miércoles, 23 de noviembre de 2016

Los iluminados reivindican su inhumanidad


Lo que distingue a los iluminados de los ilustrados es la certeza. Mientras estos buscan la verdad en medio de un mundo que saben lleno de sombras, de ignorancias, de desconocimiento y lleno también de errores propios y ajenos, aquellos simplemente saben cómo son las cosas. No pierden su tiempo ni su esfuerzo en buscar la verdad puesto que ya la tienen y no necesitan buscar más.

Las explicaciones de los ilustrados tratan de elevarse desde la ignorancia para llegar al conocimiento y aún así siempre van cargadas de incómodas dudas. Nada que ver con los argumentos de los iluminados que descienden rápidos y ágiles desde LA VERDAD para adoctrinar sobre las miserias de una realidad que no tiene, ni puede tener, secretos para ellos.

Pero la certeza es un arma tan poderosa como exigente: no permite titubeos, no acepta el matiz, gusta de la simplicidad y exige fidelidad total. Si LA VERDAD es más valiosa que la propia vida de quienes la poseen no digamos de la de aquellos que, tercos, se niegan a abrazarla.

Los ideólogos de LA VERDAD no solo pueden sino que deben manifestarse inflexibles y no perder ni una sola ocasión de remarcar públicamente su valor auténtico, su fuerza y su frescura frente a los despreciables y blandos ignorantes que aún dudan, que aún creen legítimo el punto de vista del otro, que entienden sus motivos, sus debilidades o simplemente su humanidad.

Por eso, cuando fallece una persona que se sentaba a su lado, fuera cercana o adversaria, los imperfectos y titubeantes ilustrados manifiestan dolor, mientras los iluminados perfectos aprovechan para no hacerlo.

jueves, 17 de noviembre de 2016

Ya no basta con preguntar


Los historiadores no pueden entrevistar a los muertos así que tienen que apañárselas mediante fórmulas diferentes para investigar y descubrir cómo eran las sociedades objeto de su estudio, sus costumbres, modos de vida y hasta sus sentimientos.

Uno de ellos, el neoyorkino Allan Lichtman, es profesor de la American University y ha desarrollado un método para predecir los resultados electorales de su país mediante un cuestionario de 13 sencillas preguntas que hace no a la gente sino a la realidad, como buen historiador.

Lichtman ha analizado detalladamente todas las elecciones americanas desde 1860 y parece que su método, el que se valoran los resultados de elecciones intermedias, si el candidato repite o no y otras cuestiones, funciona bastante bien para predecir el resultado.

Por supuesto acertó en la elección de Trump pero, sobre todo, también lo hizo en todas las elecciones anteriores de los últimos 32 años. Algo tendrá este agua…

En medio del creciente descrédito de los sondeos políticos, el sistema de Litchman mueve a reflexión. No se trataría, claro, de desechar la fórmula de preguntar a las personas vivas pero sí de reflexionar sobre la posibilidad de que el sistema actual de sondeos políticos deba adaptarse a una sociedad desensibilizada por el uso y abuso de encuestas.

Del mismo modo que las autoridades sanitarias se muestran preocupadas por la amenaza de una creciente ineficacia de los antibióticos, tras décadas de uso masivo y útil, tal vez los sociólogos deban empezar a pensar en que para saber lo que piensa la gente ya no basta con ir y preguntar. Porque puede que no les digan toda la verdad, oculten parte de ella, se hagan los distraídos o directamente mientan, que todo puede ser.

No sería extraño que el abuso sea una de las causas de que se nos estén mellando la herramientas demoscópicas. Todos los medios, del más prestigioso al más militante, nos atizan con sondeos a cada poco. Las redes sociales, que todo lo amplifican y aplanan, ayudan a que los rebotemos y les demos difusión cuando nos gustan o nos sirven sus predicciones. Así, de la mano de nuestros amigos y seguidores y ayudados por la tecnología que selecciona en base a nuestros gustos, reforzamos las mismas cosas, las mismas ideas e idénticas concepciones o creencias, llegándonos a creer que nuestro mundillo es “el mundo”. Los twiteros piensan que todo gira en torno al pajarito azul, donde hay millones de personas compartiendo lo que les gusta pero también hay otros muchos millones de personas que… no están.

La prensa seria, que se lee sobre todo a sí misma, también cae en el espejismo de pensar que ocupa el espacio central de la plaza pública, cuando cada vez está más en la periferia; la buena, la fetén, la prestigiosa, pero la periferia al fin.

Un sondeo que no atina no es relevante pero cuando ningún sondeo acierta es la demoscopia la que amenaza con dejar de servir. Quizás se trate de volver a revisar los sistemas de exploración, de entender que vivimos una sociedad compleja, cambiante, muy espectacularizada, en la que las mismas encuestas son a menudo parte del mismo estruendo que no deja escuchar.

El ejemplo de Lichtman puede ser una más de las muchas ventanas nuevas que la sociología tendrá que ir abriendo para mirar una realidad más polifacética que nunca y, de esa forma seguir sirviendo como herramienta para entendernos a nosotros mismos, porque está visto que ya no basta con preguntar.

