miércoles, 30 de diciembre de 2020

La pandemia que no acabó con el Gobierno pero que puede acabar con Casado



La idea de que la pandemia sería “el Prestige del PSOE”: el evento catastrófico que mostrase la ineptitud del Gobierno, sobrevoló desde el principio la imaginación de los tácticos de la oposición de derechas. Parecía un recurso razonable mientras duró el tiempo en que se ignoraba hasta dónde iba a llegar la crisis. Solo que conocida la magnitud mundial del desastre, aquella táctica de señalar como erróneas todas y cada una de las decisiones y como incompetentes a todos los implicados en ellas empezó a desmoronarse,

Pero en los ríos revueltos de la nueva comunicación hay quien pesca sin necesidad de complejas estrategias, solo con el sedal de su atrevimiento y de un contraste deliberado con cualquier cosa que diga o haga el Gobierno de la Nación. A falta de una alternativa política solvente, la presidenta madrileña se ha convertido en la cara de la simple pero eficaz contestación contra Sánchez. Casado no puede vencer contra la osadía casi adolescente de Díaz Ayuso que, de puro simpática, compensa con creces sus meteduras de pata, que le sirven paradójicamente para que la izquierda, al criticarlas, la eleve a esa especie de Agustina de Aragón centralista y descarada como la han llegado a dibujar. 

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miércoles, 23 de diciembre de 2020

Maldito derecho a decidir


Supongo que aún quedará quien recuerde los primeros meses de la pandemia, cuando Pedro Sánchez salía casi a rueda de prensa diaria en medio del confinamiento. Fueron tiempos en que, para indignación de muchos responsables políticos, los decretos de alarma traspasaron todo el poder de España al Gobierno central

Alcanzada la “nueva normalidad” (que nadie pensó entonces que sería el prólogo de una nueva ola) el Gobierno se rindió a la presión o movió ficha deliberadamente -vaya usted a saber- y decidió traspasar la responsabilidad a quienes en puridad y de acuerdo con la estructura territorial de España,  tienen las competencias sanitarias, que son los Gobiernos autonómicos (algo que muchos constitucionalistas sobrevenidos y gritones deberían recordar).

Y ahí fue el llanto y crujir de dientes federal y confederal. Llegó la segunda ola y las autonomías, aterradas ante la posibilidad de tener que tomar decisiones impopulares volvieron a protestar.


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martes, 22 de diciembre de 2020

Felices fiestas a serranicas y serranicos

No hay pandemia que me impida rebuscar en navidades entre la música antigua española a ver si encuentro algún villancico, que entonces era un tipo de tonada popular y profana antes de que se fueran convirtiendo a partir del siglo XVIII en música religiosa vinculada a la Navidad.

Soy Serranica es una de mis piezas favoritas del Cancionero de Uppsala, una recopilación de música española renacentista editada en Venecia en 1556 cuyo único ejemplar fue encontrado a principios del siglo XX en esa universidad sueca, de ahí su pintoresco nombre.

Portada del Cancionero de Uppsala

Espero que te guste
Felices Fiestas, pese a todo.

Soy serranica
y vengo d'Extremadura.
¡Si me valerá ventura!
Soy lastimada,
en fuego d'amor me quemo;
soy desamada,
triste de lo que temo;
en frío quemo,
y quémome sin mesura.
¡Si me valerá ventura!












miércoles, 16 de diciembre de 2020

Efecto mariposa, pero también efecto Dunning-Kruger


Hemos oído hablar tanto del efecto mariposa (eso de que el aleteo de una mariposa puede provocar un huracán al otro lado del mundo) que nos hemos construido el espejismo de que todas las desgracias son productos casi del azar, inevitables, y que sus orígenes son inaprensibles para nosotros.

Pero no siempre es así. A veces las desgracias y las tormentas se desatan después de un trabajo ímprobo, constante y activo por nuestra parte para que sucedan.

Esforzarse en hacerlo todo mal, a conciencia, y con considerable dedicación por parte de un número suficiente de personas, a veces resulta todo un éxito y finalmente sobreviene el desastre que se buscaba con tanto ahínco.


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miércoles, 9 de diciembre de 2020

Pero tú, quién te crees que eres?

El garrotillo. Francisco de Goya
 Sí, tú, ese que dice que no se va a vacunar de ninguna manera cuando por fin la vacuna llegue. Según el CIS hay un 8,4% de perfectos irresponsables como tú, que pensando que son más listos que los demás, solo demostráis vuestra ignorancia, de la que, para colmo, os enorgullecéis. No estás solo, lamentablemente, entre vosotros hay actores, deportistas, modelos (de guapas, no de inteligentes), 'influencers', cantantes y otros “expertos”.

Se puede entender un poco mejor, aunque solo un poco, a ese alto porcentaje de personas que mantienen cierta prevención porque, tanto escuchar que la creación de una vacuna tarda una media de 10 años se sorprenden ahora de la rapidez con que han sido creadas las de la covid-19. Por eso es tan importante que se explique que la rapidez no ha supuesto ningún atajo que ponga en riesgo los resultados ni las garantías, sino que el mundo de la ciencia ha reaccionado como nunca lo había hecho antes.


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domingo, 6 de diciembre de 2020

El Ejército tiene un problema

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Menuda se lió con el grupo de whatsapp de los militares jubilados. Parece mentira que un asunto tan nimio haya causado tanto revuelo. 

Asombra el ruido que tan fácilmente han causado unos cuantos viejos espadones. Sin embargo, así ha sido y por una buena razón que igual ya va siendo hora de señalar con claridad de una vez después de tantos años de exitosa democracia: Que un grupo de personas que hasta hace no tanto han tenido en su mano la decisión de utilizar las armas demuestren esa actitud no resulta increíble sino perfectamente creíble. Ese es el problema que ni se nombra. Ese ha sido el motivo por el que el revuelo ha sido tan enorme y la razón por la que todos los líderes, empezando por la ministra de Defensa, hayan tenido que apelar tan insistentemente a la profesionalidad, la modernidad, la lealtad y la actitud de servicio de los ejércitos de España hacia el pueblo y sus instituciones democráticas.

