lunes, 23 de marzo de 2015

La mancha de aceite llega a Miribilla


Dicen que los motoristas nos dividimos en dos grupos: los que ya nos hemos caído y los que se caerán. Yo, que soy reincidente de los primeros, pensaba algo parecido de las ciudades actuales; que se dividen en dos: aquellas donde ya hay un Mercadona y aquellas donde lo abrirán. Bilbao era de las segundas y va a incorporarse pronto al primer grupo. Esta semana el pleno municipal, salvo sorpresas muy inesperadas, aprobará la nueva ordenación de la parcela en la que se instalará el primer supermercado de Juan Roig en la villa.

El solar es ahora parte de la zona de juegos de una ikastola, a la que le van a venir muy bien los ingresos atípicos que aportará el supermercado. Que un símbolo de nuestra especificidad y diferencia más notable vaya a ser la puerta por la que entre en Bilbao el emblema de nuestra uniformidad cotidiana con el resto del país no deja de tener su “aquel” ¿no le parece?

Los responsables de Mercadona han dicho siempre que su estrategia de expansión es la de mancha de aceite (no consta si de oliva, virgen, español o de Marruecos…). El aceite, como es sabido, es un producto que se extiende lenta pero irremisiblemente por las cercanías de donde ya ha pringado. Bueno pues nos ha tocado por fin que nos llegue la mancha, que unos considerarán infamante mientras otros esperan con impaciencia el advenimiento de las cremas Deliplus, las pizzas Hacendado y la lejía Bosque Verde. Ya ven que mis viajes por la geografía española me han hecho un experto así que les aviso de que no es para tanto: ni el anticristo de la distribución ni el edén del empujador de carritos.

Los nuevos negocios que los consumidores miramos con especial atención son aquellos que nos sorprenden con un halo de novedad, que puede venir de los precios, de los horarios (con perdón) o del tipo de productos que ofrecen. Lo curioso es que la expectación que despiertan los nuevos modelos comerciales, como en su día McDonald´s, IKEA, luego OpenCor y ahora Mercadona viene siempre acompañada de un fenómeno también muy del momento, que son los nuevos enemigos 2.0, que las redes sociales han popularizado con el nombre de trols.

Seguramente el desembarco de la cadena de alimentación en Bilbao dará ocasión a que escuchemos las denuncias más asombrosas e increíbles sobre sus retorcidas estrategias de malignidad que recuerdan casi al Dr. No de 007 pero que, sobre todo, de puro desmesuradas lo que consiguen es apagar las objeciones razonables que sin duda habrá en este caso, más o menos como en todos los demás.

A veces, cuando me pongo conspiranoico, llego a pensar si no será una estrategia impulsada por los propios negocios, justamente para que la propia enormidad de las denuncias, capte la atención sobre ellos y les acerque nuevos clientes, deseosos de visitar en persona ese “averno” del ultramarinos.

La vida cambia y sigue adelante. Nuevos negocios y franquicias sustituyen a los tradicionales templos de la hostelería. El último en caer ha sido el Lekeitio, de la calle Diputación, dando la razón así a Jorge Manrique, cuando nos recordaba “pues que todo ha de passar por tal manera”.

Yo, por si acaso, procuraré que mi moto no resbale con la mancha de aceite que Roig ha extendido también a Bilbao, que creo que ya llevo el cupo de golpes cubierto, ¡demonios!

lunes, 16 de marzo de 2015

Cargadores sí, pero ventanillas también

Hace unos mil años un amigo, directivo del transporte, me describía su asombro porque en un viaje de trabajo a los países nórdicos había visto a altos ejecutivos hablando desde sus teléfonos móviles mientras viajaban en los autobuses públicos de la línea que unía el aeropuerto con la capital.

Bueno, en realidad no creo que hayan pasado mil años, pero ciertamente lo parece. Entonces, quien disponía aquí de teléfono móvil era parte de una selecta minoría social a la que ni se le pasaba por la cabeza que se pudiera ir al aeropuerto en un vehículo distinto al de su empresa y conducido, a su vez, por el chofer correspondiente. Cuando no contaban con esa opción, que para ellos era simplemente la normal, se veían obligados al taxi. No había otras opciones. De hecho, creo recordar que entonces en Bilbao simplemente no las había.

