lunes, 20 de abril de 2015

Eso no me lo dices tú en la calle


Ya ha empezado el desfile de declaraciones del caso Kutxabank y la cosa promete tener recorrido. Por supuesto que con el término “recorrido” no pongo en cuestión el que sin ninguna duda será el final para los acusados desde el punto de vista de su imagen y de su prestigio social: En ese aspecto están ya tan muertos como Fernando López Aguilar, o Rodrigo Rato ¡Faltaría más!

Lo que empieza ahora es el juicio “jurídico”. El juicio social ya se ha producido, ya se terminó y ya hubo sentencia: de culpabilidad, por supuesto, como pasa en todos los juicios que se hacen fuera de las salas, en los titulares y en las barras de los bares. Eso es agua pasada.

Al juicio “jurídico” le corresponde en todo caso aportar un poco más de espectáculo y, por lo visto, apunta a que no va a defraudar. De momento en sus declaraciones el anterior presidente, Mario Fernández, ha dicho que no olvida y que no acostumbra a “dejar heridos”, una expresión cuasi tabernaria que anuncia jugosas sesiones en el palacio de los Jardines de Albia.

Mikel Cabieces, acusado, ex delegado del Gobierno en Euskadi y ahora militante socialista en suspensión aérea, lo mismo Juan Fernando López Aguilar, también hizo unas declaraciones en su día de gran impacto.

Esto empieza a parecerse a una de esas películas del Oeste en las que la amenaza de una pelea tumultuaria en el Saloon sacaba a los parroquianos a la calle, entusiasmados ante la perspectiva. Lástima que no haya en torno al juzgado abrevaderos de esos en los que siempre acababa alguno de los contendientes.

Ahora parece que el abogado acusado sí que trabajaba, que el bufete de abogados sí se había hecho cargo de trabajos adicionales a los habituales, trabajos relacionados con las fusiones y adquisiciones de Kutxabank que de haberse dejado a su aire hubiesen supuesto para la entidad riesgos de decenas de millones de euros. Ya se habla de complot y de falsos informes de auditoría.

La caja supuestamente estafada no se ha presentado como acusación pero los declarantes no dudan de que su mano (como la del aldeano) está escondida tras la piedra arrojada.

Puede que el resultado del juicio reporte nuevas acusaciones públicas que supongan la condena social de más personas, de forma que se alimente así la maquinaria del descrédito de todas las instituciones que desde hace unos años hemos puesto en marcha en España con gran éxito de crítica y público.

Lo que es seguro es que de este caso, como de tantos otros parecidos, no va a salir nadie bien, ni los ya condenados de facto por la opinión pública, ni los que a partir de ahora sean acusados (y condenados igualmente) ni tampoco la propia Administración de Justicia, que puede que se vea obligada a declarar inocente a alguien o a cerrar el caso sin culpables, lo que clavaría otra punta en el ataúd de su ya deteriorada consideración social.

Al menos en el Oeste, cuando acababa la pelea solía haber whisky gratis en la barra pero aquí ni eso.

lunes, 13 de abril de 2015

Extramuros de la OTA


Las antiguas ciudades medievales siempre disponían de sus correspondientes arrabales, una palabra procedente del árabe hispano que designaba el caserío que surgía fuera de los núcleos urbanos, constreñidos entonces por gruesas murallas defensivas.

Vivir en el arrabal no era plato de gusto, ciertamente. Allí iban a parar las clases más humildes que, aunque viviesen más aliviadas de la maloliente insalubridad de las atestadas villas, a cambio se veían sometidas al descrédito social y, lo que es peor, a la fácil degollina de cualquier atacante de los muchos que había. Que las murallas no se construían por gusto.

Nuestra calle Ronda, en cuyo número 16 nació Unamuno, el bilbaíno más universal (con perdón), no se llama así en recuerdo de las costumbres txikiteras ni tampoco en honor de los mozos que cortejaban a sus amadas sino que era justamente la calle que separaba la muralla de Bilbao de las primeras casas y por la que los centinelas hacían la ronda de vigilancia.

Aunque las murallas sean un recuerdo de hace siglos, otras fronteras menos imponentes pero igualmente ciertas han venido a sustituirlas. Hoy para sentirse arrabal puede bastar con no tener metro (de ahí la pelea de los vecinos de Rekalde) o, en estas últimas semanas, estar al otro lado de la impalpable muralla que, como torres tecnológicas, forman las canceladoras de la OTA. Es lo que está pasando en La Peña.

La OTA también comenzó, lo recuerdo bien, por las zonas urbanas de más prestigio y también recuerdo que en su inicio la zona “afectada” era tan pequeña que los vigilantes daban más que abasto para cubrir sus exiguas rutas, de modo que era cuestión de un minuto que te multasen si no tenías al punto aquellos papeles que se vendían en los estancos y que había que agujerear con la llave del coche. El resto de la ciudad respiró entonces aliviada al no verse sometida a aquella incómoda exacción, hasta que comprobó con espanto que los coches expulsados del elegante Ensanche empezaban a repartirse y saturar sus propias calles.

El sentimiento arrabalero, como de marginado, de vecino “de segunda” pareció reverdecer hasta que la frontera del ticket se fue extendiendo y los ánimos se calmaron. Pagando, eso sí.