Seguro que la ministra tiene razón y esa es la actitud de la gran mayoría de los mandos militares de nuestro ejército. De hecho no puede ni debe ser otra, pero que unas cuantas balandronadas y groserías publicadas en una red social en donde se leen tantas tonterías por minuto hayan causado este revuelo y hayan obligado a declaraciones de personas de tanta altura no es porque nadie se las pueda creer sino justamente porque demasiados españoles se pueden creer perfectamente que los individuos que las firman piensan de verdad lo que han escrito. Que estos señores están fuera del mando en estos momentos es un consuelo tramposo porque no cabe imaginar que hayan descubierto esas tendencias fascistas tan íntimas después de su retiro sino que ya las tenían cuando mandaban firmes.

Es por eso que tanta insistencia en su calidad profesional de sus mandos y tanto reconocimiento por su labor en defensa del orden constitucional, seguramente merecidas, no han conseguido nunca disipar la niebla de sospecha que aún muchos españoles tienen hacia sus fuerzas armadas. Episodios como este lo que hacen es que mucha gente piense en cuántos compañeros ideológicos de estos tipos quedan aún en activo.

El ejército no tendría un problema si todo el mundo se hubiese tomado a risa lo de ese grupo y lo de tratar de enredar al Rey. Lo tiene precisamente porque no ha sido así. Porque no ha sido divertido.





jueves, 3 de diciembre de 2020

El otro grupo vasco y el régimen tumbado

El autodenominado Grupo Parlamentario Vasco en el Congreso, que es el del PNV, tiene menos diputados vascos que los vascos que forman parte de los demás grupos parlamentarios. Sin embargo, aun siendo menos vascos (en número) que los otros diputados vascos, el nombre del grupo hizo fortuna y se aceptó tácitamente que el 'Grupo Vasco' era el de los nacionalistas.



Sucede que al grupo vasco le ha salido otro grupo vasco nuevo y adicional, que ha decidido hacerle la competencia y disputarle el puesto de monopolio que hasta ahora había tenido el PNV en el palacio de la Carrera de San Jerónimo. 

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miércoles, 25 de noviembre de 2020

Laminar a Alfonso Alonso para después esto?

Ahora que Casado dice que  “Estamos en otra etapa”, que se aleja de Vox y de los de Arrimadas para ser la casa común de la derecha cuesta no recordar que Alfonso Alonso no solo dijo siempre lo que ahora ha dicho Casado de Vox sino que también se resistió con firmeza a que el pacto con Ciudadanos en Euskadi se hiciese a la medida de la opinión madrileña de entonces. 

Ambas firmezas le costaron su carrera política, sin que le sirvieran los años de servicio a su partido, en el Parlamento Vasco, en el Congreso, en el PP nacional, en el Gobierno de Rajoy y en una alcaldía de Vitoria para la que no necesitó pactar con la izquierda abertzale, como sí hizo su compañero Maroto, voz que clama hoy contra pactos indignos desde su escaño en el Senado.

Ahora que ya no se lleva escuchar a aquellos cuyo tiempo pasó y lo que mola es que decidan los jóvenes a quienes toca mandar, la nueva generación de Génova prefirió un PP vasco con tintes heroicos y desdeñó la posibilidad de tener en Euskadi un partido útil. El precio electoral que pagaron fue alto, pero aún queda mucho por pagar.

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miércoles, 18 de noviembre de 2020

Qué mal entendemos la estadística, y qué bien lo del pecado

Al principio de esta segunda ola de la pandemia, cuando empezaron los primeros brotes en Euskadi, un probo ciudadano compartía con el periodista que le entrevistaba su asombro porque en un merendero se hubiera producido un brote: “este es un sitio de familias -decía- no de contagio”. Encantador. 


Cuando en Madrid se desató la segunda ola, los responsables políticos se hartaron de decir que era cosa de los jóvenes y de sus fiestas descontroladas. Estos días vemos a los hosteleros protestar afirmando, con toda razón, que ellos “no tienen la culpa” y que no merecen que se les cierre.

Ni las familias del merendero, ni los jóvenes, ni los hosteleros tienen la culpa; claro que no. De hecho nadie tiene la culpa, al menos nadie que merezca el castigo de enfermar o de que le arruinen el negocio. ¿Entonces? Si no tienen culpa, ¿por qué se les castiga?.

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miércoles, 11 de noviembre de 2020

Dime que me quieres, Joe Biden

Casi siempre que ha empezado algo nuevo lo he hecho pensando: "a ver lo que duro" y casi siempre también ha durado mucho más de lo que imaginé al principio.

Supongo, y confío, en que pasará lo mismo con esta nueva aventura que comienzan Igor Marín, Xabier Salvador y su equipo en Crónica Vasca, el nuevo diario digital en Euskadi. Experiencia, honestidad y ganas no les faltan. 

Hoy acaba de salir su primer número y me alegra estar en este proyecto, que me obliga volver a escribir mis columnas. Esta es la primera.


Dime que me quieres, Joe Biden


71 millones de americanos han votado a quien les dijo que les quería. Es mucha gente que comparte el ruego de doña Concha Piquer y que por encima de la verdad valoraron la calidez del mensaje y el estilo gamberro de Trump. 

Sería absurdo para el nuevo presidente copiar las mentiras y los exabruptos de Trump, como sí hacen otros líderes en todo el mundo y en España, por supuesto, pero lo que no puede descuidar, ni él ni su flamante y mestiza vicepresidenta, es la idea de que los sentimientos de las personas mueven las sociedades más que los informes de los economistas y de los 'think tanks'. "Ten misericordia de mi corazón, dime que me quieres -Joe Biden- dímelo, por Dios".

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viernes, 9 de octubre de 2020

Los jueces no hacen justicia

El juicio de Salomón. Luca Giordano. Colección el Museo de Prado
El juicio de Salomón. Luca Giordano 1694 - 1696
Colección del Museo del Prado

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Los jueces no hacen justicia. Los jueces ponen en marcha los procedimientos previamente establecidos para que se cumpla la ley o para que, en caso de no ser así, se apliquen las sanciones que correspondan, también previamente dictadas y escritas. Suena soso, ¿verdad? Lo es. 

