viernes, 26 de octubre de 2012

Que España funcione

© Manuel López. Madrid, 1977


Cuando en los 80's la izquierda accedió al Gobierno de España por primera vez le preguntaron a su entonces candidato Felipe González en qué consistía "el cambio" que propugnaba su campaña y él respondió "el cambio es que España funcione". Ganó las elecciones.

España empezó, efectivamente, a funcionar pese a que nos encontrábamos en una crisis enorme y con una inflación desbocada. Aun así, se reconoció el derecho de todas y todos a la educación y a la salud (hasta entonces eran servicios pero no derechos) se hizo una dolorosa reconversión industrial, se reformaron las leyes y se impulsó la construcción del Estado autonómico. España entró definitivamente en la OTAN y más tarde en la Unión Europea. No fue un camino de rosas pero España empezó a funcionar como un país normal, que era lo que muchos envidiábamos: la simple pero valiosísima normalidad. Hubo hasta momentos cumbre, como la Expo o los Juegos de Barcelona. Se llegó a decir en Europa que los españoles éramos los "alemanes del sur".

Hoy la desafección popular tiene que ver, precisamente, con que España ha dejado de funcionar. Cierto es que por fin estalló la burbuja inmobiliaria y nos destapó la mentira que todos sospechábamos. No menos cierto es que el resto del mundo vivía de otras mentiras financieras que también estallaron pero lo evidente ahora es que con los mimbres que nos quedan hay que pensar en hacernos otra cesta diferente, pero es seguro que tenemos que construirnos una y que no podemos renunciar al futuro.

No puede ser que la izquierda se considere ajena a las formas de creación de riqueza y se preocupe solo de su reparto equitativo, no puede ser que la derecha crea que salvará al país destruyendo su clase media. No puede ser que esa misma clase media ignore que los servicios públicos que paga son justo los que le permiten no caer en la miseria cuando vienen mal dadas. No puede ser que la primera opción de nuestros universitarios sea irse fuera. No puede ser que consideremos cualquier impuesto un abuso. Desde luego que no animaremos a las personas excelentes a que sustituyan a los actuales políticos gritando consignas insultantes contra todos porque creerán, no sin razón, que solo buscamos carne fresca para alimentar la demagogia callejera y mediática.

Revisemos nuestros partidos, todos. Repensemos las estructuras territoriales que en su momento nos sirvieron. Podemos empezar por buscar más la verdad y menos el titular, por escuchar más a los que hablan y menos a los que gritan. Hay gente cabal en todas partes. En las universidades hay mucha, en las empresas bastantes, en la banca aún quedan, en el funcionariado hay gente extraordinaria y también hay materia gris -por supuesto- en los partidos y en los sindicatos. Incluso ahí.

Este no es ya el tiempo de Adolfo Suarez o de Felipe González. Es el nuestro. Tendremos que revisar sus decisiones y adoptar las nuestras pero lo que no podemos permitirnos es que España siga sin funcionar. Por favor no nos creemos ahora una nueva burbuja pero ésta de tristeza.

Publicado en Danok Bizkaia el 26 de octubre de 2012

25 de octubre. Día de San Crispín

Batalla de Agincourt. Miniatura S XV

Me recuerda mi compañero José Antonio Delgado que hoy, 25 de octubre, no solo ha sido el día de Euskadi sino también el día de San Crispín, en el que franceses e ingleses se enfrentaron en la batalla de Azincourt (o Agincourt), que nadie como Shakespeare inmortalizó en su obra Henry the fifth.

El Estatuto que votamos democráticamente aquel día es el acto fundacional de la Euskadi que conocemos y el inicio definitivo de nuestro autogobierno democrático (porque hay otros).

Entonces el pueblo vasco consiguió su propio Parlamento (que hemos renovado hace días), su Gobierno, sus instituciones y su misma existencia como realidad política. No hay fecha más importante en nuestra historia y justo es que así se recuerde. Fue el Estatuto y ninguna determinación telúrica lo que hizo del País Vasco un entorno político y un espacio de reconocimiento mutuo y de convivencia.