Pero se equivocaban quienes creyeron que la periferia quedaría a salvo de la marea de aparcadores. Bilbao no es tan extenso y pronto los barrios a los que se iba acercando la normativa vieron sus calles atestadas de vehículos de desconocidos.

Por fuerza la cosa tenía que ir a peor porque, obviamente, no es lo mismo repartir los coches de una única zona prohibida entre otras muchas libres que amontonar los de muchas prohibidas en una sola libre. Doy fe de que la extensión de la OTA a San Adrián, Miribilla y Zabala ha causado gran contento y de que ahora se aparca allí como en las películas americanas (de frente y sin maniobrar) pero los vecinos del barrio de La Peña, ya de por sí estrecho de espacio, se han visto auténticamente inundados y se ha exacerbado su sentimiento de ser los marginados que viven en el arrabal medieval de una ciudad de titanio que les arroja, inmisericorde, lo que a ella le sobra y le incomoda.

Mal asunto este de tomar decisiones brillantes y populares sin valorar las peligrosas consecuencias secundarias que conllevan. El problema es que la política se ha malacostumbrado a que el largo plazo sea el escaso tiempo que hay entre una convocatoria a las urnas y la siguiente. Ya da igual incluso que se trate de municipales, autonómicas, forales, generales o europeas. Nuestros líderes brincan de una a otra elección, empapados de encuestas, como si atravesaran un río tumultuoso saltando entre sus piedras y, claro, con tanta adrenalina puesta a ver quién va a atreverse a señalarles los efectos secundarios de una vida tan apresurada. Bueno, quizás lo hagan los vecinos de La Peña.

Publicado en eldiarionorte.es el 13 de abril de 2015

lunes, 6 de abril de 2015

Las ciudades que importan

Poder adquisitivo

De vez en cuando conviene mirarse con ojos ajenos, con unos que no estén ya cegados por nuestras propias rutinas, que a nosotros nos impiden ver aquello que para los demás resulta perfectamente obvio.

Hay quien lo hace yendo al psicólogo, otros acuden al confesionario y están los que tiran de los amigos. Todos hacen bien, sin duda. Lo importante es tratar de evitar que nos pase como a los peces, que no ven el agua.

Mi amigo Juan Carlos es cordobés y hace ya muchos años que viaja a menudo a Bilbao por motivos laborales. Como tanta gente que nos visita, Juan Carlos aprecia y valora la transformación que ha experimentado nuestra villa y ha sido testigo de los muchos cambios de Bilbao. Estos días me señalaba que una de las cosas que ha visto cómo cambiaba es la consideración que los bilbaínos tenemos de nuestra propia ciudad que, curiosamente, le parecía que no ha ido a más con el éxito de Bilbao, sino a menos.

“Somos una ciudad mediana, cómoda, accesible”…“todo está bastante cerca”…”no somos para tanto”… Son ideas que –me dijo- nos ha escuchado a varios y diferentes de sus amigos bilbaínos y que no por ser ciertas le dejaban de sorprender. “En otro tiempo no había bilbaíno -insistía- que no defendiese que erais casi la capital del mundo”. Es verdad que hoy seguimos haciendo esa clase de chistes pero son eso: chistes.

No sabría decir si esa modestia es o no un defecto. Supongo que hoy viajamos más y eso nos ayuda tanto a apreciar las muchas virtudes de la villa como a atinar mejor nuestro tamaño e importancia relativa. Lo que tampoco está mal.

Aunque Bilbao y los municipios de la Ría lograron superar la crisis industrial, el esfuerzo que nos costó levantarnos dio tiempo suficiente a otras ciudades para que nos alcanzasen. Hoy ya no estamos en el podio de las ciudades españolas, a lo más en un lugar digno del pelotón. Somos la décima en población y estos días hemos sabido que Madrid nos ha superado en el ranking de salarios más altos, un trofeo que muy pocos reconocerían en su cuenta corriente pero que parece que estadísticamente nos mantenía arriba.

Si a eso añadimos esa tendencia que últimamente nos asalta de querer convertirnos en una confortable ciudad de provincias: sin ruido, sin noche, sin botellón, sin riesgos…y, encima, con pocos niños que anden por ahí incordiando, ya tenemos casi todo el equipaje necesario para ir abandonando el centro del escenario, que es donde pasan las cosas.

El éxito que nos reconocen en la transformación de la ciudad ha llegado a mucha velocidad, tanta que no nos ha permitido disipar aún nuestra nostalgia de urbe referente, dinámica, sucia y rica. Estamos mejor ahora; seguro, pero parece como si echásemos de menos, si no la carbonilla, sí algo del empuje y del brío que tuvimos como ciudad industrial y que parece que siguiésemos añorando.

El próximo mes de mayo escogeremos nuevos ediles y, como a los soldados a los que el valor se les supone, a estos y estas habrá que suponerles inteligencia para percibir cuáles son los nuevos retos a los que se enfrenta la ciudad que quieren gobernar y también capacidad para correr riesgos, incluso los electorales, que son los más dolorosos pero los más necesarios cuando se trata de liderar a largo plazo y no de obtener aplausos a corto.

Mi amigo cordobés no es psicólogo, y menos aún confesor, pero me ha servido para comprobar que no soy yo solo el que vive este momento de nuestra ciudad con una mezcla de orgullo por lo que se ha hecho bien y desazón por no saber bien si estamos acertando en el camino para seguir en el grupo de las ciudades que importan. Estamos a tiempo…supongo.