domingo, 24 de noviembre de 2013
Tumbas
Hoy he estado en el cementerio de Derio y cuando regresaba he visto esta corona, colocada no en una tumba, sino frente a la tapia, alejada de los enterramientos. Recuerda a los milicianos fusilados. Probablemente lo hace, además, justamente allí donde murieron.
Unas decenas de metros más abajo está este otro monumento de la fotografía de abajo. Construido en recuerdo de los muertos en el bando sublevado, que fue el que ganó la guerra.
Puede que la muerte nos iguale a todos pero, desde luego, no será en el recuerdo de los que se ocupan de los símbolos.
viernes, 22 de noviembre de 2013
¡Así no vale!
Al ser en Madrid, la huelga de basuras ha tenido un gran repercusión pública. Es lo que pasa cuando los creadores de opinión bajan de sus brillantes púlpitos y se encuentran el suelo lleno de mierda. Parece que ya no sobran allí los 1.134 trabajadores de la limpieza que sobraban hasta hace días y se ha encontrado un arreglo entre la empresa contratista y sus empleados.
Hace poco se ha certificado también lo que ya se sabía: que los hospitales privatizados de Madrid tuvieron que ser rescatados con dinero público, porque resulta que a las empresas privadas que se adjudicaron los concursos no les salían las cuentas en cuanto empezaron a ocuparse de los enfermos. No han tenido que pasar décadas. El fracaso ha sido casi inmediato (dos años).
Gestionar un servicio público a través de una contrata privada no tiene por qué ser ni malo ni erróneo, pero a la vista está que tampoco tiene por qué ser ni más barato ni más eficaz, que es justamente lo que siempre se argumentaba para justificar su traspaso. El único argumento, bastante ofensivo por cierto, era que los trabajadores públicos son de natural vagos y remolones, mientras que la gestión privada es demostradamente eficientísima. Parece que la realidad no confirma tales prejuicios.
Lo que nadie puede negar, aunque tampoco lo proclamen, es que cuando entra una empresa privada a gestionar el gasto público aparecen inevitablemente unos señores, los accionistas que, con toda legitimidad, exigen quedarse con una parte del dinero. Y cuando la inversión es mucha exigen mucho dinero, y todos los años si puede ser. Así que para que un servicio funcione mejor en lo privado que en lo público es absolutamente imprescindible que la hipotética ineficiencia de los trabajadores públicos sea tal que resulte más gravosa que la segura exigencia de dinero de los accionistas privados.
La realidad es que cuando un servicio es complejo, los administradores privados se equivocan como los demás y si a ello le sumamos el accionista que viene pidiendo a fin de año, puede pasar justamente lo que está pasando: que aun rebajando los salarios de los trabajadores y empeorando sus condiciones laborales el mismo servicio (o uno peor) nos resulta más caro que antes ¿dónde está, entonces, la que se decía indiscutible eficiencia de lo privado?
Lo peor es que cuando lo que se adjudica es un servicio de primerísima e inexcusable necesidad no hay margen de error y enseguida se acude a la “ineficaz” caja pública para pedir más tela en cuando se acaban las vendas privadas. Y así no vale.
Publicado en Danok Bizkaia el 22 de noviembre de 2013
viernes, 15 de noviembre de 2013
Golosas mentiras
Un conocido periodista y bloguero, aficionado a la sátira y a la ironía, publicó hace tiempo en su popular bitácora una pieza satírica en relación con las memorias de un ex presidente del Gobierno. Dice el autor que sus parodias son deliberadamente exageradas, muy exageradas. Muchísimo. Justamente para evitar que alguien pueda tomárselas en serio y para que no quede duda de que se trata de bromas. Doy fe de que son muy extremas.
viernes, 8 de noviembre de 2013
Se buscan millonarios
Foto Reuters |
Dicen que cuando todas las puertas se cierran siempre se abre alguna ventana y parece que el dicho va a ser cierto también en medio del huracán que ha arrasado con la confianza en los políticos. Cuando ya creíamos que no había salida alguna, que era imposible regenerar el prestigio de la actividad pública, se atisba en medio de la negrura una solución limpia, brillante, instantánea y que cuenta cada día con más afecto popular: Que los políticos y las personas que ejerzan responsabilidades públicas lo hagan por afición y no cobren sueldos, ni dietas, ni remuneraciones de ningún tipo.
Ya que dicen que están en la cosa como servicio público, como un acto de generosidad y entrega al bien común, que lo demuestren trabajando por la cara. Pero ¡ojo! que no nos sirve sólo que trabajen gratis, que eso ya lo hacen miles de humildes concejales españoles a los que despreciamos igualmente. Es preciso, además, que los nuevos políticos estén forrados, que sean millonarios y que todos lo sepamos. Solo así quedaremos tranquilos. El ya ex alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, ha sido el mejor ejemplo de esta solución. Los 23.000 millones de dólares de riqueza personal que se le estiman le han disuadido de cobrar un sueldo (se puso un dólar simbólico) e incluso declinó el privilegio de usar la residencia oficial de alcalde y se quedó a vivir en su domicilio (un edificio de cinco plantas en lo mejor de la ciudad). Luego decidió que el dinero público debía destinarse a Manhattan y a las grandes inmobiliarias pero él jamás ha tocado más que ese único dólar ¡Así da gusto!
Es tan buena solución que los periódicos siempre ponderan la generosidad de quien renuncia a cobrar. Lo hemos visto estos días en el relevo de la BBK y en Castilla-La Mancha los parlamentarios no tienen sueldo. La propia Presidenta que impulsó tanta austeridad dijo que un fontanero o un electricista perfectamente “pueden sacar un rato libre” para dedicarse a la política. Mala solución me parece esa porque siempre nos quedará la duda de su poca dedicación o de que cobren algo a escondidas. Nada como encontrar auténticos millonarios, que seguro que cuando miran la caja pública en lugar de codicia les da la risa.
Cosa distinta es lo que al cabo de unos años nos riamos o no los demás. Por si acaso mejor no pregunten en Queens ni en Brooklyn.
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