Resulta soso pero es muy importante entender que es así porque la democracia, en cuanto al poder judicial, solo existe si se respeta la aplicación de la Ley y se interpretan las circunstancias de cada caso con profesionalidad pero con lealtad absoluta a lo que en la ley se dice, independientemente de lo que piense, crea o vote el juez como ciudadano.

Este principio de supeditación a la ley no es nuevo, pero tampoco es obvio. Hay otros modos de impartir justicia. La diferencia entre el cadí de las sociedades teocráticas y el juez de un estado democrático es que en aquellas se confía en el buen juicio de una persona honorable y cabal que decide según su criterio personal y ético. Hablamos de un sabio, capaz de discernir lo que es justo de lo que no lo es en cada caso. La justicia democrática no actúa así, en absoluto, sino que se atiene estrictamente a las reglas y procedimientos previamente conocidos. La justicia del cadí es personal, misteriosa e impredecible, porque depende de su sola voluntad, la del juez es sosa, aburrida y predecible, porque depende de la Ley. El cadí decide la solución “hace justicia”, el juez aplica la Ley, que no es exactamente lo mismo. En esto conviene repasar a Max Weber en “Economía y sociedad” y, por supuesto a Cesare Beccaria en su “De los delitos y de las penas” nada menos que de 1764.

Así que pongamos un poco de cuidado en eso de “hacer justicia” porque si elevamos a categoría absoluta lo que no es ni más ni menos que un procedimiento complejo pero reglado, estaremos entrando en la peligrosa senda de usar la justicia, no como herramienta de un estado democrático y garantista sino como concepto moral y el peligro es que ante un absoluto moral, toda regla que lo impida, retenga, matice o retrase, aparece como una agresión contra lo que es bueno y deseable por definición.

Siempre que escucho (muy a menudo, por cierto) eso de “que se haga justicia” me entra la duda de si se reclama un juez o un cadí. Luego, cuando oigo a los más vehementes exigir, además, “un castigo ejemplar”, ya no tengo dudas: quieren alguien cuya sentencia satisfaga a la gente, alguien que decida lo que es justo, no que interprete y aplique la Ley. Quieren un cadí, no un juez.


miércoles, 19 de agosto de 2020

España ya es una república

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España ya es una república. Incluso más que el Reino Unido, que también lo es. Los valores de una república no están en el nombre oficial de un país sino en su organización política democrática, en el ejercicio del concepto de ciudadanía, en el imperio de la Ley y en el respeto cívico por la libertad y dignidad de los opositores.

Es una simplificación estúpida, o maliciosa, hacer recaer el ser o no ser de un régimen republicano exclusivamente en la forma de elección de su jefe de Estado. Para poder quedarse solo con esa espuma es preciso ignorar deliberadamente que hay multitud de jefes de Estado electos pero de comportamiento inequívocamente tiránico a lo largo y ancho del mundo y que sus llamadas repúblicas carecen por completo de valores republicanos, mientras que muchos jefes de Estado hereditarios actúan de forma intachablemente democrática, como el nuestro, como la Reina de Inglaterra y como los demás reyes y reinas de Europa. Son personas que conectan con una tradición de siglos, pero cuyas funciones nada tienen que ver con las que ejercían sus antepasados y sí mucho con los valores republicanos que son los que corresponden a un régimen de libertades, por más que sus símbolos sean coronas de larga tradición histórica, que reivindican la antigüedad de las naciones que representan, nada menos que eso pero tampoco nada más.

España es, de hecho, una república mucho más parlamentaria que la francesa

Por eso en las cumbres europeas es nuestro primer ministro (que aquí llamamos presidente) quien se reúne en nombre de España y verán que entre ellos nunca hay reyes. No los hay simplemente porque en las democracias no tienen poder alguno para decidir. Se habla en esas reuniones de “jefes de Estado y de Gobierno” porque incluso en las repúblicas nominales hay jefes de Estado con más y con menos poder. España es, de hecho, una república mucho más parlamentaria de lo que lo es la francesa; pocos saben aquí el nombre el primer ministro francés (no, no es Emmanuel Macron) y bastante más cercana al funcionamiento de la República Federal Alemana, cuyo presidente y jefe de Estado también es bastante desconocido entre los españoles (no, no es Angela Merkel).

Los constitucionalistas españoles (que no son los que quieren cambiar media Constitución sino los que preferimos dejarla como está) escogimos que el jefe del Estado, el Rey, no tuviera poder político, pero sí que cumpliese una función simbólica en nombre de la nación, de la res publica española, precisamente basada en la permanencia en el tiempo de ambas instituciones: la Nación y la Corona.

Puesto que la Corona no es nada más que un símbolo, el daño es enorme

El pecado de Juan Carlos I ha sido, justamente, haber deslucido con su comportamiento privado el valor simbólico de la monarquía y, puesto que la Corona no es nada más que eso: un símbolo, el daño es enorme. El deterioro de su imagen ante los ciudadanos se ha sumado así a la contumaz destrucción de los valores republicanos que veníamos sufriendo desde la actividad política y parlamentaria, donde el respeto al contrario hace tiempo que brilla por su ausencia y donde cada día demasiados políticos electos presentan como ilegítimo todo lo que no se ajuste al deseo propio. Una actitud, por cierto, nada republicana y sí muy propia de las tiranías.

Por supuesto que la republicana organización política del Reino de España acepta y admite -faltaría más- que haya partidarios de cambiar la forma de designación del jefe del Estado. Por eso mismo sería bueno que tales partidarios fueran algo más allá del agitar de banderas y concretasen un poco. Por saber, más que nada, qué es lo que se nos ofrece como alternativa.

