viernes, 25 de julio de 2014

Cerebro humano vs. Stack Ranking

No se ponen de acuerdo los antropólogos en explicarse la razón por la que unos primates, razonablemente bien adaptados a su ecosistema, se empeñaron en desarrollar un carísimo órgano, el cerebro, que consume él solo en torno al 20% de toda la energía de los individuos que lo poseen. Conocedores de que la evolución solo se produce allí donde las condiciones cambian y obligan a adaptarse a los seres que las sufren, no aciertan los científicos a encontrar qué cambió, qué fue aquello tan importante como para que nuestros antepasados tirasen la casa por la ventana, apostando por cargar con un cerebro tan complejo y derrochador.

Sin poder afirmarlo con absoluta seguridad (como casi todo en ciencia) apuntan a que semejante dispendio solo se podría entender si aquellos seres se tuvieran que haber enfrentado a algo nuevo, omnipresente y asombroso. A una realidad agotadoramente compleja, ante la que no quedó otra opción que esa especie de órdago biológico que llevamos dentro del cráneo.

No fue el clima, ni la dieta, ni la caza. Esa realidad por la que muchos explican una apuesta tan rotunda fuimos nosotros mismos. Fueron las relaciones entre los propios humanos, fue la sociedad liosa y difícil que hemos ido creando, no de hoy, sino desde hace cientos de miles de años, donde cada individuo interrelaciona con los demás a cada instante y en todas las facetas de su vida. Ese parece ser que fue el reto al que tuvimos que enfrentarnos y por el que no nos quedó otra que cargar con este hipercerebro. Albert Camus apuntó en esa misma dirección afirmando: “El infierno existe. Son los demás”.

Sin embargo, como es habitual, todas estas cuitas les resultaron irrelevantes a algunos gurús de la organización empresarial y de los “Recursos Humanos”. Debieron pensar que ¿para qué necesitamos un cerebro si tenemos cuadros, gráficas y tablas de calificación?

Leo ahora acerca de los desastres que en algunas empresas ha causado la aplicación de sistemas supuestamente objetivos (Stack Ranking) para la valoración de las personas que en ellas trabajaban: la cosa consiste en que los empleados se autocalifiquen unos a otros, de forma que quienes obtienen mejores puntuaciones que los demás medran, los normalitos se quedan donde están y los peor calificados se van a la calle. Todo muy objetivo y muy parametrizable, oiga.

Todo, menos una cosa que olvidaron. Y es que los recursos humanos se empeñan en cargar cada uno de ellos con uno de esos complejos y carísimos cerebros a los que me refería. Y acostumbrados como están a lidiar con maridos, esposas, suegras, cuñados, hijos adolescentes y vecinos de la comunidad, lo de adaptarse al nuevo sistema de evaluación resultó pan comido. Solo que a lo que dedicaron las neuronas aquellos espabilados Recursos Humanos a los que se pretendía juzgar, fue a salvarse del sistema y no a mejorar los resultados de la empresa. La colaboración desaparecía y la competencia no se dirigía al mercado sino al compañero de mesa. El resultado es que, tras el destrozo, grandes empresas como Microsoft, Enron, Motorola y otras han tenido que desmontar a toda prisa el bonito sistema de clasificación de las personas en listas y tontas porque se les iba por el desagüe la rentabilidad que les prometió alguien que creía que el único cerebro era el suyo y que, obviamente, no era el más listo.

Millones de años de evolución han hecho la inteligencia humana muy compleja, muy retorcida, muy creativa y muy poco previsible. Solo así son posibles cosas como el arte, la generosidad, la tortura, el amor, la envidia, la curiosidad, el teatro... entre otras. Tratar de medir todo lo que somos es una tentación absurda y signo de poca inteligencia. No hay cesta que contenga nuestra creatividad, tan absurda como irresistible. Ya lo decía Javier Krahe, aunque en referencia a un órgano distinto al cerebro: “Es mísero, sórdido y aun diría tétrico, someterlo todo al sistema métrico”. Si no lo conocen escúchenlo, Es divertido, lleno de matices, dobles sentidos y expresiones equívocas. Inteligente en definitiva.



sábado, 19 de julio de 2014

La imposible unidad de la izquierda


El PSOE ha celebrado elecciones y sus militantes han escogido, en urnas secretas, a su máximo dirigente. Casi al instante los opinadores que se arrogan para sí mismos la condición de legítimos (y únicos) representantes de “la izquierda” han deplorado el resultado de la elección y alguno, en pleno calentón, el proceso mismo.

