miércoles, 9 de noviembre de 2016

Una economía yonki


Cuando se habla de drogas y adicciones, se apuntan con tanta vehemencia sus efectos adversos que parece olvidarse que el consumo de tóxicos tiene a corto plazo efectos muy interesantes. De otro modo, nadie los utilizaría. La intensa euforia del momento es lo que anima a sus consumidores, que olvidan cuidadosamente las consecuencias de tales usos.

Por eso sorprende tanto que cuando se trata de economía ocurra justo lo contrario: que se ponderan las virtudes de la adicción a conductas peligrosas y se ocultan por completo sus consecuencias a medio y largo plazo, como si no existieran.

Mientras que a nadie se le ocurre alabar la sensación de bienestar del drogadicto recién chutado, no faltan quienes aplauden las medidas económicas, fiscales y las actuaciones empresariales que están haciendo repuntar los datos económicos, que están incrementando la competitividad, que están haciendo que baje el paro…y que nos matarán.

Estas son solo algunas de las conductas tóxicas a las que nos estamos habituando:
  • El empobrecimiento de los trabajadores
Tener ingenieros a precio de administrativos, administrativos a precio de recadistas y becarios gratis es estupendo, mientras te duren. El riesgo es que su compromiso personal con la empresa sea equitativo con el que ésta muestra hacia ellos. Es decir nulo. En tales condiciones tu competencia tal vez únicamente necesite pagarles el abono transporte que tú les niegas para que te dejen, se vayan con un buen conocimiento de tus debilidades y se conviertan en tus enemigos. Ay!
  • La precarización del empleo
Comodísima ventaja, que ayuda a que los costes laborales se ajusten a la facturación con enorme agilidad, a veces hasta en tramos de 60 minutos. Solo que combinada con el empobrecimiento va destruyendo la esperanza de tener algún futuro para las personas jóvenes, que reaccionan ante ello de forma perfectamente lógica y prudente: no iniciando proyectos vitales, no teniendo hijos y consumiendo a corto plazo o incluso al día: Turismo, ocio, vehículos y tecnología sí, pero ni casas, ni inversiones, ni por supuesto ahorro. Cuando llegue el invierno demográfico y de consumo… ya veremos.
  • La movilidad instantánea
Los trabajadores más espabilados aprenden idiomas, viven de alquiler y procuran no tener cargas familiares, de forma que las empresas pueden trasladar fácilmente su mano de obra más valiosa a cualquier lugar del mundo. Menudo chollo. Hasta el día en que, no tu jefe de compras que tiene un contrato excelente, sino la chica que realmente hace su trabajo por 18.000 al año te dice, “el lunes ya no vengo, me voy a Singapur” y todo se va al garete ¡Esa movilidad!
  • La productividad suicida
Recordemos que la productividad es la relación entre lo obtenido y los recursos utilizados para lograrlo. Por tanto puede mejorarse de tres formas:
  1. Creando más valor con el mismo empleo o salario.
  2. Haciendo lo mismo de siempre con menos trabajadores y/o peor pagados
  3. Haciendo las cosas algo peor pero pagando muchísimo menos.
Cuando se habla de productividad se intenta que creamos que solo hablamos de la primera elección, cuando la realidad es que nuestra innegable mejora competitiva como país se asienta sobre todo en la segunda y mucho en la tercera. Las consecuencias a largo son obvias.
  • El microlargo plazo
El plazo es la clave. Como les pasa a todos los yonkis, lo único que importa a nuestro sistema es lo inmediato. La prisa por ganar dinero lleva a muchas empresas a creerse de verdad que uno dos años es hablar a largo plazo. Por tanto es imposible que tomen decisiones estratégicas cabales ya que son incapaces de comprender ciclos que no sean los que les marcan sus accionistas más impacientes.
  • La gorilización
Antes de proceder a la robotización es preciso estandarizar los procesos y no sería esa una mala elección desde el punto de vista competitivo. Lo malo es que nos quedemos a medias, como nos pasa. Con un empleo tan flexible y barato y visto que los robots no los regalan, la robotización se está quedando en simple gorilización: trabajadores baratos sin más formación que la que necesitan para cumplir el manual. El talento deviene así en defecto, por caro y por reacio a ajustarse a los procedimientos, cuyo traslado mimético desde la industria a los demás campos de la economía productiva ha mejorado algunas cosas pero resulta una catástrofe para la creatividad.


Además de estas decisiones y otras conscientes y propias, la economía española ha recibido otro auténtico “chute” de la mano de la política monetaria europea y del buen precio del petróleo. Nuestros indicadores mejoran, sin duda, y el Gobierno los airea orgulloso. El problema es que esta recuperación está trayendo consecuencias muy serias en la vida del cuerpo social y laboral de España y que, de seguir por este camino, para mantener este “colocón competitivo” las dosis de desigualdad y de empobrecimiento que va a hacer falta aplicar a los trabajadores necesariamente habrán de crecer, mientras los resultados serán cada vez menos espectaculares y duraderos ¿les suena?. Pasa siempre. Pregúntele, si no a ese chico tan delgado que parece que duerme en el banco del parque. Él sabe.

Publicado en el diario norte.es el 9 de noviembre de 2016




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