe ser reivindicada, en mi opinión.  Guste más o menos insisto en que la bandera que representa ahora ese proyecto es la que tenía Pedro Sánchez detrás en el acto del Circo Price. Naturalmente, como ya digo en mi post original, hubo otros intentos de democracia: las dos repúblicas fueron algunos de ellos, pero el más exitoso de todos y aquel en el que el PSOE ha tenido más protagonismo y responsabilidad ha sido el que se inicio con la ﷽ que se inicisabilidad que el PSOE ha tenido mia y con otras banderas pero el m nunca habó con la hoy denostada transición. Como decía en mi post original, nadando contra la corriente actual de descrédito, se trata de un “régimen” que brilla en comparación con cualquiera de los que España ha sufrido a lo largo de su historia. Por tanto, que el candidato socialista reivindique que somos constructores de la estructura democrática de España me parece no solo un acierto sino una obligación, además de –permítanme que insista- un excelente marketing político.

Todo esto no tiene nada que ver con quedarse quieto, ni “formal” ni callado, Txarlie. Un partido de fútbol puede ser de máxima rivalidad sin que se discuta si deben ser once los jugadores o el tamaño de las porterías o si el balón puede o no cogerse con la mano. Las reglas no impiden la competición, tampoco en democracia, sino que son lo que la hace posible. Es más dicen, con razón, que la democracia son las formas.

En segundo lugar, ha sido bajo ese “régimen” cuando España, de la mano del PSOE ha ido introduciendo derechos y libertades contra las que una poderosa derecha rancia (que es la que mayoritariamente hay ¡qué le vamos a hacer!) ha peleado siempre: Desde el divorcio, al aborto, hasta las autonomías y el derecho universal a la sanidad y a la educación. Todos esos derechos que los españoles hemos adquirido no venían “de serie” sino que han tenido que ser insertados de la mano del PSOE en la legislación de la España constitucional, y ha sido siempre en contra de la derecha y, por cierto,  sufriendo el desprecio de los comunistas de todas clases, colores y purezas a los que hoy se les llena la boca hablando de las virtudes de la socialdemocracia. ¡Lo que hay que oír!

Sería estúpido, e injusto, dejarle a aquella derecha el monopolio de una bandera que, gracias al esfuerzo de la-izquierda-que-sirve-para-algo representa hoy algo muy diferente a lo que era cuando se inició la transición. Lo que hizo Pedro Sánchez me gustó, insisto de nuevo, por esas dos razones: primero para recordar nuestra tarea como coarquitectos del edificio mismo de la democracia española y en segundo lugar para reivindicar que en ese edificio el mobiliario de derechos no venía incluido sino que se construyó en los talleres del PSOE.


Que ahora enfrentemos nuevos desafíos, como ocurre, no me parece razón para desdeñar lo conseguido. Es más puede que uno de esos muchos desafíos, además de la corrupción, la selección de los gobernantes, la destrucción de los derechos de los trabajadores, la tambaleante igualdad de las mujeres, el descenso de la población, las burbujas económicas…sea también que la izquierda utilice la bandera del país con normalidad, como si fuéramos la selección de futbol.