El precio inalcanzable de aquellos teléfonos, el de las llamadas y que nuestros ejecutivos siempre han sido mucho más altaneros, estirados y clasistas que los nórdicos, eran razones que hacían lógico el asombro que entonces compartimos mi amigo y yo: que personas portadoras de teléfono móvil, por tanto altos ejecutivos sin la menor duda, viajasen en autobús era cosa de admirar ¿cuándo seremos así de europeos? nos preguntábamos.

No creo que seamos mucho más europeos que entonces pero la revolución digital cotidiana que nos ha venido después (y que sigue en marcha) ha puesto en manos de casi todo el mundo aparatos que harían palidecer a aquellos ladrillos que portaban los personajes más exclusivos. Sospecho que nuestros altos ejecutivos no habrán cambiado mucho, pero la tecnología sí que lo ha hecho, hasta convertirse en parte de la vida de casi todos. Y, además, a un ritmo que no era posible ni siquiera imaginar en aquellos años.

Leo ahora que cinco de los nuevos autobuses que se van a incorporar a la flota de Bilbobus ya van a venir con un puesto en el que se podrá cargar el móvil y que la vocación es que todos los vehículos de la flota se vayan sumando a esa nueva oferta. En estos momentos la frontera entre nuestra vida social más dinámica y la súbita, triste y melancólica soledad no la establece nuestra mayor o menor fortaleza psicológica sino la duración de la batería del móvil, así que ya estoy viendo el albondigón de gente en torno al puesto de recarga, pillando enchufe.

Me gusta la idea, como también la de que los autobuses puedan portar bicicletas hacia los barrios altos. En esta ciudad con cuestas, en la que no faltan motivos de queja, que el transporte público se acomode a las necesidades de la gente, se esfuerce por ser una opción atractiva, con calidad y con capacidad de innovación es muy buena notica.

Ahora solo queda recapacitar sobre si nuestra dependencia enfermiza de la tecnología nos hace o no mejores pero una reflexión tan transcendental no podemos delegarla en los responsables del transporte, que bastante han hecho atendiendo a la recarga de nuestros móviles.

De momento aunque lo normal es que casi todos viajemos sin levantar la vista del smartphone, sugiero a los gestores de Bilbobus que, por favor, se siga manteniendo la existencia de las aparentemente inútiles ventanillas. Soy un antiguo, como ven.

Publicado en eldiarionorte.es el 15 de marzo de 2015

domingo, 8 de marzo de 2015

Bienvenido a la república independiente de tu casa

Se equivocan de lleno quienes sostienen que a la publicidad no le hace caso nadie. Al contrario: no solo suele ser el único contenido que vale la pena dentro de la programación actual de todas las televisiones, sino que la realidad demuestra que la influencia de los buenos anuncios no se queda en el mero comportamiento comercial para el que fueron creados, sino que se desborda y empapa incluso el debate social y político.

La semana pasada me atrevía yo a señalar el influjo de un anuncio de refrescos en el comportamiento de los munícipes bilbaínos, que se han “venido arriba” y se han lanzado a una revisión completa de la historia local. Esta semana hemos sabido que la Diputación, sin duda siguiendo los consejos de una conocida empresa sueca de mobiliario, va a proponer una modificación de la Norma sobre Demarcaciones Territoriales a las Juntas Generales de Bizkaia para que, reunidas so el árbol, debatan y aprueben que las poblaciones menores puedan convertirse en nuevos municipios, siempre que sean al menos 2.500 personas, así lo deseen la mayoría, tengan un territorio diferenciado y demuestren que podrán disponer de dinero para pagar los servicios básicos. Una ventaja que tiene este nuevo proceso a la hora del buen rollo vecinal es que las desanexiones habrán de ser aprobadas por el Pleno del municipio actual y no solo entre los vecinos “díscolos”. En esta curiosa mezcla de condiciones, procedimientos y prodigiosos buenos deseos nada se dice sobre que en esos pueblos renacidos deba hacer sol y buen tiempo, por ahora.

Que los municipios sean entidades prestadoras de servicios, que son cosas que cuestan entre mucho y muchísimo dinero, solo les importa a los franceses que, vista la crisis, han decidido empezar a agrupar los que tienen, buscando economías de escala y demostrando, de paso, que siguen siendo una panda de jacobinos sin remedio.