Parece que los votos directos, secretos y personales, la máxima expresión democrática posible, solo les vale si el resultado final es el que ellos desean. Y lo más asombroso es que tras hincharse a exigir democracia a los socialistas, con ínfulas de predicadores, no les asalta la menor intranquilidad al ver que la gente vota distinto a lo que a ellos les gustaría. No se les mueve un pelo, ni se les tambalea una idea. Oiga!

Cuando el verdadero ejercicio de la democracia determina otra cosa distinta a sus democráticos deseos, le hurtan instantáneamente tal condición de democrático, que es virtud que parece que solo podría ser "otorgada" por ellos. Recuerdan enseguida al Napoleón de Orwell y su "Animal Farm".

Yo, que soy tan demócrata -parecen pensar- exijo que democráticamente se decida lo que yo quiero, ya que de otro modo la decisión no podrá ser democrática, al no corresponderse con lo que piensa alguien tan demócrata como yo.

No se ría. Hay mucha gente en la izquierda que considera que ser demócrata es ser de los suyos. Y, además, que ser de los suyos es la única forma de ser “de izquierda de verdad”.

Porque hay que reconocer que en una cosa sí que tiene esta izquierda tan rocosa éxito indiscutible: en su habilidad para hacerse con el grial de la autenticidad. La ventanilla de reparto de carnets de izquierdista auténtico y el púlpito desde el que arrojar admoniciones a los felones socialdemócratas les han funcionado siempre a pleno rendimiento. Ahora incluso lo hacen por internet.

Quizás en compensación por la gran ventaja de esta izquierda auténtica en el debate ideológico, la socialdemocracia, esa otra izquierda así como dubitativa, es la que suele contar con un apoyo popular incomparablemente mayor, que le permite, con el tiempo, hacer cambios políticos profundos desde el poder y el Boletín Oficial.

No deja de asombrar el contraste entre la tibia consideración que la socialdemocracia suele tener acerca de sí misma y el orgullo y seguridad con que la izquierda revolucionaria se muestra. Más aún cuando la primera tiene en su haber la gran revolución que en Europa acabó con la miseria de los humildes y creó esas clases medias tan odiadas por los esencialistas, mientras que las certezas de la izquierda auténtica e irreductible tienen el dudoso honor de estar en el origen de algunos de los regímenes más espantosos y de las tiranías más atroces contra sus camaradas trabajadores.

Decía Bertrand Russell que “El gran problema del mundo es que los fanáticos están siempre seguros de sí mismos, mientras que las personas sabias están llenas de dudas”. Seguramente tenia razón también en esto.

Lo que hace imposible el mito de la unidad de la izquierda es la pretensión ruidosa de los menos de que seamos siempre los más quienes nos movamos hasta donde ellos nos dicen.

Por eso creo que es mejor que aceptemos de una vez que tal unidad de la izquierda nunca se producirá, que lo más que cabe esperar es que haya trasvases de votos entre la socialdemocracia grande, institucional y útil y la izquierda auténtica, esencialista y periférica. Algunas veces la marea llenará los caladeros de la primera y otras, como ahora, llevará el apoyo hacia los de la izquierda más radical. Es ley de vida pero el mito de la unidad de la izquierda nunca se cumplirá. Cuanto antes lo entendamos, mejor.

Lo que sí resulta muy conveniente es que la socialdemocracia se quite un poco los complejos. La cosa está muy mal pero, por ahora, en España el único partido que ha puesto en marcha una renovación democrática profunda, dando la palabra uno a uno a sus afiliados, ha sido el PSOE. Veremos hasta dónde llega, pero de momento ya ha arrancado, y los defensores de la “auténtica democracia” ya la han condenado, como cabía imaginar.