domingo, 28 de diciembre de 2014

Protestantes


En Bilbao protestan los protestantes pero también lo hacen los musulmanes e incluso los fieles de otra religiones distintas a la Católica. El motivo es una normativa municipal sobre “centros de culto”, dicen que la más restrictiva de las capitales españolas, que establece la prohibición de que estos se ubiquen en los bajos de edificios de viviendas. En la ciudad hay bastantes iglesias católicas y no católicas en tal situación y hasta ahora no había habido problemas. De hecho nadie ha sido capaz de explicar sin balbuceos las supuestas razones objetivas por las que no deban admitirse más templos como, por ejemplo, los del Corpus Christi, en Indautxu, Nuestra Señora de los Reyes, junto a la Gran Vía, o la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (mormones) de la calle Henao, todos ellos situados de toda la vida en bajos de viviendas.

La falta de justificaciones urbanísticas creíbles y la sospechosa coincidencia de esta nueva prohibición con la solicitud para la apertura de alguna mezquita hacen pensar que se trata de una normativa a medida para impedir de hecho que las religiones no católicas se hagan visibles. El pastor evangélico Unai Arretxe (de los Arretxe de Nueva Inglaterra, supongo) expresaba la postura municipal con cruel transparencia hace unas semanas: “Os tolero pero que no se os vea”. Tal parece ser, efectivamente, la actitud de nuestros munícipes.

Lo peor es que el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco ha echado atrás esa normativa local por un defecto de procedimiento. Dicen los jueces que para este cambio es obligado escuchar a los interesados y que no se ha hecho así. Con todo el respeto debido yo creo que el tribunal se equivoca. Desde luego que se ha escuchado a los vecinos, pero -eso si- solo a los vecinos católicos (creyentes o sociológicos, eso da igual) que son muchos más que los “interesados” no católicos y que suponen, claro, más votos. A esos vecinos sí se les ha escuchado. Tanto como a los vecinos de Deusto que se oponen a una discoteca legal que nuestro Ayuntamiento va a prohibir diligentemente.

No hay, por tanto, ignorancia del deseo mayoritario sino desprecio por el derecho de la minoría. En este caso de la minoría religiosa. En 1859 decía John Stuart Mill, hablando de religión que “allí donde el sentimiento de la mayoría es todavía genuino e intenso, allí podremos ver a la tal mayoría esperando aún ser obedecida”. Pues eso.

Detrás de apelaciones a una supuesta garantía de convivencia y otros disimulos conceptuales no hay más que eso: el deseo íntimo de la mayoría de que la suya sea la única visión socialmente aceptable. El problema es que los responsables municipales debieran saber que los derechos y libertades fundamentales no son negociables, ni requieren del permiso de la mayoría para ser ejercidos. Y no solo eso, debieran saber que su obligación como responsables de un poder democrático es defender activamente esos derechos en lugar de buscar subterfugios para ver cómo los suprimen sin que se note mucho. Comprendo que, con las elecciones municipales encima, defender el derecho de quien tiene una sola papeleta de voto frente a quienes tienen cientos es casi una heroicidad, pero es lo que hay, o al menos lo que debería haber en políticos decentes, de esos que despotrican día sí y día también contra el nuevo populismo.

Con objeto de solventar a toda prisa ese “defecto de forma” jurídico (que no la carencia democrática) el Ayuntamiento convocó hace unas semanas a las religiones no católicas a una reunión que le permitiera alegar que “los interesados” ya habían sido escuchados y seguir adelante con el procedimiento, pero tanto evangélicos como musulmanes han protestado, demostrado que pocos sí pero tontos no, y no han querido acudir a lo que consideran simple paripé.

Lo más curioso de esta normativa que busca expulsar a los nuevos templos a la periferia es que, al pretextar la excusa de la “convivencia” no es de aplicación a los edificios “exentos”, es decir a los templos que constituyan en sí un edificio completo y separado. El resultado es que, en lugar de una discreta mezquita en los bajos de un edificio, nos podemos encontrar un día con una completa, tal vez con su cúpula, su minarete y su muecín. De momento los Mormones ya han solicitado salir de su anónimo bajo y construir un templo bien visible en un céntrico solar de Deusto, donde seguramente no tendrán ningún problema ¿verdad que no?¿Qué se apuestan?

Publicado en eldiarionorte.es el 29 de diciembre de 2014

Otro post que escribí sobre este mismo tema aquí


lunes, 22 de diciembre de 2014

domingo, 21 de diciembre de 2014

Bilbao la Vieja con ojos de Tres Cantos


Marina y Alberto han vuelto de Bilbao encantados. ¡Hemos estado en un hotel que encontramos por Internet y ha sido estupendo! -dijeron- nos ha gustado mucho el barrio, con mucha vida, con detalles creativos y ambiente cultural. Se ve que allí hay movimiento tanto de día como de noche, y tan céntrico -añadieron- En un paso estabas en el Casco Viejo. ¡Nos hemos pateado la ciudad entera!

Estuve con ellos en Madrid y me encantó escucharles. Hablaban de Bilbao la Vieja, que es donde estuvieron. Son personas jóvenes, activas, que miran las cosas con curiosidad y sin prejuicios. No son ciegos y, obviamente, no les pasaron desapercibidos los detalles de marginalidad que el barrio muestra, pero han visto más mundo, más ciudades, más barrios y supieron no convertir la anécdota en regla. Al contrario, seguramente fueron capaces de ver las cosas mejor que lo que a menudo somos capaces de hacerlo quienes cargamos con viejas mochilas de desconfianza.

Desde luego que Bilbao la Vieja no es el Ensanche y sus vecinos no son, en general, los más ricos del lugar pero ni mucho menos es una zona a evitar, como aún tanta gente siente. Es cierto que pasó por tiempos malos y que hay quien no se acerca allí sino en la procesión del Nazareno y tampoco niego que hay mucho trabajo pendiente todavía. Pero Marina miró sus calles con ojos de Tres Cantos (Madrid) y vio en ellos mucha vida, creatividad y ganas. “Nos recuerda a Lavapiés” –me dijeron- que tampoco es el barrio de Salamanca, ¡oiga! Y lo hicieron en tono elogioso, seguramente con toda razón.

Se han hecho muchos esfuerzos en Bilbao la Vieja, tanto por parte de sus vecinos y sus asociaciones como de quienes se han instalado en el barrio para tirar de él hacia los campos de la creatividad, sea ésta artística, multicultural o culinaria. También se ha trabajado desde el Ayuntamiento y empresas públicas, como Surbisa o Bilbao Ría 2000. Ha habido reflexión y se han ejecutado mejor o peor, como todo, planes como el de Rehabilitación de Bilbao La Vieja, San Francisco y Zabala 2005-2009 o el actual Plan Comunitario 2012-2016. Pero nos han acostumbrado tanto a exigir soluciones mágicas, que cuando éstas no llegan, que es lo que pasa siempre, nos cuesta mucho percibir esos cambios reales, que nunca son suficientemente instantáneos y espectaculares.

Quizás lo mejor de todo sea que Bilbao la Vieja, aun mejorada, resulta inquietante porque, como le pasa a Lavapiés, no es barrio que se avenga a convertirse en escaparate dócil de la ciudad “oficial”. Su vocación es otra: aceptar y disfrutar de lo extraño, de lo diferente, a veces de lo incómodo, de lo que no solamente no encaja en el imaginario de las mentes biempensantes sino que tampoco tiene la menor intención de hacerlo.

Tengo que agradecer a Marina y Alberto que me hayan permitido que esta columna, usualmente crítica y algo ácida, tenga hoy este tono más amable. Las baldosas de Bilbao la Vieja que ellos patearon, seguramente tan firmes o tan sueltas como las del resto de la ciudad, no les impidieron ver el atractivo de un barrio que siempre, desde hace siglos, ha estado tan lleno de vida como lo está hoy y que atesora una buena parte de la historia y del carácter de esta villa. Lo sabía, pero han tenido que venir de fuera a recordármelo.

lunes, 15 de diciembre de 2014

La era Azkuna terminó. ¿Ahora qué?

Iñaki Azkuna. Alcalde de Bilbao entre 1999 y 2014

Parece que el encadenamiento de días libres de la pasada semana les ha quitado la razón a quienes aducían la inexistencia de “público objetivo” dispuesto a salir de compras en festivo. Los pocos establecimientos que abrieron estuvieron a rebosar de esos compradores inexistentes.

También los municipios cántabros manifestaron con toda claridad que abrirían durante el puente con la intención declarada de captar al público vizcaíno. Pasado el puente y como gente bien nacida que son, han agradecido la invasión de los bilbaínos que llenaron los centros comerciales de Castro Urdiales, Laredo y Santander. De nada.

Esto de los horarios comerciales está dando mucho juego y es importante pero sólo es una parte de la compleja encrucijada en que Bilbao está ya metido y seguirá estándolo en los próximos años.