Fue, por tanto, un acto cívico y no un mito lo que nos hizo sociedad. Y quienes tuvimos la ocasión de estar allí tenemos derecho a conmemorar aquel momento con orgullo. Si alguno es amante de la épica, puede aprovechar la coincidencia de fechas y sentir que perfectamente podría ser él o ella uno de aquellos soldados del rey inglés a los que dirigía la famosa arenga:

Nosotros pocos, felices pocos, nosotros, grupo de hermanos;
Pues el que hoy vierta conmigo su sangre
Será mi hermano; por villano que sea,
Este día le hará de noble rango:
Y muchos caballeros de Inglaterra, que ahora están en la cama
Se considerarán malditos por no haber estado aquí,

Igual que en Azincourt aquel 25 de octubre de 1415, en Euskadi la sangre y el miedo también han estado presentes en una batalla victoriosa al fin como aquella, pero que ha durado mucho más. A quienes lucharon por nuestra Euskadi democrática entonces y durante todos estos años; Agur eta Ohore.





viernes, 19 de octubre de 2012

Usted decide


Atribuyen a Winston Churchill la cínica expresión “la democracia es el peor sistema político…si exceptuamos todos los demás”. Efectivamente la democracia es un método de gobierno que, de entrada, nace de la desconfianza profunda en el ser humano. Ya empezamos mal ¿verdad?. Pues así es. La democracia desconfía tanto del gobernante que le pone constantes barreras y controles, desde los parlamentos a las leyes, pasando por la justicia, la opinión libre y la prensa. Pero no contenta con eso obliga al dirigente a pasar reválida cada tantos años, demasiados para aguantar algunas decisiones y demasiado pocos para juzgar otras más profundas. En efecto: un desastre, como decía Churchill.

De tan desconfiada como es, la democracia corre el riesgo cierto de no elegir a los mejores, o peor aún, de expulsarlos cuando estaban a mitad del buen camino. Es un precio alto que pagamos a cambio de evitar cualquier tiranía. La imperfecta democracia sacrifica la brillantez del líder indiscutible y apuesta por la insegura inteligencia colectiva, a sabiendas de que tropezará en muchas ocasiones.

Todas estas taras evidentes chocan con el confortable mito de que la democracia ha de ser siempre un paraíso político y social. Y como a nadie le gusta que le desmonten los mitos muchos han reaccionado sustituyéndolo por otro mito aún más asombroso e insostenible: que si no participan en esta defectuosa democracia y si manifiestan su descontento no votando, las decisiones no se tomarán, que el sistema les esperará a ellos y que la democracia se regenerará sola para que vuelvan a brillar la felicidad, la prosperidad y la justicia.

Nada de eso va a ocurrir, por supuesto. El sistema democrático solo cambiará mediante el voto y yo prefiero sumarme al cinismo del mandatario británico para recordar que, sean unas u otras, hay muchas decisiones que tomar. Así que yo no voy a renunciar jamás a manifestar mi opinión, no permitiré que las decisiones que se tomen se hagan sin contar con mi opción, sea al fin mayoritaria o no lo sea. Por eso pasado mañana iré a la urna. Y si usted no acude las decisiones se tomarán sin contar con usted, pero se tomarán, de eso que no le quepa duda. Usted decide.

Publicado en Danok Bizkaia el 19 de octubre de 2012

jueves, 11 de octubre de 2012

Espíritu de pobre


Hubo un tiempo en que parecía que el honor de nuestro país se medía por la calidad del zumo de naranja de su aerolínea de bandera. La indignación y los chistes sobre aquel refresco que nos ofrecían gratuitamente eran constantes y crueles, pero sobre todo denotaban un concepto del avión como un espacio en el que el pasaje sentía que tenía derecho indiscutible al lujo.

No parece que hayamos cambiado mucho. Ahora que el avión es enormemente popular y que hay compañías que ofrecen viajes a precios no ya bajos sino asombrosamente ridículos, la manía de valorar el vuelo por su catering parece que se mantiene absurdamente intacta y, claro, las muestras de indignación se han hecho más habituales y virulentas. Tanto es así que un puñado de incidentes menores en una aerolínea low cost han hecho pronunciarse incluso a miembros del Gobierno, silenciados en cuando se conocieron que los datos estadísticos eran iguales o mejores que los de los grandes operadores.