Todos los que han leído la Constitución de la Segunda República Española (o sea, nadie que yo conozca) sabrán que el Presidente electo, cuya sede era el Palacio de Oriente (Palacio Nacional), tenía derecho de veto y que daba igual lo que aprobase el Congreso, incluso aunque fuese por mayoría absoluta, que si a él no le gustaba, no se proclamaba y en paz. Es decir, que con aquella Constitución y un presidente de derechas, Sánchez no aprobaría ni una sola norma, ni un solo Decreto Ley, y con un presidente de izquierdas, Rajoy no hubiese podido hacer nada incluso cuando tuvo mayoría absoluta. Solo si una Ley le llegaba votada por una mayoría de dos tercios del Congreso (casi nada) estaba obligado el Presidente a proclamarla y permitir que entrase en vigor. Echen cuentas.

Porque el presidente de la República no era solo un símbolo, como lo es el Rey, sino que tenía poder real porque para eso había sido elegido en las urnas. Bueno no, no exactamente. Tampoco le elegían directamente los españoles sino las Cortes y un colegio de compromisarios elegidos por sufragio universal que sumaban sus votos a los de los diputados en igual número. Lo que hoy llamamos la “clase política”, vaya.

Respecto a la responsabilidad sobre sus actos y decisiones, todos ellos debían ser refrendados por un ministro, que asumía la plena responsabilidad política y civil de tales proclamas, participando incluso en las consecuencias penales que pudieran derivarse. No tan distinto a lo que establece la Constitución actual para el Rey que, sin embargo, no decide.

Y por terminar, es casi seguro que a algunos vascos y catalanes que no han leído aquella Constitución tampoco les gustaría nada ni el contenido ni el propio tono de su artículo 4, donde decía:
  • El castellano es el idioma oficial de la República.
  • Todo español tiene obligación de saberlo y derecho a usarlo, sin perjuicio de los derechos que las leyes del Estado reconozcan a las lenguas de las provincias o regiones. (sic)
  • Salvo lo que se disponga en leyes especiales a nadie se le podrá exigir el conocimiento ni el uso de ninguna lengua regional. (sic)
En fin, que a uno le queda la sospecha de que muchos republicanos sinceros que conoce de ninguna manera aceptarían reponer hoy estas normas, por eso mismo creo que lo correcto es que se empiece a concretar un poco más qué es lo que sí se nos propondría. De otro modo no quedará otra que pensar que estamos ante una triste pero simple colisión de símbolos y que por mucho que sea el daño que ha sufrido la simbólica Corona Española, no hay una alternativa cierta que vaya más allá de la añoranza del símbolo que también fue la II República.


Notas:

El primer ministro francés es Jean Castex
El presidente de Alemania es Frank-Walter Steinmeier
La Constitución de le Segunda República Española está donde debe estar: en la web del Congreso de los Diputados.





martes, 26 de mayo de 2020

Éspañoles

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Hace ya tiempo que vengo observando que en el lenguaje político la rótundidad (sic) parece depender más del tono en que que se dicen las cosas que de lo que se dice en realidad. En esa carrera por la firmeza (perdón; fírmeza) una herramienta que lleva unos años ganando peso es la "esdrujulización" de todas las palabras que son un poco largas y lo permiten (perdón; pérmiten).

Es sabido que las esdrújulas, siempre con su graciosa tilde, son palabras estupendas, con mucha fuerza expresiva. Lo descubrió Rodriguez Zapatero y desde entonces ha hecho furor la técnica.

Recopilando las falsas esdrújulas que he ido apuntando una a una mientras escuchaba apenas una sola intervención de hoy de la portavoz (ella dice pórtavoz) del Gobierno me ha salido este texto:

Éspañoles: la buena evólucion en rélación con la pandemia nos va a permitir recúperar la vida y se abre la pósibilidad de que puedan lévantarse las cautelas terrítoriales. No obstante actuar con résponsabilidad es fúndamental para que tal evólucion siga mejorando y sea un dístintivo de España en el contexto ínternacional.

De verdad…

domingo, 17 de mayo de 2020

Hay que salir, aunque sea a comprar lotería

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Hay que salir, hay que volver a las calles. Es imprescindible retomar cuanto antes la actividad y volver a reiniciar la economía. El daño ya es enorme y cuanto más tiempo estemos parados más irreversible será. De modo que estoy muy de acuerdo con quienes dicen que la desescalada debe producirse lo antes posible. 

Eso sí, no acepto que me digan solo aquello que quiero oír y que quieran ocultarme lo que saben que va a pasar, como lo sabemos todos. A los políticos partidarios, como yo mismo, de retomar la normalidad para evitar la ruina económica quiero oírles decir estas palabras: “aunque sé que eso significará más contagios y más muertos”. No quiero que lo digan para saberlo, que ya lo sé, sino para comprobar si tienen redaños para expresarlo en público y poder medir así su valía política y personal. No es cierto que ningún político se atreva a hacerlo, lo dijo anteayer el presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla: ”hasta que llegue la vacuna, tendremos que acostumbrarnos a que desgraciadamente todos los días muera alguien y haya infectados”. Ven qué fácil. 

Cuando millones de personas salgamos, las medidas de prevención se incumplirán

Así que no me vale el confortable y escapista “siempre respetando las medidas de prevención” porque todos sabemos perfectamente que eso no va a pasar; que cuando millones de personas salgamos, esas medidas de prevención se incumplirán porque es estadísticamente imposible que se respeten al 100% y hay múltiples actividades en las que simplemente será imposible aplicarlas. Quien nos oculte esa realidad es que quiere tratarnos como a tontos o que lo es él mismo. Eso, o que ya tiene pensado a quién echarle la culpa si su exigencia de hoy trae consecuencias negativas mañana. 

Al SARS CoV-2 le es totalmente indiferente que la inmensa mayoría de los ciudadanos cumplamos con mérito y esfuerzo, El virus no es demócrata, ni conoce ni aplica la Ley D’Hont. No respeta las mayorías, simplemente se difunde en cada oportunidad. Si no salimos nos arruinaremos, pero seamos conscientes de que cuando salgamos, inevitablemente daremos nuevas oportunidades al virus. Lo primero que hay que hacer es asumirlo.