Aquí en cambio lo que nos mola es la identidad: el “Tú ¿de quién eres?” que cantaban los de “No me pises que llevo chanclas”. Y la Diputación, repentinamente consciente de los sentimientos vecinales, ha cambiado radicalmente su postura, que hasta ahora era contraria a la atomización, para convertirse de nuevo a la fe identitaria que llevó a que Iurreta se desanexionara de Durango, Alonsotegi de Barakaldo, Bolivar de Markina-Xemein, Erandio, Derio, Loiu y Sondika de Bilbao y Forua y Kortezubi de la propia villa foral de Gernika.

De momento hay en la gran Bizkaia 112 municipios y en la parrilla de salida de esta nueva carrera de “libertad para los pueblos” están ya Usansolo y La Bilbaina, al volante de sus respectivas reivindicaciones por el “derecho a decidir” local. La competición puede ser muy entretenida y seguramente resultará también cara pero yo no me pierdo los argumentos y razones que se avecinan (nunca mejor dicho). De momento ya se han visto dos explicaciones bien llamativas: la primera la del alcalde de Galdakao, al que se le quieren marchar los vecinos, que se felicita por el compromiso de su partido con el derecho a decidir y –supongo- por la rectificación de la postura contraria a la desanexión que él mismo mantenía hasta ahora. La segunda, la de los “independentistas” de Usansolo, que andan preocupados porque solo quedan dos plenos en la Casa de Juntas de Gernika antes de que la legislatura termine. En este caso las garantías parlamentarias, que obligan justamente a parlamentar, a hablar, a discutir, a contrastar opiniones y a votar, las ven como lentos y engorrosos trámites. Contrasta tanta prisa con el argumento de que estos cambios administrativos responderían a rocosos sentimientos, profundísimos, seculares y, de suyo, inasequibles al paso del tiempo.

Lo más evidente de todo este lío es que la publicidad demuestra, una vez más, que es un excelente termómetro de lo que son las preocupaciones, deseos y sueños de la gente. A la fuerza, porque su objetivo es ganar más dinero y no como otros, a quienes no parece importarles pagarlo.

jueves, 5 de marzo de 2015

Bilbao estrena hoja de parra



Antes
Ponen ahora en televisión un anuncio estupendo en el que se pondera "la increíble sensación de venirse arriba". Haya sido por consumir el refresco anunciado o por un calentón propio de ese orgullo de Nuevo Bilbao que nos contagia a todos desde hace unos cuantos años, el caso es que nuestros ediles han decidido ponerse estupendos y hacer borrón y cuenta nueva en relación con la propia historia de la villa, o al menos con la parte de su historia que anda por ahí en reconocimientos, calles, medallas y menciones.
Ahora

Como un Adán redivivo, llamado por Dios a ponerle nombre a todas las cosas, nuestra corporación va a comenzar a contar la historia de nuevo a partir de ahora. A poner y quitar, si no nombres, sí honores, de forma que no se recuerde lo que no se debería recordar y para que el santoral laico de esta ciudad se ajuste a los principios y criterios morales, políticos y sociales de la actualidad que, como todo el mundo sabe, son los correctos, los adecuados y los que, sin la menor duda, perdurarán de aquí al final de los tiempos. No es una idea nueva, ya la tuvo el arquitecto Cayo Julio Lacer cuando hizo grabar en el Puente de Alcántara la leyenda “PONTEM PERPETUI MANSVRVM IN SECULA MVNDI (El puente que permanecerá en pie por los siglos del mundo). No consta con qué se refrescaban entonces los romanos de la Lusitania pero me pongo en lo peor.

Este anticipo bilbainísimo de Juicio Final comenzó hace un año con la retirada de los retratos de los alcaldes y su traslado a una especie de sala de acusados virtual, de donde irán saliendo de uno en uno, inevitablemente los imagino con el carnet en la boca, para que se revise con la lupa democratiquísima del año 2015 que -insisto- es la buena, su trayectoria, su valía personal y particularmente su posible vinculación con el poder durante la dictadura. Que un alcalde pase examen sobre sus relaciones con el poder me parece a mí que es como pedir cuentas a un camionero por andar siempre rondando por carreteras, bares y sórdidos moteles de autopista pero…en fin.

Andamos los vascos muy metidos en problemas con las cosas de la memoria, que se ha convertido en una de nuestras obsesiones de moda. Pero no porque nos falte sino porque me temo que nos sobra. Nos acordamos de tantas cosas: unas antiguas, otras solo viejas y algunas tan insultantemente recientes, que se ha desencadenado una auténtica carrera del olvido, sostenida sobre todo por los que más quieren olvidar y más quieren que los demás olvidemos.