En marzo habrá elecciones municipales y el ruido de la campaña, más aún ahora que la política es una actividad tan estruendosa, lo tapará todo. Asistiremos a debates de vuelo corto, alguna polémica y a manifestaciones de adhesión hacia cualquier cosa que se entienda que da votos. Así que habrá que esperar a que el trámite electoral termine para que, cesado el bullicio, tal vez alguien se ocupe de las cosas del comer.

No son los horarios comerciales lo más importante. Es algo más. La cuestión a la que nos enfrentamos de la mano de quienes elijamos en marzo, es qué tipo de ciudad queremos y cómo imaginamos el Bilbao por el que deberemos esforzarnos. Escoger entre la ciudad dinámica o la ciudad tranquila es lo que Bilbao, sus autoridades y su sociedad, tendremos que enfrentar. El modelo del titanio bonito, que sustituyó al gris industrial ha sido un éxito pero ya ha cumplido su plazo, y todo va mucho más rápido ahora.

Es legítimo querer un Bilbao tranquilo y apacible, perfectamente adaptado a la que se prevé que va a ser su envejecida población. No es mala solución y yo mismo seré “público objetivo” de esa alternativa. Sin embargo ese tipo de ciudades, tan cómodas, sosegadas, limpias y -dicen que- aburridas necesitan obtener los muchos ingresos que requieren para poder mantenerse, de otras urbes más “ocupacionales”. Y de esas no tenemos.

Por supuesto que otros abogan por aprovechar el tirón turístico y el tamaño accesible de Bilbao para convertirla en un centro comercial y de negocios. Cosas que ya se sabe que atraen dinero y oportunidades pero que convierte las calles en espacios ruidosos, con aglomeraciones, idiomas y religiones distintas, largos horarios, papeleras a rebosar, pobres que se hacen visibles y turistas con sandalias y calcetines. Uff.

Pero no es solo el comercio. Hay más dudas sobre cómo queremos que sea Bilbao. Está el problema de la cohesión social. Saber si queremos una ciudad más rica aunque sea más desigual o lo contrario ¿Cómo vamos a facilitar la movilidad social? si es que queremos hacerlo. ¿Vamos a concentrar lo marginal en uno o varios lugares de forma que el resto de la ciudad “comercial y de negocios” quede al margen de esos feos problemas? Hay muchas ciudades que lo hacen.

También nos queda la duda de si seremos capaces de atraer el talento, que ya no necesita está físicamente en una macro-urbe, que puede elegir un lugar más cómodo, por ejemplo Bilbao, pero que necesita también un “ambiente propicio” desde luego más parecido a California que a Vetusta. Y hablando de ese ambiente, el último y exitoso evento tecnológico que hemos acogido: Fun & Serious también nos pone delante de otra duda, no pequeña: ¿Cuánto Inglés se va a escuchar en nuestras calles? y ¿cuánto se esperará que hablemos nosotros mismos? Otra bonita pregunta que tendremos que responder.

Cómo también deberemos responder a cómo va a ser la relación de Bilbao con los muchos e importantes municipios que la rodean, que forman parte inseparable del mismo entorno metropolitano en el que muchos nos reconocemos, pero que ya no están dispuestos, con razón, a ser las ciudades secundarias que fueron en los años sesenta y setenta.

Son muchas e importantes preguntas que sobrevolarán entre las paredes del Salón Árabe municipal el día que se constituya la próxima corporación y a las que sus miembros, con la ayuda de toda la ciudadanía de la villa, tendrán que encontrar respuesta. La era Azkuna ya terminó, la Alhóndiga Bilbao tomará su nombre en recuerdo. Bien y ¿ahora qué?. Esa será (o debería ser) la pregunta a partir de marzo.

Publicado en eldiarionorte.es el 15 de diciembre de 2014












lunes, 8 de diciembre de 2014

Las catedrales invisibles

La "Cloaca Maxima" de Roma aún se asoma al Tiber

“Si estuviésemos ante esta obra hace más de mil años, habríamos inaugurado una catedral”. Más o menos esas fueron las palabras que el alcalde Areso pronunció el pasado 28 de noviembre en la puesta en marcha del nuevo tanque de tormentas recién construido en Etxebarri. La cosa no es para menos. El tal depósito ha costado 33 millones de euros y, usando el Sistema Métrico Periodístico (SMP), tiene un volumen equivalente a un campo de fútbol con la altura de un edificio de cinco plantas. Mucha agua. Porque tamaña inversión sirve, precisamente, para recoger la que sobra cuando el Nervión se pone estupendo. No solo la recoge, evitando así inundaciones y “aguaduchus”, sino que también permite retirarla del cauce y drenarla poco a poco hacia las depuradoras.

El arquitecto Areso, ahora alcalde, bien sabe, porque le tocó gestionarla muchos años, que la obra de regeneración del nuevo Bilbao más decisiva y transformadora brilla poco, no tiene paredes de titanio ni diseños artísticos ni otros oropeles. Empezó en 1979 con la puesta en marcha del Plan Integral de Saneamiento del Bilbao y es lo que ha permitido, después de muchos años y muchísimo dinero, que la Ría recupere la vida y que la ciudad pueda asomarse a ella sin arcadas. El tanque de Etxebarri es solo una pieza más de esa infraestructura.

Los urbanitas solemos pecar de algunas carencias y una de ellas es la dificultad que tenemos para percibir que el suelo mínimo a partir del cual empezamos a contar no es cero. Acostumbrados a un cierto orden, nos cuesta ver que debajo de la suela de nuestros zapatos hay un buen montón de infraestructuras sin las cuales la ciudad no podría ni abrir la persiana por las mañanas.

Lo peor es que a menudo trasladamos esa misma inconsciencia de lo mucho que cuesta que no pase nada a otros ámbitos y cuando nos asalta la pasión regeneradora, enseguida nos ponemos estupendos nosotros mismos abogando por recomenzar de nuevo, hastiados de los problemas que sí conocemos pero ignorantes del dinero, del esfuerzo y del trabajo que hace falta para alcanzar eso que llamamos cero.

Celebramos elecciones cada poco tiempo y son noticia sus resultados pero no las propias elecciones, faltaría más, alguien llena de gasoil los depósitos de los autobuses y organiza los turnos del metro, la justicia funciona tan mal o tan bien como el resto de cosas pero se celebran cada día miles de actos jurídicos que no salen en los periódicos, abrimos el grifo y sale agua potable, miles de alcaldes y concejales toman cada día decisiones normales, alguien alimenta y coordina las redes eléctricas que llegan hasta el enchufe al que está conectado este ordenador. La lista de lo que funciona cuando pensamos que nada funciona sería interminable.

Así que cuando nos asalta, como ahora, el sano afán regenerador convendría que nos parásemos a pensar un poco en que tal vez las cosas no sean tan simples, ni las soluciones tan fáciles como creemos y que las transformaciones más importantes, positivas y duraderas suelen venir de cambios laboriosos, cotidianos, poco brillantes y a menudo muy caros. Justamente lo contrario de lo que creemos que pasa cuando nos da por pensar que es posible hacer borrón y cuenta nueva cada 30 años.

Para poder llenar un vaso de agua o una urna de votos hace falta que alguien haya construido y mantenga muchas catedrales invisibles. Téngalo en cuenta antes de hablar de partir de cero.

La carrera de “la Balco”

Foto blog Ares Breas

A riesgo de pasar por engreído, les confieso que mi Bilbao llega hasta el mar. Y, por supuesto, abarca ambas márgenes. No pretendo chocar contra la autonomía municipal ¡me libraré muy mucho! Y menos aún con la identidad patrio/local de mis buenos vecinos. Tranquilidad. No tengo afán expansionista alguno sino un sentimiento de familiaridad personal con todo lo que va mojando la Ría.

Y en ese entorno que siempre he visto como doméstico había un lugar simbólico, poderoso, orgullo de la potente y vigorosa Margen Izquierda: Babcock Wilcox, “la Balco” era el emblema tecnológico de nuestra industria pesada. El concepto de gran industria llevado a su máxima expresión. Pero era más: era también símbolo de cuando el trabajo duro suponía seguridad, derechos, economatos, aprendices, viviendas y una vejez tal vez más corta pero siempre digna.

La centenaria Babcock Wilcox llegó a tener 5.250 trabajadores en su factoría de Sestao. Si a mí, que lo veía desde el mismo Bilbao, me causa desazón ver cómo se destruyen aquellos pabellones, no quiero ni pensar en cómo lo verán las familias para las que “la Balco” significó su propia vida.

Porque hoy lo que queda de la Babcock no es una ruina abandonada ¡ojalá! sino un espacio que está siendo mordido día tras día por quienes desmontan poco a poco el gran gigante para paliar su pequeña y terrible crisis. Dicen que en esos pabellones, que ya se desmoronan solos, duerme gente para estar en el tajo los primeros al amanecer. Tan temprano como lo hacían los obreros con sus tarteras pero ahora sin sirenas, solo con la prisa de que otro no llegue antes y les levante ese cobre que tienen mirado o ese motor herrumbroso que casi terminaron de arrancar ayer con el soplete.