Como al final, pase lo que pase, acabaremos saliendo, propongo un sencillo truco personal para ayudarnos a darnos cuenta del peligro y a prevenirnos mientras desarrollemos nuestra vida normal. En este país en que somos tan aficionados a la lotería será fácil aplicarlo: 

Salgamos a trabajar, a consumir y a vivir, pero fijémonos en las personas a las que nos hemos acercado o nos hemos tocado sin querer en el metro y contemos “un décimo” por cada una. Por cada hora que estemos en una calle llena de gente: “un décimo”. Por cuatro toques al botón del ascensor: un décimo. Por esa caña que tantas ganas tenemos de tomar con los amigos en el bar: un décimo y a la tercera cerveza, cuando la distancia se haya relajado: otro decimito. Si en ese bar o en el ascensor no se respetan los dos metros (que no se respetarán, porque es imposible): otro décimo.  Por cada abrazo a nuestros hijos o nietos “que no pasa nada”: otro décimo de esta lotería del Covid-19. Anímese y haga su propia lista.

Procuraremos comprar los menos décimos posibles, pero sepamos que mientras levantamos la economía poco a poco, también iremos llevándonos a casa cada día algunos décimos, como en Navidad, y una vez allí compartiremos esta lotería con nuestros seres queridos, mientras ellos nos intercambiarán participaciones de sus propios décimos. 

Puede que, como nos pasa siempre en Navidad, tampoco este gordo nos toque…bueno, esperemos que así sea, porque la lotería el Covid-19 viene con más “premios” que “pedreas”. En fin: siento que este no sea un post optimista pero bienvenidos seamos a la nueva normalidad.


viernes, 8 de mayo de 2020

Acuérdate de Lavoisier

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Si eres uno de esos expertos que asesoran al Gobierno y cuyos nombres no se quieren hacer públicos, mejor será que leas esto.

Acabo de escuchar en una emisora pública a un tertuliano (que son los que saben, no como vosotros los científicos) decir que si no se dicen vuestros nombres es para ocultar que en la crisis y la desescalada del coronavirus no hay decisiones científicas en realidad, sino que son todo decisiones políticas. Le ha faltado insinuar que ni existís.

Aparte de argumentos tan increíblemente retorcidos como ese se vienen escuchado otros más presentables y aparentemente blancos sobre la transparencia, la necesidad de que en democracia no haya zonas oscuras y otras obviedades. Son razones que tal vez te puedan tentar para que admitas que tu nombre y tu currículo se den a conocer. Al fin y al cabo, no tienes nada que ocultar, como seguramente ocurre, y no hay motivos para mantener tu nombre oculto ni menos aún tu currículo, del que seguramente estás legítimamente orgulloso. Si piensas eso te equivocas. Seguramente sabrás de lo tuyo como el que más, pero puede que no sepas nada de comunicación o de política.

Ya sin conoceros se dice que si tú y tus compañeros sois tan buenos científicos y tan valiosos expertos, deberíais también saber aguantar la presión. ¡Ojo! toma nota de que no la niegan, sino que la anuncian y de cómo ya te lanzan el primer desprecio, aún sin conocerte. Es solo un aviso, pero no lo tomes a broma.

Hazme caso: ni se te ocurra aceptar que tu nombre se conozca. Los mismos que hoy reclaman saber quién eres mientras manifiestan con la voz engolada su convencimiento de la “seguramente indudable valía profesional” tuya y de los demás, serán los que comenzarán a desollarte en cuanto sepan quién eres. Para eso quieren saber tu nombre y para nada más. Te quieren para la picota pública, para enlodarte en la bronca repugnante y cainita que asola la política española, especialmente por la derecha. Muy especialmente por ella.

Cuando se conozca tu nombre -Dios no lo quiera- pasarás de ser un prestigioso científico o un técnico de altísimo nivel, seguramente respetado y escuchado en su círculo de conocimiento, a ser un paria, un lameculos vendido al Gobierno socialcomunista. No tengas ninguna duda de que tu carrera profesional se resentirá como mínimo y, probablemente desaparecerá. Te cerrarán puertas que hoy ni imaginas y lo seguirán haciendo años después de que pase todo.

Puede que tu currículo te permita marcharte de España para siempre, como tantos otros científicos llevan años haciendo sin que a nadie le importe una higa. Será una forma triste pero real de recuperar tu vida profesional, porque aquí no se te permitirá hacerlo de nuevo. Tu currículo, que tanto esfuerzo te costó, será papel mojado y te verás señalado para los restos como uno de aquellos “presuntos expertos” (te recuerdo que hay quien ya os ha puesto mote) que sirvieron al infame Gobierno para “perpetrar un confinamiento y una desescalada criminales”, de las que fuiste colaborador necesario. La mancha será indeleble. No descartes querellas judiciales, con algunos ya han empezado.

Así que ya sabes: ni se te ocurra aceptar que te lleven a ese auto de fe cuya leña ya preparan. Digan lo que digan ahora, tu recuerda que a los toros de lidia también los ponderan por su estampa, tronío y casta cuando saltan al ruedo pero que ninguno sale vivo de la plaza. El espectáculo consiste precisamente en eso. Supongo que lo sabes.

Pero si tienes alguna duda, te recomiendo que consultes con algún experto en psicología social, tal vez incluso haya alguno en tu equipo. Él o ella te dirá lo que pasa cuando el pueblo está airado. Mira las inquinas que está soportando Fernando Simón, de cuyo impresionante currículo como epidemiólogo nadie se acuerda ya, pero del que dicen chistes y puyas día sí y día también, cuando no cosas peores.

Con que inmolemos a un científico, como hemos hecho con Simón ya es suficiente. Tú procura que no hagan lo mismo contigo. Y si te quedan dudas de lo que es capaz de hacer la ira popular bien conducida y utilizada acuérdate de Lavoisier. Tú, que tendrás cultura científica, sabrás de lo que hablo.

martes, 21 de abril de 2020

Toca escoger entre muertos y economía

El desconfinamiento costará contagios y vidas
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Con un virus suelto y activo por ahí resulta tranquilizador escuchar esa bonita mentira de que es falsa la dicotomía entre salud y economía. Nos gusta escucharla porque niega que tengamos que escoger entre dos males, que es cosa siempre muy incómoda. Solo que, de falsa, nada. Es una elección terrible, inhumana, pero cierta.