Hay quien se subleva porque sólo le dejen llevar en la cabina una única maleta, pese a que se lo hayan explicado antes con todo detalle. Cuando he viajado en compañías baratas y cuando lo he hecho en las que me han cobrado 10 o 15 veces más por el mismo viaje yo no he apreciado las asombrosas diferencias en el espacio entre asientos que otros denuncian airados, todos me han parecido igualmente estrechos. Conozco a quien le enfurece sin límites tener que imprimirse la tarjeta de embarque en su propia impresora pero que no duda en pasar a papel hasta los e-mails.

Confieso que me sorprende que me cobren una alta comisión por pagar con tarjeta de crédito aunque con todo, el viaje siga siendo barato. Por el contrario, aprecio la tranquilidad y falta de estrés de los pequeños aeropuertos de segundo orden y la rapidez de embarque en vuelos en los que apenas hay que tramitar maletas. Desde luego prefiero la fría y austera eficiencia de unos a tener aguantar horas de retraso de otros, aunque alguna vez haya sido lujosamente atendido en la VIP lounge (para una vez que va uno en business)

Debo tener espíritu de pobre porque no me ofende pagar el periódico cuando me cobran mucho menos por el viaje en el que alguna vez incluso he llegado antes de la hora. Y ya para colmo, les confieso que a mí no me disgustaba aquel zumo. Lo dicho: un pringao.

Publicado en Danok Bizkaia el 11 de octubre de 2012

viernes, 5 de octubre de 2012

Daños colaterales


ABAO
El terrorismo vasco utilizó a menudo la expresión que da título a este artículo para tratar de justificar las heridas o la muerte de personas que, o bien pasaban por ahí al estallido de una bomba, o que “arteramente” vivían en las mismas casas-cuarteles que sus familiares guardias civiles y, consiguientemente, morían por ello. De entre las muchas indignidades que formaron parte del lenguaje político vasco hasta hace menos de un año ésta de los “daños colaterales” será una más de las muchas que nos causarán vergüenza colectiva como pueblo. Todo llegará.

Pero hoy apelo a ese concepto a cuenta de los “destrozos” que la crisis está causando en otros aspectos de la vida menos apremiantes que la creciente pobreza de las familias y que, por eso, pasan más desapercibidos.

Reconozco que, en medio de tanta escasez, es muy difícil justificar el uso de dinero público para sostener la cultura, sobre todo cuando ésta se percibe con especiales tintes elitistas. Es el caso de la Quincena Musical Donostiarra, que ya no tendrá ayuda alguna del Ministerio de Cultura, o de la Temporada de Ópera de la ABAO, a la que se le recorta nada menos que el 71,5% de la subvención que le venía aportando el Gobierno de España.

Contrariamente a lo que mucha gente cree, la extraordinaria temporada de ópera en Bilbao se sostiene muy mayoritariamente por sus propios medios económicos (entradas, abonos y patrocinios privados) y las ayudas suponen menos del 30% del presupuesto. Pero también es cierto que un recorte brusco, de hoy para hoy, del que siempre ha sido su principal patrocinador, pone en riesgo serio la continuidad de una manifestación cultural tan destacada. Si a esto añadimos la subida de 8 puntos en el IVA y la previsible caída en el gasto de las familias aficionadas (que en absoluto se corresponden con la tópica imagen del potentado de chistera y bastón de plata) tenemos todos los ingredientes para que Bilbao y San Sebastián se hagan ciudades más pequeñas y provincianas al perder una parte de su histórica y valiosa herencia cultural.

Son los daños colaterales de la crisis a los que me refería. En medio de la emergencia comprendo que a pocos les importe que el “lujo” del arte sea el primero en caer, pero temo que detrás de él puedan caer también el “lujo” de la salud, el “lujo” de la educación pública, el “lujo” de la libertad y, al fin, el “lujo” de la esperanza.

Cuentan que Sócrates, prisionero en Atenas y a punto de ser ajusticiado, quiso aprender a tocar la flauta. Tal vez porque sabía muy bien que la música, el arte y la cultura en general es aquello que nos hace auténticamente humanos y de esa forma demostraba que él ni por un momento consintió en dejar de serlo. Ya veremos si aquí somos capaces de entenderlo también así.

Publicado en Danok Bizkaia el 5 de octubre de 2012