Hay denuncias, vigilantes sobrepasados, ertzainas impotentes ante la marea del saqueo, incendios que nadie sabe cómo surgen y también hay ya alguna persona herida grave.

Se ha desatado una auténtica carrera en la que compiten los recolectores de chatarra, los administradores concursales de la ruina, que no tienen dinero para un derribo tan enorme, y las instituciones locales, que están deseando firmar los permisos para que aquello se convierta en solar y termine cuanto antes esta pesadilla. Todos corren, incluso lo hacen los miembros de la Asociación Vasca de Patrimonio Industrial, solo que estos últimos en la dirección opuesta, tratando de que se preserve algo de lo que tuvo tanto valor. De momento van ganando los zapadores.

Esperemos que, al menos, se pueda salvar la obra de Agustín Ibarrola 'Hombro con hombro' a la que lo único que la ha protegido del saqueo son sus 20 toneladas de hierro forjado. Una obra bien a la medida de la empresa en la que estaba.

Me resulta imposible no pensar que la Balco sigue siendo un símbolo, como lo fue siempre, solo que antes lo fue de prosperidad, trabajo y derechos hoy lo es de abandono, paro y precariedad. Quizás son esas cosas las que nos hacen sentirnos viejos, porque al escribir he pensado que muchos lectores de un diario digital, como este, más jóvenes, tal vez ni siquiera sepan de lo que estoy hablando.

Lo sepan o no les recomiendo el libro de Juan Eslava Galán “Historia de España contada para escépticos”, que termina así uno de sus capítulos:

Ahmed el Dorado, emir marroquí del siglo XVI, preguntó al bufón de la corte su opinión sobre el palacio El Bedi el día de su inauguración. El bufón dirigió una mirada apreciativa a aquel edificio incomparable, la Alhambra de Marraquech, construido con lujo asiático, mármoles de Italia, mosaicos de Turquía, estucos, ónices, bronces y maderas finas, y se limitó a observar proféticamente: “Cuando lo arrasen va a dejar un buen montón de tierra, ¿eh?

Publicado en eldiarionorte.es el 30 de noviembre de 2014


lunes, 24 de noviembre de 2014

Funcionarios espinosos


Mi admirado periodista Iñaki Gabilondo suele recordar una parábola de Schopenhauer sobre los puercoespines y la aplica al periodismo y la política. Consiste la cosa en que esos bichos necesitan acercarse para darse calor pero no pueden acercarse tanto que se hieran con sus espinas. Esa distancia indefinida es la que él reivindica que debe haber entre los políticos y los periodistas. Suficientemente cerca para obtener información pero cuidándose de una excesiva cercanía que dañe a los dos y finalmente al ciudadano al servicio del que están ambos.

Por su parte el Doctor Víctor Lapuente Giné recordaba hace unos días las diferencias de cómo salieron los Estados Unidos de su terrible crisis de corrupción en el siglo XIX y cómo salió Italia a finales del XX. Los americanos despolitizaron la Administración, empoderaron a los trabajadores públicos y los convirtieron en un contrapoder profesional que trabajase con el político y no para el político. Con muy pocas regulaciones y más confianza en sus funcionarios consiguieron atacar la corrupción en su base, que no es otra que el poder sin control y con la vista puesta en las próximas elecciones.

Los italianos hicieron todo lo contrario tras el desastre de “tangentopolis”: echaron a los políticos de entonces, establecieron fuertes regulaciones y controles y dieron más poder a la justicia que, controla mucho allí donde puede abarcar y nada donde le es imposible. Berlusconi fue el resultado.

Pues bien, hace unos días se ha sabido que el Ayuntamiento de Leioa, anda enfangado en un gran polideportivo, el de Pinosolo, que no llegó a construirse pero que está costando dinero y disgustos. En una de esas comisiones investigadoras que buscaba irregularidades en los contratos se ha sabido que los técnicos municipales y los funcionarios de Hacienda Foral ya avisaron de que el proyecto llevaría al municipio a un nivel de endeudamiento muy arriesgado. Nadie les hizo e menor caso. Supongo que había obligación de pedir los informes pero no de atenerse a lo que en ellos se decía. No sé si encontrarán o no alguna irregularidad, posiblemente, pero la auténtica irregularidad es que los informes técnicos puedan ser simplemente ignorados.

Lo más llamativo es que los técnicos municipales y de la Hacienda Foral que firmaron los disuasorios documentos que acabaron en las papeleras del equipo de gobierno, no solo prevenían contra un endeudamiento peligroso sino que alertaban incluso de que se avecinaba un fuerte retroceso en el sector de la construcción, con la consiguiente caída de ingresos, de que la financiación foral iba a descender respecto a las anteriores e incluso dijeron que la crisis en los Estados Unidos podría extenderse a Europa. Como ven, disponemos de trabajadores públicos cabales y bastante bien informados. Afortunadamente no todo van a ser funcionarios de los de los chistes.

Comprendo que no es nada popular reivindicar un mayor poder de control para los funcionarios a los que es muy popular ver como un grupo poco eficiente y prescindible pero, como yo no me presento a las elecciones, me puedo permitir reivindicar que hay muchos excelentes trabajadores públicos, y a la vista está que con muy buena preparación, y puedo permitirme también sugerir que políticos y empleados de la Administración harían bien en aplicarse el bonito símil de los puercoespines: trabajar codo con codo, todo lo cerca que precisen para colaborar pero no tanto como para que se pierdan el respeto unos a otros.

Artículo publicado en eldiarionorte.es el 24 de noviembre de 2014

sábado, 22 de noviembre de 2014

Los leprosos del PSOE


Leo con asombro que el PSOE quiere aclarar con José Blanco, ex Vicesecretario General del partido y ex ministro si recibió alguna ayuda económica para su defensa cuando fue acusado de tráfico de influencias en el caso llamado “Campeón”, que fue finalmente archivado. Si así fuese, se determinará si se trató de una ayuda o de un préstamo, en cuyo caso el antiguo dirigente deberá reintegrar el dinero. Todo esto -eso sí- de forma amistosa ¡faltaría más entre compañeros!

En la misma noticia leo también que el Partido Socialista se ha negado a pagar la defensa de los ex presidentes andaluces José Antonio Griñán y Manuel Chaves en el Tribunal Supremo por el caso del fraude de los ERE. Tampoco pagará el letrado a los otros tres parlamentarios socialistas, Gaspar Zarrías, José Antonio Viera y Mar Moreno.

Este péndulo de la transparencia ha pasado de apoyar ciegamente a los propios, hiciesen lo que hiciesen, a abandonarlos a la primera acusación que se les haga e incluso a reclamar la devolución de los gastos de su defensa a los que fueron falsamente acusados por ser socialistas. Porque dos años de acusaciones contra José Blanco no pueden resumirse en un escueto “”fue archivado”. No. El Supremo desmontó todas las acusaciones, destapo las mentiras contadas por un empresario corrupto y desautorizó las acusaciones de tráfico de influencias y cohecho. Es decir que sencillamente no hubo delito, por eso “se archivó” suena a expresión maliciosa, que trata de dejar en el aire la duda. No hubo ninguna duda, lo que hubo fueron mentiras. Y no lo digo yo, lo dijo el Tribunal Supremo antes de “archivar” el caso.

Pero está visto que al PSOE lo que le importa son los titulares, que son los que mandan y, como todo el mundo sabe, los titulares ya ha juzgado y condenado a Chaves y a Griñán, como juzgaron y condenaron en su día a Blanco.

Lo que me asombra es que ya ni siquiera haber sido inocente del delito sirve para que al menos el Partido le pague a uno el abogado que defendió su honorabilidad cierta. Todo lo contrario, un día puede verse llamado a capítulo para explicar cómo fue eso de que, siendo inocente, recibiste nuestra ayuda para demostrarlo.

Solo me queda pensar que el miedo ya es tanto que basta la acusación para generar una mancha indeleble de la que todo el partido huye despavorido. Que nuestra estampida pueda ser percibida por la opinión pública como un reconocimiento velado de culpa del socialista acusado, no solo no nos importa sino que es un valor expresamente buscado. El abandono en el lazareto político de los señalados, cierta o falsamente, como impuros debe ser inmediato y total. Tiene que notarse que somos los primeros y los que más desconfiamos de nuestros propios compañeros. Por eso es la prisa, muy mala consejera de la justicia pero imprescindible compañera del linchamiento

Aviso a navegantes socialistas. Quien opte a ir en alguna lista del PSOE, que vaya tomando nota: Cuando estalle la tormenta te dejaremos solo, y lo haremos, además, al primer rayo. Para que nuestra reputación quede limpia, te sacrificaremos sin importar si eres culpable de algo o no. Para saberlo deberíamos pararnos a escucharte y a conocer los hechos y no tenemos tiempo, nuestra carrera es contra los titulares de mañana. Compréndelo, no es nada personal, solo negocios.

martes, 18 de noviembre de 2014

Mucho cuidado con su viejo álbum de fotos

Reconstrucción de la cara de Maximilien de Robespierre

El bombardeo diario de escándalos relacionados con la política no solo está destruyendo a las personas y la credibilidad de instituciones y partidos afectados sino que está teniendo otras consecuencias menos higiénicas. El humo de tanta bomba lo ensucia todo y está generando un ambiente oscuro e inquietante, en donde todos los gatos parecen pardos, o incluso negros.