El confinamiento salva vidas. Tan seguro como que mientras tanto nos arruina, nadie pone ninguna de esas dos cosas en duda: mientras frenamos la expansión del virus, frenamos la economía. Cada día que le ganamos al virus unas decenas de muertos para la siguiente quincena, destruimos la economía para los siguientes meses. Es justamente porque somos íntimamente conscientes de ello por lo que nos apuntamos a la fácil salida de negar lo evidente. Pero el virus está ahí; mata, y esa es la única razón por la que estamos encerrados en casa y tan hartos que el cansancio nos está haciendo evolucionar del #yomequedoencasa al #aversisalimosdeunavez.


El día en que bajemos de los 100 muertos diarios será una noticia estupenda

Acostumbrados ya a que cada día muera la misma gente que si se estrellase un avión lleno de pasajeros, consideramos una buena noticia que ya no sea un Jumbo, como pasaba hace semanas. El día, seguramente muy próximo, en que bajemos de los 100 muertos diarios nos va a parecer una noticia estupenda y lo peor es que, aunque espantosa, será realmente una buena noticia.

Por eso, como cada día tenemos “mejores noticias” hemos empezado a encontrar razones de peso para que salgan los niños, pues claro que sí, y vemos evidente que también se pueda salir en bici o a correr, o que los ancianos, tan castigados por el confinamiento, puedan tomar el sol un poco (todas estas actividades con las adecuadas precauciones, por supuesto).

Queremos normalidad, todos. Y queremos sobre todo que la economía empiece a andar de una vez. La incertidumbre y el miedo a ser más pobres nos abruman entre las cuatro paredes y con toda lógica aumentamos la presión para volver a salir. Tan evidentes y lógicas nos resultan estas deseadísimas medidas de desconfinamiento que su brillo parece que nos ciega ante la evidencia, esa sí que indiscutible, de que no estamos encerrados en casa por capricho, sino porque cada día mueren miles de personas en todo el mundo.

No nos gusta reconocer que el desconfinamiento, por cuidadoso que sea, costará contagios y vidas. Vidas que se salvarían si nos quedásemos más tiempo en casa: que los niños salgan costará vidas, puede que pocas, pero más que si no lo hicieran, que salgamos a correr supondrá más muertos que si nos quedásemos en casa. Nunca sabremos cuánta gente enfermará y cuánta morirá porque retomemos la actividad cotidiana en calles y plazas pero todos sabemos que habrá muertos adicionales. Hay que salir, pero sin engañarnos pensando que regresar a la vida “normal” y a la actividad económica, no tendrá consecuencias.


Toca a nuestros gobernantes asumir la ingrata tarea de decidir

Parada la curva estadística, que no mata, ahora toca a nuestros gobernantes asumir la ingrata tarea de decidir qué hacer mientras sigue la descendente pero larga cola de la pandemia real, que sí mata y que seguirá matando. Volver a la normalidad más o menos rápido es su decisión, mantener la economía parada más tiempo, con riesgo de ruina, también lo es. Cuando volvamos a la calle, el virus seguirá ahí, esperándonos. Por mucho cuidado que pongamos en la vida (que ya veremos si es así o no) la normalidad traerá su porcentaje de muertos adicionales. Nos guste o no.

Del mismo modo que los generales en una guerra estiman el número de bajas, como es su obligación, antes de decidir a quién mandarán a la muerte primero, a los gobernantes civiles de hoy les toca escoger entre muertos y economía. Una decisión pavorosa, sin duda, pero no hay otra. Y los demás, los que afortunadamente no tenemos que decidir cosa semejante, esperamos que ellos sí lo hagan. Para eso los elegimos, para que decidiesen.

domingo, 12 de abril de 2020

Nos molan las fakes.


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Si quiere usted convertirse en un joderrollos solo tiene que subir a sus grupos de whatsapp los desmentidos de todos esos escándalos estupendos que suelen correr por las redes. Hay páginas como Maldito Bulo, donde los encontrará.

Hágalo y verá cómo el silencio (…cri, cri, cri…) acompaña a su aportación, en contraste con los animados comentarios y reenvíos que concitó en su momento el bulo ahora rebatido. Si por hacerlo cree que sus amigos piensan de usted que es un gilipollas, engreído y sabelotodo, está en lo cierto; es lo que están pensando. De ahí el silencio.

Por supuesto que hay auténticos profesionales de encontrar y rebotar fakes, la mayoría de las veces acompañados de apremiantes mensajes del tipo “¡compártelo antes de que lo eliminen!”. Divertidos, son los que aportan dinamismo a la trola y al engaño y -no le quepa duda- ellos sí que son populares. Incluso habrá visto que personas que se muestran cabales en su vida cotidiana, cuando están frente la pantalla del móvil se animan a compartir noticias increíbles que apestan a bulo. El “yo, por si acaso” es la justificación preferida que creen que les libra de quedar como idiotas crédulos pero que, sin que se den cuenta, lo coloca inevitablemente en el pelotón de quienes renuncian a pensar.

Saltar a cada instante de una cosa a otra nos impide reflexionar sobre ninguna

Puede que ese sea el problema. En su libro “Qué está haciendo internet con nuestras mentes” Nicholas Carr habla de cómo la inundación de información y su aceleración constante nos impide digerir lo leído, nos obliga a saltar a cada instante de una cosa a otra sin posibilidades de reflexionar sobre ninguna, convirtiéndonos en seres acelerados pero superficiales y manipulables. El dedo de compartir siempre es más rápido que el cerebro de pensar.

