lunes, 21 de abril de 2014

Un nuevo consenso sobre el euskera

Uriarte y Baztarrika. Foto EFE

La V encuesta sociolingüística que recientemente presentaron públicamente la consejera Cristina Uriarte y el viceconsejero Patxi Baztarrika ha dado lugar a bastantes comentarios, muchos de ellos en la línea habitual de resaltar los indudables avances del euskera y la mucha importancia de la acción de los poderes públicos en su progresión.

Sin embargo en esta ocasión hay alguna novedad destacable. El propio estudio señala dificultades inesperadas que se refieren no al conocimiento del idioma sino a su uso en el ámbito privado, donde parece ser que el euskera no avanza en proporción al gran incremento del número de sus hablantes. Incluso hay un dato que ha llamado poderosamente la atención: el descenso porcentual de su uso en el hogar por parte de las personas que lo tienen como lengua materna (euskaldunzaharrak). Sorprendentemente en el espacio que fue durante siglos su refugio, el euskera no avanza sino que retrocede, y así lo ha destacado el viceconsejero.

El estudio muestra claramente que estamos entrando en una nueva etapa. El propio Baztarrika, que no es ningún indocumentado en este aspecto, ha dado en el clavo al concluir que "el futuro del euskera se encuentra, hoy mas que nunca, en nuestras manos". Efectivamente, esta expresión no solo es una llamada a la acción sino, sobre todo, es la constatación de que las posibilidades de tutela de los poderes públicos hacia el idioma empiezan a alcanzar su límite: el ámbito privado, donde la acción administrativa no puede llegar y donde lo que actúa es la voluntad libre de las personas.

El punto de inflexión al que nos estamos acercando no es en absoluto producto de ninguna crisis agónica de supervivencia del idioma como pretenden los muchos partidarios de mantener al euskera en permanente estado de excepción sino, todo lo contrario, es resultado del éxito en el crecimiento del número de sus hablantes, de su relativa normalización y de la aparición consiguiente de un nuevo escenario muy distinto al que existía cuando la actual política lingüística dio sus primeros pasos a partir de aquellos consensos originarios.

Todo es ahora mucho más complejo que entonces. De entrada el euskera ha abandonado la peligrosa situación en que se encontraba hace 30 años, cuando existían dudas fundadas sobre su continuidad. La urgencia percibida entonces allanó muchos obstáculos y facilitó acuerdos, sin embargo ese escalón está ahora superado con creces. No solo eso sino que la política lingüística ha logrado que hoy haya cientos de miles de nuevos vascohablantes, que el idioma se haya reforzado allí donde ya se hablaba y que haya ganado presencia en otros muchos espacios geográficos, culturales y educativos de los que estaba completamente ausente hace tres décadas. Ni que decir tiene que su presencia en entornos formales (sobre todo aquellos en los que la Administración Pública tiene poder) es incomparable con la de aquellos momentos.

El sistema educativo, clave en este éxito, está volcado en favor de la educación en euskera y son centenares de miles las familias castellanoparlantes que han (hemos) renunciado a que nuestros hijos estudiasen en su lengua materna para que lo hicieran en aquella que en casa desconocíamos. Precisamente una de las personas que han recordado y destacado en ocasiones esta actitud es el propio señor Baztarrika que, como digo, no es nuevo en estas lides.

La situación sí que es nueva, y mejor. Por tanto, la política lingüística debe ser también objeto de revisión para que se adapte a la realidad actual y no siga respondiendo a la que fue pero ya no es.

Del mismo modo que los bomberos cuando deben intervenir en un edificio no actúan de la misma forma en que lo hacen los interioristas, el consenso que ahora necesitamos sobre el euskera debe ser mucho más fino, más de pincel que de brocha. Superada la emergencia lo que necesitamos es un acuerdo que tenga en cuenta los detalles complejos de la realidad actual y que sea capaz, además, de definir un objetivo compartido.

Esto de definir el objetivo hacia el que nos dirigimos es, ciertamente, una asignatura pendiente. Nunca lo hicimos. Había demasiada prisa. Lo importante era empezar a andar en la preservación del euskera y quedó para otro momento definir cual iba a ser exactamente el destino final.

Es a causa de esa indefinición sobre a dónde queríamos llegar por lo que ahora nos resulta tan difícil el acuerdo sobre si la política lingüística ha sido un éxito o un fracaso. Si bien el idioma está ahora fuera de peligro también es cierto que ese era solo un primer objetivo y que quienes diseñaron la política lingüística y los modelos educativos pretendían alcanzar cotas muchísimo más ambiciosas. Eso sí: nunca hemos sabido bien cuáles. De forma que lo que la última encuesta nos muestra no podemos decir si es un gran éxito, un motivo de moderada satisfacción o un fracaso. Tan aficionados como hemos sido los vascos a documentar los objetivos, a los procedimientos, la calidad y las certificaciones varias, choca que hayamos dejado al euskera fuera de estas disciplinas pero así ha sido y al no haber establecido el destino, no podemos saber cómo de cerca o de lejos estamos ahora de él.

Ha dicho la Consejera que "el euskara debe ocupar el lugar que le corresponde en un entorno de bilingüismo equilibrado" (sic). Y eso, ¿qué es exactamente lo que significa? ¿que toda la población debe ser diestra en el manejo de ambas lenguas por igual? Si ese fuera el objetivo, que no lo sé, vamos mal. Sería la primera sociedad que ya cuenta con una lengua franca y que, sin embargo, añade a ella una segunda. Es decir, estaríamos frente a un objetivo muy difícil de lograr, poco realista y único en el mundo. Es muy dudoso que logremos convertir ese deseo en un objetivo común así que mejor sería que buscásemos otro que resulte mas realista, alcanzable y, sobre todo, compartido.