Cuentan que el 21 de julio del año 1209, cuando las tropas al servicio del Papa Inocencio III conquistaron la ciudad cátara de Béziers, el inquisidor y Legado Papal, Arnaldo Amalrico, incapaz de distinguir entre los prisioneros a los buenos cristianos de los herejes ordenó: ¡Matadlos a todos, Dios reconocerá a los suyos!. A veces pienso que nos está pasando algo parecido. Ya hay quien ha dicho con suficiencia ¡caerán todos! sin que se sepa bien hasta donde llegará ese concepto “todos” tan grande él. Volviendo a la historia recordaré que Robespierre, el incorruptible, que lideró la limpieza ideológica de la Francia revolucionaria, fue también guillotinado el 28 de julio de 1794. Y es que todos, son todos.

Contagiosa y peligrosa como el ébola, esta marea de indignación desbordada que asola la vida pública española empieza no ya a no distinguir sino, lo que es más peligroso, a importarle una mierda distinguir o no.

Por razones profesionales conocí en tiempos (no sé si debería decirlo) el trabajo de la Fundación Metrópoli, que es una entidad de profesionales extraordinarios dedicados a cosas tan extrañas y asombrosas como la reflexión, el estudio detallado y la generación de propuestas para mejorar la vida y el futuro de las ciudades. Para que se entienda: justamente hacen esas cosas que siempre reclamamos que alguien debiera haber hecho cuando, años después, descubrimos algún fracaso irreversible producto de la falta de reflexión previa.

Bueno pues resulta que esta fundación de extraños alquimistas urbanos, que lleva muchos años trabajando en ciudades de todo el mundo, recibió de nuestro ayuntamiento el encargo de realizar un estudio sobre los barrios de Bilbao, que trataba de pensar en cómo evitar que en una ciudad como la nuestra el centro, tan atractivo y accesible, acabe un día desertizando la periferia. “Corazones de barrio”, se llamó el proyecto.

Pero hete aquí que seis años antes de recibir ese encargo de una institución vasca la Fundación Metrópoli había tenido relación con otro vasco ilustre, el Sr. Urdangarin, que llegó a ser nombrado miembro de su Consejo Asesor Internacional. La cosa duró unos meses, es de suponer que porque enseguida se vio que el yerno Real lo que vendía era un poco de humo, como el de la bombas, y su propia cara, que esa sí era mucha. A la vista de que no iba a ayudar en nada y menos aún a trabajar, parece que abandonó el lugar sin que nada saliese adelante y sin que se moviera un euro.

Pero aquella foto con el responsable del instituto Noos ha logrado contaminar el prestigio de la Fundación Metrópoli ante nuestro Pleno municipal que, como si se tratase del de una discoteca, quiere ahora revisar con lupa cada detalle del expediente a ver si encuentra alguna coma mal o si apareciese en él rastro de connivencia herética con El Maligno.

Si ha tenido usted vida social o profesional, por si acaso va ser mejor que antes de enseñar sus álbumes de fotos a las visitas les eche un vistazo a fondo, que nunca se sabe dónde puede haber una imagen perturbadora y le recuerdo que los delatores de la inquisición se hacían llamar “familiares”.

Tengo un amigo que compraba en el mismo Eroski que Urdangarin cuando estaba en Vitoria y que recuerda haberse cruzado con él empujando el carro. Está acojonao. Aunque lo mío es peor, puestos a confesar: tengo una foto bien jovencito con Felipe González. No sé ni cómo este periódico se atreve a publicarme.

Publicado en El Diario Norte el 16 de noviembre de 2014

En Bizkaibus tampoco sabemos qué falló ni siquiera si algo falló

Teresa Romero, curada

Recientemente hemos tenido una huelga en los servicios de transporte Bizkaibus cuyos motivos y circunstancias, les confieso, no he conseguido entender en ningún momento.

Durante los paros, la responsable foral de transportes repetía con rotundidad y aplomo que no estaba previsto despido alguno, ni rebajas salariales, que se trataba una huelga sin motivos y que en el fondo del conflicto discurría un enfrentamiento entre sindicatos. Éstos, por el contrario (y con idéntica determinación a la de la diputada) protestaban unánimes por el incumplimiento de unos acuerdos previos y por discrepancias sobre un calendario de implantación de nuevas líneas que amenazaba los empleos. Yo creía que los despidos y los empleos eran cosas fáciles de contar pero parece que no, que hay interpretaciones.

Era una bronca para iniciados, sobre la que sospecho que sobrevolaba el cuervo negro de la desconfianza y, de hecho, no ha resultado fácil explicarla para los medios de comunicación que se han ocupado de ella. Soy consciente de que un profano como yo puede no estar al tanto de los entresijos de cada sector, incluso los que nos afectan más directamente como el transporte, pero también me parece que profano sí pero ciudadano también, a una huelga, y más en servicios públicos, le viene de perlas que se puedan explicar los motivos que la impulsan de forma razonablemente clara. Sobre todo porque no cabe pensar que las 90.000 personas que se han visto afectadas deban ser expertas en la negociación colectiva del transporte y se cosquen a la primera del busilis de la cosa.

No ha podido ser. Y a los vizcaínos nos ha pasado un poco como a la sanitaria felizmente curada Teresa Romero que “ni sabe qué falló ni siquiera si algo falló”. Aliviados por la desconvocatoria de la huelga tampoco sabemos lo que pasó en el servicio de Bizkaibus ni si pasó o no pasó algo. Y no acaban ahí los paralelismos: Si los médicos del Carlos III han dicho no saber qué es lo que ha curado a Teresa, nosotros tampoco sabemos qué es lo que ha resultado tan satisfactorio que ha supuesto la rápida resolución de un conflicto que parecía enconado y amenazaba con prolongarse y generar muchos inconvenientes.

Bien está lo que bien acaba pero les confieso que el capítulo final de esta huelga ha sido, al menos para mí, el más abracadabrante de todos. Parece que el diputado general se puso en contacto directo, por 'wasap' y por sorpresa, con un sindicalista concreto, tanto que fue a verle personalmente a su sede sindical, por cuya puerta entró legítimamente y a la vista de todo el mundo. Después habló con otro sindicalista y a partir de entonces el enfrentamiento dio la vuelta, para bien, en cuestión de horas.

Todos dicen que el acuerdo es satisfactorio, incluso los sindicatos que no fueron “agraciados” con esos contactos, lo que es muy buena noticia pero lo más asombroso es que ha habido una bronca notable, con muchos más 'wasaps' y 'mails' para que se firmase un documento unitario de todas las centrales en el que se pretendía decir incluso cosas como que la visita del diputado general no había existido.

A estas alturas solo cabe alegrarme mucho de que la señora Romero ya no tenga rastro de ébola y de que nuestros autobuses verdes sigan discurriendo con normalidad pero, si les digo la verdad, en ambos casos me pasa como cuando veo una película en V.O. sin subtítulos, que cuando llego al final resulta que no me he enterado de nada.

domingo, 16 de noviembre de 2014

Como no gane Podemos

Foto 20 Minutos

Ha dicho Pablo Iglesias que lo suyo no es ningún experimento, que van a por todas así que están de más esas interpretaciones de que esto es una llamada de atención a los partidos “tradicionales” o “del Régimen del 78” o “de la casta”. El partido que acaba de estrenar Secretario General y Junta directiva tiene vocación de poder y ninguna intención de convertirse en un pintoresco e interesante fenómeno sociológico.