Leo en la edición de pago de El Correo de Bilbao una entrevista con el filósofo José Antonio Marina, en la que denuncia que “hay una especie de aceptación implícita: no me importa que me engañes con tal de que me des algo a cambio, sea diversión, halagos, premios…”. En efecto, mientras los bulos remuneran a quien los difunde haciéndolo parecer ante sus círculos como más inteligente, critico o enterado, la verdad castiga a los suyos con el silencio o incluso con el desprecio social. El novísimo concepto de la “verdad alternativa” no es ninguna broma sino un invento peligroso porque permite que la mentira sea incluso reivindicada y que el bulero mantenga intacto el prestigio social.

La palabra “gratis” se ha hecho muy poderosa

Y en medio de esa tormenta, los periódicos pretenden que la gente les pague por información veraz, contrastada y trabajada por profesionales. El intento es loable y decisivo para el futuro porque sin una prensa seria, no la de panfleto, será imposible que sobreviva la democracia misma. Pero la travesía se presenta muy difícil. 

La aceleración informativa ha requerido que nuestra atención y nuestro tiempo se dediquen a la búsqueda rápida de la última banalidad y no a la reflexión pausada sobre lo cierto. Además, la palabra “gratis” se ha hecho muy poderosa; los propios medios la han fortalecido durante todo este tiempo y, por si fuera poco, la prisa ha rebajado nuestra exigencia y del mismo modo que pocos irían a comer a restaurantes si las hamburguesas con patatas fuesen gratis, los grandes medios van a tener dificultades para que sus muros de pago funcionen. 

Yo, por mi parte, ya han visto que pago por alguno de los medios que leo a diario y seguramente pagaré por algunos más. No solo porque creo en la profesión del periodismo sino porque, como todos mis círculos saben, aunque no me lo digan, soy un gilipollas, engreído y sabelotodo.


martes, 7 de abril de 2020

Auguro que vendrán los liberales, cual torna la cigüeña al campanario

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Antonio Machado
El secretario de Economía del PP, Daniel Lacalle, un destacado economista liberal, respondió el pasado 17 de marzo con gran agilidad y presteza a las primeras medidas económicas del Gobierno, diciendo que las decisiones de apoyo a los ERTES, los 200.000 millones previstos para ayudas y las demás decisiones solo eran "gasto y pequeños parches", y que olvidaban a los autónomos. No ha vuelto a hablar.

Ignoro si le mandaron callar o calló él sólo, espantado ante las exigencias intervencionistas de su partido que han venido después y en las que reclama cada día más dinero, más gasto público y más ayudas económicas para todos, especialmente para nosotros, los autónomos. El PP exige, además, que todo ese gasto adicional vaya acompañado, faltaría más, de la supresión de casi todos los impuestos. No me extraña que, siendo Lacalle economista, se mantenga en silencio.

En España, por cierto, hemos descubierto que apenas hay empresas, ni trabajadores, que solo estamos los autónomos. Bueno, nosotros y esa pobre clase media que gana más de 140.000 euros al año, con la que compartimos a medias el odio fiscal que a ambos colectivos nos tiene este Gobierno.

Los autónomos nos hemos convertido en la excusa para criticar cualquier decisión económica


Los autónomos nos hemos convertido en la excusa inapelable para criticar cualquier decisión económica que pueda tomarse. Estando nosotros ahí -sufrientes- ¿cómo es posible que alguien hable de otra cosa? Si una decisión no nos beneficia ¿para qué sirve, entonces? Los autónomos somos los nuevos menesterosos a proteger, como aquellos niños desvalidos de vientres hinchados y piernas famélicas o como los chinitos para los que se recogía papel de plata en mi infancia. Papel con el que, por cierto, los chinos adultos de hoy envuelven las mascarillas que nos venden al precio de la plata misma, tal y como establece la muy liberal ley de la oferta y la demanda que el Partido Comunista Chino ha adoptado con la fruición del converso.

Dicen, y dicen bien, que toda esta crisis pasará y seguro que así va a ser, pero de lo que no estoy tan convencido es de que con su final vayan a venir todos esos cambios estupendos que se anuncian. Quizás porque recuerdo todavía las declaraciones que en plena crisis de 2008 se hacían por parte de los más altos y prestigiosos pensadores de la economía de que todo iba a cambiar y que aquello iba a ser la refundación del capitalismo. Por supuesto que nada de eso pasó, la prioridad siguieron siendo los beneficios al precio que fuese (sobre todo porque ese precio siempre lo pagan otros) y la globalización trajo un nuevo capitalismo que recordaba vivamente al de siempre. Lo que sí se vino abajo fueron los derechos laborales y las empresas que en lugar de hacer enjuagues financieros por el mundo global, se dedicaban a producir bienes tangibles y otras horteradas parecidas. A quién se le ocurre perder el tiempo y el dinero fabricando mascarillas o respiradores ¡alma de Dios!

Estamos ante una situación excepcional que ha puesto en evidencia los límites de un hiperliberalismo mundial que ha descapitalizado a las sociedades hasta de lo más básico para su propia salud y que ha fragilizado las cadenas de suministro, ahora dependientes de países lejanos, imprevisibles, incontrolables pero, eso sí, baratos.

Volveremos a escuchar que la sanidad pública es un derroche y que las ayudas crean pobres


Cuando todo esto pase volverán los liberales, lo harán sin pudor, con la naturalidad de las cigüeñas, como pronosticaba el hombre del casino provinciano de Antonio Machado. Volveremos a escuchar que la sanidad pública es un derroche, que las ayudas a la dependencia crean pobres, que la libre competencia es mano de santo (siempre que cuente con la ayuda de algún plan renove o de algún rescate público -qué menos-) y que el dinero donde mejor está no es en los hospitales públicos sino en el bolsillo de los ciudadanos, siempre que estos no sean policías ni guardias, ni médicos, ni auxiliares, ni enfermeros, ni gerocultores, ni basureros, ni camioneros, ni riders, ni siquiera investigadores universitarios. Que el dinero debe estar en los bolsillos de las clases medias, de las de a 140.000 euros anuales, para arriba, que es la verdadera gente que cuenta. Todo eso llegará cuando dejemos de aplaudir en los balcones, seguro. No le quepa duda.