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miércoles, 9 de noviembre de 2016

Una economía yonki


Cuando se habla de drogas y adicciones, se apuntan con tanta vehemencia sus efectos adversos que parece olvidarse que el consumo de tóxicos tiene a corto plazo efectos muy interesantes. De otro modo, nadie los utilizaría. La intensa euforia del momento es lo que anima a sus consumidores, que olvidan cuidadosamente las consecuencias de tales usos.

Por eso sorprende tanto que cuando se trata de economía ocurra justo lo contrario: que se ponderan las virtudes de la adicción a conductas peligrosas y se ocultan por completo sus consecuencias a medio y largo plazo, como si no existieran.

Mientras que a nadie se le ocurre alabar la sensación de bienestar del drogadicto recién chutado, no faltan quienes aplauden las medidas económicas, fiscales y las actuaciones empresariales que están haciendo repuntar los datos económicos, que están incrementando la competitividad, que están haciendo que baje el paro…y que nos matarán.

Estas son solo algunas de las conductas tóxicas a las que nos estamos habituando:
  • El empobrecimiento de los trabajadores
Tener ingenieros a precio de administrativos, administrativos a precio de recadistas y becarios gratis es estupendo, mientras te duren. El riesgo es que su compromiso personal con la empresa sea equitativo con el que ésta muestra hacia ellos. Es decir nulo. En tales condiciones tu competencia tal vez únicamente necesite pagarles el abono transporte que tú les niegas para que te dejen, se vayan con un buen conocimiento de tus debilidades y se conviertan en tus enemigos. Ay!
  • La precarización del empleo
Comodísima ventaja, que ayuda a que los costes laborales se ajusten a la facturación con enorme agilidad, a veces hasta en tramos de 60 minutos. Solo que combinada con el empobrecimiento va destruyendo la esperanza de tener algún futuro para las personas jóvenes, que reaccionan ante ello de forma perfectamente lógica y prudente: no iniciando proyectos vitales, no teniendo hijos y consumiendo a corto plazo o incluso al día: Turismo, ocio, vehículos y tecnología sí, pero ni casas, ni inversiones, ni por supuesto ahorro. Cuando llegue el invierno demográfico y de consumo… ya veremos.
  • La movilidad instantánea
Los trabajadores más espabilados aprenden idiomas, viven de alquiler y procuran no tener cargas familiares, de forma que las empresas pueden trasladar fácilmente su mano de obra más valiosa a cualquier lugar del mundo. Menudo chollo. Hasta el día en que, no tu jefe de compras que tiene un contrato excelente, sino la chica que realmente hace su trabajo por 18.000 al año te dice, “el lunes ya no vengo, me voy a Singapur” y todo se va al garete ¡Esa movilidad!
  • La productividad suicida
Recordemos que la productividad es la relación entre lo obtenido y los recursos utilizados para lograrlo. Por tanto puede mejorarse de tres formas:
  1. Creando más valor con el mismo empleo o salario.
  2. Haciendo lo mismo de siempre con menos trabajadores y/o peor pagados
  3. Haciendo las cosas algo peor pero pagando muchísimo menos.
Cuando se habla de productividad se intenta que creamos que solo hablamos de la primera elección, cuando la realidad es que nuestra innegable mejora competitiva como país se asienta sobre todo en la segunda y mucho en la tercera. Las consecuencias a largo son obvias.
  • El microlargo plazo
El plazo es la clave. Como les pasa a todos los yonkis, lo único que importa a nuestro sistema es lo inmediato. La prisa por ganar dinero lleva a muchas empresas a creerse de verdad que uno dos años es hablar a largo plazo. Por tanto es imposible que tomen decisiones estratégicas cabales ya que son incapaces de comprender ciclos que no sean los que les marcan sus accionistas más impacientes.
  • La gorilización
Antes de proceder a la robotización es preciso estandarizar los procesos y no sería esa una mala elección desde el punto de vista competitivo. Lo malo es que nos quedemos a medias, como nos pasa. Con un empleo tan flexible y barato y visto que los robots no los regalan, la robotización se está quedando en simple gorilización: trabajadores baratos sin más formación que la que necesitan para cumplir el manual. El talento deviene así en defecto, por caro y por reacio a ajustarse a los procedimientos, cuyo traslado mimético desde la industria a los demás campos de la economía productiva ha mejorado algunas cosas pero resulta una catástrofe para la creatividad.


Además de estas decisiones y otras conscientes y propias, la economía española ha recibido otro auténtico “chute” de la mano de la política monetaria europea y del buen precio del petróleo. Nuestros indicadores mejoran, sin duda, y el Gobierno los airea orgulloso. El problema es que esta recuperación está trayendo consecuencias muy serias en la vida del cuerpo social y laboral de España y que, de seguir por este camino, para mantener este “colocón competitivo” las dosis de desigualdad y de empobrecimiento que va a hacer falta aplicar a los trabajadores necesariamente habrán de crecer, mientras los resultados serán cada vez menos espectaculares y duraderos ¿les suena?. Pasa siempre. Pregúntele, si no a ese chico tan delgado que parece que duerme en el banco del parque. Él sabe.

Publicado en el diario norte.es el 9 de noviembre de 2016