Dicen, con razón, que son un partido sin hipotecas, sin mancha, que puede presentarse ante la sociedad limpio de cualquier problema. Así es. Son como un recién nacido, al que nadie puede reprochar aún nada. Por si fuera poco, a esa “inocencia por omisión”, hemos de añadir la inmensa sobrelegitimidad que le está concediendo una opinión pública entregada, por contraste con el hastío que le producen los demás partidos. El resultado es que a Podemos se le aceptan y aun aplauden las mismas cosas que a los demás partidos se les reprochan con dureza y sin piedad.
  • Si en cualquier debate televisivo alguien descalifica personalmente a quien acude en nombre de Podemos, se le critica duramente, mientras que a ellos se les acepta y jalea cuando descalifican a todos los demás políticos.
  • Si a un partido de los que ellos descalifican se le ocurriera hacer unas elecciones internas y el 57% de los militantes se abstuviese de acudir a la urnas no dudo un momento de que tal resultado merecería el calificativo de fracaso total. En cambio cuando lo hace Podemos ese mismo 43% de participación solo ha merecido parabienes y aplausos.
  • La expresión “a la búlgara” se inventó para denunciar la falta de democracia de un partido en el que los resultados fueran sospechosamente abultados a favor de la dirección. En Podemos la dirección saca 95.311 votos y su contrincante interno 995 y nadie osa ni toserles.
  • Las abominables listas cerradas solo merecen tal calificativo cuando las hacen los otros partidos, cuando la dirección de Pablo Iglesias presenta listas completas, cerradas, que se votan en bloque con un solo clic y copa así todos los órganos de dirección y también los de control y también los de “garantías democráticas” del nuevo partido, no pasa nada.
Todo este trato de favor público, que en algunas televisiones alcanza tintes grotescos, me parece comprensible. No puede mirarse con los mismos ojos al simpático recién llegado que al pesado de siempre y es normal que lo que se perdona al nuevo no se tolere al experimentado.

Mientras sea la opinión indignada y publicada la que ponga las reglas, seguirá siendo así, seguirá funcionando sin demasiados problemas esa especie de “embudo proPodemos” pero a mí me preocupa que un día van a llegar las Elecciones Generales esas a las que se quieren presentar y allí lo que funcionará será la Ley Electoral y no el favoritismo sociológico. Podemos tendrá que presentar listas en todas las provincias, en las que tiene mucho apoyo y en las que no lo tiene tanto y, les guste o no, su votos contarán lo mismo que los de los demás partidos, no valdrán las encuestas sino solo las papeletas efectivamente introducidas en las urnas, los demás partidos también se presentarán a las elecciones y lo harán razonablemente organizados, no como los contrincantes internos de Iglesias y Monedero, y ni siquiera se podrá votar por Internet.

Así que podemos encontrarnos con el “asombroso” hecho de que Podemos, aun siendo gente tan simpática, no gane las elecciones. ¿Y entonces qué? Pues temo que entonces la democracia española se encuentre con que un enorme sector de la opinión pública simplemente diga que las elecciones no son válidas, que la ley electoral no es justa (ninguna lo es del todo) y que no puede ser y que esto es otro abuso y que lo de la casta y que todo eso... El resultado puede ser una deslegitimación general, y televisada (audiencias mandan), no de los partidos “del régimen” como ellos dicen, sino de la propia democracia española. Y solo nos faltaba.

Otros se están ocupando de imaginar lo que puede pasar si ganan. A mi me preocupa también lo que puede pasar si no ganan.

domingo, 2 de noviembre de 2014

Intermibús


Empezaré por reconocer que con la que está cayendo, cualquier referencia a la política que no sea para sumarse al coro de voces que denuncian los abusos y reclaman medidas contundentes puede ser vista como una excentricidad. En tiempos de inmediatez absoluta, sé que señalar consecuencias a largo plazo de las decisiones políticas me saca del campo de juego así que aviso al lector o lectora de que puede abandonar este texto aquí mismo porque, precisamente, me voy a referir no a una cosa horrible e indignante de esas que nos llegan cada hora, sino a las consecuencias que tienen las decisiones políticas erróneas mucho tiempo después de que se tomen mal, o de que no se tomen.

¿Todavía está usted aquí? Pues entonces le contaré que hace muchos, muchos años, allá por 1985 se presentó en Bilbao un gran proyecto para unificar en un mismo espacio el transporte tanto ferroviario como de autobuses. Venía firmado por dos grandes arquitectos: James Stirling (premio Pritzker 1981) y su socio Michael Wilford. Fue uno de los primeros grandes proyectos de arquitectura de la ciudad y, por si fuera poco, reverdecía una idea de modernidad urbana impulsada por un ilustre ministro de la República, el bilbaíno Indalecio Prieto, al que la estación de Abando rinde homenaje desde hace pocos años. No sin polémica, claro.

La idea era excelente; el proyecto, magnífico; la obra, compleja; el precio…pues alto. La ciudad reparaba un tremendo e histórico desgarro urbano que aún tiene. Tantas virtudes había que a nadie le pareció que la necesidad del concurso y colaboración de diversas instituciones y empresas públicas fuese a ser un obstáculo, pero lo fue. De modo que después de muchos años de aquí para allá, la cosa se apagó. Ni que decir tiene que nadie se puso la careta del malo pero entre todos la mataron y ella sola se murió. Para que vean que en Bilbao no todo han sido triunfos de la arquitectura de vanguardia.

Lo peor fue que, durante años, a la espera del advenimiento de aquel proyecto extraordinario, que tanto se ponderaba en los despachos oficiales, se mantuvo paralizada cualquier solución a la entonces caótica situación de las líneas de autobuses interurbanos. Finalmente, en 1996, se asfaltó provisionalmente una zona en Garellano, se le puso una carpa de tela encima, se le llamó Termibús y se llevaron allí las paradas de autobuses hasta entonces diseminadas en grandes lonjas sitas en las calles más céntricas de la ciudad. Algo inenarrable ¡oiga!

Aún recuerdo alguna crítica a aquella pequeña decisión cabal por parte de quienes, tal vez, creían que el caos resultaba buen argumento para ayudar a desbloquear el gran proyecto que ya empezaba a desfallecer.

Tranquilos que todo es provisional –se dijo- y bien que lo entendió así una tormenta que un día vino y se llevó la carpa. Hubo que colocar nuevas tejavanas provisionales, taquillas provisionales, un bar provisional, una consigna provisional, aseos provisionales… Y así hasta hoy. La resaca de aquel magnífico proyecto fallido nos ha tenido instalados en la provisionalidad durante décadas y cuando, por fin, se terminó aceptando que Termibús seguirá donde está acaso para siempre, esa certeza nos vino de la mano de la crisis ¡mecachis! y el mucho más modesto proyecto de soterrar y dignificar la estación de autobuses no ha podido ser. Lo que nos condena una nueva y quizás interminable espera. Mientras tanto nuestros flamantes turistas alucinan al ver el engendro en el que les desembarca la metrópoli del titanio.

Resultó que tratando de asaltar el cielo de la intermodal despreciamos la posibilidad de consensuar un arreglo algo más terrenal en Termibús. Y así llevamos décadas penando, y lo que te rondaré.

Me dirán, con razón, que al lado de robar estos deslices de la política son peccata minuta pero yo les animo a pensar en cosas que no existen pero que podría haber existido (y viceversa) si las decisiones políticas hubiesen sido más prudentes y menos entusiastas. Lo digo ahora para cuando la política vuelva a ser una cosa normal y no provisional, como es hoy. Para cuando vuelva a pensar en la próxima generación y no en la próxima elección.

Publicado en eldiarionorte.es el 2 de noviembre de 2014

martes, 28 de octubre de 2014

La democracia según San Lucas


¡Ay de aquel que escandalice! Más le valdría que le ataran al cuello una piedra de moler y lo precipitaran al mar. (Lucas 17,1-6).

Da la impresión de que nuestra rica tradición católica está mucho más a flor de piel de lo que podríamos pensar. Al menos así lo parece en Bilbao, donde estamos asistiendo en las últimas semanas a la condena social de unos empresarios que se han creído que podían acogerse a la Ley para abrir una discoteca en un edificio industrial en el que tal actividad está permitida. La reacción de los vecinos del entorno entra dentro de lo esperable. A nadie le gusta tener un lugar que genere movimientos y ruido nocturno cerca de su casa.

Lo que ya resulta mucho menos admisible es la vehemencia y pasión con que nuestro Ayuntamiento se ha mostrado no ya comprensivo con los vecinos, sino dispuesto a evitar a toda costa que ese proyecto -insisto- legal, pueda llegar a buen fin. Las manifestaciones públicas de nuestros ediles han sido tan inequívocas que sin duda habrán contribuido a tranquilizar al vecindario. Aunque se reconoce oficialmente que no hay nada que reprochar a los promotores los responsables de nuestro gobierno municipal se han mostrado dispuestos a mirar “con lupa hasta el último centímetro” del proyecto, con un evidente y manifiesto deseo de encontrar como sea algún resquicio que les permita impedir que la discoteca abra. Eso sí, procurando evitar que un desliz jurídico obligue a nuestra corporación, ya escaldada por otros casos, a indemnizar a un particular al que se le estaría negando su derecho a una actividad legal.

Bilbao parece que aspira a convertirse en la capital europea de los movimientos Nimby así que la escalada de declaraciones no ha tenido desperdicio: si los propios ediles han reprochado que “la juventud no está acostumbrada a salir en silencio de esos locales” (sic), algunos vecinos y vecinas han declarado cosas como que “casi todo el mundo saldrá borracho”, “les dará por tirar todo lo que encuentren por delante”, “no quedará nada en pie”; profecías que demuestran que si nuestros concejales son devotos de San Lucas, la vecindad lo es directamente del Apocalipsis.