Estos días ando de mudanza, recogiendo, embalando y tirando cosas así que, viendo el espectáculo que me ofrecen las autoridades locales me entran dudas profundas de lo que debería hacer con las fotos de mis abuelos. Tengo la del republicano, urbano y castellanoparlante, cuya familia, aun después de muerto él, sufrió la presión social del franquismo. Y tengo también la del carlista, rural y euskaldun, que por un pelo salvó la vida cuando estuvo detenido en los barcos prisión de la Ría y veía cómo sacaban a otros presos derechistas, como él, que nunca volvieron. Quedo a la espera de recibir la iluminación municipal que me aclare. No se conocieron así que, de momento, los voy a meter juntos en la misma caja de cartón. A ver qué pasa.

domingo, 1 de marzo de 2015

Aquella desgracia en blanco y negro

Foto El Correo

Una ciudad es un ente vivo, dicen algunos que con carácter, no sé yo si con voluntad, pero seguro que con memoria colectiva. Como nos pasa a las personas las ciudades también construyen deliberadamente sus propios recuerdos y, lo mismo que hacemos nosotros, los adornan, pulen y transforman para que el relato de sí mismas que cuentan y que se cuentan sea algo más lucido que la siempre inmisericorde realidad.

La sociedad bilbaína es bastante conservadora, poco amiga de aventuras y es proverbial nuestra capacidad para despotricar, incluso de forma organizada, contra cualquier novedad o cambio en nuestras costumbres y rutinas. Sin embargo, contra toda evidencia, es norma que vayamos por ahí dándonoslas de modernos, emprendedores, dinámicos y cosmopolitas. Si no se ríen de nosotros es porque hemos desarrollado una capacidad asombrosa para subirnos a los trenes de la novedad cuando ya han arrancado, agarrándonos al último vagón con mucha habilidad y sin descomponer el gesto. De esa forma los visitantes, que ignoran nuestra polémicas pacatas, llegan a creerse que todos aplaudimos desde el principio el museo Guggenheim, la transformación de la Alhóndiga, la impepinable necesidad del metro, la belleza de las torres de Isozaki, la elegancia de la de Iberdrola o la innovadora pasarela Pedro Arrupe. Alguien debería quemar las hemerotecas.

Sin embargo cuando la realidad es tremenda, resulta más difícil de adornar, acaso innecesario, y por eso las desgracias grandes se incrustan, duras, en el recuerdo colectivo de las ciudades como episodios que forman las páginas negras que todos tenemos, Bilbao también.

En blanco y negro fueron y siguen siendo las fotografías del accidente del monte Oiz, en el que un 19 de febrero de hace 30 años, murieron 148 personas. Andaremos por la mitad de la población los bilbaínos que recordamos personalmente aquel día. El resto habréis leído alguna vez sobre el asunto pero no se os vendrá a la cabeza cuando aterrizáis en las pistas de Loiu, entonces las de Sondica, e incluso podéis subir al Oiz, ver las antenas y contemplar el paisaje sin que vuestra imaginación se ponga a trabajar irremediablemente tratando de reconstruir el horror en aquella ladera.

El impacto humano fue grande y el impacto social también, sobre todo porque –nos guste o no reconocerlo- lo que golpea a la élite social siempre pesa más en la memoria que las desgracias que asaltan a la gente “del común”. Y entonces viajar en avión no era tan accesible como ahora.

Nuestras dos catástrofes más recientes fueron las inundaciones de 1983 y el accidente de aquel Boeing 727 que venía de Madrid. Todavía hay quienes guardamos ambas bien claras en nuestra memoria. Supongo que con el tiempo todo irá difuminándose y un día estarán estas desgracias en la lista de las históricas, entre las que nuestra villa es campeona en el apartado de aguaduchus.

En la ciudad la lluvia siempre incomoda y poco o nada riega. La ciudad es el espacio humanizado por excelencia, el hogar del ciudadano, el espacio sustraído a la veleidad de la naturaleza, que solo accede a la urbe en espacios tan domesticados como los parques y los mercados de abastos.

Posiblemente sea ese espejismo de control, que nos ciega a los urbanitas, lo que hace que sintamos tan aturdidos cuando un golpe como aquel nos recuerda que seguimos a merced de la casualidad, del accidente y de lo imprevisto mucho más de lo que solemos reconocer.