La pieza con botones del frente era lo más. ¡Un control remoto! |
Si tiene cierta edad tal vez recuerde aquellos grandes contestadores automáticos, provistos de dos cintas magnetofónicas paralelas, que adornaban las casas de personas modernas y activas; aquellas que no querían perderse ni una llamada ni un negocio.
Pues el martes fui víctima de un artilugio similar pero de funcionamiento opuesto: Era un llamador automático. Un chisme que me llamaba él a mí, como si se tratase de un absurdo traído al mundo real desde el otro lado del espejo de Alicia.
Sonó el teléfono en casa y al descolgar una grabación me retuvo indicándome, entre otras extravagancias, que estaba hablando con mi asesor de telecomunicaciones. Eso dijo: “mi asesor”. Esperé unos momentos y una teleoperadora se presentó preguntándome con quién estaba hablando. Naturalmente mi respuesta fue preguntar con quién estaba hablando yo, ya que no sabía que hubiese contratado ningún asesor de telecomunicaciones personal. Pero la única respuesta fue que me iba a explicar -a la hora de comer- unas supuestas ofertas en telefonía.
La maquinita diabólica que me había llamado no era, por supuesto, una creación onírica de Lewis Caroll, sino que tenía la función, bien pedestre, de asegurarle a la operadora que al otro lado de la línea había ya alguien esperándola antes de ponerse ella misma al teléfono. De esta forma su empresa ganaba tiempo a base de hacérmelo perder a mí. Parece increíble pero fue tal y como lo cuento.
Dicen que la buena educación es la grasa que hace que la sociedad no chirríe, que alivia los roces, evita conflictos y es lo que impide que, en última instancia, nos matemos unos a otros. Puede que no sea tanto pero es seguro que para vender algo la primera condición es no despreciar al cliente, que no nos hagan ver que su tiempo vale más que el nuestro.
Lo peor de esas prácticas es que se aprovechan innoblemente de la buena educación de la gente, que nos impide mandar a paseo a una teleoperadora que no tiene culpa. Consciente de ese abuso yo sí lo hice, y con toda rotundidad. Pobre chica.
Publicado en Danok Bizkaia el 24 de febrero