Que el local en cuestión se encuentre a 500 metros de una afamada facultad de Derecho no le ha servido para encontrar aliado alguno. No están los tiempos para enfrentarse a la oclocracia que asola el país, ni para los profesionales de la Justicia ni menos aún para quienes ya atisban las próximas elecciones municipales.

De hecho, la oposición, unánime en este caso, si algo ha reprochado ha sido la actitud titubeante del gobierno local, que miraba timorato el resquicio de la Ley en lugar de tirar ‘palante’, caiga quien caiga (la Ley incluida) que para eso somos de Bilbao.

Así que el asunto parece que va a arreglarse a lo grande y por la vía legal; se va a cambiar nada menos que el Plan General (PGOU), esa especie de Constitución urbanística de nuestros ayuntamientos, que vino de la mano de la democracia, que permitió planificar racionalmente nuestras urbes y que ahora va a modificarse a uña de caballo para evitar que se abra un local de ocio concreto en un lugar concreto. La Ley se reformará para evitar esa discoteca, y supongo que todas las demás. Solo espero que ningún movimiento vecinal venga un día a reclamarlas, no sea que haya que volver a cambiar la Ley para darle satisfacción.

Llama la atención que los mismos responsables municipales que se precian de parar este proyecto hayan dicho esta misma semana que quieren que Bilbao sea una ciudad universitaria. Digo yo que pensarán en universitarios de esos de corbatita, jersey de pico y a las 10 en la cama, que mañana hay que ir a clase y estudiar mucho. No sé si será posible conseguir una ciudad más universitaria pero ya anticipo que estudiantes de esos no los vamos a pillar jamás, ni siquiera en esa universidad católica que contempla en silencio la victoria de la pancarta sobre la Ley, que se desarrolla a solo 500 metros de sus nobles aulas.

Con todo, para mí lo más escalofriante ha sido una expresión de una de las vecinas contrarias a la discoteca que ha declarado con sincero desparpajo: “Es una lástima que la gente no pueda ser dueña de sí misma y rechazar lo que a casi nadie nos gusta”. Me extraña que a la oposición minoritaria, que tanto ha jaleado las protestas, no le cause inquietud una reivindicación tan nítidamente partidaria de la piedra de moler.

Publicado en eldiarionorte.es el 27 de octubre de 2014

lunes, 20 de octubre de 2014

Ciudades idiotas


Tal vez haya oído usted hablar de las Smart Cities o “ciudades inteligentes”. Es un término con el que se quieren distinguir aquellas urbes con vocación de sumarse a la modernidad de las nuevas tecnologías y, mediante ellas, ofrecer a propios y visitantes muchos datos útiles y de interés, desde la calidad del aire hasta la congestión de tráfico, pasando por las plazas libres que hay en cada parking o lo que va a tardar el próximo bus.

No hemos hecho más que empezar. En pocos años la cantidad de información que podremos obtener así se va a multiplicar y lo harán también los aparatos mediante los que la obtendremos. La llamada “realidad aumentada”, que es la que combina lo que vemos en la realidad con los muchos otros datos informativos que nos ofrecerá ese entorno “smart” está dando ya pasos en el sector turístico, por ejemplo, y entrará en otros campos, sin duda alguna. Así que prepárense para acostumbrarse no ya a que todo el mundo vayamos mirando el móvil por la calle sino también a las gafas tecnológicas esas que nos permitirán “ver” la realidad y también otras muchas informaciones, todo a la vez. Miedo me da confundir un día una farola real con la de “realidad aumentada”.

Pero mientras el lector o lectora emula a Don Hilarión y contempla cómo adelantan los tiempos y cómo la tecnología se abre paso con rapidez y gran contento de nuestras instituciones, siempre tan encantadas de fotografiarse en entornos innovadores, le deseo fervientemente que no tenga usted necesidad de acudir a esas mismas instituciones a tramitar cosas normales, de las de toda la vida, porque descubrirá que el reservorio místico del sagrado papel y la pasión en utilizarlo para todo siguen ahí, impertérritos.

Cada vez que me veo en la tesitura de hacer trámites administrativos hay algo que me resulta completamente asombroso y es ver cómo los múltiples certificados y documentos que le pedirán en una u otra ventanilla los expide siempre un ordenador. Pero lo hace en papel, para que tenga que ser usted, en coche, moto, bici, bus o andando, quien lleve ese papel a otra institución (o a otra sede de la misma) donde se lo recogerán y lo adjuntarán a un expediente (acaso para digitalizarlo después, en cuyo caso ya sería la locura). No es raro que una institución Foral le pida a usted un documento (en papel) que acredite que es usted titular de la cuenta en la que Hacienda Foral le cobra el IRPF. No se extrañe si esa institución o el mismo ayuntamiento le exigen un papel; un papel ¿eh?, que certifique ante ese mismo ayuntamiento que usted vive donde usted dice que vive, que es justo donde le mandan la correspondencia municipal. También pueden pedirle –se lo digo yo- que demuestre (con un papel) que es dueño del vehículo por el que el mismo ayuntamiento que le exige el papel le cobra el impuesto de circulación. No sigo… Excuso decir que todas esas gestiones han de hacerse, faltaría más, personalmente y en horario laboral.

Resulta que la información más inconcreta y cambiante, como la meteorología o las plazas libres de aparcamiento la conocemos al momento pero es una odisea localizar los datos ciertos y fehacientes sobre usted mismo que, como dicen en su propia jerga, “obran en esta oficina”.

Las “smart cities” son ciudades capaces de obtener mucha información, manejarla y ofrecerla a sus ciudadanos en forma comprensible, útil y en tiempo real. No sé qué nombre deberían tener las ciudades que disponen de toda la información en formato digital y que, sin embargo, son incapaces de consultarla por sí mismas y necesitan que usted vaya a hacer una cola (con un sistema digital de turnos ¡tela!) para que le den un papel donde consta lo que ellas mismas ya sabían.

Bueno, tal vez sí se me ocurre un nombre.

Publicado en eldiarionorte.es el 20 de octubre de 2014

lunes, 13 de octubre de 2014

¿De qué va a vivir Bilbao?


A mi hijo mayor y a mi ciudad les está pasando algo parecido. Ambos están en pleno momento de transición, con lo anterior ya acabando pero todavía sin una idea ni aproximada de lo que pueda venir en adelante, de cómo irá tomando forma su futuro. Por supuesto que al chico se le nota más la inquietud pero a la ciudad también se la ve dubitativa y con desasosiego.

Estos días hemos sabido que en nuestro ayuntamiento va a haber un cambio profundo y que las próximas elecciones van a certificar el fin de la era Azkuna, uno de esos alcaldes emblemáticos que las tres capitales vascas han tenido en algún momento y, para nosotros, símbolo de una época. Se prevé el inicio de una nueva etapa, con caras nuevas en los partidos de siempre y quién sabe si con caras nuevas de partidos también nuevos.

A quienes elijamos los bilbaínos les tocará estrenar nueva agenda de prioridades. Aún queda alguna gran obra pendiente de la época anterior, como la que un día habrá que hacer en el entorno de la Estación ferroviaria de Abando, pero la auténtica estrategia de futuro de la ciudad está por diseñar.

Leo que el jueves pasado se iniciaron en Lund (Suecia) las obras de construcción de la fuente de neutrones por espalación, la ESS. Dicen que asistieron cientos de científicos de todo el mundo y también dicen que pocos o ningún político. La noticia me recordaba inevitablemente el esfuerzo, muy político, que se hizo para traer esa misteriosa infraestructura a Bilbao.

El turismo, cosa antaño desconocida para los que peinamos menos pelo y alguna cana, nos ha traído un movimiento nada despreciable. Hemos tanteado también, con bastante éxito, la imagen de ciudad que se reinventa a sí misma con imaginación, ambición y -en fin- contando también con bastante dinero (propio y de otros). Menudean las iniciativas institucionales de apoyo a mini-micro-nano-empresas, todas muy meritorias e innovadoras pero que no encuentran entre nosotros el mismo clima social que en California, para qué engañarnos.

La ciudad segura de sí misma, que siempre se supo urbe industrial, capital del Norte dicho así en general, anda desorientada respecto a su propio destino; sin posicionamiento, como decimos los de marketing. No hemos encontrado “esa gran industria que nos hace falta” y que un día reclamaba mi peluquero, pero lo peor es que casi todos empezamos a tener la sospecha de que no la va a haber, de que no vamos a vivir de una gran cosa, como antes, sino de muchas medianas y aun pequeñas. Acostumbrados como estuvimos al monocultivo, esa perspectiva nos llena de turbación.