El castellano sigue siendo la lengua de la mayoría de los vascos y es innegable que la lengua materna (que no es la que ahora llaman "lengua propia" sino la que aprendemos en casa en la niñez) tiene tanta fuerza en cada hablante que es imposible de vencer si no es mediante el abuso y la imposición, y aun así..., como lo demuestran las familias vascoparlantes que mantuvieron su lengua durante siglos contra viento y marea, dictaduras, castigos y desprecios.

Descartados, pues, el abuso y la imposición, y viendo como vemos que el asunto se dilucida ya en los entornos y las actitudes privadas, toca revisar con cuidado y lealtad los objetivos ya que es evidente que el euskera no se puede permitir el lujo de que se extinga la reserva de complicidad y apoyo que ha obtenido de los vascos castellanoparlantes, como tampoco puede fiar su futuro a la pura militancia lingüística de los euskaldunes, que a menudo dominan no solo el español sino también el inglés y otros idiomas muy atractivos cultural y socialmente.

Cómo mantener la tensión positiva hacia el euskera en esta nueva situación, cómo recrear un consenso leal que evite tensiones y cómo facilitar su avance "civil" son las cuestiones más importantes que debería solventar una nueva política lingüística que sin duda alguna, y a la vista de los datos que vamos conociendo, debe repensarse.

Ahora que tanto se reprocha a los políticos su incapacidad para detectar a tiempo los problemas y aportar soluciones y respuestas, ésta es una buena ocasión para que alguno levante la voz, rompa el tabú y demuestre que los hay que sí saben ejercer la función para la que se les eligió, aunque no será nada fácil. Nadie dijo que lo fuera.

domingo, 6 de abril de 2014

De lo que sí me acuerdo

El Mundo del País Vasco. Miltxi

Yo tampoco recordaba que esta semana se han cumplido 5 años desde el pacto entre el PP vasco y el PSE-PSOE, que hizo posible que Euskadi tuviera un Lehendakari no nacionalista. Y resulta mi olvido criticable porque de aquella firma se derivó algo tan cercano como que fui miembro del Parlamento Vasco durante una legislatura inolvidable.

Olvidé la fecha, cierto, pero no olvido las cosas importantes que pasaron a partir de aquel momento. Y de las que tuve la suerte de ser testigo.

A mi sí me gustó, y mucho, el pacto entre los populares y los socialistas vascos. Me gustó porque, de entrada, sacó al país del callejón ciego al que lo había arrastrado el anterior lehendakari. De eso hay quien se ha olvidado pero yo me acuerdo.

Y me acuerdo también de cómo reventaron las costuras de una sociedad acomodada a la rutina, sorprendida, incómoda, desazonada, que se consideraba a sí misma democráticamente superior a las de su entorno pero que no digirió fácilmente el relevo democrático producto de una nueva mayoría parlamentaria.

En medio de aquella “desazón” recuerdo bien que destacó la reacción desaforada del nacionalismo vasco, que consideró tan intolerable la nueva mayoría, que hizo falta que alguien de dentro pusiese cordura para evitar que al Lehendakari López le negasen los jeltzales el tratamiento propio de su cargo. La cara oculta del nacionalismo institucional, democrático y prudente asomó entonces, justo mientras gobernaban dos diputaciones siendo minoría en ambas. De eso también me acuerdo yo.

Como me acuerdo bien el asesinato de Eduardo Puelles, antiguo compañero del Instituto, y de cómo la voz del Lehendakari condenando a sus asesinos se notó aquella vez que no salía de su boca sino de su corazón.

Recuerdo también cómo la democracia decidió no avergonzarse de sí misma y se ocupó de retirar las amenazas y las bravatas que eran “decoración” habitual en las calles del País Vasco. De eso también me acuerdo y, por supuesto, de quienes se escandalizaron por considerar aquello una provocación.

No me olvido tampoco del día en que escuché cómo un nacionalista nos dijo desde la tribuna del Parlamento (estará en el acta) que a quien “objetivamente” perjudicaba ETA era al nacionalismo. Mientras hablaba, a todos los parlamentarios no nacionalistas nos esperaban en la puerta nuestros escoltas. Eso no lo voy a olvidar.

Es larga la lista de recuerdos, buenos y malos, de aquella legislatura. Pero tal vez el peor fue comprobar cómo la vasca se mostró claramente como una sociedad partida, en la que muchísima gente partidaria de cambios radicales e inmediatos reprochó -decepcionada- al Gobierno de López su supuesta inacción mientras otros muchísimos partidarios de no tocar absolutamente nada clamaban alarmados por la práctica desaparición de la Euskadi misma si se tocaba la boina a los ertzainas.

Desde luego lo bueno que siempre recordaré de aquella legislatura vasca fue el momento en que la democracia venció a ETA y terminó, por fin, con el principal problema que los vascos hemos tenido en toda nuestra historia. Un final que estoy seguro que se prolongará, como pasa con todas las convalecencias, pero cuyo momento clave se produjo en aquel momento.

Así que, aunque tenga mala memoria para fechas y cumpleaños, como es el caso, no quiero que me pongan en la lista de los olvidadizos, sino de los encantados por haber participado con alguna responsabilidad en aquella mayoría parlamentaria que, sin faltarle errores, sirvió para levantar algunos tabúes, destapó algunas hipocresías y evitó algunos males que otros olvidadizos sí parece que han borrado cuidadosamente de su memoria.