Debo confesar que mientras tecleaba el texto me invadía un cierto desasosiego porque tengo un gran aprecio por los liberales de verdad (conozco pocos, pero sí algunos) a los que respeto incomparablemente más que a los conservadores que les han parasitado el nombre al carecer ellos de ideología propia que enseñar. Por eso nunca utilizo el término neoliberal, porque quienes así se hacen llamar habitualmente no son más que conservadores malamente embozados, que odian toda libertad que no sea la del dinero, y ni siquiera la de todo el dinero sino solo la del suyo propio para el que reclaman siempre el apoyo del Estado. Pero eso da para otro artículo.




jueves, 2 de abril de 2020

Maldito seas hoy por hacer lo que ayer te exigí

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Las 4 dificultades de la derecha española para posicionarse respecto al coronavirus


Uno de los memes más inteligentes de los cientos que he recibido durante mi encierro es uno que se preguntaba: “Cómo hemos llegado a esta situación en España teniendo 47 millones de especialistas en pandemias”.

En mitad de la innegable y seguramente inevitable improvisación con la que el Gobierno de España está afrontando los primeros y más urgentes problemas del Covid-19, las opiniones no científicas procuran ganar notoriedad compitiendo en rotundidad y en indignación, ya que no pueden hacerlo apoyándose en datos y conocimiento. Tampoco importa tanto, la verdad; ahora la prioridad es estar en el candelero y en las redes y para ello es preciso mantener viva la crítica, apoyándose en lo que sea. Todo vale para alimentar y alimentarse de la natural reacción, mezcla de enfado y miedo, que todos compartimos.

Tanta pasión por presentarse públicamente a grandes voces como expertos tiene, no obstante, cierto peligro. Porque la situación evoluciona con asombrosa rapidez y para mantener la tensión y el protagonismo justiciero es preciso a veces indignarse hoy exactamente por lo mismo que ayer exigíamos. Así vemos con asombro que en los reproches públicos sobre el coronavirus lo que se tildaba de insuficiente y lento pasa a ser excesivo y precipitado en el momento mismo en que se corrige.

Quienes antes del 15 de marzo reprochaban la tardanza del Gobierno en hacerse con el mando único de la sanidad en toda España para evitar así el aparente horror de las 18 sanidades diferentes (17 autonómicas y una militar) critican ahora que no se deje actuar por su cuenta a las comunidades autónomas, alegando, con cierta razón y sin pizca de memoria, que aquellas tenían estructuras más ágiles para la compra de material sanitario, acostumbradas como estaban a hacerlo durante décadas, al contrario que el Gobierno de la Nación, que se estrena ahora.

El pasado 23 de marzo el presidente de Murcia, el popular Fernando López Miras, exigía el cierre total de todas las actividades económicas no esenciales en su comunidad autónoma para frenar la expansión del coronavirus. El Gobierno de Sánchez lo desautorizó, pero su líder nacional, Pablo Casado, lo apoyó lealmente diciendo que se trataba de una petición “sensata”, recalcando que en esta crisis era mejor que se "peque por exceso" porque "es mejor prevenir que tener que curar". Ahora que el Gobierno de Sánchez ha hecho justamente eso tan “sensato”, Casado ha mostrado su indignación y ha manifestado que votará en contra de la convalidación de este Decreto porque paralizar el país tendrá un impacto enorme sobre las empresas. Incluso ha manifestado su sospecha de que se trate de una estrategia bolivariana de nacionalización del tejido productivo.

La verdad es que a la derecha española se la ve estos días particularmente inquieta. Es consciente de que está ante una oportunidad insuperable para cargarse de razones con las que criticar y, en su caso, echar a Sánchez del Gobierno, pero, precisamente por su enormidad, el problema de la pandemia es muy difícil de manejar políticamente. El PP tiene que enfrentarse, entre otros, a estos 4 incómodos obstáculos.

1.- Respecto al discurso, ha de encontrar un difícil equilibrio entre la denuncia mas dura posible contra la que sería ineptitud gubernamental y presentarse como los que sí sabrían qué hacer, pero evitando que tal actitud se perciba como antipatriótica en momentos tan duros. Arriesgar el valor del patriotismo, que nuestra derecha siente como algo tan propio y exclusivo sería impensable.

2.- Otra dificultad tiene que ver con la escasez de oportunidades. Con las Cortes cerradas y los medios atentos a la dichosa curva, la derecha ha de buscar otras ventanas desde las que pueda reprochar visiblemente al Gobierno. De momento hace ruedas de prensa pseudo-gubernamentales y cuenta con la prensa más entregada. Lo malo es que ahí encuentra poco hueco y solo el de los ya muy entregados a la causa, mientras la mayoría estamos preocupados por las cosas de verdad.

3.- Luego está la competencia entre las derechas. Con la particularidad de que Vox gana y ganará siempre al PP la carrera de la ira porque no ha que cargar con el peso de que lo que diga tenga que ser cierto. Le basta con que suene radical, como lo son son las últimas ideas de ceder el poder a los militares o la de que suprimiendo las autonomías sobraría dinero para pagarnos a todos la nómina que no vayamos a cobrar. Una propuesta sin duda invencible.

4.- La cuarta dificultad es la prisa. La idea de que tenemos un Gobierno inútil necesita instalarse firme y rápidamente, no sea que otros países se vean pronto en la misma o parecida situación que España e Italia y que lo que ahora puede pasar por torpeza e improvisación hispanas se empiece a ver como afortunada y prudente anticipación ante lo que se venía.

La crítica al poder es estupenda porque nos salva de cualquier responsabilidad. Siempre es culpable el otro y, como todo el mundo sabe, encontrado el culpable, se acabo la rabia, o el coronavirus, que es más o menos lo mismo a estos efectos. Lo malo de hacer apuestas tan ruidosas es que la gente no es tonta, la sociedad también evoluciona y va integrando nuevos conceptos, entre ellos el del “cuñao”, que es el que antiguamente llamábamos el “enterao”, solo que el de ahora es más engreído, insistente y sin una gota del poquito prestigio que aún atesoraba el viejo mote.