La crisis nos ha puesto esta difícil tarea encima de la mesa con urgencia y de forma absolutamente descarnada así que quienes vayan a ser nuestros próximos responsables municipales ya saben que les corresponderá transitar por esa senda de incertidumbre tan incómoda. De sobra sé que no son los alcaldes los que levantan las ciudades, si acaso como mucho el ánimo, igual que nos pasa a los padres con los hijos. Pero espero que la apuesta de nuestros futuros ediles sea atrevida y capaz de mirar lejos, que no caigan en la fácil tentación de conformarse con ser los más grandes del barrio. Una pista: ESS son las siglas de la fuente de neutrones esa, pero en inglés, no en sueco, digo…

La parte buena es que mientras repensamos lo que queremos ser de mayores parece que estamos buscando cierta distracción llenando los teatros y dándoles una alegría a artistas y productores. No es mala cosa.

Publicado en "el diario norte.es" el 13 de octubre de 2014

jueves, 9 de octubre de 2014

La arquitectura ya no es 'tendencia'



A las buenas gentes de Bilbao lo que más nos gusta del museo Guggenheim, sin comparación, es el dinero que ha traído, que ha sido mucho. Luego ya viene lo del edificio, el perro de Jeff Koons, que Bilbao sea mundialmente conocida y todo lo demás. Pero lo primero es lo primero, y el éxito económico que supuso el museo fue tanto que sirvió para enterrar, como si nunca hubiesen existido, las críticas y los desprecios que el edificio y el proyecto museístico recibieron cuando aún eran obras inconclusas. El Guggenheim nos tiene a todos de padres y nadie recuerda ya que hubiese ninguna desafección original.

Es más, el extraño brillo del titanio pareció iluminarnos con alguna suerte de hechizo por la arquitectura de vanguardia y ya fue un no parar. No eras nadie si no opinabas sobre Gehry Isozaki, Pelli, Moneo, Hadid, Siza, Krier o Calatrava (de éste opinábamos más que de los otros). Los premios Pritzker de arquitectura -oiga- parecía que los daban en Azcarreta.

Por si fuera poco, los entendidos que nos visitaban se maravillaban de los edificios históricos del Ensanche y nos descubrían a nosotros un valor que habíamos ignorado hasta entonces, de tan vistos como los teníamos, con sus chorretones negros del humo barrido por la lluvia.

Pero debajo de esa novísima pasión seguía corriendo, telúrico y subterráneo como nuestro río Helguera, el auténtico ser tradicional bochero. La corriente que exigía que nada cambiase o que todo cambiase lo menos posible.

Por eso, antes de que la torre de Abandoibarra lograra romper el tabú de la altura, hubo nuevos edificios que pagaron su peaje cívico y tuvieron que ser mazacotes bajos y gruesos para contentar a una vecindad que no los quería ver altos y esbeltos.

No somos en Bilbao de términos medios. El titanio, el acero y el cristal iban por un lado mientras por otro se levantaba la defensa numantina de casi cualquier edificio " de toda la vida", cuyo derribo o sustitución se presentaba como una catástrofe urbanística, como poco. Así pasa que tenemos unos restos de fachada del Depósito Franco ahí puestos como si fuesen el decorado olvidado de una película. La última polémica tiene como objeto el antiguo edificio de Iberdrola, que rápidamente ha hecho surgir nuevos aficionados al racionalismo arquitectónico pero al que le ha salido un firme enemigo en el amianto maldito.

No crean que la cosa es de hoy. Ya en 1902, cuando Valentín Gorbeña y Severino de Achúcarro diseñaron la estación de la Concordia para la Compañía del Ferrocarril de Santander a Bilbao (la que está frente al Arriaga) voces autorizadas de la villa atronaron indignadas porque la llevaran allí, a las afueras, al otro lado de la Ría, a la recientemente anexionada anteiglesia de Abando. Absurda pretensión aquella que, para acercarse al tren, obligaba a cruzar el puente que te sacaba de Bilbao. Los atascos de carros, calesas, landós e incluso automóviles en el Arenal iban a ser de aúpa.

Como quien tuvo, retuvo, estos días hemos tenido a Lord Foster en Bilbao. Ha venido a recibir un premio en el Foro de Regeneración Urbana BIA y a visitar y firmar el metro de sus fosteritos después de casi veinte años de éxito. Lo merece, sin duda. Pero me da a mí que la crisis y sus recortes también han dejado a la vista la fragilidad de nuestra pasión por la vanguardia. Algún arquitecto amigo me dice que en su sector, como en todos, ya solo importa el precio y así parece que nuestra hasta ayer brillante cultura urbanística se ha marchitado a la primera sequía de dinero público.

Tal vez sea simplemente que, como todas las modas, la arquitectura avanzada y de postal ha tenido en Bilbao mucho de 'tendencia' pero ha transformado poco nuestra capacidad colectiva de aprender a apreciar el valor de las cosas nuevas y creativas y, claro, así nos sale enseguida el corazón tradicional; ese que, a falta de más información, cree que todo lo que conoce de antes es valioso y que no vale la pena explorar cosas nuevas que solo vienen a romper la armonía del Bilbao de siempre. ¿Habríamos aceptado hoy el Guggenheim de Frank Gerhy?

El artículo se publicó en "el diario norte.es" el 5 de octubre de 2014

¿Cuánta gasolina gastará esta bici?



Cuando era más joven de piernas, de pulmones… y de espíritu, solía utilizar a menudo la bicicleta en Bilbao. No creo que fuese el único pero, desde luego, era de los pocos. Tanto era así que, de cuando en cuando, aún encuentro excompañeros que me recuerdan por la costumbre de presentarme con ella en la Facultad (aunque las aulas de entonces estaban llenas de fumadores, temo secretamente que en realidad lo que recuerden sea el olor de aquellas sudadas). En todo caso cualquier cosa era mejor que el atestado autobús de la Uni.

Carente de afición deportiva alguna, sí pienso que la bicicleta es un modo fantástico de moverse en la ciudad, de modo que en cuanto se puso en marcha en Bilbao la iniciativa de las bicis municipales, me apunté enseguida y las uso con asiduidad. Tras bastantes mudanzas, ahora vivo en un barrio alto y a la comodidad de bajar en un pispás al centro se añade la íntima excitación de ir descubriendo, según encaro las primeras pendientes, qué tal tendrá los frenos ésta de hoy. Diré en favor de los servicios municipales, que sigo vivo.

La bici es un artilugio extraño que te convierte en una mezcla indefinible de peatón y vehículo. Una mezcla que inquieta mucho a los abundantísimos amigos del orden establecido, de las fronteras nítidas y de las rayas rojas. Tal vez sea por eso mismo por lo que me gusta tanto a mí. Lenta e incordiante en las calzadas pero fugaz y amenazadora en las aceras, la bici se resiste a encajar en casilleros cerrados, incluido el de los bidegorris, a los que no faltan quienes la quisieran condenar.

Ver tanto ciclista por Bilbao es uno de los muchos y buenos cambios que ha experimentado la ciudad. Y es también una alegría para los que nos la jugábamos en otro tiempo. Cuando la bicicleta se consolida como un elemento más de la movilidad, la velocidad de los coches tiende a ser menor, los accidentes disminuyen y en la calle se respira mejor que en las aulas de mi antigua facultad. Y eso es muy bueno.

Hay que reconocer, sin embargo, que las cuestas no ayudan, ni la lluvia tampoco pero también cuento entre los enemigos de una ciudad llena de ciclistas a quienes pedalean, veloces y hábiles, serpenteando entre los sobresaltados peatones (sospecho de aquellos que puedan ser los mismos que, cuando conducen, adelantan al ciclista rozando el manillar)

La bici ganará la batalla de la calle si sus usuarios somos conscientes de que es muchísimo mejor que los usos y fronteras de la bici urbana no sean objeto de la ley ni de los reglamentos municipales, sino que lo haga nuestro propio sentido común, la prudencia y también la cortesía. Justamente esas cosas que, con toda razón, exigimos en la calzada y que estamos igualmente obligados a aplicar cuando compartimos bidegorri y, ocasionalmente, la acera con los peatones.

Las urbes europeas en las que la bicicleta es dueña de la calle son también las que más solemos envidiar por su tráfico humano y tranquilo, lo que sin duda evidencia que pedalear en ciudad es un buen entrenamiento también para la civilidad. Si queremos que Bilbao se les parezca mejor será que no demos razones a tantos amigos de las línea rojas como hay, porque vendrán y nos las pondrán.

No puedo terminar sin confesar que siempre me queda la duda de cuánta gasolina consumen las bicicletas municipales que uso porque ni yo lo he hecho nunca ni jamás he visto a nadie pegarse una de mis sudadas juveniles para subir las cuestas del barrio a colocar una bici en aquellos anclajes. Siempre lo hace la furgoneta municipal. ¡Ay!

El artículo se publicó en "el diario norte.es" el 28 de setiembre de 2014

Bilbao y sus mareas


La última que nos ha llegado ha sido de finlandeses. Aunque iban bien pintados de azul y blanco enseguida se notaba que no eran de la Real, nada más había que verles, tan altos, tan rubios y sin una sola palestina al cuello.

Para acogerlos hubo que barrer apresuradamente los feos residuos de la también muy multitudinaria Aste Nagusia y -como bien se dijo- cambiar los vasos de plástico por otros de cristal.

Estos días hemos tenido a unos tipos tirándose del puente de la Salve en honor a una compañía de bebidas de esas que dicen que suben la adrenalina. Seguro que sí. Todo lo contrario de lo que pasaba con los pausados reflexivos, y quizás hasta un poquito desesperantes, grandes maestros de ajedrez que también han estado esta semana por la villa con sus cuidados movimientos y sus relojes dobles. Por si fuera poco, el sábado supimos que también vendrá a Bilbao la Eurocopa 2020.

Como las auténticas mareas de la ría ya no traen barcos o gabarras hasta el Arenal, nuestras instituciones andan esforzándose en crear otras crecidas que, como las de antaño, nos reporten riqueza, movimiento, compras y pernoctaciones. Nada que objetar a esta meritoria pasión institucional por convertir la ciudad en un punto de atracción para lo que sea, aunque a veces llegue a parecer que el honor mismo de esta noble villa residiese en el porcentaje de ocupación de sus hoteles.

Lo malo es que contra ese loable esfuerzo trabajan otras mareas, menos visibles, pero que estropean el resultado que con tanto ahínco se persigue. Bilbao es una ciudad más limpia, más habitable, más bonita, incluso más tranquila. Pero no es una ciudad joven, como sí fuimos cuando respirábamos humo y hollín. No somos una urbe pujante que rompe sus costuras sin orden ni cuidado, como pasaba en los barrios hoy rehabilitados. Las novedades llegan ahora de la mano del erario público, y bien está que lleguen, pero no encuentran una sociedad que responda con ímpetu y pasión, sino que lo hacemos con la actitud complaciente del buen vecino que, entrado en años, no es partidario del caos ni del ruido sino de ese confortable orden tan propio de las ciudades medianas.

Cuando se encadenan varios festivos el saldo entre las dos mareas, la de visitantes que llegan y la de locales que abandonan la ciudad resulta negativo. Y lo notan sobre todo los hosteleros y comerciantes que se animan heroicamente a abrir, incitados por el Ayuntamiento, reprochados por los sindicatos pero, sobre todo, abandonados por una clientela ausente. La marea de la crisis afecta a todos pero muy especialmente a los que por edad y libertad eran más de gastar con alegría y algún desorden.

Para levantar cabeza vamos a necesitar más prosperidad interna, un poco más de población y seguramente más desbarajuste. Habrá que ponerse a ello porque está visto que no vamos a poder confiarlo todo a las mareas.

El artículo se publicó en "el diario norte.es" el 21 de setiembre de 2014

Nueva etiqueta


Hace unas semanas inicié una colaboración semanal con el periódico digital “el diario.es”, en su edición vasca “el diario norte.es”.

La idea de los responsables de periódico es disponer de tres columnas referidas a cada una de las capitales vascas. Euskadi ha podido ser y puede que sea siempre un concepto polémico pero la existencia y el carácter de sus tres principales ciudades y de sus propios y muy diferentes microcosmos es de una certeza indiscutible y aplastante.

Los responsables del periódico me han hecho el honor de contar conmigo para escribir sobre mi ciudad, Bilbao. Incluso me pidieron que le pusiera nombre a la columna/blog y le he llamado “la baldosa suelta”. El nombre lo tomé de una característica deficiencia urbana, habitual en mi ciudad, que por ser reiterada y por producirse en una villa de clima lluvioso, deviene en incómodos sobresaltos y en menoscabo de la higiene de pantalones y medias. Por eso me pareció que reflejaba bien mi interés en referirme a las cosas que nos pasan a quienes andamos por Bilbao, en todos los sentidos del andar.

En esta pequeña aventura se han embarcado también Izaskun Arana, que desde San Sebastián escribe el blog “Bahía Entusiasmo” y en Vitoria Elena Zudaire, que ha llamado a su columna “Almendra ácida”. No conozco a ninguna de estas dos mujeres pero de alguna forma hemos quedado hermanados por esa petición que el director del periódico, Igor Marín, nos ha hecho a los tres.

A partir de hoy iré subiendo estos textos del periódico, una vez publicados, a mi propio blog. De este modo mi bitácora vuelve a adquirir vida, esta vez, vinculada a la actualidad local de Bilbao. Tal vez te guste.

viernes, 8 de agosto de 2014

El PSOE cambia de problemas


Algún amigo me ha reclamado opinión sobre el Congreso del PSOE y, aunque sea al ritmo perezoso que impone estar bajo un limonero en la Extremadura profunda, voy a intentar complacerle. Ya saben, uno se debe a su público…y a su vanidad.

No estuve en el Congreso del PSOE como delegado pero estuve. Era evidente que el ambiente era de cierta alegría y bastante relajo. Varios amigos del “aparato” de organización me recordaban que éste era un congreso extraordinario, que sus rutinas no eran las normales y que, de hecho, podía haber durado solo unas horas, ya que únicamente se trataba de refrendar la decisión ya tomada por los militantes y nombrar a Pedro Sánchez como Secretario General. Desde luego se notaba que no había mucho que decidir y, en consecuencia, el congreso era un poco mezcla de escaparate y pasarela.

Alguna razón había para la alegría puesto que, como ha escrito Luis Solana y yo comparto, el PSOE es, seguramente, el único partido de España capaz de hacer una operación de renovación democrática tan importante e inmediata como la que ha encumbrado al hasta hace nada desconocido Pedro Sánchez. Esa es, desde luego, una buena noticia salvo que se convierta en la última buena noticia, salvo que el PSOE crea que pasadas las primarias y sus fastos ya todo puede volver a los cauces conocidos y probados de siempre.

Sin embargo, en las salas y pasillos del mastodóntico hotel también se respiraba un fondo de cautela e inquietud que dejaba a la vista que, además de la alegría, al menos había otros dos sentimientos que intranquilizaban a los asistentes.

Por un lado estaban aquellos a quienes les preocupaba su posible pérdida de poder e influencia en medio de este cambio con tantos aires de vendaval. Es de suponer que tal inquietud se manifestaría más descarnada en las salas del poder, que quedaban al margen de la algarabía de los pasillos. La inmensidad de la nueva ejecutiva nos da una pista de cómo se manejó este asunto.

Pero el sentimiento de inquietud más interesante, a mi juicio, estaba, en los pasillos y en los corros. Era la sensación compartida por muchos militantes de que las primarias son la puerta que se ha abierto a un cambio que va a modificar profundamente el PSOE que conocían. Que la elección de Sánchez tal vez sea sólo la exitosa llegada al “campo base” a partir del cual el PSOE ha de comenzar otras etapas de una ascensión que será lenta y difícil, llena de nuevas dificultades y de pronóstico incierto y en la que, junto a los deseados éxitos, aparecerán sin duda dificultades nuevas ahora no previstas, por ejemplo: el cesarismo en los nuevos dirigentes elegidos directamente por el “pueblo militante”, la consolidación de elites vinculadas exclusivamente a esos líderes y totalmente ajenas a la vida orgánica, los enfrentamientos públicos nada edificantes entre candidatos internos, la consolidación por los perdedores de facciones propias permanentemente enfrentadas al ganador, las temidas bicefalias de dos líderes ambos electos, uno para el partido y otro para el cargo público…en fin. Un buen montón de nuevos problemas.

Una de las causas principales de la desafección ciudadana ha sido el error de la inmediatez, de creer que basta con hacer de la política un espectáculo, una tómbola de promesas y de soluciones instantáneas. Funciona a corto plazo y puede hacer ganar algunas elecciones pero acumula poco a poco un poso de falsedad que al fin acaba estallando como lo ha hecho. Por eso mismo el PSOE no debería engañarse creyendo que ya ha salido del pozo, ni sus militantes pensando que la nueva ejecutiva ya se ocupará de todo mientras ellos regresan a sus rutinas de siempre. La cosa no ha hecho más que empezar. Llegar al campo base ha sido un éxito pero confundirlo con la cumbre y quedarse en él sería fracasar de lleno.

Aunque es comprensible que el nuevo secretario General ponga mucha atención en las próximas elecciones municipales, no comparto la idea de hacer de ellas la prueba del éxito de la recuperación del PSOE. A lo sumo serán la primera etapa, y puede que no sean una etapa demasiado brillante, porque el desprestigio es mayor del que algunos quieren reconocer y el recorrido que el Partido Socialista tiene por delante es mucho más largo que el que pueda completar en unos meses, incluso está por ver que tenga tiempo de hacerlo de aquí a las próximas generales así que cuidado al poner el listón, que el fracaso en la vida no depende tanto de los resultados como de las expectativas y el error de la inmediatez sigue ahí.